La pandemia revela nuestra encrucijada planetaria. Frente al caos de crisis superpuestas, en varios relatos parece emerger la idea del estado de naturaleza, y en esa clave lo más probable como perspectiva de futuro sería la profundización de la siniestra revelación hobbesiana concomitante al Covid-19: desigualdades crecientes combinadas con más autoritarismo, profundización de la guerra contra la población, y destrucción de lo que erróneamente llamamos naturaleza o medio ambiente. Otra forma, spinoziana, sería seguir el sentido etimológico de catástrofe (final repentino o punto de inflexión importante) del virus llamado capitalismo, entendiendo este sistema como la propia patología que provoca que las personas se enfermen. Y solo podrá ser un gran punto de inflexión si se enfrenta con organización, creación y experimentación.
por Jean Tible
Imagen / De la serie Memorias de Chile, 2020, Magdalena Jordán.
Revelación
El movimiento revolucionario siempre ha deseado un apocalipsis como fin de los tiempos y comienzo de otros nuevos. Los socios Marx y Engels vibraban con los anuncios de una crisis económica fatal para el capitalismo y la hecatombe redentora que advendría. La fuerza profética y las trágicas experiencias del siglo pasado nos colocan en esta situación paradójica, en la que nunca fue tan necesaria una transformación radical frente a este presente absurdo y sin sentido, en esta época de múltiples crisis acopladas y colapsos articulados. Pero el movimiento, sin embargo, se atasca.
Otras profecías venían anunciando otro fin del mundo, desde la magnífica A queda do céu de Davi Kopenawa y Bruce Albert[1] hasta eventos del año pasado como el siniestro “día del fuego” en la Amazonía brasileña o el inmenso incendio en Australia, que afectó directamente a un cuarto de su población. Son tantos los cataclismos recientes que parecían mostrarnos el final de una era: la explosión de los reactores de Chernobyl, Fukushima, el desastre industrial de Bophal, el colapso del Rana Plaza, el huracán Katrina devastando la pobre y negra Nueva Orleans, Mariana, Brumadinho, y Belo Monte en Brasil. En un arco más amplio, el etnocidio de los pueblos amerindios, la esclavitud de los pueblos africanos, y tantos otros genocídios. “La fuerza radical de la Negridade reside en el giro del pensamiento; conocer y estudiar conducido por la Negridade presagia el fin del mundo tal como lo conocemos”[2].
En sus orígenes griegos, apocalipsis significa des-vendara, des-cubrir, revelar. ¿Qué nos dice la pandemia?
La miseria de nuestras relaciones sociales, con sus aberrantes desigualdades. Los ancianos mueren solos en varias partes de Europa, sin ser velados ni llorados decentemente. Infantes yanomami son enterrados sin el mínimo respeto por sus ritos funerarios[3]. Personas sin hogar, habitantes de favelas, migrantes, presos, trabajadores precarios y trabajadores de la salud laboran sin protección adecuada. La Policía Militar de varios estados de Brasil, que ya tenían altas tasas de muertes de civiles, han visto esos números escalar en los últimos meses, al igual que los siniestros y emblemáticos episodios de rutinaria violencia policial[4]. La deforestación está creciendo brutalmente en Brasil (incluso respecto del récord del año pasado, pues además de la Amazonía en este momento se destruye un quinto del Pantanal), así como se dispara la violencia doméstica (aquí y en muchos países). El hambre acecha de nuevo. Negros y pobres, latinos e indígenas muriendo en dos sociedades definidas por fuertes trazas esclavistas y por la desigualdad, la estadunidense y la brasileña, probablemente las más afectadas en el mundo por el nuevo coronavirus. En una macabra actualización del ¡viva la muerte! del fascismo franquista, cuando la epidemia llegó a Brasil una influencer declaró de manera “provocadora”: que se joda la vida.
La fragilidad de las infraestructuras colectivas, debilitadas por crueles políticas de austeridad. La destrucción de la salud pública aparece como parte de una precariedad inducida por la destrucción de las redes de solidaridad construidas y conquistadas con el ascenso de la clase trabajadora desde fines del siglo XIX. Políticas de muerte y daño[5]. Tal precariedad fomenta sentimientos de inseguridad y miedo debido a un aislamiento social que debilita la solidaridad y el apoyo mutuo, cuestión que se agudizan en este contexto pandémico. En el caso de China, las epidemias recientes muestran su relación con la degradación de la salud de los de abajo, con escasas inversiones públicas en infraestructura sanitaria, lo opuesto al binomio ladrillo y cemento: “puentes, carreteras y electricidad barata para la producción”[6]. En Brasil, sin el Sistema Universal de Salud (SUS) –resultado de las luchas de los movimientos populares y médicos salubristas en la década de 1980 y garantizado en la Constitución de 1988– y a pesar de todas sus debilidades (como la histórica falta de fondos y el abandono de los últimos años), la tragedia sería aún mayor a la de más de 140 mil muertos.
Las mentiras y el autoritarismo de los gobiernos. En el contexto actual, las mentiras son generalizadas: de Trump y Bolsonaro, obviamente, pero también de la Francia de Macron, donde por no abastecerse a tiempo de equipo de protección (porque se consideró caro y porque se creyó que podía ser cubierto por la magia de la logística en cualquier momento, razonamiento propio de una salud gestionada como empresa contemporánea), médicos y autoridades negaron la necesidad de utilizar mascarillas, y los profesionales de la salud terminaron, en un momento, atendiendo con bolsas plásticas improvisadas. ¿Democracias? El rostro represivo se activó con más mucha facilidad (contra los extranjeros o poblaciones indeseadas) que el rostro del cuidado (conseguido gracias a las luchas). Predeciblemente los gobiernos fracasaron de forma estrepitosa. En Argelia, solo la pandemia detuvo el movimiento Hirak y durante este tiempo cientos fueron arrestados. La ridícula retórica de la guerra que ayer se activó contra las protestas (como en Chile) ahora se activa con la excusa del virus; y en ambos casos los objetivos no son otros que las personas y sus luchas por la vida.
En el gobierno brasileño reina el negacionismo (antes fue por el calentamiento global y las múltiples desigualdades; hoy, además, por la pandemia). Las reacciones de Jair Messias Bolsonaro (quien se infectó y reforzó su propaganda por la cloroquina) a las muertes son escarnio: “No soy palafrenero”. “Todos moriremos algún día”. “¿Y qué? ¿Qué quieres que haga?”. “No creo en estos números”. Falta de empatía es poco decir. Es un plan de necrofilia: que mueran los más vulnerables para supuestamente salvar la economía, que ya estaba en aprietos antes de la pandemia y se hunde aún más con la pésima gestión actual.
Ya se han ido dos ministros de salud y el actual –quien después de dos meses como interino fue confirmado como oficial– es un general que no tiene conocimiento del asunto y ha destituido a personal de carrera del ministerio, sustituyéndolos por decenas de militares que tampoco dominan los asuntos de salud pública. Además, trató de ocultar los datos y canceló las conferencias diarias, agravando una acción ya extremadamente viciada por parte del gobierno federal, que no compró respiradores ni equipos de protección y boicoteó el confinamiento, dejando todas las políticas de prevención y cuidado en manos de los gobiernos estatales y municipales. Peor aún, Bolsonaro vetó varias iniciativas de estas entidades subnacionales, como las multas por no usar mascarilla o habilitar su distribución entre quienes más las necesitaban. Esto es especialmente grave en el caso de las poblaciones indígenas[7], quilombolas y otras comunidades denominadas tradicionales. El gobierno, por un lado, ha rechazado fondos de emergencia para proporcionar agua potable, materiales de higiene y limpieza, y asistencia hospitalaria; por otro, ha fomentado las incursiones de mineros informales y usurpadores de tierras, desestabilizando concomitantemente a las agencias gubernamentales con atribuciones de cuidado e inspección sobre las tierras indígenas[8]. Un genocidio que nunca termina, un shock microbiano que se actualiza siniestramente en estos cinco siglos de epidemias (sarampión, viruela, cólera, gripe, coqueluche, neumonía … y capitalismo)[9].
Los vínculos entre capitalismo y naturaleza (máquina de destrucción colonial). El nuevo coronavirus (como sus antecesores) fue “gestado en el nexo entre la economía y la epidemiología”, pasando de los animales a los humanos. Este “salto de una especie a otra está condicionado por cuestiones como la proximidad y la regularidad del contacto, que construyen el entorno en que la enfermedad se ve forzada a evolucionar” y se alimenta de la “olla a presión evolutiva creada por la agricultura y urbanización capitalista”[10]. La agroindustria y sus monocultivos (de cereales y animales, pero también existencial), constituyen un medio ideal para su desarrollo. Tal empalme se refuerza en Brasil, donde este sector clave de la economía fue uno de los primeros frentes empresariales en apoyar fuertemente al candidato Bolsonaro, haciendo gala de una subjetividad de corte fascista, incluyendo la eliminación de pueblos indígenas, quilombolas y grupos sin tierra. Es la vuelta a vieja cuestión de la tierra[11].
El vicepresidente, el general Mourão, glorifica la colonización portuguesa de Brasil, identificando a los bandeirantes y a los dueños de ingenios azucareros (los “señores del azúcar”) como parte del linaje de los “emprendedores” y forjadores de Brasil, trazando su “destino manifiesto de ser la democracia liberal más grande del hemisferio sur”. La privatización de la tierra robada a los habitantes de este territorio –que marca el inicio de Brasil– es vista como la “tecnología más avanzada de la época”[12]. Hay, en estas concepciones, una nostalgia por un pasado colonial “cuya cultura fue rural, agraria, religiosa y patriarcal.” En este contexto, a partir del siglo XVII, “mientras los plantadores levantaban iglesias y protegían al pueblo, viriles bandeirantes lideraban milicias mestizas en expediciones por el interior para atrapar indios y buscar riquezas naturales, extrayendo la mayor cantidad posible de su exuberante naturaleza”. Bolsonaro viene directamente de esto, de estas marcas actuales de colonización y su “culto a la muerte y la violencia”[13]. Su distópica “edad de oro” es externa a Brasil (está en los confederados estadounidenses y hoy en el vínculo bandeirante-milicia), en un curioso nacionalismo subordinado. Este enfrentamiento centenario de fuga liberadora contra los esclavistas continúa: a raíz del levantamiento #blacklivesmatter y sus resonancias globales, el gobernador de São Paulo (militante de la derecha tradicional, pero elegido con votos y lineamientos bolsonaristas) custodió preventivamente la espantosa estatua de un bandeirante para que no fuera derrumbada[14].
Aquí está el proyecto del gobierno de Bolsonaro y sus profundos lazos con la historia del país: “el problema con los indígenas es que las tierras de los indígenas son tierras de la Unión, y el objetivo del gobierno es privatizar. Y más que del gobierno, de las clases que representa el gobierno, de las que él es el jagunço, porque eso es lo que él es: el jagunço de la burguesía”[15]. De ahí su obsesión, y la de los militares en general, con la Amazonía, pues simboliza este enfrentamiento entre concepciones y prácticas en torno a la tierra en Brasil desde 1500, con ánimo de completar la conquista. En este sentido, “estamos asistiendo a una especie de ofensiva final contra los pueblos indígenas”[16]. Al no atender, sobre todo en este período de redemocratización desde la década de los 80 en adelante, a nuestras heridas coloniales –profundas desigualdades, el genocidio de jóvenes negros y el etnocidio de los pueblos indígenas–, al no saldar nunca las cuentas con estos crímenes, las regiones más violentas de un país extremadamente violento se vuelven aún más cruciales y sus tragedias se vuelven asunto nacional: la Baixada Fluminense y la Zona Oeste de la ciudad de Río de Janeiro con sus milicias, Mato Grosso do Sul (MS) y la masacre ininterrumpida, y el Pará y el Amazonas en llamas. No por casualidad Mato Grosso do Sul, un estado de menos de tres millones de habitantes, llegó a tener dos ministros vinculados a posiciones anti-indígenas, componiendo una siniestra mezcla con la influencia de la milicia y de los sectores terratenientes.
La máquina de la muerte es constitutiva de lo que llamamos Brasil. La novedad de este gobierno es que lo celebra. Deleuze, cuando trabaja Spinoza, celebra su filosofía de vida, que se distancia de todo lo que esto significa y que envenena con las categorías del bien y mal, y sobre todo con odio, “incluido el odio vuelto contra sí mismo, la culpa”. Es curioso notar que Bolsonaro proviene de Vale da Ribeira, el territorio más pobre de São Paulo, donde la Mata Atlántica fue menos deforestada y mantuvo una fuerte presencia quilombola, indígena y campesina. ¿Odio de sí mismo? Para Spinoza-Deleuze, “la tristeza sirve a la tiranía y la opresión”[17] y crea impotencia, a diferencia de la alegría, que activa la resistencia.
Apoyos y oposiciones
En esta tragedia, Bolsonaro mantiene apoyo y rechazo en proporciones similares y ha logrado estabilizar su gobierno. En ese período de veinte meses, Bolsonaro perdió a uno de sus pilares en el Departamento de Justicia, Sergio Moro, figura fundamental en la operación “anticorrupción” Lava Jato y decisiva en su victoria electoral. Su apoyo sigue estando en los militares (que hoy ocupan cargos por miles[18]), en los pastores evangélicos, ahora en los llamados partidos de centro (que han apoyado a todos los gobiernos de las últimas décadas a cambio de cargos y recursos), así como en una movida social fascista (el sector duro del bolsonarismo) y en las clases dominantes. Hasta junio, cuando se produjo la detención de Fabrício Queiroz, su amigo, ex asesor de su hijo Flávio y aparente vínculo con las milicias, Bolsonaro parecía solo estirar la cuerda, apareciendo en manifestaciones en las que parte de la agenda era el cierre de la Corte Suprema y el Congreso. La temperatura estaba subiendo, pero tras estos escándalos parece que Bolsonaro ha optado por retirarse para proteger a su familia. Pese a todo, todavía no hay el clima para un juicio político, ni con las decenas de solicitudes ya presentadas. Por ahora “las élites políticas, económicas y judiciales ofrecen a Bolsonaro un acuerdo de ‘normalización’”[19].
En estas delicadas circunstancias, “la palabra del sector más poderoso de la sociedad, la clase capitalista, apenas se escucha. Las entidades representativas del capital agrario, industrial y financiero (CNA, CNI, Fiesp, Fierj, Febraban, etc.) guardan un silencio ensordecedor, en medio de los conflictos con el ministro Paulo Guedes”[20]. Como en el episodio del día del incendio, los dueños del dinero solo se manifiestan cuando la imagen de Brasil en el exterior comienza a dañar sus negocios inmediatos –algunos banqueros y empresarios escribieron al vicepresidente, también presidente del Consejo Nacional de la Amazonía Legal, exigiendo un plan de producción sustentable y de protección del medio ambiente. Los de arriba apuestan, por tanto, a controlar a Bolsonaro (sin bolsonarismo, en su cara más extrema) y la figura clave en esta perspectiva es el ministro de Economía, Paulo Guedes, el otro pilar civil que queda en pie del gobierno.
Esto se pudo observar con nitidez en una reunión ministerial realizada simbólicamente día del mal llamado descubrimiento de Brasil (22 de abril). La instancia desnudó al gobierno en su servidumbre y mediocridad, en sus dos horas de horrores (en forma y contenido[21]) filtradas luego de la salida de Moro y su quiebre con Bolsonaro acusándolo de intervenir la Policía Federal de Río para proteger a su familia de las investigaciones. Encarnando el pilar fuerte del gobierno, el encuentro muestra a Guedes a gusto, hablando poco menos que el Presidente y mucho más que el ministro de la Casa Civil, disponiendo del plan de inversiones que era el tema de la de la reunión.
Tres puntos de su intervención son dignos de mención. Primero, molesto por las propuestas de aporte estatal en infraestructura hechas por algunos pares, el ministro de Economía se opone a la idea de tener un millón de jóvenes aprendices en el cuartel, que recibirían 300 reales (el salario mínimo es de 1.045 reales) por aprender la disciplina y ejecutar esas obras. Luego, da a conocer la propuesta de abrir resorts/casinos con centros de negocios y otros servicios (incluso en un área de protección ambiental, según el deseo de Bolsonaro de transformar Angra dos Reis, en la costa de Río de Janeiro, en un nuevo “Cancún”). Estas son las llamadas propuestas estratégicas, el plan Guedes. ¿Podría ser esto una clave para comprender la obsesión de la extrema derecha con Cuba, por la Cuba colonial prerrevolucionaria de 1959?
Asimismo, Guedes ilustra los vínculos inseparables entre los aspectos supuestamente “civilizados” y técnicos de unos, y los aspectos crudos e ideológicos de otros: “cita a Hjalmar Schacht, ministro de Economía de la Alemania nazi (1934-1937): ‘la reconstrucción de Alemania en Segunda Guerra Mundial, Primera Guerra Mundial con Schacht. Segunda Guerra Mundial, con Ludwig Erhard, […] la reconstrucción de la economía de Chile con los Chicago boys. […] El caso de la fusión de las dos Alemania. Conozco profundamente, en detalle, no de oídas. Hay que leer ocho libros sobre cada reconstrucción de esto’”[22]. Guedes, un vínculo respetable con los mercados, quien trabajó en Chile durante la sangrienta dictadura de Pinochet (a la que llama “transformación maravillosa”[23]), cita a un nazi como referente. Esto no es sorprendente, ya que los vínculos entre neoliberalismo y autoritarismo son notorios. Von Mises argumentó que el fascismo salvó la civilización europea. Friedman visita al dictador chileno en 1975 y Hayek viaja en 1977 y nuevamente en 1981 cuando, en una entrevista con El Mercurio, declara preferir un dictador liberal a un gobierno democrático no liberal, ya que permitía una mayor libertad económica que en el período de Allende. Este es el valor absoluto, no la democracia. Libertad para el capitalismo estable y autorregulado[24].
Todo esto ilustra la hipocresía de quienes se oponen a Bolsonaro, pero aprecian a Guedes: “El bandeirantismo sertanista de Jair Bolsonaro es el abuelo del darwinismo social de Paulo Guedes, para quien la función principal de la economía brasileña es abastecer al mercado de la metrópoli con productos agrícolas, como ocurrió en el siglo XIX”[25]. Son inseparables en la guerra contra la población, que se despliega en todas partes, pero de forma particularmente aguda en Brasil. ¿Cómo calificar a un Estado cuyos agentes disparan continuamente a civiles? Es una guerra colonial, de ocupación, la misma que se sostiene Brasil en un continuo de masacres contra pobres, negros, indígenas y otros. La pandemia agudiza una “agenda de muerte” que constituye el vínculo (explícito) entre las distintas acciones e iniciativas gubernamentales, como los recortes a las políticas de solidaridad, la liberalización total de plaguicidas, el desmantelamiento de políticas ambientales, la oposición a la demarcación de tierras indígenas, la destrucción de históricas y exitosas políticas de ETS-SIDA, la expansión de la posesión y porte de armas, las pulsiones punitivas de un país que ya se ha embarcado en el encarcelamiento masivo, la política exterior de intervención sobre los vecinos. Genocidio[26].
Por ahora, el Covid-19 mantiene a raya las protestas que podrían adquirir otra dimensión frente a esta masacre. ¿Aparecerán después de pasar por esta terrible situación? En mayo, los aficionados al fútbol lanzaron a las calles “Somos Democracia” y sus protestas ocurrieron en el contexto de la explosión antirracista en Estados Unidos; también han articulado iniciativas como “Mientras haya racismo no habrá democracia”[27]. La profunda crisis económica y social, la politización de la nueva generación, el trabajo continuo de los mayores, todo esto puede estar generando un caldo rebelde que puede cobrar más importancia en cuanto las condiciones sanitarias lo permitan, pues en 2019 las protestas ya sacudían varios rincones del planeta en Argelia, Sudán, Haití, Chile, Francia, Hong Kong, India, Irak, Colombia, Ecuador, y han llegado a Estados Unidos durante las últimas semanas.
La pandemia revela nuestra encrucijada planetaria. Frente al caos de crisis superpuestas, en varios relatos parece emerger la idea del estado de naturaleza, y en esa clave lo más probable como perspectiva de futuro sería la profundización de la siniestra revelación hobbesiana concomitante al Covid-19: desigualdades crecientes combinadas con más autoritarismo, profundización de la guerra contra la población, y destrucción de lo que erróneamente llamamos naturaleza o medio ambiente. Otra forma, spinoziana, sería seguir el sentido etimológico de catástrofe (final repentino o punto de inflexión importante) del virus llamado capitalismo, entendiendo este sistema como la propia patología que provoca que las personas se enfermen. Y solo podrá ser un gran punto de inflexión si se enfrenta con organización, creación y experimentación. En 2008, la crisis parecía dar condiciones para las transformaciones, pero incluso con el ciclo de protestas esto no se materializó en absoluto. Todo quedó igual o incluso empeoró. Ahora vuelven a aparecer algunos signos auspiciosos: valorización de los trabajadores de la salud y otras profesiones mal remuneradas y subvaloradas, resurgimiento de la salud colectiva, políticas como la renta garantizada, múltiples redes de solidaridad y autorreflexiones colectivas.
Innumerables pueblos, cuerpos disidentes, y los seres vivos nos muestran e indican caminos. Los mismos que tantas veces, en los últimos siglos, fueran colocados en el campo de la naturaleza y vistos como desechables después del consumo. Este predominio del Hombre sobre la Naturaleza pone en riesgo la vida humana. La supervivencia depende ahora de escuchar a aquellos antes considerados no modernos, cuyos relatos siempre han tenido en cuenta las actividades de la vida, humana y no humana. La supervivencia depende ahora de revolucionar. Tierras comunes habitadas contra la propiedad privada capitalista, contra la apropiación, la expropiación y la explotación. Pensar-practicar la democracia con los dispositivos de la inteligencia colectiva de los cuerpos-territorios[28]. Contra las pandemias coloniales, capitalistas, extractivistas, racistas, sexistas, etnocidas, nuevas alianzas entre especies, asociación de redes de existencia, e internacionalismo intergaláctico.
Septiembre de 2020
[1] Davi Kopenawa e Bruce Albert. La chute du ciel: paroles d’un chaman yanomami (París: Plon, 2010).
[2] Denise Ferreira da Silva. A dívida impagável (São Paulo: Oficina de Imaginação Política e Living Commons, 2019), p. 91.
[3] Eliane Brum, “Mães Yanomami imploram pelos corpos de seus bebês”, El País, 24 de junio de 2020, https://brasil.elpais.com/brasil/2020-06-24/maes-yanomami-imploram-pelos-corpos-de-seus-bebes.html
[4] María Teresa Cruz, “Em quarentena, PM de SP mata uma pessoa a cada 6 horas”, Ponte, 30 de mayo de 2020, https://ponte.org/em-quarentena-pm-de-sp-mata-uma-pessoa-a-casa-6-horas/ e “‘Até este dia, eu respeitava a farda de vocês’, diz mulher pisoteada no pescoço pela PM”, Epoca, 17 de julio de 2020, https://epoca.globo.com/brasil/ate-este-dia-eu-respeitava-farda-de-voces-diz-mulher-pisoteada-no-pescoco-pela-pm-24537161
[5] Judith Butler, Corpos em aliança e a política das ruas: notas para uma teoria performativa de assembleia (Río de Janeiro, Civilização Brasileira, 2018 [2015]).
[6] Coletivo Chuang, Contágio social: coronavírus e luta de classes microbiológica na China (São Paulo: Veneta, 2020), p. 37.
[7] “Covid 10: O descaso do governo na tragédia indígena”, en Antonio Oviedo, Clara Roman, Tiago Moreira, “Linha do tempo: A omissão do governo na tragédia indígena”, Instituto Socioambiental, 13 de julio de 2020, https://cdn.knightlab.com/libs/timeline3/latest/embed/index.html?source=1POkjk1hCDRzQwpCTpNHinW5PPDn5nVFcAQKXxj0w6aE&font=Bevan-PontanoSans&lang=pt-br&initial_zoom=2&height=650
[8] Oviedo, Roman, Moreira, “Linha do tempo…”, https://www.socioambiental.org/pt-br/noticias-socioambientais/linha-do-tempo-a-omissao-do-governo-na-tragedia-indigena
[9] “Cataclismo biológico”, en Oviedo, Roman, Moreira, “Linha do tempo…”, https://cdn.knightlab.com/libs/timeline3/latest/embed/index.html?source=11tdo2k1udOyHymGFBPV3fewpbs1nNMZllp59-fQC8Lo&font=Default&lang=en&initial_zoom=2
[10] Coletivo Chuang, Contágio social, p. 23.
[11] Naira Hofmeister, “O pioneiro. Este fazendeiro pratica a agenda de Bolsonaro na Amazônia há 40 anos”, The Intercept Brasil, 13 de julio de 2020, https://theintercept.com/2020/07/13/quartiero-fazendeiro-bolsonaro-amazonia/
[12] General Hamilton Mourão, Twitter, 28 y 29 de septiembre de 2019, https://twitter.com/GeneralMourao
[13] Christian Lynch, “A utopia reacionária do governo Bolsonaro (2018-2020)”, Insight Inteligência, Edição 89, https://insightinteligencia.com.br/a-utopia-reacionaria-do-governo-bolsonaro-2018-2020/
[14] Mônica Bergamo, “Estátua de Borba Gato é agora vigiada 24 horas por dia”, Folha de S.Paulo, 11 de junio de 2020, https://www1.folha.uol.com.br/colunas/monicabergamo/2020/06/estatua-de-borba-gato-e-agora-vigiada-24-horas-por-dia.shtml. Agradezco a Hugo Albuquerque por precisar este punto.
[15] Jagunços son los guardaespaldas de los hacendados o dueños de ingenios, y es expresión bahiana que se popularizó tras las guerra de los Canudos [n. de los trad.]
[16] Ciro Barros y Thiago Domenici, “Viveiros de Castro: “Estamos assistindo a uma ofensiva final contra os povos indígenas”, A Pública, 10 de octubre de 2019, https://apublica.org/2019/10/viveiros-de-castro-estamos-assistindo-a-uma-ofensiva-final-contra-os-povos-indigenas/?mc_cid=00a2083f00&mc_eid=5be2bf7945
[17] Gilles Deleuze, Spinoza Philosophie Pratique. Paris, Éditions de Minuit, 1981, p. 39; 76.
[18] Leonardo Cavalcanti, “8.450 militares da reserva trabalham em ministérios, comandos e tribunais”, Poder 360, 17 de julio de 2020, https://www.poder360.com.br/brasil/8-450-militares-da-reserva-trabalham-em-ministerios-comandos-e-tribunais/?fbclid=IwAR3rkG2RdWZzrppi7uP8-78I6FtwSgnrEJt7eNYMgZpVUVrb5979tCH-uC0
[19] Vinicius Torres, “Cartas já não adiantam mais: elite quer um Bolsonaro sem bolsonarismo”, Folha de S.Paulo, 14 de julio de 2020 https://www1.folha.uol.com.br/colunas/viniciustorres/2020/07/cartas-ja-nao-adiantam-mais-elite-quer-um-bolsonaro-sem-bolsonarismo.shtml
[20] Ricardo Musse, “No clube dos 0,0001%”, A terra é redonda, 6 de julio de 2020, https://aterraeredonda.com.br/no-clube-dos-00001/
[21] “A íntegra da transcrição da reunião entre Bolsonaro e os ministros, que teve sigilo retirado pelo STF”, El País, 22 de mayo de 2020, https://brasil.elpais.com/brasil/2020-05-22/a-integra-da-transcricao-da-reuniao-entre-bolsonaro-e-os-ministros-que-teve-sigilo-retirado-pelo-stf.html y https://www.youtube.com/watch?v=TjndWfgiRQQ
[22] Fernando Cássio e Marco Antonio Bueno Filho, “‘Professor’ de Jair, Paulo Guedes é o mais bolsonarista dos ministros”, Entendendo Bolsonaro, 8 de julio de 2020, https://entendendobolsonaro.blogosfera.uol.com.br/2020/07/08/professor-de-jair-paulo-guedes-e-o-mais-bolsonarista-dos-ministros/
[23] Michael Stott y Andrés Schipani, “Brazil’s Paulo Guedes keeps faith in reforms despite Chile crisis”, Financial Times, 10 de noviembre de 2019, https://www.ft.com/content/b1d21b6a-0244-11ea-be59-e49b2a136b8d
[24] Grégoire Chamayou. La société ingouvernable: une généalogie du libéralisme autoritaire. Paris, La fabrique, 2018.
[25] Christian Lynch, “A utopia reacionária”.
[26] Douglas Meira Ferreira, “Nota sobre o Genocídio Brasileiro quando o julgamento chegar”, Instituto Humanidade, Direitos e Democracia, s.f., https://ihudd.org/blog/1/post/nota-sobre-o-genocidio-brasileiro-31
[27] Mientras haya racismo no habrá democracia: https://comracismonaohademocracia.org.br/
[28] Verónica Gago. La potencia feminista: o el deseo de cambiarlo todo. Buenos Aires, Tinta Limón, 2019.
Jean Tible
Profesor de Ciencia Política en la Universidad de São Paulo (USP) y columnista habitual de Nueva Sociedad. Su más reciente libro es Marx selvagem (São Paulo: Autonomia Literária, 2019); también editó Junho: potência das ruas e das redes (São Paulo: FES, 2014) y Negri no trópico (São Paulo: Autonomia Literária/Editora da Cidade/n-1edições, 2017). Este artículo fue traducido por Andrés Estefane, miembro del comité editorial de ROSA.