El actual programa de la izquierda, como un conjunto de demandas que pasan más por ser expresión de la negociación del valor de la fuerza de trabajo -que comprende la lucha por la reproducción “normal” o igualitaria de la clase obrera- puede ser caracterizado como un programa de meras reformas, sin potencia revolucionaria. En otras palabras, se trata de un programa reformista porque busca enfrentar el deterioro inmediato de las condiciones de reproducción de la especificidad, pero no la especificidad como tal, la que se sigue reproduciendo a sus espaldas bajo la forma de su propia acción inmediata.
por Gabriel Rivas
Imagen / Cyber Monday en casa matriz de Amazon Reino Unido, 2 de diciembre 2019, War on Want en Flickr. Fuente.
“El señor Bray no ve que esta relación igualitaria, este ideal correctivo, que él quisiera aplicar en el mundo, no es sino el reflejo del mundo actual, y que, por tanto, es totalmente imposible reconstituir la sociedad sobre una base que no es más que una sombra embellecida de esta misma sociedad. A medida que la sombra toma cuerpo, se comprueba que este cuerpo, lejos de ser la transfiguración soñada, es el cuerpo actual de la sociedad”
Marx, Miseria de la Filosofía, 1847
“Los comunistas no se distinguen de los demás partidos proletarios más que en esto: en que destacan y reivindican siempre, en todas y cada una de las acciones nacionales proletarias, los intereses comunes y peculiares de todo el proletariado, independientes de su nacionalidad, y en que, cualquiera que sea la etapa histórica en que se mueva la lucha entre el proletariado y la burguesía, mantienen siempre el interés del movimiento enfocado en su conjunto”.
Marx y Engels, Manifiesto del Partido Comunista, 1848.
De un tiempo a esta parte se ha vuelto un problema común para toda la izquierda la escisión entre los movimientos sociales que avanzan en el desarrollo de la lucha política y los partidos políticos obreros, lo que se expresa la evidente fragmentación de la lucha obrera. La columna de Felipe Ramírez[1] -con quien alguna vez compartimos partido-, en esta misma revista, es ejemplar al respecto. En general, a falta de un análisis preciso, los llamados -incluyendo el de Felipe- parecen no tener más respaldo que la urgencia por aprovechar esta supuesta ventana de oportunidad que es la crisis en curso y la apelación a cuestiones más propias de la fe que de la política. Llamados que parecen ser más un gesto reactivo cuando su urgencia está motorizada más por la unidad de los capitalistas como enemigos -que sobrepasan la capacidad política de la clase obrera para centralizar y disciplinar su acción- que por la potencia revolucionaria del proletariado como sujeto histórico.
¿Pero qué explica esta fragmentación manifiesta como un fuerte apartidismo que bulle de la desconfianza de la clase obrera hacia sus partidos? Muchos podrían afirmar sin más que se trata de la “dominación ideológica neoliberal”. Y hay algo de verdad en esto. Treinta años de políticas “neoliberales” no son indiferentes, son indicación de algo. Un cambio en las condiciones de reproducción comprende un cambio en las formas de conciencia (ideología) bajo las cuales ella tiene lugar. “La conciencia no puede ser nunca otra cosa que el ser consciente, y el ser de los hombres es su proceso de vida real” (Marx & Engels 26)[2]. Por lo tanto, si queremos intentar comprender dónde radica la razón de la fragmentación expresada en la diversidad de las formas de la conciencia política obrera, es necesario dar cuenta de la unidad del proceso de vida social que las comprende y determina. Es decir, hace falta ver qué se reproduce de este modo fragmentado para así dar un paso en una posible acción unificada que vaya más allá de las buenas intenciones de unidad.
A continuación, presentamos un texto que consta de dos partes. Primero, una explicación más o menos general de qué fueron las transformaciones sociales acaecidas entre la segunda mitad de 1970 y la primera de 1980. Luego, ya puesta la base material, mostraremos la forma que toma el proceso político contradictorio bajo el cual tiene lugar la unidad de la producción y el consumo social nacionalmente recortado.
La transformación de la división internacional del trabajo (DIT)
Existe un acuerdo generalizado en la izquierda en torno a poner la unidad del conjunto de transformaciones acaecidas en los últimos 40 años en el cambio de “modelo” producto de la acción política emprendida por la dictadura y cuya necesidad parece estar fundada en el revanchismo de los capitalistas que buscan contrarrestar la caída sostenida de la rentabilidad desde la segunda mitad de 1970[3]. A diferencia de esta lectura dominante, tal como han mostrado un conjunto de trabajos agrupados en el Centro para la Investigación como Crítica Práctica[4], el conjunto de transformaciones ocurridas durante la segunda mitad de 1970 y la primera de 1980 encuentra su razón de ser no en la dinámica exclusivamente nacional, o el abstracto revanchismo de las clases dominantes, sino en el desarrollo inmanente del modo de producción capitalista concebido como un proceso mundial por su contenido y nacional sólo por su forma. De modo sintético, podemos decir que estas transformaciones llamadas comúnmente “neoliberales” brotan de las contradicciones que anida el proceso de acumulación de capital de postguerra, el que entra en una crisis de sobreproducción durante la década de 1970 bajo la forma de una caída en rentabilidad del capital en su conjunto. Su salida implicó el desarrollo de las fuerzas productivas y una reorganización de la DIT[5]. Este salto adelante reorganiza mundialmente la reproducción de la clase obrera. Por tratarse de un modo de producción donde la unidad de la producción y el consumo social es organizada de modo indirecto, estas transformaciones se realizan de la única forma posible: la lucha de clases. Es así que durante la década de 1970s y 1980 asistimos a una serie de derrotas políticas de las diferentes clases obreras nacionales mediadas por severos procesos de ajustes que la ciencia social mainstream ha denominado “neoliberales” y donde el capital financiero, principal medio de reorganización de la producción a nivel mundial, parece someter a los diversos capitales industriales de determinadas regiones. Dependiendo del lugar de cada uno de estos países en la DIT, los procesos tomarán la forma de una mayor o menor reorganización de la industria[6] o bien, de diferenciación en el rol de determinados procesos productivos. Dicho de otra manera, mientras que en algunos países el capital financiero parece ahogar al capital industrial, otros exportan a Asia determinados procesos industriales simples, dejando para sí las labores de diseño y trabajos más calificados. Si bien esto no es homogéneo, el crecimiento industrial asiático contradice la idea de una desindustrialización generalizada. Y es que en verdad asistimos a una reorganización de la DIT que se expresa en la transformación de los entramados industriales nacionales y no a una “desindustrialización” propiamente tal.
Ahora bien, dentro de este proceso Chile presenta la particularidad de ser un país cuyo rol en la unidad mundial es exportar materias primas. Esto que, dentro de cierta literatura es puesta como una “maldición”, está en la base de todo el desarrollo histórico nacional. Lo particular de este atributo es que, al producir en condiciones naturales diferenciales, capitales de igual magnitud obtienen productividades diferentes. Si a esto sumamos que el precio de las exportaciones lo ponen las peores minas y tierras puestas en producción para el mercado mundial, nos encontramos con que, en determinados períodos, los sectores exportadores perciben de manera sostenida una ganancia extraordinaria que, por su origen, se denomina renta de la tierra[7]. La historia nacional chilena es, vista en su unidad, el modo concreto bajo el cual tiene lugar la lucha por la apropiación de dicha masa de valor extraordinario que se vuelve condición de la reproducción de la valorización que tiene lugar en el espacio nacional.
Dicho de modo muy esquemático y simplificado, entre 1960 y 1970 esta masa de riqueza era apropiada fundamentalmente por el Estado, quien aparecía no sólo como responsable directo de la reproducción de una fuerza de trabajo más o menos homogénea, sino que también del capital nacional. En apariencia, el Estado le parecía disputar lugar al mercado. Pero, después de la transformación de la DIT, esto cambia. El Estado, como representante político general de la acumulación de capital en su conjunto, ya no puede gestionar la unidad de la producción de manera directa. Pero la necesidad crea el órgano. Tiene lugar la emergencia de mecanismos nuevos, indirectos, de reproducción de la fuerza de trabajo nacional y del capital. Junto a la producción directa de una serie de servicios (mercancías)[8] que entran en el consumo de la población obrera más pauperizada, el Estado aparece a cargo de la reproducción nacional de un modo indirecto cediendo el lugar para que el pequeño y no tan pequeño capital medie la reproducción de la clase obrera. Esta descentralización de los procesos de reproducción transforma el vínculo político de la clase obrera con el Estado a la hora de mediar el salario social obrero[9]. Este último ya no pasa fundamentalmente por la mediación de los partidos obreros que, enfrentados con los partidos de los terratenientes y capitalistas, distribuyen el gasto estatal. Ahora, cada aspecto de la reproducción de la vida obrera aparece como un asunto inmediatamente separado, pero sin dejar de estar regulado por el Estado. Por lo tanto, la realización o asignación del gasto no puede obviar enfrentarse a él. A diferencia del ciclo anterior, el enfrentamiento es directo con el representante político del capital social total. La organización obrera que media la obtención del salario social cambia entonces de forma. Ya no es la unidad de la acción sindical que hace a la fuerza de la acción política partidaria. Ahora, cada aspecto separado de la reproducción está mediado por una lucha política específica. En la década de 1990, por ejemplo, esto se expresa en la serie de reformas en educación y las sucesivas expansiones del gasto mediadas por la acción política del movimiento estudiantil. Por otro lado, las luchas por la vivienda aparecen como un atributo propio de “los pobladores”. Y, junto a estas dos formas, tenemos la regulación de la relación laboral como algo competente a los sindicatos. Enfrentado al Estado, organizado de modo parcial, cada órgano de la lucha obrera ve reflejada su dependencia política como un vínculo directo con el Estado independiente respecto de los demás movimientos sociales. Independencia que no sólo lo pone como antagonista del Estado, sino en una relación contradictoria de carácter horizontal con los demás órganos privados de la lucha obrera que reproducen un aspecto parcial de su vida. Es así que proliferan los nuevos movimientos sociales: estudiantes, pobladores, sindicales e incluso mapuches. Estos últimos, en lo ´80 y ´90, empezaran a desarrollar toda una línea independiente de los partidos de izquierda y el movimiento obrero[10]. Junto a estas formas relacionadas con la reproducción inmediata de la vida obrera aparece una conciencia política adecuada que justifica la fragmentación: la “nueva izquierda”. Esta izquierda, como crítica a la tradición partidaria, promoverá de modo más o menos consciente las organizaciones obreras apartidistas como parte de su estrategia de “poder popular” -al menos hasta el 2012- y tendrá un rol importante en el conjunto de luchas reivindicativas.
Ahora bien, en el último ciclo de precios altos, la expansión de la renta impulsa las luchas obreras por la expansión del gasto público, el cual ahora aparece distribuido no sólo bajo la forma de una prestación directa de servicios por parte del Estado a los sectores más pauperizados de la clase obrera, si no también porta parte del salario obrero y parte de la ganancia del capital privado bajo la forma de la “subsidiariedad”. Este cambio en la forma del gasto, que responde la transformación en el modo en que se reproduce la clase obrera, refuerza la acción fragmentaria de la misma. Se multiplica el movimiento social y crece aparentemente la capacidad de lucha. La fragmentación se afirma como la proliferación de la lucha en múltiples sectores, pero sin una coordinación unitaria. Sin embargo, si damos un paso más, no es la voluntad de lucha la que sostiene esta expansión de la lucha política, sino que tal voluntad cobra fuerza como forma del ciclo expansivo. Luego, si consideramos que en la base de la expansión lo que está en juego es ampliar la capacidad del espacio nacional para apropiar renta de la tierra -como base necesaria para la puesta en circulación y reproducción del capital radicado en el espacio nacional- es ella la condición común del conjunto de luchas que median la vida obrera.
Este flujo constante de renta entre 2004 y 2014 permitió una lucha dispersa y fragmentada. Multiplica la lucha por el salario social, crece de manera explosiva el movimiento estudiantil y la expansión de la educación superior sienta las bases para el crecimiento de la lucha feminista. Ahora, en el 2021, con el flujo contrayéndose desde al menos el 2014 (a pesar de mostrar recuperación por el rebote postpandémico) la renta como flujo decrece y aparece mayoritariamente como un stock (ahorro). Este mismo freno en el flujo no sólo dificulta la reproducción de la clase obrera, sino de los capitales que dependen del mismo. El empeoramiento de la vida proletaria que impulsa la lucha tiene como contracara la dificultad de los capitales para valorizarse. Esto se expresa en una suerte de cambio en el equilibrio de fuerzas, donde la clase obrera avanza mientras que el capital se ve obligado a negociar. La serie de huelgas políticas -siendo la huelga general de noviembre de 2019 el punto más álgido- sientan las bases para un nuevo equilibrio entre clases, mientras que el Estado ve crecer su rol en el proceso de reproducción del recorte nacional, lo que pone su gestión como el principal objetivo político del conjunto de las clases en pugna por la renta de la tierra ahorrada. Y es que, como señalamos, en este nuevo momento del ciclo, la renta ya no fluye como antes, sino que está ahorrada bajo una doble forma: por un lado, como fondos soberanos, por otro, como una parte indistinguible de la enorme masa de salario invertido a cargo de las AFPs. En la medida que la disputa por la distribución de ambos stocks pasa directamente por la discreción estatal, el principal escenario de disputa se ha vuelto el Estado, actual sujeto principal en la apropiación y distribución de renta. Este cambio en la relación política que comprende la contracción del flujo de renta y la relevancia que toma la misma como un stock, impulsa, por un lado, al movimiento social a dar un paso en su lucha política, por otro, da un impulso a los partidos de la clase obrera para luchar por los puestos en la gestión directa del Estado. Pero, sin que hayan cambiado las condiciones generales de reproducción del capital social total nacionalmente recortado, la fragmentación no ha podido ser superada, sino que parece ponerse más y más de manifiesto como una intensificación de la competencia no sólo entre capitalistas y obreros, sino también entre partidos y movimientos sociales bajo la forma de una proliferación de los vínculos solidarios pero que se reconocen como independientes entre sí, afirmados como sujetos políticos en su enfrentamiento directo con el Estado y los demás órganos privados por medio de los cuales se reproduce la vida obrera. En su lucha contra el representante político general del capital social total, se les sigue reflejando su carácter inmediatamente político por lo que no hace falta la mediación partidaria más que como una mediación “exterior” de quienes aparecen como gestores directos del aparato estatal, diferentes de tal o cual recorte del movimiento social y con quienes lo parcial tiene una relación contradictoria como momento de la unidad de la reproducción social general. La Convención Constituyente, en ese sentido, es la continuación del modo en que ha tenido lugar la reproducción de la vida obrera, es la unidad del conjunto de sus contradicciones como contradicciones parciales, no su superación.
La fragmentación y la lucha antagónica dentro de la clase obrera.
Con lo anterior hay al menos un piso general para ahondar un poco más en el carácter actualmente fragmentado de la lucha política obrera. Como ya dijimos, estos movimientos sociales parciales, ocupados de algunos aspectos de la reproducción de la clase obrera, no terminan de personificar la unidad general de la reproducción. De ahí que no posean, ni inmediata ni potencialmente, una determinación que es específica del Estado: el ser formas privadas de organización de la vida social cuyo objetivo es la reproducción de las condiciones generales bajo las cuales se reproduce la valorización del capital. Es decir, por su carácter parcial no pueden ser considerados partidos, porque ni en sus acciones ni en su programa están puestos (o no aparecen) una serie de cuestiones que son propias de la gestión del capital social total. Por lo tanto, como organizaciones apartidistas se enfrentan a su propia conciencia político general (Estatal) como algo ajeno, personificado por un cuerpo de funcionarios especializados que se auto perciben -en un momento donde la autopercepción se mistifica como la forma más acabada de lo verdadero- como renovadores de la política. Por un lado, el PC, FA y sus partidos, por otro, las coordinaciones de organizaciones sociales como CF8M y No+AFPs, entre muchas otras. Por la forma de la reproducción de la vida social, la necesidad que determina la existencia de una conciencia que personifique el proceso general de la reproducción aparece como una relación contradictoria entre “el movimiento social” y “los partidos” obreros. Y es que en la medida que dicha organización de la conciencia estatal obrera se presenta como una organización privada (exclusiva de los militantes) no puede sino establecer su unidad con el movimiento social de la única manera bajo la cual los productores privados se pueden poner de manifiesto su propia interdependencia social: enfrentándose de modo antagónico a los demás órganos privados de la vida social. La parcialidad que personifica cada fragmento de organización que conforma el conjunto del movimiento social sólo ve otra parcialidad en las organizaciones partidarias. Parcialidad de estas últimas que aparece en su modo acabado como el ser profesionales de la política o la política como una profesión especial.
El movimiento social que se enfrenta al Estado directamente (y que por lo mismo es un movimiento político, aunque parcial) no tiene ninguna razón específica para ceder su independencia como órgano privado a otro órgano igual de privado. Más todavía si esos otros órganos no son más que la repetición y suma de sus propias demandas junto a la de otros movimientos sociales. Los partidos, al no tener nada específico que reflejar a la clase obrera más allá de lo que ésta ya se indica a sí misma de modo espontáneo, sólo le pueden reflejar la manera enajenada de su interdependencia social organizada de manera consciente como poder del Estado. Dicho de otro modo, la única especificidad que parecen portar los partidos es el carácter enajenado del vínculo político común que media la reproducción del espacio nacional, lo que se choca con la independencia de cualquier movimiento social. Para nosotros, esto muestra que no existe partido que haya puesto sobre la mesa las determinaciones del fragmento nacional en las cuales se establece la unidad de la reproducción de la clase obrera como un momento de lo mundial, es decir, no existe una organización obrera que le refleje al proletariado la conciencia sobre sus propias determinaciones como sujeto transformador. Lo que uno ve, en cambio, es que los partidos elaboran su programa pretendiendo ser calco y copia de la demanda del movimiento social. Esto, visto desde este último, sin reconocer en los partidos más que otro interés particular, no puede ser más que un intento de usufructuar su propio programa. Luego, visto desde los partidos, el límite de los mismos para expresar lo general encontraría su explicación o bien en cuestiones ideológicas o caudillismo, pero no en su programa o el cómo se perciben como un momento de la conciencia obrera. Pero estas diferencias no son sino dos caras de lo mismo. Los partidos son la conciencia política enajenada del propio movimiento social que se afirma como un actor independiente, mientras que el movimiento social le refleja a los partidos la inmediatez de la reproducción y que deben mediar como forma de la conciencia estatal. La izquierda, buscando ser la expresión más fiel del movimiento social, lo que le refleja a este último no es sino su propia fragmentación haciendo del cisma actual algo aparentemente insuperable. Es decir, la izquierda como partido no tiene nada que indicarle a la clase obrera sobre su propia lucha más que su condición fragmentada, por un lado, y lo enajenado de su conciencia política, como Estado, por otro. Todo esto, bajo la forma de una relación antagónica irreductible.
Por lo tanto, más que partidos revolucionarios, nos enfrentamos a partidos u organizaciones apartidistas que agrupan a la vanguardia de la clase obrera bajo la forma de su conciencia “sindical”, “tradeunionista” (a falta de expresiones mejores) o, simplemente, “reformista”. De ahí que la conciencia de la unidad de la lucha obrera, para sí misma, como partidos, radica mistificada en la miseria actual de su reproducción, en la iniciativa capitalista o su mera indignación, pero no en la potencia transformadora de la clase obrera como clase universal. Por lo tanto, el actual programa de la izquierda, como un conjunto de demandas que pasan más por ser expresión de la negociación del valor de la fuerza de trabajo -que comprende la lucha por la reproducción “normal” o igualitaria de la clase obrera- puede ser caracterizado como un programa de meras reformas, sin potencia revolucionaria. En otras palabras, se trata de un programa reformista porque busca enfrentar el deterioro inmediato de las condiciones de reproducción de la especificidad, pero no la especificidad como tal, la que se sigue reproduciendo a sus espaldas bajo la forma de su propia acción inmediata. Por lo tanto, su realización como programa sigue sujeta -se admita o no- al lugar determinado por la DIT, sin que se presente la posibilidad objetiva de superar dicha condición.
Como ya mencionamos, la forma más acabada de lo anterior es el mismo proceso constituyente como el modo unitario de reproducir la fragmentación en una gran negociación de agrupaciones parciales unidas en una contradicción general aparente: por un lado el Estado, considerado como la forma más potente de avanzar en mejorar las condiciones de reproducción, por otro, el mercado. Por un lado “el pueblo”, por otro “la oligarquía”. De un lado “los ricos” de otro “los pobres”. Esto divide el campo político en general y habilita las alianzas particulares entre los diversos partidos y organizaciones apartidistas. Esto, sin lugar a dudas, se replicará dentro de la Convención. Por lo tanto, en la medida que cada aspecto parcial se afirma como tal y en la negociación general no se busca sino lo particular, el conjunto del conflicto no sobrepasa el horizonte de ser un problema distributivo, dejando de lado las determinaciones de la producción de las propias condiciones de existencia de la clase obrera, atribuyéndoselas -idealistamente- a un modelo determinado de política pública. Es decir, se le atribuye a la conciencia determinar las condiciones de producción de sí misma, consagrando la mistificación del propio hacer al ponerse como la conciencia Estatal enfrentada al mercado, como la justicia contra lo injusto y el derecho social contra el consumo individual. En este punto, desde el PC hasta lo que queda del “anarquismo social” tienen acuerdo. En su conjunto, constituyen parte de la conciencia política obrera que reproduce sus propias determinaciones como expresión de la especificidad nacional. Es decir, siguen siendo órganos conscientes de un movimiento que se les escapa y determina de manera inconsciente.
A pesar de su lejanía temporal, el debate Bernstein sobre “reforma o revolución” no pierde actualidad alguna. Esto porque la contradicción que expresa el histórico debate brota de manera espontánea del suelo de la sociedad capitalista. Es la espontaneidad propia de la conciencia del productor de mercancías la que aparece sujeta a la inmediatez de la reproducción y es ella la que se enfrenta a la contradicción de reproducir algo que no es inmediato para ella, pero sin embargo la determina y escapa a su control directo. Es en este sentido y no otro cómo se debe interpretar el debate de Lenin contra la espontaneidad de la conciencia burguesa, más todavía cuando históricamente se ha superado la producción “exterior” de la conciencia científica socialista y la clase obrera se haya echada a la suerte de sus propios medios.
El límite inmanente del reformismo
Esta cuestión de actuar de espaldas a la propia relación social pone otra determinación más en el debate y sobre las propias expectativas de la izquierda. Y es que al hacer algo que no sabe qué hace, la conciencia política que se detiene en su determinación parcial es un límite a la realización de su propio programa. Dicho de otra forma, este límite interno de la conciencia reformista pone en entredicho la misma realización de sus objetivos. Lo que deja abierta la pregunta sobre su potencia real o qué expresa realmente como conjunto de luchas parciales. Algo que no aparece en los diagnósticos de la izquierda. Y es que por más que se grite sin duda alguna que hay “un cambio en las condiciones objetivas”, da la impresión de que dicha inferencia sólo parte de fenómenos superficiales mostrando un límite a la hora de determinar con precisión de qué objetividad se trata y a qué proceso de transformación nos enfrentamos cuando vemos los cursos de la actual lucha obrera. Siendo reflejo de su propia indeterminación, la conciencia que rasga vestiduras en nombre de la unidad se magnifica a sí misma como mártir gracias al eco que emerge de su propia falta de contenido, sin ser otra cosa que un llamado impotente.
El problema de la izquierda no es ni su moral o su falta de generosidad (como si en la competencia política eso existiese), ni su oportunismo de gobernar a toda costa o su “principismo” que se niega a personificar algo más que su beatitud. El problema de la izquierda es que no puede ofrecer o reflejar nada que ya no tenga el mismo “movimiento social”, salvo su determinación por representarlo en la convención constituyente u ocupar puestos estatales que se riñen con la desconfianza de quien dice representar. Viéndose a sí misma como un reflejo, la conciencia política partidaria no puede distinguir su propia especificidad. De ahí la duplicación de la conciencia política como movimiento de “los independientes” en tanto representación directa del movimiento social en la convención constituyente -también plagado de contradicciones internas- y el “carrerismo” (bien o mal intencionado) de los nuevos aspirantes a la gestión estatal. Ambas formas de la conciencia política son vistas con desconfianza por el movimiento social. Ya sea por la diferencia que supone la representación de su propio interés en la Convención o por ver sólo la repetición acrítica de su propio programa por alguien que, como ya dijimos, le es inmediatamente ajeno.
Repitiendo lo que ya señalamos, los partidos sólo reproducen lo que ya dice el movimiento social, por lo que solo pueden generar la sospecha de “sustitucionismo” o simple oportunismo ante lo cual el movimiento social opta por encarar de manera “independiente” la Convención Constituyente, metiendo dentro suyo la contradicción que supone la forma Estatal de organizar la vida social, reforzando el apartidismo. Paradójicamente, el cisma entre la clase obrera y sus partidos y representantes constituyentes brota más de su identificación programática que de su diferencia, al mismo tiempo que su diferencia no es sino el modo de la unidad del proceso de reproducción. La forma enajenada de establecer la unidad de su relación social general. Ante la igualdad formal del programa sólo puede reforzarse la diferencia real que supone la especificidad de los partidos y los dirigentes en la división social del trabajo, mediada por el carácter privado bajo el cual tiene lugar la organización de la lucha obrera. Especialización y diferencia que está a la base de la relación antagónica entre el interés parcial (expresado en el movimiento social) y el general o estatal (portada en los partidos). Visto desde el conjunto de la reproducción social, partidos y movimientos sociales no son sino una unidad contradictoria.
Es claro para cualquier comunista -adjetivo que le cabe a todo militante que busca poner de manifiesto el interés general de la clase obrera en cada acción inmediata- que la revolución proletaria será obra de la acción de los obreros mismos. Pero, los comunistas, como parte del movimiento obrero, como los obreros conscientes de su interés general ¿tienen algo que enseñar a la revolución? Esto que era un problema para Lenin en 1905 (Lenin, 14)[11] sigue siendo el principal problema de las organizaciones obreras que se dicen (cada vez menos) revolucionarias y se han mimetizado con las organizaciones espontáneas de la clase obrera. Después de casi 30 años de haber invertido la relación, de poner la acción militante como una que se deriva del mero reflejo del quehacer inmediato de la clase obrera, hace falta una nueva inversión, donde la acción política comunista le refleje al resto del movimiento obrero no lo que ya hace, sino el por qué lo hace, por dónde pasa la unidad de su acción fragmentada, de dónde saca sus fuerzas, dónde reside su potencia política transformadora y la necesidad de devenir Estado sin compartir el poder con otras clases. Es decir, volviendo consciente la necesidad y escala bajo la cual puede imponer su dictadura. Este conjunto de elementos son la clave de cualquier programa político revolucionario, por ende, punto de partida de la organización de la acción política de cualquier partido comunista que busque transformar la especificidad nacional y no sólo reproducirla creyendo que la transforma.
Para concluir
Para cerrar, de contestarnos la pregunta inicial sobre el origen del carácter fragmentado de la lucha obrera parece desprenderse un escenario más bien desfavorable, sin que ello signifique una derrota total. Si bien no es inverosímil avanzar en una aparente mejora sustancial de al menos un sector de la clase obrera, cualquier acción política que no tenga por delante la unidad específica de la reproducción del recorte nacional -es decir, a la renta de la tierra- sólo tendrá la potencia hipotética de asegurar en el nuevo ciclo conservar o mejorar relativamente la reproducción de la vida a cierta porción de clase obrera como parte de un proceso más general que todavía queda por clarificar. Por lo que cualquier cosa que se proyecte a futuro no deja de ser mera especulación sobre las potencialidades reales que aún no son puestas de manifiesto. Pero, con lo poco que tenemos para decir, estamos seguros que sin haber reconocido la base material de dicha reproducción es probable que todos los intentos -junto a los llamados vacíos de unidad de tanto bien intencionado- se choquen con el límite objetivo del propio espacio nacional para avanzar en una reproducción más o menos homogénea de ciertos atributos universales de la clase obrera y que obliguen al capital a realizar su misión histórica, condenando así la lucha obrera a la reproducción de su propia miseria.
Como ya mencionamos, al no reconocer la unidad de la lucha obrera como forma de su propia base material, su unificación no pasará de ser la reacción a la unidad de los capitalistas. El grueso de las alianzas tendrá como objetivo “frenar a la derecha” quién se resistirá, quizás, a ceder en ciertos derechos sociales, los que sólo podrán tener lugar como resultado de una alianza entre diversos partidos de clase obrera, los que van desde el PS al PC, pasando por las expresiones políticas de la “nueva izquierda” y sus organizaciones apartidistas. Encarada así la unidad de la clase obrera, como una reacción a la unidad de ciertos capitalistas, las elecciones venideras, así como el proceso de reforma constitucional, tendrán como eje la negociación transversal con lo más retrógrado de la burocracia partidista obrera bajo el aparente cuidado de no mimetizarse formalmente. En la práctica, nos enfrentaremos a una nueva alianza política entre diversos fragmentos de la clase obrera cuya debilidad los obligará a negociar con los representantes de los capitalistas (nacionales y extranjeros) y la burocracia estatal la reproducción de lo existente que opera a sus espaldas. Es decir, la izquierda estará obligada a darle curso a la transformación inconsciente del espacio nacional como órgano de la acumulación mundial a partir de su acción consciente. Es obvio que el resultado de esa negociación no será ni el programa de la izquierda realizado ni el avasallamiento de la derecha, sino que tendrá lugar, finalmente, como la reproducción de una necesidad social que se mostrará como ajena a los intereses inmediatos de ambos polos de la contradicción aparente Estado-mercado. Pero al final, es el capital, como sujeto automático a cargo de reproducir la vida humana el que se impondrá con la férrea necesidad de su ley, exactamente igual a cómo se imponen las fuerzas de la naturaleza: de modo ciego, violento, destructor (Marx & Engels 138)[12].
Para nosotros, la urgencia no es la abstracta unidad política como un reflejo a la iniciativa capitalista, sino la búsqueda de la unidad real -material- del conjunto de la clase obrera. La que no puede buscarse sino en la unidad del proceso de vida social. Unidad que hoy pasa, querámoslo o no, por reconocer el rol de la renta de la tierra en la reproducción del espacio nacional y cómo ésta determina lo específico de aquello que se reproduce así recortado como momento de la unidad mundial. Esto, por muy “simplificador” que suene, es el único punto de partida materialista correcto para el desarrollo de una acción política obrera de carácter conscientemente transformador, o sea, revolucionaria. En el intertanto, cualquier esfuerzo por preservar y mejorar la vida de la clase obrera no debe ser desestimado, pero se le debe tomar sin ilusiones, reconociendo el límite objetivo que porta el espacio nacional. Y es que la renta ahorrada, si bien pone delante un potencial ciclo de reformas, estas se montan sobre la constante expansión del capital ficticio global[13] y la continua expansión de la productividad del trabajo social, lo que ensancha la brecha de productividad que separa a Chile de la productividad social media. Esto obligará al capital que se valoriza en el espacio nacional a buscar fuentes de ingresos extraordinarios en competencia con el capital extranjero que buscará recuperar la porción de plusvalía cedida como renta de la tierra. Esto puede significar avanzar socavando la misma base natural a partir de la cual fluye la renta diferencial o incluso sobre la misma vida de una porción de la clase obrera. Ahora bien, esta continua expansión de la brecha de productividad -que tiene lugar a espaldas de la izquierda y la clase obrera- pondrá en juego las formas de la reproducción que determine la lucha dentro de la Convención Constitucional en curso, poniendo, otra vez más, la urgencia de una acción política centralizada portadora de una potencia mayor que la presente, capaz de cuestionar la actual escala de la reproducción. En otras palabras, volviendo a poner sobre la mesa la necesidad de avanzar en el dominio de las propias fuerzas sociales que se imponen como una fuerza natural. Y es que como dice Engels, mientras nos resistamos obstinadamente a comprender la naturaleza y carácter de nuestra propia relación social -y a esta comprensión se oponen el modo capitalista de producción y sus defensores-, estas fuerzas actuarán a pesar de nosotros, contra nosotros, nos dominarán (Marx & Engels 139)[14] y el ideal correctivo que espera imponer la izquierda se mostrará, en el futuro, como lo que es: una sombra embellecida de esta misma sociedad.
[1] https://www.revistarosa.cl/2021/03/01/elecciones-2021-el-dia-d/
[2] Marx, K., Engels, F., La ideología alemana: crítica de la novísima filosofía alemana en las personas de sus representantes Feuerbach, B. Bauer y Stirner y del socialismo alemán en las de sus diferentes profetas (Montevideo: Ediciones Pueblo Unido, 1968), 26.
[3] Quien más claramente personifica este tipo de interpretación es David Harvey. Ver, por ejemplo, su conocida “Breve historia del neoliberalismo” donde Chile es un caso ejemplar.
[4] Dichos trabajos se pueden encontrar en el sitio del Centro: https://cicpint.org/es/inicio/
[5] Sobre este tema se puede consultar Charnock, G., Starosta, G. (2016). “Introduction: The new international division of labour and the critique of political economy today”, The New International Division of Labour, London: Palgrave Macmillan), pp. 1-22
[6] La izquierda nacional (ahora “plurinacional”) suele referirse al proceso de transformación del entramado industrial como si se tratara de un proceso de desindustrialización. Lo que pasa efectivamente es una transformación del sector industrial, donde retroceden los sectores que no pueden competir con las importaciones y crecen otras asociadas a las exportaciones junto a la producción de no transables. El mejor ejemplo es quizás la conversión de la industria metal mecánica, la que pasó de reducirse en términos absolutos a crecer puesta al servicio de las ramas exportadoras.
[7] Sobre esto ver Iñigo Carrera, La renta de la tierra. Formas, fuentes y apropiación (Buenos Aires: Imago Mundi, 2017).
[8] Aunque a los apologetas y mistificadores del Estado les moleste, las prestaciones estatales, aunque aseguradas por derecho, no dejan de ser mercancías o “bienes de consumo”. Al no perder el carácter privado de su producción, es decir, por ser producidos sin que los demás productores (privados) intervengan en la organización y realización del proceso, los productos del trabajo estatal toman, necesariamente, la forma de mercancías.
[9] Por salario social entendemos el conjunto de prestaciones o pago parcial de prestaciones que entran en la canasta obrera y son pagadas parcialmente o producidas directamente por el Estado.
[10] Los trabajos de José Bengoa son muy ilustrativos al respecto.
[11] V. I. Lenin, “Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática”, Obras completas, (Buenos Aires: Editorial Cartago), 14.
[12] Engels, F., “Del socialismo utópico al socialismo científico”, Obras escogidas en dos tomos (Moscú: Ediciones en lenguas extranjeras, 1952), 138.
[13] Sobre este tema se puede consultar Lewinger, A. (2012). Guerra cambiaria ¿Falla de coordinación o forma concreta de una crisis de sobreproducción general capitalista? (en colaboración con Straffela, M., & Iannuzzi, P.) Razón y Revolución, (23), 7-27
[14] Engels, F., Op Cit.
Gabriel Rivas
Doctorando en Ciencias Sociales en la Universidad de Buenos Aires y miembro del Centro para la Investigación como Crítica Práctica (CICP).
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