En resumen, como socialistas estamos imbuidos en estos vaivenes, más cerca de la experiencia del Frente Amplio y el Partido Comunista, que de la usanza socialcristiana. Por tanto, ante la desafección del orden imperante que carece de una alternativa contracultural, nos parece que el reto de transformar esta energía en una ética anticapitalista se debe hacer entre las izquierdas. Las primarias deben ser el momento donde los socialistas fijemos nuestro domicilio y elijamos en cuál barrio queremos estar, uno distinto del de los últimos 30 años.
por Rodrigo Muñoz B. y Francisco Melo, Partido Socialista.
Imagen / campaña de Salvador Allende, 5 de septiembre, 1964. Fuente.
“Es necesario que los militantes del PS y el pueblo comprendan plenamente la significación histórica y humana del socialismo, la justeza de su posición revolucionaria frente a los problemas nacionales y mundiales de su acción política. Dialécticamente generado por el capitalismo, el socialismo constituye su necesaria superación” – Fundamentación Teórica del Programa del Partido Socialista (1947)
El pasado domingo enfrentamos una total reconfiguración del panorama político del país. La centroizquierda llegaba a las elecciones de este fin de semana arrastrando una profunda crisis de identidad, y, como tal, obtuvo el peor resultado de su historia en la elección de constituyentes.
Sin la densidad de la odiada Concertación ni la ambición de la Nueva Mayoría, Unidad Constituyente llegó apostando sus símbolos sin siquiera intentar construir algo como una coalición. La aspiración de reunir a todos los que se reconocieran en contra de Piñera -algo sencillo si se trata de un Presidente en entredicho por la violación a los derechos humanos y el paupérrimo manejo social de la pandemia-, se evidenció tan feble como lo provisorio del objetivo.
Si bien se puede matizar con que las listas bajo el paragua de Unidad Constituyente les fue razonablemente bien en las regionales y comunales, donde se mide la fuerza territorial de los partidos, eso es un vaso de agua frente al océano que significaba la decisión por el Chile de los siguientes 30 años.
La clave de las definiciones a futuro es identificar cuánto del centro necesita de esta parte de la izquierda para subsistir y qué decisiones requiere tomar el Partido Socialista para no depender de un tercer golpe de suerte para mantenerse vigente.
Ya durante los meses posteriores al término del gobierno de Michelle Bachelet, el progresismo, y en especial el Partido Socialista, mostró su inquietud por desligarse de la Democracia Cristiana, pero ella supo maniobrar exitosamente para mantenerse a nuestro lado, con la concomitancia soterrada de los vestigios concertacionistas.
Aunque la llamada de alerta de las primarias de gobernadores pareció dar una señal, donde la DC mostró una musculatura bastante mayor al PS y al PPD, se demostró con el tiempo lo errado que era sacar conclusiones ante una bajísima participación, ratificado con el injustificado del matonaje de Chahin a la dirección socialista en el marco de las negociaciones municipales.
Hoy pareciera que la dinámica iniciada con la derrota a Pinochet, de alternar hegemonías entre los partidos como motor de una coalición, simplemente se fundió ante la pérdida de imaginación y de capacidad de representar a las mayorías sociales que estos mismos partidos originaron en sus gobiernos.
Lo que era la centroizquierda, con los últimos soportes materiales de la transición, son una ruina. De eso, hoy se levanta el PS con su historia, cientos de dirigentes sociales, amplios cuadros técnicos y una militancia con un enorme despliegue territorial que ha triunfado. Por eso es crucial saber si queremos ponernos como escudo de la Democracia Cristiana, y con ello, de los otros grandes derrotados de la elección (Chile Vamos), o si aspiraremos a construir con las izquierdas un nuevo proyecto cuando están inéditamente las condiciones para iniciarlo.
Si queremos soñar con un proyecto socialista, democrático y popular, debemos superar la relación tortuosa de la última década con el centro político expresado en la DC.
No dejamos de reconocer que ha habido y seguirán existiendo fricciones con sectores del frenteamplismo y del comunismo, como también sabemos que no será sencillo para ellos recibirnos tal cual. No obstante, durante buena parte del siglo XX la convergencia del espectro socialista resultó viable en una serie de experiencias al interior del mismo PS. De esa manera, entablar confianzas es un esfuerzo que no debe restarnos ni darnos descanso.
Ello debe ir de la mano con asumir como necesario impregnarnos de una nomenclatura de izquierda que consolide este viraje, sino quedaremos como un Partido que sigue la inercia del oportunismo. Parte de eso se avanzó en la elección de liderazgos municipales y constituyentes, con liderazgo que ya conocen estas canchas, como Karina Delfino, Christopher White, Pedro Muñoz, Tomás Laibe, entre otros.
Esto lo mencionamos fuertemente porque el cambio que se está produciendo, de creciente exasperación frente a las frustraciones cotidianas, debe conducir a la estabilidad de una coalición que politice el descontento y la necesidad de transformaciones profundas. Estamos plagados de desigualdades, por lo que la lucha por la vida nos equipara transversalmente.
Es crucial no interpretar lo ocurrido como si fuera tan sólo una repentina polarización juvenil, y no la consecuencia de la construcción de una identidad cultural diferenciada. La aceleración del ritmo de las transformaciones sociales y acontecimientos históricos es una grieta que se ha abierto velozmente, fruto de un ciclo de protestas iniciado principalmente desde el movimiento pingüino de 2006.
Si eso lo combinamos con la actividad frenética de 2019 -especialmente en los cabildos territoriales-, se genera en esta generación una contextura política que faltaba en 2011, esto es, métodos y modalidades afinados a través de la lucha para superar los escenarios negativos, como la falta de perspectivas y el empobrecimiento del crédito.
Todos estos son rasgos comunes que muestran un proceso de creación de cimientos, que se comparte con otras latitudes, centrados en la deliberación en asambleas, toma de decisiones por consenso, trabajo concreto en la comuna y organización social por fuera de los partidos -no por ello apolítica-, sino más bien una contraposición al electoralismo de la última década.
En definitiva, la tarea sustantiva es convertir la desposesión característica de esta época, por un modo de vida basado en los comunes: solidaridad intergeneracional con las clases proletarizadas, vivienda comunitaria, redes de apoyo paraestatales, espacios digitales más allá de las grandes compañías, creación colectiva, cooperativismo, reivindicación de la autonomía social, prácticas colectivas de cuidado, en fin, la amplitud de la capacidad de actuar cohesionadamente, rompiendo con la condición adulta, la explotación y la obligación de competir.
Ha sido en las luchas sin respuestas de la institucionalidad donde nos hemos encontrado: en el movimiento estudiantil, No+AFP, el feminismo, contra el cambio climático y en las problemáticas regionales; como también el derrumbe de las posibilidades vitales con la crisis de la vivienda, la deuda de los préstamos estudiantiles y la precarización del mercado del trabajo.
Con todo, no queremos decir que necesariamente hay un prisma interpretativo claro, porque hay mucha diversidad y contradicción interna, pero sí que allí estuvieron los grupos en posición de responder a la promoción del vaciamiento del empoderamiento colectivo de la postdictadura.
Lechner consideraba que la democracia, para la izquierda, debía ser una lucha inacabada por lo deseado, el lugar de la incertidumbre y no de los moldes establecidos inalterables. Hoy estamos ante ese momento, al fin, en que comienza a transformarse la democracia y la izquierda debe confluir para ejercer esa mayoría.
En resumen, como socialistas estamos imbuidos en estos vaivenes, más cerca de la experiencia del Frente Amplio y el Partido Comunista que de la usanza socialcristiana. Por tanto, ante la desafección del orden imperante que carece de una alternativa contracultural, nos parece que el reto de transformar esta energía en una ética anticapitalista se debe hacer entre las izquierdas.
Las primarias deben ser el momento donde los socialistas fijemos nuestro domicilio y elijamos en cuál barrio queremos estar, uno distinto del de los últimos 30 años. Aspirar a construir una alianza amplia, en que puedan acudir todas las fuerzas de oposición, pero cuyo eje se mueva de la vieja transición a las nuevas fuerzas de cambio y los movimiento sociales, es la misión del período. Con nuestras luces y sombras, a eso hay que empezar a ponerle el hombro: lo demás es mantener una agonía innecesaria.
Santiago, 19 de mayo de 2021