Tomar este cambio en las y los jóvenes, de creciente exasperación frente a las frustraciones cotidianas, debe conducir a la estabilidad de una coalición de clase que politice la rabia. Estamos plagados de desigualdad como millennials, por lo que la lucha por la vida nos equipara. En consecuencia, no podemos dar chance a invisibilizar la Convención pensándola en abstracto y no en concreto, permitiendo que se limite la participación masiva y que se provoque una clausura de la posibilidad de cambio reafirmado un Estado austero.
por Rodrigo Muñoz Baeza
Imagen / Italia, 1980s, Tano D’Amico.
Si bien los datos oficiales recién serán entregados en unos meses por el Servicio Electoral, uno de los temas que saltó a la vista en el plebiscito fue la sorprendente participación de jóvenes a simple vista en las filas de votación. En el total, nunca habían votado tantos, pese a lo cual la cantidad de personas en las urnas sólo subió 2% respecto de la última presidencial.
De acuerdo a análisis preliminares de Unholster[1], los menores de 30 años habrían subido casi 20% su votación con respecto a la presidencial de 2017, alcanzando un 55%, rompiendo con la tendencia durante las últimas tres décadas. Esto contrasta con los mayores de 70 años, donde el descenso en la participación fue significativo: de 57% a 29% en el mismo período, es decir, casi la mitad, teniendo en cuenta el efecto de la pandemia y las condiciones sociales excepcionales.
Estos datos son importantes, pensando en la secuencia de elecciones que viene en el 2021, sobre todo porque la intención de voto, según esta firma de data science, fue distinta entre los grupos de jóvenes y los grupos de personas mayores: si entre los votantes menores de 30 años la proporción es del 81% a favor del Apruebo y del 19% por el Rechazo, entre los mayores de 70 años esa diferencia es del 52% para la primera opción y del 48% para la segunda.
En este caso, no es tan sólo una repentina polarización juvenil, sino que pareciera dar cuenta de la construcción de una identidad cultural diferenciada. Las generaciones no son exclusivamente un dato demográfico, sino que son la reunión de distintos factores en la aceleración del ritmo de las transformaciones sociales y acontecimientos históricos realmente sísmicos, como respectivamente Mannheim[2] y Badiou[3] lo señalan.
Esa grieta generacional que se ha abierto velozmente es fruto de varias revueltas sucesivas desde el movimiento pingüino de 2006, imbricada con una perspectiva de clase, como señala Milburn[4] mirando la situación en Gran Bretaña.
Esto se refuerza con lo que indicaban las investigaciones sobre jóvenes y política previas a ese hecho. En 1997, el porcentaje de jóvenes que se identificaba con alguna tendencia era de 70,7%, mientras que quienes se identifican con algún conglomerado de la época era de 56%, a pesar de la manida creencia del desinterés[5].
Podríamos plantear que la edad es una línea divisoria de la política chilena. De esa forma, en períodos de calma, las y los jóvenes heredan la visión del mundo existente. Cuando esa calma se altera, se genera la fractura, expresándose en esquemas políticos diferentes. La generación como categoría cohesionada se produce a raíz de cambios históricos rápidos, que quiebran la producción de sentido en una sociedad, aunque la falta de experiencia nos hace potencialmente moldeables, a diferencia de nuestros padres que ya tienen un marco conceptual construido.
Ahora, Chile en ese sentido no es una excepción, sino que sigue lo que ha ocurrido en los últimos años con el laborismo de Corbyn, el surgimiento de Podemos o Syriza, la primavera árabe, y el fenómeno de Bernie Sanders. ¿Esto significa que los jóvenes son inherentemente progresistas y los viejos incurables conservadores? Nada más alejado, pero sí que se inician manifestaciones reales que van tomando camino dependiendo del contexto dominante.
En este caso, a nivel global, cuando evaluamos la crisis financiera de 2008 y las medidas de austeridad que emanan de ella, hay razones evidentes para explicar por qué estos hechos produjeron una tendencia hacia la izquierda entre adolescentes.
A su vez, a nivel local, ese momento va a surgir del producto del estallido social de 2019, como epítome de las luchas sin respuestas de la institucionalidad protagonizadas por el movimiento estudiantil, No+AFP, el feminismo, el cambio climático y las problemáticas regionales; como también el derrumbe de las posibilidades vitales con la crisis de la vivienda, la deuda de los préstamos estudiantiles y la precarización del mercado del trabajo.
Es ese momento que se fracturó el orden neoliberal, se convocó a nuevos sujetos y nuevas verdades, sobrepasando el peso de la noche concertacionista. Se expuso la injusticia sistemática y se le dio fuerzas a la juventud para reaccionar en contra de ella. Esta generación, sin necesariamente tener un prisma interpretativo claro -de allí la diversidad y contradicción-, era la única que estaba en posición de responder a la promoción del vaciamiento del empoderamiento colectivo de la postdictadura.
De algún modo, esto expresa que el modelo de individualismo basado en la propiedad privada es incompatible con el horizonte emergente de posibilidades comunitarias, sin embargo, es difícil determinar hasta qué punto es efectivamente contradictorio con el capitalismo mismo en el desapego juvenil de la aceptación noventera. En esto hay que ser sincero: la desafección al orden imperante carece de una alternativa contracultural, que fácilmente puede devenir en crear discursos individuales en lugar de narrativas colectivas, tales como tener una imagen favorable del socialismo y al mismo tiempo sostener que el sustento debe depender de las propias personas, premiándose el esfuerzo individual[6].
Indubitablemente queda el reto de cómo transformar esta energía en una ética anticapitalista y más aún, vincular con los sectores de más edad ese ethos. Por un lado, la producción de una subjetividad estable y postneoliberal es un desafío, y por otro, la concepción actual de la condición adulta está emparentada íntimamente con la propiedad privada, de uno mismo y de un hogar.
Como señala Muñoz Tamayo[7], se trata de caracterizar en ésta lo que ya ha ocurrido con otras generaciones. Así como en la década del 60’ se apeló a la patria joven y al poder popular como renovación del discurso de la izquierda y el centro, a la par de una valorización de la política como algo identitario en la socialización colectiva; en los 70’ y 80’ se rompió con esto, al satanizar Pinochet la política, la proscripción de los partidos, restándole peso a la conducción del Estado en la medida que se cedió espacio al mercado y se proyectaba la unidad nacional como deber ser.
Sólo en la parte tardía de ese decenio se repolitizó la sociedad con el eje dictadura-democracia, aunque de manera truncada, toda vez que la transición dejó sin abordar esa conflictividad social, con los partidos tomando como objetivo revertir los enclaves autoritarios del régimen militar. Los 90’, por ende, tuvieron a una generación de creciente desinterés en la participación política, a la par de una política que se vaciaba de conflictos.
En ese sentido, a contrario sensu de lo que propone parte de la izquierda radical, el proceso constituyente y el acuerdo que lo funda debe ser considerado tal como Marx y Engels vieron las revoluciones agrícolas o el libre comercio: “como un avance burgués progresista que, a pesar de todos sus costes históricos, ofrecía un mejor terreno sobre el que la izquierda podría luchar contra un adversario histórico”[8].
Tomar este cambio en las y los jóvenes, de creciente exasperación frente a las frustraciones cotidianas, debe conducir a la estabilidad de una coalición de clase que politice la rabia. Estamos plagados de desigualdad como millennials, por lo que la lucha por la vida nos equipara. En consecuencia, no podemos dar chance a invisibilizar la Convención pensándola en abstracto y no en concreto, permitiendo que se limite la participación masiva y que se provoque una clausura de la posibilidad de cambio reafirmado un Estado austero.
Esto tiene especial cuidado tomando la teoría de composición de clase de Tronti[9]: la actividad frenética de 2019 de los cabildos territoriales le dio a esta generación una contextura política que le faltaba, esto es, métodos y modalidades afinados a través de la lucha para superar los escenarios negativos como la falta de perspectivas y la pauperización del crédito. De alguna manera, luego de esta experiencia, ya no podemos argüir la inocencia para dejar pasar momentos.
Todos estos son rasgos comunes muestran un proceso de construcción generacional, que se comparte con otras latitudes, centrados en la deliberación en asambleas, toma de decisiones por consenso, trabajo concreto en la comuna y organización social por fuera de los partidos -no por ello apolítica, sino más bien contraposición al electoralismo de las últimas décadas-. Recurriendo nuevamente a Milburn, la edad se transforma en un modo para experimentar la clase, creando una unidad generacional que se conecta de manera interna y eventualmente tiene un giro electoral.
En definitiva, la tarea sustantiva es convertir la desposesión característica de esta generación, por un modo de vida basado en los comunes: solidaridad intergeneracional con las clases proletarizadas, vivienda comunitaria, redes de apoyo paraestatales, espacios digitales más allá de las grandes compañías, creación colectiva, cooperativismo, reivindicación de la autonomía social, prácticas colectivas de cuidado, en fin, la amplitud de la capacidad de actuar cohesionadamente, rompiendo con la condición adulta, la explotación y la obligación de competir.
[1] https://www.latercera.com/nacional/noticia/mas-jovenes-y-menos-adultos-mayores-los-patrones-de-participacion-en-el-plebiscito/DQWIICSQIBAS3A2YPWSAUCIPA4/
[2] Mannheim, Karl. “El problema de las generaciones”. En: Revista Española de Investigaciones Sociológicas, N°62. Madrid, 1993.
[3] Camargo, Ricardo. “Revolución, acontecimiento y teoría del acto. Arendt, Badiou y Zizek”. En: Revista Ideas y Valores, N°144. Bogotá, 2010.
[4] Milburn, Keir. “Generation left”. Cambridge, Polity Press. Cambridge, 2019.
[5] Instituto Nacional de la Juventud. “Los jóvenes en los noventas: el rostro de los nuevos ciudadanos”. Editorial CIDPA. Santiago, 1999.
[6] Cox, Loreto. “Juventud y política a 30 años del Plebiscito”. En: Revista Puntos de Referencia N°497. Centro de Estudios Públicos. Santiago, 2018.
[7] Muñoz Tamayo, Víctor. “Juventud y política en Chile. Hacia un enfoque generacional”. En: Revista Última Década, vol. 19, N°35. Santiago, 2011.
[8] Nairm, Tom. “British Nationalism and the EEC”. En: New Left Review N°1/75. Londres, 1972.
[9] Modonesi, Massimo. “Teoría y praxis. La experiencia del obrerismo italiano”. En: Revista Bajo el Volcán, vol. 5, N°9. Puebla, 2005.
Rodrigo Muñoz B.
Vicepresidente de la Juventud Socialista de Chile, abogado.