Cultivos, cultura y escritura en Los Llanos de Federico Falco

Falco reescribe las masculinidades y las pone en contacto con la tierra, su protagonista, en la soledad del llano reactiva un terreno estéril, como le dice Luiso, tienes mano verde. Su novela escribe con las plantas, las hortalizas y las legumbres. Su relato nos muestra esas formas de vidas frágiles, la vulnerabilidad de los hombres que aman y mutatis mutandis su relato es sobre la precariedad de la existencia y la extinción de esas formas de vida alojadas en la tierra.

por Nicolás Román

Imagen / Los Llanos de Federico Falco. Fuente.


“Vivir en medio de la nada también es un poco una claustrofobia”
Los Llanos, Federico Falco[1]

 

Los Llanos de Federico Falco se cruza con distintas direcciones de la literatura argentina y la literatura latinoamericana: el espacio, la soledad y el encierro. El protagonista de la novela luego de la ruptura con Ciro, su pareja, decide vivir en la pampa en el pueblo de Zapiola. La humedad, el agua, los charcos, los animales son la compañía de la soledad muda que rodean la casa. El encierro, la huida y el retiro voluntario se construyen por medio de una escritura bellamente minuciosa en una escala paralela y metafórica de cómo el protagonista decide hacer una huerta para salvarse de la congoja provocada por su ruptura amorosa.

La tierra y la escritura vuelven a su cauce primordial en la cultura, en los cultivos, en las tareas diarias de desmalezar, ralear, regar, hacer tutores o revisar canteros, en las labores de la letra ‒el personaje escritor‒ no tiene éxito, escribir como sembrar, y editar como cultivar se alejan, mientras la escritura se arrebuja a lo lejos en una nostalgia sobre la ciudad, su familia en Córdoba, sus abuelos y la imposibilidad de la palabra de llenar el espacio de la herida. La huerta por más violetas azules y clavelinas rojas que tenga no tiene el remedio para la pasión del protagonista. Su huida al campo se abraza a los ciclos naturales, las heladas, las lluvias y la pampa húmeda que no bebe toda el agua del invierno mientras se anegan los caminos y los alrededores de las casas.

La huerta convive con el encierro, el jardín se vuelve prisión, como una alegoría barroca, o bien, la pampa se transforma en una celda a cielo abierto, los llanos, en la mejor tradición borgeana de laberintos y prisiones como nos recuerda el relato de Asterión. La escritura de Falco nos expone a lo abierto en circunstancias paradójicas, un encierro voluntario y abierto en el horizonte eterno de los llanos donde el protagonista y sus lectores no sentimos la inmensidad, sino que las ataduras con la pérdida del amor, la muerte de los familiares y la tierra que nos murmura silente su llamado de finitud.

El jardín en la literatura de América Latina se escribe en distintos canteros y espacios, como la de Borges, con sus jardines exóticos, o bien en Sab en el siglo XIX como espacio de libertad en medio de los cañaverales de la esclavitud; versiones patricias de los jardines están en Ocampo o en Rodó, mientras que en Donoso se escribe el jardín del cautiverio de Boi -en El obsceno pájaro– donde se cultiva el delirio culmine de una oligarquía revolcada en su genealogía sarmentosa.

El jardín, la huerta del protagonista de Los llanos, es otra vuelta de tuerca de la tradición, pero se siente una tensión entre la apertura del llano y la contención del cantero. El encuentro con Wendel en la trama del relato recupera el jardín en la línea de Sab o la huerta como la escribe Violeta Parra, la naturaleza en contacto con lo humano como una manera de formular un trabajo de cultivo, cultura, perseverancia y refugio.

La vuelta a estos jardines y huertas perdidos en las llanuras pampeanas y la literatura latinoamericana es paradójica en nuestras actuales circunstancias cuando el refugio pandémico es el encierro y habitamos en una planicie sin horizonte, una llanura asfixiante sin referencias ni promontorios para fijar la vista. Incluso, si de este lado de los Andes la sensación de inmensidad de los llanos se interrumpe por la majestuosidad de la cordillera, hoy, su protección natural nos ha abandonado y nos ha puesto al día con el tiempo de la crisis y la desolación de la pandemia. No hemos estados más juntos ahora que estamos más solos y las ciudades se contienen dentro de sus murallas.

Falco vuelve a la escritura como un proceso artesanal y señala el terreno áspero de las tareas con la letra. Aunque su campo no es el de las polémicas con los agrotóxicos, ni tampoco el de la aguda recuperación de las provincias de otras escrituras trasandinas como la de Samantha Schweblin, Mariana Henríquez o Selva Almada; en su encierro abierto, Falco reescribe las masculinidades y las pone en contacto con la tierra, su protagonista, en la soledad del llano reactiva un terreno estéril, como le dice Luiso, tienes mano verde. Su novela escribe con las plantas, las hortalizas y las legumbres. Su relato nos muestra esas formas de vidas frágiles, la vulnerabilidad de los hombres que aman y mutatis mutandis su relato es sobre la precariedad de la existencia y la extinción de esas formas de vida alojadas en la tierra.

La crisis climática que nos amenaza, la megaminería, la depredación del agua y el medio ambiente más los incendios intencionales son los jinetes del apocalipsis de los saberes y las prácticas de los cuerpos en contacto con la tierra. La escritura y la huerta, cultivarse, son otras formas de existencia cuando el extractivismo golpea nuestra puerta en un momento que el horizonte se cancela como la posibilidad de imaginar otro tiempo y espacio, Falco, nos abre un pedazo de tierra con su escritura para hacernos esa pregunta sin saber su respuesta.

 

[1] Federico Falco, Los llanos (Buenos Aires: Anagrama, 2020), 75 páginas.

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Doctor en Estudios Latinoamericanos y parte del Comité Editor de revista ROSA.