El desafío práctico de las elecciones no es tan solo la crítica sobre la realidad sino que fundamentalmente su alteración. Si de ello se trata, no hay razón alguna para renunciar al apoyo de las capas medias. Una cosa como esa sólo puede concebirse desde una concepción sobre lo social que le otorgue funciones delimitadas a cada posición, sin más alternativa que lamentarse ante el status quo o esperar que las contradicciones se agudicen.
por Tomás Leighton
Imagen / Gabriel Boric entrega firmas, 18 de mayo 2021, Santiago, Chile. Fuente: Mediabanco Agencia
Gabriel Boric ha ganado las primarias de Apruebo Dignidad y sus adversarios cuentan más o menos la misma historia. Mientras a su derecha señalan que el voto anti-Jadue lo hizo ganar, a su izquierda lo confirman porque nadie salió a celebrar en la plaza pública. Sin saber con exactitud qué sectores sociales votaron por el Frente Amplio, surge una pregunta de fondo: ¿Es válido convocar a las capas medias, más allá de ganar una elección, para transformar la realidad en sentido igualitario? Contrario a las lecturas ofrecidas, el ex dirigente estudiantil se encaramó en un ciprés magallánico no solo para hablar hacia el norte con convicción, sino que para escuchar lo que dicen las raíces impredecibles del árbol al que se arrimó. Ahí donde los conservadores ven un afortunado o un candidato light, los pueblos de Chile, en toda su pluralidad cultural y social, ven una oportunidad para cambiar el rumbo de sus vidas justamente por la amplitud del mensaje.
Nunca está de más recordar la lección del joven Marx según la cual, cuando se trata de la emancipación, no basta con declarar la igualdad política en las leyes si no hay igualdad humana en la realidad[1]. En efecto, no sólo las clases sociales siguen existiendo, sino que la burguesía ocupa los procedimientos del Estado de Derecho en contra de los fines de este último. Es así como en Chile la participación política se tornó un privilegio, haciendo del voto poder para los ricos y deber para los pobres. Lejos de expresarse, en cada sufragio, la vigencia de la voluntad general[2], se celebraba, en el mejor de los casos, aquella pacificación forzada que tan solo te salva de un terror mayor.
A pesar de todo, la idea más básica de la democracia, dígase el gobierno del pueblo, permanece resistente en cada espacio donde existe la injusticia. Y, entonces, cuando la fuerza del Estado ha sido completamente arrebatada por unos pocos para reprimir a los muchos, la soberanía popular florece en la posibilidad de disputar las reglas de la democracia. Las protestas transforman, no sin lamentar las muertes de quienes luchan, la dirección de la política, y vuelven a respirar los fines que inspiran la democracia, en contra de los mecanismos establecidos, para que estos últimos sean reconstruidos[3]. Así, el voto cambia su función y otorga una vía factible: Aún con la fuerza concentrada del lado de los dominantes, pero sin permitir su desencadenamiento brutal contra los dominados, la disputa sobre la legitimidad del orden abre una chance para darle otra expresión política a las clases sociales existentes.
Con todo, el desafío práctico de las elecciones no es tan solo la crítica sobre la realidad, sino que fundamentalmente su alteración. Si de ello se trata, no hay razón alguna para renunciar al apoyo de las capas medias. Una cosa como esa sólo puede concebirse desde una concepción sobre lo social que le otorgue funciones delimitadas a cada posición, sin más alternativa que lamentarse ante el status quo o esperar que las contradicciones se agudicen.
La campaña que mira desde los árboles, más allá del horizonte, no sólo será más efectiva electoralmente, sino que será más transformadora. Unos podrán generar plena identificación en ciertos sectores del campo popular, y con ella profundizar algunas grietas del sistema. Pero como decía Allende, la revolución se trata de edificar[4], y aquello es imposible sin mayorías políticas claras y apertura hacia lo que dichas mayorías quieran. Esto último es especialmente cierto si consideramos la naturaleza vegetal de los árboles, que se hunden en la tierra y nos permite reconocer “lo otro” más allá de nosotros mismos, tal como esboza Manuela Infante en su magnífica obra, “Estado Vegetal”. En definitiva, ¿habrá algo más democrático que escuchar la pluralidad de los pueblos desde un árbol que mira al norte y echa raíces en la tierra?
[1] Karl Marx, Sobre la cuestión judía (Buenos Aires: Prometeo Libros, 2004).
[2] Jean-Jacques Rousseau, Del Contrato social (Madrid: Alianza Editorial, 2012).
[3] Jürgen Habermas, Facticidad y validez: Sobre el derecho y el Estado democrático de derecho en términos de teoría del discurso (Madrid: Trotta, 1998).
[4] Le Monde Diplomatique Edición Chilena, “Discurso de Salvador Allende la noche del 4 de septiembre de 1970 (madrugada del 5 de septiembre) desde los balcones de la FECH.”, Le Monde Diplomatique Edición Chilena, https://www.lemondediplomatique.cl/discurso-de-salvador-allende-la-noche-del-4-de-septiembre-de-1970-madrugada-del.html
Tomás Leighton
Licenciado en Sociología de la Universidad de Chile y estudiante del Magíster de Global Communication en la Universidad de Erfurt. Dirigente estudiantil secundario el 2014 y militante de Revolución Democrática.
Agudo y certero análisis . El gesto simbólico de Boric mirando al futuro sobre el ciprés , que hunde sus raíces en la tierra para nutrirse de su diversidad, traduce los códigos que una nueva generación está creando para democratizar el poder.