¿Por qué un especial sobre Medio Oriente? Más allá de las claras diferencias de contexto entre Medio Oriente y Latinoamérica, hay un sinnúmero de elementos que hermanan a los pueblos de ambas regiones. En nuestros países existen nutridas comunidades de descendientes de árabes -palestinos, sirios, libaneses- y kurdos provenientes de esas latitudes, así como también comunidades judías con abiertos vínculos con Israel, y que han nutrido la vida cultural, social y política de nuestras sociedades. El proceso de configuración de las identidades nacionales de los Estados de esa región puede sin duda reflejarse en el vivido por Latinoamérica desde nuestra independencia hasta fines del siglo XIX, jalonado por violentos conflictos y rivalidades.
por Felipe Ramírez
Imagen / Medio Oriente: A 10 años de la Primavera Árabe.
Este artículo es parte del Dossier: Medio Oriente a 10 años de la Primavera Árabe, una mirada desde la izquierda.
“Nosotros tenemos el concepto de que el internacionalismo es la esencia mejor del socialismo.
Sin internacionalismo, es decir, sin solidaridad entre los pueblos, no se puede predicar la solidaridad en el seno del pueblo, la solidaridad entre los individuos.
Cuando se quiere medir desde un punto de vista revolucionario a un país, hay que analizar en primer término su espíritu internacionalista.”
Fidel Castro, de su discurso pronunciado en Houstka, Checoslovaquia, 25 de junio de 1975.
Al iniciar la lectura de estas líneas es fácil que una persona se pregunte ¿por qué un especial sobre la situación en Medio Oriente en una revista de izquierda alojada en Chile, cuando en nuestro país se vive un momento tan determinante como el abierto por la discusión constitucional que entrará el próximo 11 de abril en una nueva etapa, inédita en nuestra historia?
Si algo nos han enseñado las múltiples luchas de masas desarrolladas en el mundo durante la última década, desde nuestras movilizaciones en 2011 a las concentraciones en la Plaza Tahrir en El Cairo, pasando por cientos de huelgas y luchas de la clase trabajadora y los sectores populares alrededor del mundo, es que nunca en la historia de la humanidad las condiciones de vida habían sido más homogéneas.
Si quedaban dudas al respecto, el impacto global de la pandemia de COVID-19 arrasó con las últimas ilusiones que se podían albergar en aquellas personas convencidas del supuesto excepcionalísimo de sus propios países: ya fuera en Nueva York o en Seúl, en Berlín o Lima, las clases privilegiadas buscaron por todos los medios que las consecuencias de la crisis la pagaran las y los trabajadores, sometidos sin mayores distinciones a la economía neoliberal.
Ya lo comentaba el autor inglés Paul Mason en su libro Live working or die fighting: How the working class went global (“Vivir trabajando o morir luchando: cómo la clase obrera se hizo global”):
“Hoy, en lugar de una fuerza laboral estática y local trabajando en las fábricas y bebiendo en los pubs donde sus abuelos trabajaron y bebieron, una verdadera clase obrera global se ha creado. Esto está sucediendo por varias razones. Primero, porque desde el colapso del comunismo toda la fuerza de trabajo en el mundo ha compartido la experiencia de trabajar en una economía de mercado: Ya no hay una “cortina de hierro” dividiendo a los trabajadores en dos formas completamente diferentes de vida. Segundo, las prácticas en los lugares de trabajo se están estandarizando alrededor del globo: el “círculo de calidad” de una fábrica de autos en Reino Unido discute los mismos temas que uno en China, el trabajo involucrado en hacer un Big Mac es el mismo en Sheffield y en Shanghai, incluso si los sueldos y los derechos humanos son diferentes. Tercero, con la emergencia de federaciones sindicales globales comienza a existir la negociación colectiva transfronteriza. Finalmente, al enfrentar a la fuerza laboral con salarios bajos del mundo en desarrollo contra los trabajadores con salarios altos de Europa, EE.UU. y Japón, la globalización ha obligado a las organizaciones laborales a pensar internacionalmente, incluso si son lentas para actuar internacionalmente”.
Me permito hacer una cita tan amplia, porque a partir de esta constatación podemos darnos cuenta de que los procesos políticos que afectan a nuestro país, o incluso a los de nuestra región, no son exclusivos ni únicos, si no que por el contrario comparten numerosos elementos estructurales con las luchas y procesos protagonizados por las y los explotados y oprimidos de otras regiones del mundo.
En ese mismo sentido, en momentos en que el gran capital se extiende por todo el mundo mediante numerosos mecanismos, instituciones y dinámicas -corporaciones y empresas transnacionales, organizaciones supranacionales, Tratados de Libre Comercio- urge fortalecer los lazos de acción y reflexión, de manera de aprender de las experiencias y luchas de otras latitudes, para lo cual el conocimiento es el primer paso para la solidaridad práctica.
Es cierto que hablar de internacionalismo en el año 2021 puede sonar para muchos como un resabio de tiempos pasados, algo propio de sectas ultraizquierdistas o de libros antiguos superados por el desarrollo de la historia, pero la verdad es que no hace mucho tiempo atrás el internacionalismo no eran meras declaraciones abstractas, sino formas de acción y apoyo mutuo a través de las fronteras, de las que Chile no fue ajena, sino protagonista.
Hace solo algunos años, muchos conocimos gracias al documental “¡Nae pasaran!” la historia de un grupo de obreros de una fábrica de la Rolls Royce en Escocia que durante los años 70 decidieron boicotear la dictadura civil-militar y se negaron a darle mantenimiento a los motores de los aviones Hawker Hunter responsables del bombardeo a La Moneda. Fueron 4 mil trabajadores encabezados por el presidente de su sindicato en la única empresa que podía entregar ese servicio, los que se decantaron por la acción directa y dejaron que los motores se pudrieran en el patio de las instalaciones.
Como esta historia, los 17 años de dictadura están repletas de anécdotas y relatos de solidaridad internacionalista con la lucha del pueblo chileno en contra de la opresión. Mítines, apoyo a las tareas de resistencia, difusión de las atrocidades cometidas en nuestro país, apoyo a las y los exiliados, entre muchas otras acciones, convirtieron el internacionalismo en una realidad patente. La izquierda chilena respondió a la altura, y cientos de sus militantes participaron activamente en la lucha armada en países centroamericanos -El Salvador, Nicaragua- llegando muchos a entregar su vida por la liberación de esos pueblos hermanos.
Pero si hablamos de internacionalismo, el ejemplo en nuestra región sin duda lo ha dado Cuba, que siendo una pequeña isla pudo entregar un apoyo práctico clave a una decena de países desde los 60 hasta la actualidad: Argelia, Congo, Angola, Etiopía, Zambia, Guinea-Bissau, Yemen entre muchos otros países conocieron el arribo de soldados, médicos y otros profesionales que permitieron no sólo proteger la independencia de estas nacientes repúblicas, sino también enfrentar las necesidades más urgentes de estos pueblos en momentos de emergencia. El arribo por millares de soldados cubanos en Angola en 1976 para defender a la nueva República Popular de la agresión de la Sudáfrica del apartheid descolocó completamente a los grandes poderes mundiales -incluidos Estados Unidos y la misma Unión Soviética. ¿Cómo una pequeña isla del Caribe podía extender su apoyo hasta el sur del continente africano, sin más interés que la solidaridad? Cuba cubría la gran mayoría de los costos económicos de la empresa. Muchos nunca lo comprendieron a cabalidad.
Entonces ¿por qué un especial sobre Medio Oriente? Más allá de las claras diferencias de contexto entre Medio Oriente y Latinoamérica, hay un sinnúmero de elementos que hermanan a los pueblos de ambas regiones. En nuestros países existen nutridas comunidades de descendientes de árabes -palestinos, sirios, libaneses- y kurdos provenientes de esas latitudes, así como también comunidades judías con abiertos vínculos con Israel, y que han nutrido la vida cultural, social y política de nuestras sociedades. El proceso de configuración de las identidades nacionales de los Estados de esa región puede sin duda reflejarse en el vivido por Latinoamérica desde nuestra independencia hasta fines del siglo XIX, jalonado por violentos conflictos y rivalidades.
Las luchas de liberación nacional y el desarrollo del llamado “socialismo árabe” corrió en paralelo a las luchas en los 60 y 70 en nuestro hemisferio por constituir nuestras propias alternativas de liberación, ancladas en nuestras realidades locales -la revolución con “empanadas y vino tinto”-, mientras que, tal como decíamos en el principio de este breve texto, nuestras luchas de masas desde 2011 se reflejan en las problemáticas, demandas y desafíos planteados por los pueblos de Medio Oriente desde ese año hasta la actualidad.
Precisamente los últimos 10 años abrieron en ambas latitudes la oportunidad para cuestionar de manera radical el orden de sus sociedades, tras años de arrastrar regímenes autoritarios o de aletargamiento neoliberal. A una década del estallido en Túnez de la “Primavera Árabe” con la inmolación de Mohamed Bouazizi en la ciudad de Sidi Bouzid, y de las masivas manifestaciones estudiantiles, laborales y medioambientales en nuestro país, es hora de reflexionar sobre sus efectos. Contra la ilusión del orden existente, la lucha de clases se abrió camino a punta de sacrificios y desobediencia, con altas dosis de épica pero también de desorganización, desorientación y descomposición producto de las fuertes derrotas sufridas por el campo popular durante las décadas previas.
Los artículos publicados en este especial, elaborados especialmente para nuestra revista por representantes del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), el Partido Comunista Libanés (PCL), el Partido Comunista de Irak (PCI), y el Partido Comunista de Turquía (TKP), junto a una columna publicada por una parlamentaria del Partido Comunista de Israel, reflejan las luchas y los anhelos de las masas movilizadas de esos países, las esperanzas que impulsaron el sacrificio de sus mártires, los esfuerzos por liberarse de las consecuencias del neoliberalismo que en todo el mundo se encuentra en crisis, pero que se niega a morir.
Para Revista ROSA, y en particular para mí como autor, la concreción de esta edición refleja un esfuerzo permanente, aunque todavía parcial e incompleto, por recuperar una tradición de larga data en la búsqueda por la concreción del socialismo desde los albores del movimiento obrero, instalado en lo más profundo de su ADN desde los tiempos de la primera internacional.
Esperamos que su lectura acerque la realidad de los/as compañeros/as de Medio Oriente a nuestras propias luchas y experiencias, y entregue su pequeño grano de arena en la solidaridad que nutre nuestros esfuerzos.
Activista sindical, militante de Convergencia Social, e integrante del Comité Editorial de Revista ROSA. Periodista especialista en temas internacionales, y miembro del Grupo de Estudio sobre Seguridad, Defensa y RR.II. (GESDRI).