Por lo delicado, humanamente, de la información registrada -¿habrá algo más cruento de compartir que el testimonio de la tortura?-, entiendo perfectamente a quienes se preocupan por la apertura de los testimonios del Informe Valech. Hay un punto legítimo a considerar en ello. Sin embargo, sin negar la relevancia de tal punto, creo que, así como nos armamos de coraje y asumimos el deber de la memoria, también hemos de hacer lo propio con el de la justicia. Para el “Nunca Más” no basta con recordar. La memoria, recordar, es un pilar de la reparación, pero incompleto.
por Manuel Guerrero
Imagen / Movilizaciones por el 11 de septiembre en Santiago, 1991. Fotografía: Paulo Slachevsky
Con motivo del debate público reciente en torno al sello que impide la divulgación pública e investigación del Informe Valech, hacemos llegar a quienes leen ROSA una reflexión personal del sociólogo, bioeticista y docente universitario Manuel Guerrero, quien participó del proceso de elaboración del Informe Valech como testimoniante, reivindicando la denuncia de la violencia política estatal de la que fue objeto su padre Manuel Guerrero Ceballos, pero también desde sus propias vivencias familiares y próximas a la represión. Su intervención original en redes sociales puede consultarse aquí.
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El Informe Valech es un tema particularmente complejo precisamente por tratar sobre la Prisión Política y Tortura. Soy uno de los 102 menores de edad que figuramos en este informe. Con mi hermana fuimos presos con nuestros padres en el Fuerte Silva Palma en 1976.
Dar nuestro testimonio no fue una experiencia fácil. Como familia nos demoramos en la decisión de ir a testimoniar. Para nosotros, mi padre era la víctima, él era el blanco de la represión. Pero al conversar con otros, comprendimos que nuestra actitud de guardar silencio reducía la verdad y alcance de la prisión política y tortura en su totalidad. Aunque doliera, decidimos ir a dar testimonio. Era un deber con la memoria.
Así, el tema se instaló en nosotros. Nunca habíamos hablado de las torturas a mi madre. Tampoco de lo que la prisión significó en nuestra memoria infantil. No lo tocábamos en nuestras conversaciones porque mi padre era lo principal para nosotros. Hasta el Valech yo no quería saber lo que le hicieron a mi madre. Pensaba “ella, torturada, no poh. Con mi papá ya tengo suficiente”. Lo de ella era algo que sabíamos, pero que no hablábamos. Ir a dar testimonio como un gesto colectivo nos permitió abrir esa difícil conversación, cuestión que agradezco.
Lo mismo nos ocurrió con mis suegros. Y con mis amigos, niños también. El Juanito nunca había contado lo que le hicieron. Sabíamos que lo habían “maquineado”, pero no por él. Y él necesitaba contarlo, porque pasó. Y como él, muchos. Y en el Valech hubo gente que escuchó y registró.
Recuerdo llegar ese día a dar testimonio. Escritorios, gente con formularios tomando nota. A mí me tocó con una niña joven. Comencé mi relato, ella oía con atención. De pronto se rompió a llorar. Olvido que mi historia no es fácil, uno la naturaliza, se endurece. Ella no. Eso lo valoro. Con sus imperfecciones -fui uno de sus críticos en lo público- el Informe Valech fue un proceso importante, probablemente de relevancia mundial. El propio Estado chileno que violó derechos humanos se abría a la escucha activa directa sobre los horrores que cometió. No reemplazó a la Justicia, pero fue un aporte. Fue un modo de avanzar en la verdad. Una vía institucional probablemente inédita, que mediante testimonios buscó acreditar de alguna forma lo ocurrido. Para que las mamás, Juanito y otros niños, etc. tuvieran también un lugar el relato histórico. No solo los “grandes nombres”, sino formar un mapa coral del horror dictatorial en toda su magnitud.
Por lo delicado, humanamente, de la información registrada -¿habrá algo más cruento de compartir que el testimonio de la tortura?-, entiendo perfectamente a quienes se preocupan por la apertura de los testimonios del Informe Valech. Hay un punto legítimo a considerar en ello. Sin embargo, sin negar la relevancia de tal punto, creo que, así como nos armamos de coraje y asumimos el deber de la memoria, también hemos de hacer lo propio con el de la justicia. Para el “Nunca Más” no basta con recordar. La memoria, recordar, es un pilar de la reparación, pero incompleto.
¿Qué hacer ante esta deuda? El Informe Valech fue un paso difícil, pero positivo para la elaboración social e individual de lo ocurrido. Cuidar los testimonios es un imperativo de cualquier información sensible. Pero, al mismo tiempo, el hecho de que el Estado se omita de actuar ante los hechos de los que se enteró, es simplemente aberrante. Ante el dilema, se hace necesario buscar apoyo en los compromisos suscritos por el Estado de Chile. El Comité de la ONU Contra la Tortura ha exigido en repetidas ocasiones que se alce el sello de 50 años que rige sobre este informe. No porque lo pidan las víctimas, sino porque es obligación del Estado prevenir e investigar estos crímenes de lesa humanidad.
Cuando el Estado a través de sus agentes se entera de un delito -y aquí hablamos de los peores delitos que puedan acontecer en un país-, no puede desentenderse de investigarlo. Si lo hace, incumple su obligación de garantizar el derecho de acceso a la justicia, vital en un Estado de Derecho. Así, simplemente está obligado a hacerse cargo. De modo que, en mi opinión, el Estado debiera atender cuanto antes lo exigido por Naciones Unidas: alzar el sello del Informe Valech, haciéndose cargo del cuidado con que se ha de tratar una información sensible como esta para los testimoniantes. Con debido proceso mediante, investigar y sancionar estos delitos.
Como dijo alguna vez mi querido padre, “¿Revanchismo? ¡Jamás! Queremos justicia, nada más pero tampoco nada menos.”
Nada más. Pero tampoco nada menos.
Manuel Guerrero
Sociólogo y bioeticista. Docente en la Universidad de Chile, Investigador del Centre for Research Ethics & Bioethics de Uppsala University, e investigador afiliado del Karolinska Institutet. Junto a su familia, forma parte de los testimoniantes del Informe Valech.