Las etapas del duelo: ¿Qué le hizo la pandemia a las artes?

Los artistas no sólo ganan menos y tienen que gastar más de lo que gastaban antes de que aparecieran las plataformas digitales, sino que trabajan aún más duro. Esto pues ya no basta con hacer tu arte, algo que ya es una tarea difícil si vas a hacerlo lo suficientemente bien como para sostener una carrera profesional en ello. Las mismas fuerzas que han desangrado los ingresos de los artistas también han reducido las ganancias de las empresas -editoriales, sellos discográficos, etcétera- a través de las cuales se ganan o solían ganarse la vida. A medida que la industria de la cultura se contrae, los artistas deben replicar sus funciones por sí mismos. Ahora son pequeñas empresas unipersonales, con departamentos de marketing, contabilidad y logística. No sólo crean y realizan su obra, sino que también producen, diseñan, administran, distribuyen y publicitan en torno a ella incesantemente.

por William Deresiewicz (traducción de Carolina Olmedo Carrasco)

Imagen / Acción #1 en el Día Nacional del Teatro, realizada fuera del domicilio de la Ministra de las Culturas, Consuelo Valdés Chadwick, 11 de mayo 2021. Fuente: Instagram del actor Cristian Carvajal.


No hace falta tener el genio de Leonardo para darse cuenta de que la pandemia ha sido devastadora para la economía en torno a las artes. Los eventos en vivo fueron los primeros en detenerse, y posiblemente serán los últimos en regresar. Esto significa que músicos, actores y bailarines, además de todas las personas que les permiten desplegarse en los escenarios (dramaturgos y coreógrafos, directores y presentadores, diseñadores de iluminación y maquilladores, roadies, acomodadores, cortadores de tickets, directores de teatro) no tienen forma de ganarse la vida con su trabajo, y no lo han tenido hace más de un año.

Aún así, no creo que la mayoría de nosotros aprecie de manera correcta lo mal que están las cosas. La crisis va mucho más allá de las artes escénicas. Las encuestas publicadas el último verano acusan que el 90% de los espacios de música independiente están en peligro de cierre definitivo, pero también lo están un tercio de los museos. En una encuesta realizada por la Alianza de los Trabajadores de la Música (MWA), el 71% de las y los músicos y DJ experimentaron una pérdida de ingresos de al menos el 75% debido a la pandemia; en otra encuesta, del Gremio de Autores, se evidenció que el 60% de las personas encuestadas informó una pérdida de ingresos, con una reducción en promedio del 43%. Durante el tercer trimestre de 2020, en Estados Unidos el desempleo promedió el 27% entre las y los músicos, el 52% entre actores y actrices, y el 55% ciento entre las y los bailarines. En los dos primeros meses de la pandemia, el desempleo en las industrias del cine y discográfica alcanzó el 31%. Mientras tanto, a partir de septiembre de ese año, las ventas de las galerías dedicadas a las artes visuales se redujeron en un 36%. Lo que ha estado sucediendo en las artes no es una recesión. Ni siquiera es una depresión: es una catástrofe. Hay otra cosa que el resto de nosotros, como público, no apreciamos del todo: la crisis tiene su origen en la destrucción sufrida por las artes antes incluso de la pandemia, es decir, en el escándalo del contenido libre, que ha estado sucediendo por más de veinte años y nos ha implicado a todos. La crisis comenzó así en 1999, con la aparición de Napster, que no sólo inicia la posibilidad del acceso gratuito a la música, sino que además instala la creencia de que así debía ser. Con ello, el precio de la música se redujo a cero o casi cero, luego también lo hizo el precio del trabajo en casi todos los demás medios: texto, imágenes, video. Los ingresos cayeron en picada en las artes. Para 2010, las ventas de música grabada se habían reducido en un 69%.

Las y los artistas se adaptaron, sin otra posibilidad u opción. Aprendieron a ganar dinero con aspectos de su creación imposibles de digitalizar. Estos son ciertos objetos físicos y, sobre todo, los eventos. Los músicos hacen giras hasta caer rendidos; doscientas citas al año es lo habitual en una banda emergente. Con los avances de libros pulverizados en plataformas como Amazon, y las tasas de puestos autónomos diezmadas por Google y Facebook (sin mencionar a los públicos web sin suscripción), los escritores ingresan al circuito de las conferencias y presentaciones. Como muchas figuras de las artes visuales, los escritores suelen impartir clases, dar talleres, hacer residencias creativas. Por su parte, músicos y humoristas se emplean en cruceros o eventos corporativos. En una época en la que todo está mediado, el público anhela los eventos tanto como los propios artistas. En este afán se han multiplicado los festivales y también las convenciones de fans.

En cuanto a los objetos físicos, a menudo no se distinguen de los eventos como fuente de ingresos autónomos, y más bien operan como auxiliares de éstos. La mercancía (carteles, camisetas, pegatinas, CD) es un margen de ganancia importante para músicos y otros artistas, pero la mayor parte de sus ingresos se juega en los espectáculos donde estos objetos encuentran un mercado. Para los escritores, las charlas y los talleres son espacios que animan la venta de sus libros; para los artistas visuales, las exhibiciones impulsan las ventas de calendarios, postales, tazones y cualquier otra cosa que sea lo suficientemente grande como para poner una imagen de su obra. Los eventos públicos son clave para construir una buena fanaticada, personas que aman tu trabajo lo suficiente como para comprar cualquier cosa que puedas venderles en torno a éste. Un artista que aproveche a esa audiencia a través de plataformas de financiación colectiva u otros medios de interacción, sin duda podrá obtener suficiente apoyo como para mantenerse a flote por un buen tiempo.

Los artistas se han adaptado, sí, del mismo modo en que alguien se adapta a la pérdida de una extremidad cercenada. Ejemplo de ello es que el crecimiento de la venta de entradas a eventos sigue siendo miles de millones de dólares menor que la disminución y venta de música grabada que dominó las décadas anteriores. También hay que considerar el fenómeno del éxito de taquilla. El tráfico de Internet es conducido por los efectos de su propia red, lo que significa, en pocas palabras, que en éste lo grande se hace más grande y lo pequeño de hace más pequeño. En 1982, sólo el 1% de los músicos en la cumbre de la fama ganaba el 26% del ingreso total por conciertos del área. Para 2017, este 1% superior ganaba el 60%. Y así es en todas las artes: las listas de bestsellers están dominadas por un número cada vez menor de autores y libros; la taquilla, por una procesión interminable de franquicias de gran presupuesto y muy vendedoras. Y en el mundo de las artes visuales, en 2018, sólo veinte personas representaron el 64% de las ventas globales de artistas vivos. Fuera de las estrellas y superestrellas, casi todo el mundo se las arregla con menos.

Por supuesto, los artistas no ganan dinero sólo con el arte. Muchos también tienen trabajos diarios, y estos también están empeorando. Hay una razón por la que las y los artistas a menudo trabajan en la industria de servicios, como meseros, baristas o cantineros: estos trabajos ofrecen horarios flexibles y no requieren muchas habilidades especializadas. Sin embargo, el salario en la industria de servicios está ligado al salario mínimo, y el salario mínimo federal ha perdido más del 18% de su valor desde 2009, la última vez que se aumentó. Y si trabajas, como lo hacen cada vez más artistas, para una (o, muy posiblemente, varias) de las plataformas de trabajo precario que proliferan sin cesar -Uber, Lyft, Instacart, Postmates, TaskRabbit, Amazon Mechanical Turk- entonces el salario mínimo puede parecer atractivo en comparación con lo que de hecho estás llevando realmente a casa en el presente.

Existe una creencia generalizada, difundida en los medios por Silicon Valley y sus tontos útiles, de que, de hecho, nunca ha habido un mejor momento para ser artista. Gracias a computadoras más rápidas, mejor software, teléfonos ubicuos e Internet en sí, la producción y distribución -de tu álbum autograbado, novela autoeditada, película independiente, arte digital- son ahora, respectivamente, baratas y libres. Pero como cualquier artista puede contarte, los mayores gastos involucrados en la creación de arte no son la producción y la distribución -ellos se mantienen vivos mientras haces tu trabajo y te conviertes en artista en primer lugar. En otras palabras, alquiler y matrícula. Y esos costos, por supuesto, se han disparado durante años. Desde 2000, la renta media ha aumentado un 62% en dólares reales y la deuda estudiantil se ha casi quintuplicado.

Los artistas no sólo ganan menos y tienen que gastar más de lo que gastaban antes de que aparecieran las plataformas digitales, sino que trabajan aún más duro. Esto pues ya no basta con hacer tu arte, algo que ya es una tarea difícil si vas a hacerlo lo suficientemente bien como para sostener una carrera profesional en ello. Las mismas fuerzas que han desangrado los ingresos de los artistas también han reducido las ganancias de las empresas -editoriales, sellos discográficos, etcétera- a través de las cuales se ganan o solían ganarse la vida. A medida que la industria de la cultura se contrae, los artistas deben replicar sus funciones por sí mismos. Ahora son pequeñas empresas unipersonales, con departamentos de marketing, contabilidad y logística. No sólo crean y realizan su obra, sino que también producen, diseñan, administran, distribuyen y publicitan en torno a ella incesantemente. Persiste la idea de que los artistas son vagos. De hecho, aquellos con los que he hablado trabajan tan duro como cualquiera que haya conocido, a menudo todo el día, todos los días, durante años y años. Su vida es un ajetreo constante y, gracias en gran medida a Silicon Valley y a un público acostumbrado al arte libre, a menudo también una lucha constante.

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Ahí es donde estaban las cosas justo antes de la pandemia. Ahora imaginen lo que pasó cuando iniciamos el confinamiento. No era sólo que los teatros cerraran, con sus actores, bailarines, orquestas y compañías de ópera inactivos. No hubo espectáculos, ni charlas, ni clases, ni cruceros; no hubo Bonnaroo o Comic-Con. Las galerías se oscurecieron. Los museos cerraron sus puertas. La producción de cine y televisión se congeló. Los trabajos diarios desaparecieron con el cierre de restaurantes, bares y cafeterías; El número de pasajeros de Uber y Lyft se fue a pique. Las organizaciones artísticas sin fines de lucro, que no sólo emplean a artistas pero sí emplean a muchos de ellos, vieron agotarse sus ingresos. El negocio en general se desplomó, lo que devino en menos publicidad para periódicos y revistas, cuestión que a su vez significó la reducción del trabajo autónomo para escritores, fotógrafos e ilustradores.

Arnulfo Maldonado es un galardonado diseñador escénico de grandes producciones fuera del circuito de Broadway y en proyectos teatrales regionales. El 12 de marzo de 2020, estaba en MCC, una de las principales compañías del circuito extra-Broadway, a punto de comenzar un ensayo para un estreno mundial de la aclamada dramaturga Jocelyn Bioh. “Literalmente, minutos antes de partir”, dijo, “todos recibieron una alerta en sus teléfonos, todos miraron sus móviles y vieron que Broadway se estaba cerrando”, un anuncio de que todos los teatros de Nueva York entraban en cuarentena. La compañía hizo el ensayo y se reunió luego. “En nuestras mentes ingenuas, pensamos algo como nos tomaremos dos semanas de descanso, volveremos, daremos a conocer el programa. Y hasta el día de hoy, ese plató sigue en ese teatro acumulando polvo”.

Maldonado también casi había completado un set para un espectáculo en Playwrights Horizons y tenía otros siete proyectos en preparación, cinco de los cuales ya había terminado de diseñar. La naturaleza del trabajo artístico es tal que a menudo no se le paga, o no se le paga demasiado, hasta que el proyecto está completo: hasta que se abra el espectáculo, la pintura se venda, el guión es optativo. Si no logra funcionar, o si se le “corta el cable”, terminaras no sólo con poco o nada de dinero, sino que además sin audiencia para tu trabajo. “Todo se retrasó y / o simplemente se canceló lentamente”, dijo Maldonado. “Y no tienes control. Pusiste todos ese trabajo en ello, y ahora simplemente se ha ido”. La segunda ola de COVID-19, en el otoño, dijo, fue “una segunda ola de duelo”. Los proyectos que habían comenzado a moverse lentamente durante el verano nuevamente fueron suspendidos por tiempo indefinido.

Varios artistas con los que hablé durante los últimos meses describieron experiencias similares. Craig Brodhead toca la guitarra y el teclado en Turkuaz, una banda funk de nueve integrantes que ha estado activa desde 2011. Al principio pensaron que sus próximos shows serían aplazados un par de meses. “Y luego un par de meses se convirtieron en cuatro meses”, me dijo, “y cuatro meses se convirtieron en ocho meses, y ocho meses se convirtieron en dieciséis meses, y todo el tema empieza simplemente a volar muy lejos de ti”. Cuando leyó la predicción de un epidemiólogo de que los espectáculos no volverían sino hasta el otoño de 2021, dijo, “casi me derrumbé en mi cama y lloré. Y creo que dormí durante dos días hasta que realmente caí en cuenta”.

No puedes simplemente retomar tu carrera artística, dieciocho meses después, desde el punto en que la dejaste. No hay trabajo al que volver; el trabajo eres tú. El impulso, una vez perdido, debe recuperarse laboriosamente. Usted es el único empujando el carrito, y el carrito comienza retrocede en el instante en que se detiene. Después de apresurarse sin parar durante quince años, Maldonado estuvo cerca de llegar a Broadway, donde la paga es muchas veces mejor de lo que había estado ganando. Turkuaz hizo giras sin descanso cuando estaban comenzando, registrando hasta 260 días al año en la carretera. Comenzaron a tener una verdadera tracción alrededor de 2015, vendiendo completamente en teatros con miles de asientos y recibiendo un financiamiento prominente en festivales como Red Rocks, cerca de Denver, y Jazz Fest, en Nueva Orleans. En 2019, Jerry Harrison de Talking Heads eligió a Turkuaz para colaborar en una gira por el cuadragésimo aniversario de Remain in Light, el emblemático álbum de la banda en 1980. Al igual que muchas otras fechas que la banda había planeado para 2020, esa oportunidad de hacerse oír, por supuesto, se pospuso.

Mamie Tinkler, una pintora que vive en Nueva York, creció en Tennessee sin mucho dinero. Siempre ha tenido un trabajo de tiempo completo en una galería, como coordinadora de la Bienal de Whitney 2014, y ahora como manager del estudio del artista Matthew Barney, lo que significa que nunca ha tenido tanto tiempo como pares acaudalados para desarrollar su trabajo. A los cuarenta y dos años, Tinkler inauguró su primera exposición individual en Nueva York, un hito en la carrera de cualquier artista, el 14 de marzo de 2020. Al día siguiente, la galería cerró al público en general.

Las pinturas eran “de lejos el mejor trabajo que había hecho”, dijo Tinkler. No es que hubiera estado esperando por milagros; había estado en el mundo del arte el tiempo suficiente para moderar sus expectativas sobre lo que lograría a través de la muestra. Siempre hay una voz dentro, reconoció, que te dice “dios mío, todos se darán cuenta finalmente de la gran artista que soy”, pero realmente “es más una sensación de que quieres que el trabajo comience a funcionar para ti, en lugar de tener que estar constantemente en el mundo empujando tu propio trabajo hacia adelante”. Fue “profundamente decepcionante”, dijo, que la exhibición “simplemente desapareciera así”.

Por cada producción que regresa después de la pandemia, dijo Maldonado, hay otra que nunca sucederá. Y cuando las cosas que han estado en espera -su espectáculo en el MCC, la gira de Turkuaz junto a Jerry Harrison- finalmente sucedan este otoño o el próximo invierno, otras oportunidades y otros aspirantes inevitablemente se verán excluidos. Andrew Neel, escritor, director y productor de televisión y cine independiente, me dijo: “tienes que seguir adelante, pero perder uno de esos grandes, es realmente difícil. Eso cambia la trayectoria de toda tu carrera”.

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Los artistas se han adaptado. Eso es lo que hacen. Brodhead ha estado usando su tiempo para practicar sus habilidades como DJ y productor. Los artistas se las arreglan con menos. Eso es también lo que hacen. “En nuestro negocio”, dijo Neel, que había pasado más de un año sin paga, la gente se prepara para tramos en los que “se pierde en el desierto”. Tienes que guardar tus nueces para el invierno, y no sabes cuándo vendrá el invierno. Los artistas están persistiendo. “La cantidad de resistencia y perseverancia”, dijo Brodhead sobre Turkuaz, “nunca había visto algo así. Quiero decir, no tienes idea. Es como, ¿recuerdas aquella vez en que sufrimos una tormenta de nieve en Iowa, sin celular y con un remolque roto? Lo hemos hecho muchas veces”. Pero en la medida en que los artistas logren sobrevivir con sus carreras intactas, lo harán en gran parte por su cuenta.

Los artistas han descifrado formas de poner su trabajo en línea: conciertos Zoom, funciones Zoom, sesiones de stand-up Zoom, coreografía Zoom, charlas de libros Zoom, galerías de exhibición Zoom. Pero en general, no han descubierto cómo ganar dinero con esas formas. Esto porque lo único que no haremos por el arte que disfrutamos en línea es pagar por él. Esto se debe en parte a las expectativas que se establecieron al principio de la pandemia. Los músicos, especialmente los famosos, se lanzaron a Internet para hacer espectáculos gratuitos —por moral, por el factor novedoso, por atención— y eso puso el precio actual de esas experiencias en cero. Lo mismo ocurrió con las clases, seminarios web y charlas. Pero, sobre todo, la gente no paga por el contenido hoy porque ya antes no pagaba por él. Más contenido, contenido diferente, contenido aún mejor: nada de esto iba a cambiar nuestros hábitos.

Algunos artistas, una minoría, han hecho que los eventos en línea funcionen, al menos temporalmente. Jeffrey Foucault, un cantautor veterano con un número reducido pero sólido de seguidores, ha estado dando un concierto cada mes en el que elige uno de sus álbumes y lo presenta en orden. Sus espectáculos generan alrededor de USD $ 4000 cada uno, dijo, lo que casi reemplaza sus ingresos netos normales, ya que los gastos son insignificantes en comparación con sus giras con una banda. (Esos UDS $ 4000, vale la pena mencionarlo, representan alrededor de 250 contribuyentes por concierto, o algo así como del 2% al 3% de las personas que se conectan a él, y Foucault está bastante seguro de que son las mismas 250 personas cada vez). La experiencia ha sido extraña, me dijo. Acostumbrado a realizar espectáculos íntimos frente a personas que podía ver, oír y sentir, ha tenido que aprender a comunicar emociones a una audiencia sin rostro a través de su teléfono.

Aún así, Foucault es uno de los afortunados, y él es el primero en admitirlo. Cuando llegó la pandemia, muchos pensaron que las restricciones terminarían en unos meses; los artistas no estaban preparados para durar más que eso. Lo mismo sucedió con los recursos financieros reunidos para ayudarlos a llegar al otro lado. Una amplia gama de organizaciones sin fines de lucro, municipalidades y estados establecieron fondos de emergencia, pero las subvenciones eran típicamente solo por unos pocos miles de dólares en el mejor de los casos, y los programas se agotaron rápidamente. Fueron diseñados para ayudar a las personas a llegar al otoño de 2020, no al otoño de 2021.

En cuanto a la ayuda federal, el beneficio de desempleo suplementario de USD $ 600 por semana proporcionado por la Ley CARES, el primer proyecto de ley de ayuda, expiró en julio del 2020. Como trabajadores independientes, para empezar, muchos artistas no están cubiertos por el seguro de desempleo, una de las numerosas formas en que la pandemia ha subrayado los problemas preexistentes de la economía de las artes. La Ley CARES estableció un programa separado para cubrir a los trabajadores por cuenta propia —Asistencia por Desempleo Pandémico (PUA)— pero la burocracia ha sido una pesadilla: el programa es administrado por los estados, lo que significa cincuenta conjuntos distintos de pautas a seguir. Las oficinas estatales de desempleo no están configuradas para manejar los ingresos de los formularios 1099 (del trabajo por cuenta propia) a diferencia de los formularios W-2 (asociados al trabajo con contrato). Los artistas que trabajan por cuenta propia a menudo obtienen ingresos en más de un estado, y sus ingresos pueden ser difíciles de documentar. Muchos artistas esperaron meses para ver dinero de PUA, si es que alguna vez vieron alguno; y muchos más —los cubiertos a través de sindicatos como Actors’ Equity— perdieron su seguro médico o vieron dispararse sus primas.

Es probable que la pandemia acabe con miles de carreras artísticas. Y la devastación se extenderá a las empresas e instituciones que conectan a los artistas con las audiencias. Los grandes actores con mucho dinero —Live Nation, la gigantesca compañía de conciertos, venta de entradas y gestión de artistas, o Gagosian, que opera galerías en siete países— sobrevivirán. Las entidades que fundan serán las más pequeñas -galerías de nivel medio, sitios de música independiente) del tipo crucial para ayudar a los artistas emergentes a ganar exposición, para sustentar a los creadores e intérpretes serios que no quieran o no puedan venderse al mainstream, y para mantener vivo el espíritu y el alma de las artes.

“No tienes un Bruce Springsteen sin el Stone Pony en Nueva Jersey, y no tienes a Lady Gaga sin el Bitter End en Nueva York”, dijo Audrey Fix Schaefer, directora de comunicaciones de la Asociación Nacional de Sedes Independientes (NIVA). La asociación, con tres mil integrantes, se formó en abril de 2020 a fin de presionar al Congreso Norteamericano para que brinde alivio a los lugares de música y comedia independientes, no contemplados por la Ley CARES. Cientos de lugares han cerrado sus puertas, incluidos establecimientos queridos como Boot & Saddle en Filadelfia, Jazz Standard en Nueva York y Satellite en Los Ángeles. Los ingresos han desaparecido, pero los gastos no: pagos de alquiler e hipoteca, servicios públicos, impuestos, derechos de licencia de licor. Algunos lugares han probado conciertos en vivo o autocine, pero, dijo Schaefer, esos “no salvarán un negocio y ciertamente no salvarán una industria. Es como un grano de arena cuando necesitas dos cubos de arena”. Y cuando los espacios cierran, especialmente en el tipo de vecindarios bulliciosos del centro que su presencia a menudo ayudó a crear, no son reemplazados por otros nuevos. Schaefer mencionó que James Murphy de la banda LCD Soundsystem ha comparado la situación con la desaparición de los arrecifes de coral. “Esos lugares no se van a cambiar por otro lugar de música”, dijo Schaefer. “Se van a cambiar por condominios”.

Pero cerrar no es el único peligro. Mientras más presión financiera sientan los artistas, especialmente los artistas intérpretes o ejecutantes, es más probable que pongan en peligro su salud yendo a trabajar cuando no es seguro. Esto ya era un problema antes de la pandemia, dijeron Erin McAnally y Chelsea Crowell, defensores de Nashville que trabajan con Artist Rights Alliance. Si un músico tiene que cancelar una sesión de grabación, explicaron, simplemente serán reemplazados. Si tienen que cancelar una gira, podrían ser demandados. “Los músicos se encuentran en situaciones muy, muy peligrosas”, dijo Crowell. “A menudo se les pide que elijan el trabajo sobre su salud”. Incluso cuando los casos aumentaron el otoño pasado, Nashville permaneció abierto al público. Los restaurantes y bares, incluidos los famosos honky-tonks de la ciudad, todavía estaban en pleno apogeo, poniendo en peligro a la gente en el escenario. McAnally mencionó a los músicos de banda más veteranos que terminaron en respiradores mecánicos. Music City no se preocupaba por los músicos; se preocupaba por los turistas. Los premios de la Asociación de Música Country se llevaron a cabo en el centro de la ciudad, en gran parte sin mascarillas, la noche anterior a nuestra conversación. “Viste a artistas como Charley Pride, que tiene ochenta y seis años, en peligro”, dijo Crowell. Un mes después, Pride, la primera superestrella negra de la música country, murió por complicaciones por el COVID-19.

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¿Cómo será la economía de las artes una vez que termine la pandemia? Las indicaciones hasta ahora no son buenas. Live Nation planea recortar las garantías financieras a los artistas en un 20% este año e introducir una multa del doble de la tarifa acordada en caso de que un acto deba cancelarse, algo nunca antes visto en la industria. Estos cambios, según Billboard, “devolverán el equilibrio de poder a los promotores en el mundo posterior a la pandemia”.

Puede parecer que muchas galerías están aguantando, dijo Tinkler, pero, como vio después de 2008, el colapso ocurre más lento de lo que se cree, ya que los propietarios gradualmente agotan sus vidas, echando mano a ahorros, préstamos, compras de emergencia de coleccionistas amistosos. El choque llega cuando nadie está mirando. En cuanto a los espacios independientes, en realidad habían estado prosperando antes de la pandemia. Los músicos que Brodhead ha conocido en todo el mundo se maravillan invariablemente de la industria de eventos que surgió en los Estados Unidos después de que la desmonetización digital trasladara los ingresos de la música grabada a las entradas. Esa industria, por supuesto, ahora está en peligro. Las librerías independientes, después de ser aplastadas por Amazon durante años, se habían recuperado durante la última década. Ahora están contra las cuerdas nuevamente, ya que el minorista en línea ha absorbido todo lo que estaba a la vista.

Pero la perspectiva más aterradora es precisamente el grado en que esta crisis ha afianzado y extendido el poder de las plataformas: Amazon, Apple, Google, Facebook; YouTube, que forma parte de Google; e Instagram, que es propiedad de Facebook. Porque es ese poder el que, en última instancia, está detrás de lo que les ha estado sucediendo a las y los artistas. El arte no ha sido realmente desmonetizado. Para las empresas que cosechan clics y streams, el contenido gratuito es una bonanza. Junto con Spotify y algunos otros reproductores, los gigantes de la tecnología están desviando decenas de miles de millones de dólares al año de las y los creadores hacia ellos mismos. Lo han podido hacer sólo por su tamaño, lo que les ha dado influencia sobre sellos discográficos, estudios, editoriales, publicaciones y, sobre todo, artistas independientes; esto por la influencia que les ha dado en el Congreso. Y mientras casi todos los demás sectores han estado sufriendo, la pandemia ha funcionado como una inyección de hormonas para las grandes plataformas tecnológicas. A principios de 2020, Alphabet (la empresa matriz de Google), Apple, Amazon, Facebook y Microsoft -los “cinco grandes”- tenían un valor de mercado combinado de poco menos de 5 billones de dólares. Hacia fines del año pasado, esa cifra ya aterradora había aumentado a más de USD $ 7.5 billones.

Se ha hablado mucho sobre el uso de la pandemia como una oportunidad para reiniciar. En la música, en el mundo del teatro, la danza y las artes visuales, la sensación es la misma: no podemos volver a la normalidad. Pero desearlo no lo hará así. La sociedad no es una computadora portátil; no puede ser reiniciada apagándola y esperando unos segundos, o unos meses.

Afortunadamente, los artistas utilizan la pausa para organizarse. Han surgido nuevos grupos de defensa, incluida la Alianza de Trabajadores de la Música (MWA), que ayudó a cabildear para una extensión de PUA en el parlamento, y el Sindicato de Músicos y Trabajadores Aliados (UMAW), que también impulsa la equidad en el mercado digital. Otro programa nuevo, Artists at Work, pretende ser un “WPA para el siglo XXI”, empleando artistas en proyectos de beneficio social inmediato. No se les otorgan becas —el viejo modelo—, sino que se les contrata con salario, beneficios y el reconocimiento de que, como artistas, son precisamente trabajadores.

Ya ha habido grandes éxitos. NIVA, comenzando desde cero en el último mes de abril, organizó una campaña nacional para presionar la aprobación en el Congreso de la Ley Save Our Stages, que asignó USD $ 15 mil millones en fondos de emergencia para salas de conciertos, salas de cine independientes e instituciones culturales. El Congreso también aprobó la Ley CASE, que estableció la creación de un tribunal de reclamos menores para los casos de infracción de derechos de autor (algo por lo que los artistas habían estado clamando durante mucho), y la Ley Protect Lawful Streaming Act, que convirtió en delito la participación en transmisiones masivas de material con derechos de autor sin autorización. Dos leyes que permitirán a los creadores combatir la piratería y defender el valor de su trabajo. Desafortunadamente, esos pasos, aunque valiosos, no se acercan lo suficiente. La economía de las artes está rota; la pandemia sólo nos mostró cuán grave era. Se requiere ni más ni menos que una reconstrucción general. Necesitamos reformar nuestras leyes laborales, incluyendo hacer al PUA o algo similar algo permanente, y proteger de mejor forma a los trabajadores autónomos. Necesitamos aumentar el financiamiento público a las artes. A partir de 2019, el apoyo a las artes en todos los niveles de gobierno ascendió a USD $ 1,38 mil millones por año, o USD $ 4,19 por persona. Necesitamos implementar, si no una renta básica universal para las y los artistas, algo así como el sistema actualmente vigente en Irlanda, en el que los primeros 50.000 euros obtenidos de la actividad creativa están exentos del impuesto sobre la renta. Necesitamos responsabilizar a las plataformas en línea por los efectos económicos de la piratería. Y, por supuesto, tenemos que acabar con el auto-desmantelamiento de las grandes tecnologías por medio de la regulación de sus plataformas centrales, y como cualquier empresa que ofrece servicios públicos, obligarlas a pagar a las y los creadores una parte justa de los ingresos generados por su trabajo.

Esas son las reformas a gran escala. ¿Hay algo que pueda hacer una persona promedio? Puede empezar valorando a las y los artistas tanto como valora aquello que hacen, sus obras. Hace algunos años, el Urban Institute publicó una encuesta con un par de hallazgos notables. Cuando se les preguntó si valoraban las artes, el 96% de los encuestados dijo que sí. Pero cuando se les preguntó si valoran a los artistas (si pensaban que “contribuyen mucho al bien general de la sociedad”), solo el 27% dijo que sí. ¿Existe algún otro campo en el que exista una brecha tan monumental entre lo que pensamos de una cuestión y lo que pensamos de las personas que nos dan acceso a dicha cuestión? El arte es amado; los artistas son odiados, descuidados e incluso despreciados. Necesitamos reconocer dos puntos que deberían ser obvios a estas alturas: si no hay artistas, entonces no hay arte; y la abrumadora mayoría de las y los artistas no son celebridades o superestrellas, ni diletantes ni aficionados, sino gente común que trabaja duro para traer algo valioso a este mundo. Necesitamos hacer algo con nuestra nueva apreciación pagando realmente por el arte, por todas esas excelentes cosas gratuitas que obtenemos en línea. Lo sé, lo sé, ya lo has oído antes, pero realmente ya es suficiente. Llevamos dos décadas fingiendo que es posible obtener algo a cambio de nada sin consecuencias. ¿Realmente suponemos que esta situación puede durar para siempre?

Necesitamos un movimiento social por el arte como el que tenemos por la alimentación, un movimiento por el consumo cultural responsable. Así como hay animales y granjeros en el otro extremo del suministro de alimentos, también hay seres humanos en el otro extremo de la oferta cultural y artística. Al igual que con la comida, pagar más (o simplemente pagar) nos daría productos superiores. Si los artistas no tuvieran que producir material frenéticamente y fustigar a su trabajo en línea, tendrían tiempo para hacer un mejor arte.

Raja Feather Kelly es un joven y brillante coreógrafo, fundador de su propia compañía de danza, The Feath3r Theory. Como casi todos los artistas con los que he hablado, ha estado trabajando sin parar desde que salió de la escuela; de hecho, desde antes de salir de la escuela, porque fundó la compañía cuando aún estaba en la universidad. La pausa forzada de la pandemia le ha llevado a darse cuenta de sí mismo y de sus pares. Primero, que “si no creamos, entonces no hay nada”. En segundo lugar, que “mi creatividad es algo que cultivo, que es mío” y que, por tanto, él debería estar a cargo de ella en todos sus aspectos. Y finalmente, que si bien la situación actual puede ser terrible, “no tenemos apuro. Estamos creando para nosotros mismos en este momento. Y siempre deberíamos estar haciendo eso”. Los artistas, en otras palabras, han vislumbrado cómo podría ser su mundo, cómo debería ser. Ese es el reinicio, el futuro pospandémico, que quieren ver: no estar apurados todo el tiempo, sino tener la libertad de crear el mejor trabajo que puedan. Eso, más que contenido gratuito proporcionado por monopolios depredadores, es la libertad que deberíamos respaldar.

 

Ensayo publicado originalmente con el título Stages of Grief: What the pandemic has done to the arts, en Harper’s, junio 2021.

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Historiadora feminista del arte y crítica cultural, integrante fundadora del Comité Editorial de Revista ROSA.

William Deresiewicz

Ensayista y crítico cultural norteamericano, autor de La muerte del artista (Capitan Swing, 2021).