Notas sobre medios, izquierdas y ese lugar mítico llamado el mercado…

No es posible sostener un medio con la fórmula de “una oferta atractiva para la demanda”. Una verdad dura es que no se puede competir contra el duopolio en el mercado, porque ese mercado no existe. En la teoría, no es la venta de contenidos de donde sale el gran bolsón de dinero que sostiene a un medio, sino que el negocio está en conseguir avisaje. Eso puede ser real en pequeñas comunidades y en las mentes de la fanaticada neoliberal, pero si se habla de sostener grandes medios de alcance nacional, la venta del avisaje no es un mercado. No es posible imaginar que medios que se declaren explícitamente independientes del gran empresariado, consigan por el simple gesto de la “mano invisible” un avisaje similar al del dupolio. El mercado del avisaje millonario, realmente, no es sino la forma legal del compromiso político de las clases propietarias y la necesidad política de que existan medios de prensa afín a su discurso. Compromiso, reiteramos, que está en crisis. Es a estas alturas urgente desmontar la idea de que un “bien pensado” acceso al mercado del avisaje es lo que ha faltado como base para la existencia de medios “competitivos” en una sociedad democrática, y, en ella, para la lucha política de izquierdas. Buscar vencer en el mercado de los medios es una trampa mental, es jugar con dados cargados.

por Luis Thielemann H.

Imagen / Trabajadores de la Editorial Atlántida se movilizan contra los despidos, 24 de abril 1997. Fuente.


El producto de las universidades es el «conocimiento»; el de los periódicos, la «información». En ambos casos parece que el único medio de financiación es el mecenazgo, con el regreso que ello supone a una noción de privilegio nobiliario. Esto implica que el conocimiento, al igual que la información, serán cada vez más de acceso reservado a los nuevos señores feudales. Dentro de este nuevo orden va tomando forma la idea de que el funcionamiento de nuestra sociedad no requiere de la existencia de un estrato muy amplio de sujetos bien preparados e informados, sino que, más bien, el conocimiento y la información pueden producirse y diseminarse solo para los (pocos) beneficiarios del circuito económico. La opinión pública, por lo tanto, es prescindible. Este desenlace no deja de ser paradójico, en una época que canta las loas a la democracia digital desde abajo, mientras Internet nos confunde con su circulación de ideas verdaderamente febriles.

Marco D’Eramo, 2018.

I

El 28 de octubre de 2019 fue uno de los últimos intentos del holding COPESA, a través de La Tercera, por incidir mediáticamente y a lo grande en la política local. A diez días de comenzada la revuelta del 18 de octubre, el matutino acusaba a un agente de inteligencia, a la vez cubano y venezolano, de ser responsable de los ataques a las estaciones del Metro. La burda exageración sobre lo que ya era notoriamente una  noticia falsa con evidentes  intenciones políticas (la vieja e inútil manía de acusar a toda movilización social de ser un teatro planificado en el Caribe), fue percibida de inmediato por la lectoría como un desborde al ridículo. Nadie podía creer aquello. Ese día, además de la vergüenza, el sentimiento entre los poderosos de COPESA (y los políticos y empresarios con línea directa) debe haber ido un poco más allá. A la luz de lo ocurrido la semana recién pasada, es probable que hayan empezado a aquilatar lo políticamente inútil que se había vuelto el objetivo perseguido y sostenido por décadas: el duopolio (junto a su hermano gemelo más tradicional, El Mercurio) de la prensa escrita en Chile.

La imparable tendencia a la jibarización y desaparición de medios de prensa en Chile, tal vez una de las más notorias enseñas de la sobreideologización neoliberal de “los 30 años” y su objetivo de reducir a cada ciudadano en un deudor, no ha sido otra cosa que un camino de suicidio de la política liberal. En el fondo, es una decisión enajenada del sentido que tiene la existencia de la prensa, también para el empresariado, en la lucha de clases realmente existente. Es propio de una tendencia clara al rechazo y pérdida de fe en la política democrática, pública, de las elites empresariales en Chile. El pinochetismo atávico de la oligarquía local las hace abandonar las armas de la política civilizada, al mismo tiempo que piden más policías, más castigos, más armas. ¿De qué sirve la comunicación política de masas dentro del juego democrático a una elite que ha ido renunciando a la política y a la democracia, y más allá, a siquiera considerar a esas masas?

 

II

Pero no sólo han caído los medios del gran empresariado. Ese es solo un gesto de coherencia final de la ultra del neoliberalismo. Antes habían partido por el enemigo. Primero fue la aniquilación, con saqueo de capital y maquinarias de por medio, de la gran prensa de izquierda en 1973. Luego de ese breve reverdecer de la década de 1980, casi toda aquella prensa escrita que nació para enfrentarse al duopolio mediático, desde la Dictadura y hasta el presente, ha desaparecido. Ya es un lugar común referirse a la destrucción de diarios como Fortín Mapocho, La Época, y las revistas políticas como Análisis, Apsi, Hoy, entre otras. Pero también se aceptó pasivamente, como bien indica Matamala, que el dueño de todo cerrara el último medio de prensa público del país, La Nación. Los diarios de partido, como El Siglo, son hoy poco más que una minuta para la militancia sin incidencia política de masas. The Clinic, una diferencia en sí, hoy es un medio desdibujado que a veces sorprende con entrevistas, pero que en general se ha volcado a la reproducción de memes. Con la era digital se pensó que sería más fácil. Nació una pequeña miríada de medios progresistas o, por lo menos, de oposición. Entre ellos destacaron, en especial en el quinquenio 2006-2011, El Ciudadano, El Dínamo, Sentidos Comunes, El Desconcierto y recientemente, el malogrado, La Voz de los que Sobran, se sumaron a un campo en que solo existía El Mostrador como alternativa nacional a Copesa y El Mercurio S.A.. Hoy, de ellos, la mayoría desapareció, y los que quedan deambulan en la intrascendencia o se derechizaron en búsqueda de dinero fresco. Otros desaparecieron cuando sus equipos o parte de ellos creyeron que eran especiales, y terminaron vendiendo sobremesas como seminarios, o a sí mismos en tanto vanguardia desechable. Al final, en su mayoría terminan derrotados en la imposible ecuación entre el periodismo crítico profesional y su sustentación económica. Ya no es posible mantenerse con lo poco que da vender papel impreso o contenidos digitales cerrados; y el avisaje es prácticamente inexistente y copado por megaempresas digitales.

 

III

Ante eso, el llanto liberal y progresista, el sollozo gremial que reclama por la urgencia, por lo necesario de una gran prensa para una democracia que languidece. Pero no hay más plan que imaginar un idealizado retorno al siglo XX. Tal vez, no solo el retorno es imposible. Puede que ese pasado nunca haya sido real. La discusión sobre la prensa está encerrada por una premisa ficticia: la prensa es libre en la medida que se sostiene en el mercado, y así era en el siglo pasado. No sólo liberales, incluso personas progresistas creen aquello, en la medida que imaginan que si la gente apoyara más a un medio comprando sus contenidos -impresos, audiovisuales o lo que sea- habría más y mejores medios. Eso es falso, y siempre lo fue. Escasos ejemplos dan cuenta de medios que se sostuvieron por más de un tiempo de euforia de un campo, simplemente vendiendo ejemplares. En la mayoría de los casos eran medios subsidiados. Los medios grandes y que existen profesionalmente y sobreviven la crisis profunda que vive el campo actualmente, no lo hacen porque su negocio funcione. Por el contrario, les va tan mal como a todos. Si sobreviven, es porque sirven políticamente a una o a varias clases, las que disponen su dinero para sostener al medio.

En ese sentido, quienes busquen formas de reconstruir un campo de medios progresistas que dé pelea en las comunicaciones, debe plantearse desde un paradigma que no busque el éxito de mercado. No es posible sostener un medio con la fórmula de “una oferta atractiva para la demanda”. Una verdad dura es que no se puede competir contra el duopolio en el mercado, porque ese mercado no existe. En la teoría, no es la venta de contenidos de donde sale el gran bolsón de dinero que sostiene a un medio, sino que el negocio está en conseguir avisaje. Eso puede ser real en pequeñas comunidades y en las mentes de la fanaticada neoliberal, pero si se habla de sostener grandes medios de alcance nacional, la venta del avisaje no es un mercado. No es posible imaginar que medios que se declaren explícitamente independientes del gran empresariado, consigan por el simple gesto de la “mano invisible” un avisaje similar al del duopolio. El mercado del avisaje millonario, realmente, no es sino la forma legal del compromiso político de las clases propietarias y la necesidad política de que existan medios de prensa afín a su discurso. Compromiso, reiteramos, que está en crisis.

Es a estas alturas urgente desmontar la idea de que un “bien pensado” acceso al mercado del avisaje es lo que ha faltado como base para la existencia de medios “competitivos” en una sociedad democrática, y, en ella, para la lucha política de izquierdas. Buscar vencer en el mercado de los medios es una trampa mental, es jugar con dados cargados.

 

IV

Sin duda el objetivo estratégico debe ser una Ley de Medios que obligue a las grandes empresas y al Estado a subsidiar, sin dirigir, medios de prensa independientes y críticos, que no dependan de la voluntad de los patrones de fundo para seguir existiendo. Pero, en la urgencia actual, se debe pensar otra forma de sostener medios mientras no exista una legislación que habilite otra realidad en las comunicaciones. La base humana para construirlos es enorme, es la generación más educada de la historia y con más recursos para producir contenidos, y con más experiencia en ello. Además, hay referentes del periodismo crítico en Chile que pueden asumir su dirección para referenciarlos.

Varias ideas se pueden plantear para sostener un medio, con sueldos dignos y derechos laborales, que produzca a un nivel profesional y que generen incidencia política de masas. Ambas dispuestas a producir ganancias, pero asumiendo la imposible sustentación en el mercado. Un medio que decida anclarse en el campo progresista y democrático en Chile, debería ser capaz de sostenerse por esa comunidad, a través de eventos masivos explícitamente convocados para la recaudación de fondos, y que funcionarían a manera de compromiso de masas. También podría llamar a campañas de donaciones y otros medios de conseguir el sostén directo de la comunidad en que se asienta. Por otra parte, las organizaciones sociales y políticas progresistas y de izquierda, que dependen de la existencia de una prensa libre y crítica, deberían abandonar el ya anticuado e inútil “órgano oficial”, y decidirse a apoyar monetariamente y sin exigencias editoriales, plataformas de medios independientes.

Así, mientras no exista una Ley de Medios, y para sostener los mínimos pilares de una politización en pos de la democratización, es necesario sostener con voluntad y sin esperar ganancias directas -ya sea en dinero, en puntos de encuesta o en votos- plataformas de medios de comunicación independientes del duopolio y críticos del neoliberalismo. Es necesario producir un “cordón sanitario” en torno al o a los medios que se creen, para evitar su pérdida de mínima independencia profesional; y, a la vez, convertir este en un referente moral de la comunicación pública al constreñirse a líneas políticas explícitas. Sin ese brazo comunicacional de la política, difícilmente el bando de izquierda y progresista podrá empujar la democratización del país, y el necesario arrinconamiento de la iniciativa neoliberal. Sin ese instrumento, difícilmente se podrá dar una pelea de importancia.

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Historiador, académico y parte del Comité Editor de revista ROSA.