Coronavirus y la pérdida de confianza en la ciencia: Una lectura marxiana

¿Por qué en un momento en el que la ciencia tiene un papel fundamental en la crisis, la población desconfía de ella hasta llegar al punto en el que prefiere sostener creencias tan absurdas? Bastarían unos cuantos clics para corroborar la información que llega a nosotros. El problema no es nuevo, la pandemia sólo sirvió para mostrar lo que ya de por sí sucedía.

por Victoria Añorve

Imagen / Elon Musk presentando el Neuralink, agosto 2020. Fuente.


El hombre contra el termómetro fríe-cerebros

Nuestro escenario actual es la crisis del coronavirus. A inicios del 2020 la pandemia se propagó por el mundo y como acto seguido las múltiples contradicciones y absurdos de nuestra existencia social se hicieron más que evidentes. Desde la industria alimentaria estadounidense arrojando sus productos a vertederos en plena recesión, debido a que donarlos representaba un enorme costo (Yaffe-Bellany, Corkery, 2020)[1]; los trabajadores de primera necesidad convirtiéndose en vidas sacrificables, a fin de salvaguardar la permanencia del modo de producción y consumo actual; la total situación de abandono en el sector salud por parte de los gobiernos, reflejado no sólo en los recortes presupuestales, sino, también, en la ausencia de un stock para casos de emergencia sanitaria, lo cual responde a una lógica de gestión pública en la que no puede haber excedentes de nada, dado que representa una pérdida económica (Lazzarato, 2020)[2]; y, por poner otro ejemplo, el rechazo en cierto sector de la población a las recomendaciones de especialistas en materia de salud, como el uso de cubrebocas en espacios cerrados y la toma de temperatura para acceder a centros comerciales, supermercados y negocios, bajo la creencia de que el virus no existe o que la tasa de mortalidad es una exageración.

En el presente texto es de nuestro interés reflexionar sobre este último tema, basándome en lo acaecido en México. Podríamos analizarlo desde distintas perspectivas, como la moral y la libertad individual, pero el trasfondo del asunto lo que deja en evidencia es una pérdida de confianza en la ciencia. Los especialistas pasaron a ser charlatanes y las medidas sanitarias un ruin intento de controlar a la población. Las escenas han sido vastas: desde enfrentamientos entre personal de seguridad e individuos que se oponen a que les sea tomada la tomada la temperatura al justificarse con que el artefacto “mata neuronas”; hasta quienes aseguran que el uso de cubrebocas causa hipoxia, pudiendo atentar contra la salud de sus usuarios. Pasan los meses, las cifras de muertes aumentan. No obstante, continua la creencia que niega la existencia del virus y desconfía de las recomendaciones de expertos en materia de salud. La comunidad científica miente, el termómetro infrarrojo fríe cerebros, los cubrebocas pueden generar daño cerebral.

Ahora bien, ¿por qué en un momento en el que la ciencia tiene un papel fundamental en la crisis, la población desconfía de ella hasta llegar al punto en el que prefiere sostener creencias tan absurdas? Bastarían unos cuantos clics para corroborar la información que llega a nosotros. El problema no es nuevo, la pandemia sólo sirvió para mostrar lo que ya de por sí sucedía. Por poner algunos ejemplos, desde hace varios años existe el movimiento antivacunas que ha traído de regreso enfermedades como la polio y la viruela; también están quienes ven con terror la llegada del 5G; qué decir de los terraplanistas, los cuales administran miles de foros en la red donde aseguran tener evidencias para sostener que hemos vivido bajo una mentira; y cómo olvidar a personajes como Donald Trump y sus seguidores, quienes niegan la existencia del cambio climático. Lo cierto es que vivimos un momento de desconfianza respecto a la ciencia, al tiempo que nos encontramos frente una crisis global4. Irónicamente, estas posturas de rechazo suceden a la par de acontecimientos como el lanzamiento del SpaceX, que marca el inicio de los viajes aeroespaciales privados, y la implantación de chips que pueden mostrar la actividad neuronal en el cerebro de un grupo de cerdos por parte de la empresa Neuralink. Sucesos que fueron percibidos como espectaculares y dignos de celebrar.

Hay una serie de factores a considerar si queremos comprender el estado de desconfianza actual y la incredulidad de ciertos grupos. Antes, cabe señalar que no es posible asegurar sin más que todos los miembros de la comunidad científica son buenos o malos. El problema no es algo que se responda con un juicio moral tan estéril. Ahora bien, dado que este texto es un ensayo, nos atreveremos a ensayar los posibles factores que han influenciado para que existan personas que le temen a los termómetros. Marx, Wiebe E. Bijker y Guy Debord entran a escena. Las posibles causas que se imbrican son: 1) Una concepción fetichista de la reproducción social; 2) Desconocimiento generalizado de cómo se produce el conocimiento científico; 3) Sólo nos interesan la ciencia y la tecnología cuando se nos muestra de manera espectacular, sin ningún tipo de responsabilidad política y social de por medio.

 

Los ludditas del siglo XXI

Entre los años 1811 y 1816 —inicios de la revolución industrial en Inglaterra—, un grupo de artesanos que habían perdido sus empleos después de ser reemplazados por máquinas, emprendió una campaña con el objetivo destruirlas. El martillo de Enoch era su arma, la rabia su motor. Nos referimos a los ludditas. ¿La antesala? Los propietarios de los medios de producción optaron por invertir en capital constante, dejando a un lado el capital variable, pues el primero incrementa la ganancia y productividad al eliminar el factor humano (Marx 401)[3]. Vaya, las máquinas no tienen necesidades fisiológicas ni llegarán a proponer la organización de un sindicato. Sin embargo, a ojos de los ludditas los responsables del problema no eran los capitalistas, sino las nuevas tecnologías. Fue algo como la escena en Metrópolis (1927) de Fritz Lang, donde el personaje principal (Freder) sigue a su interés romántico (María) hasta el mundo subterráneo de los trabajadores. Ahí, tiene una visión en la que la máquina se transforma en Moloch, un demonio que devora a la clase proletaria.

Casi dos siglos después, el escritor Ernest Jünger comentó durante una entrevista: “A menudo la técnica tiene algo de asombroso. Es cómico, pero a veces, mientras hablo con alguien por teléfono, todavía tengo la sensación de llevar a cabo no solamente un acto posibilitado por la técnica, sino también por algo que es mágico” (Jünger 33)[4].  Ambos casos tienen un punto en común, ludditas y la reflexión de Jünger: aquello producido por los humanos, en tanto que mercancías, parece estar dotado de cualidades mágicas y autónomas. Marx lo denominó fetichismo. ¿Será que el rechazo hacia la ciencia y la tecnología es producto de una perspectiva fetichista? ¿Estamos viviendo el renacer de los ludditas en el siglo XXI? Ya lo dijo Marx en su momento, “la historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa” (Marx 13)[5].

 

¿Qué es el fetichismo?

De acuerdo con Marx, los productos del trabajo poseen una cualidad mística una vez estos adquieren la forma de mercancía: toda mercancía tiene un carácter suprasensible que no podemos percibir con nuestros sentidos. Cuando se metaboliza la naturaleza mediante el trabajo, en la actividad modificamos el mundo y, asimismo, creamos productos para el uso. Estos tienen utilidad y cuerpo físico, pero una vez pasan a ser mercancías les rodea algo aparentemente mágico y devienen fetiches. Este doble estrato de presencia de la mercancía, la dota de cualidades físicas y metafísicas, sensibles y suprasensibles, profanas y sagradas (Echeverría 105)[6]. Contiene tanto objetividad social-natural que responde a ser un bien producido para satisfacer una determinada necesidad, como objetividad puramente social que pone el acento en su capacidad de ser intercambiable entre otras mercancías. En el primer caso, nos referimos al valor uso, el cual está en relación con el trabajo concreto; en el segundo, al valor de cambio, mismo que se obtiene gracias al trabajo abstracto, siento éste el que permite expresar la magnitud de valor en tanto que tiempo de trabajo socialmente necesario.

La suma del trabajo abstracto, el gasto fisiológico de los hombres durante el trabajo que es absorbido por las mercancías, se cuantifica y expresa en magnitud de valor: tiempo. Cuando el trabajo humano se cristaliza como valor de los objetos, en tanto que trabajo abstracto, las mercancías quedan revestidas por un carácter místico. Lo anterior es posible cuando se borran las diferencias y especificidades de cada una de las actividades concretas sin tomar en cuenta la particularidad del proceso, a fin de poder cuantificar el trabajo en virtud del tiempo invertido. El valor permite que las mercancías sean intercambiables y es en el proceso de intercambio que la mercancía manifiesta sus atributos. Las personas se vinculan cuando llevan los productos del trabajo al mercado y para intercambiarlos los equiparan en referencia a su valor. Los valores de cambio son producto de determinadas relaciones sociales y no, por el contrario, una propiedad natural de las cosas. El valor es, entonces, una relación social y no natural.

¿Por qué es misteriosa la forma mercantil? Porque al momento en el que los productores están frente a ella, la ven no como el resultado de su trabajo bajo determinadas relaciones sociales de producción, sino que pareciera ser independiente y autónoma al proceso que la produjo. De pronto es como si las cosas cobraran vida y estuviesen rodeadas de un aura que las dota de una fantasmagórica independencia. En consecuencia, nuestro mundo y el de las cosas se invierten, deviniendo en que las mismas relaciones sociales pasen a ser objetos. En el modo de producción capitalista, el tipo de sociabilidad que adquiere el trabajo es indirecta, pues los hombres lo hacen en función de los intereses del mercado y no teniendo como eje el valor de uso y el disfrute. A su vez, el trabajo es un proceso de subjetivación en el cual la vida queda subordinada a la lógica de la acumulación: lo social aparece como objetivo y se naturaliza el ocultamiento del proceso productivo, haciéndole creer a los productores primarios que la socialización entre individuos acontece en virtud del intercambio mercantil, de la mera relación entre cosas.

Es desde la división social del trabajo que se hace posible el fetichismo de las mercancías, porque, de entrada, en éstas existe una separación entre productores primarios y los medios de producción y subsistencia. Dado que se les han sido privados, no hay una voluntad real ni participación creativa en el proceso por parte de los trabajadores al momento de producir y reproducir su mundo. Los medios le han sido enajenados. Lo que hay ahora son relaciones sociales entre cosas y no entre personas. La única forma que tienen para relacionarse es bajo la luz de intercambio mercantil. Así pues, en el mercado las mercancías son las que rigen. Éstas, siendo objetos producidos a través del trabajo humano, terminan por someter a sus creadores.

El fetichismo oculta la explotación y violencia que participó activamente en el proceso para la creación de los objetos mercantiles, y, asimismo, que el valor no es una cualidad esencial a las cosas. Dicho de otra manera, se pretende esconder que el trabajo es aquel que produce el valor y no otra cosa: se encubre el carácter social del trabajo. El mundo estaría puesto y dispuesto por y para la producción de plusvalor, el sujeto “autónomo” del capital. Pasamos a ser lo que Marx denominó guardianes de las mercancías[7]. Nuestra vida social estaría regida, entonces, en función de salvaguardar su mundo y la valorización del valor. Todo lo producido y las propias relaciones sociales habrían de rendir pleitesía al modo de producción capitalista. Parte del proceso de emancipación radica en la superación de la creencia que sostiene que el valor es propiedad de las mercancías. Lo anterior nos permitirá des-ocultar que éste se realiza en el intercambio y es producido socialmente.

 

Visión fetichista de la ciencia y la tecnología

En la actualidad existen múltiples blogs y canales de YouTube que sostienen la existencia de lo que denominan “el nuevo orden mundial”. Terraplanistas, antivacunas, enemigos del 5G, opositores del cambio climático y demás personas que niegan la veracidad de la opinión científica, son algunos de los muchos que apoyan esta visión de la política y la economía global. Aseguran existe un grupo ultra secreto conformado por la élite, que confabula para tener el control de nuestras vidas. Algo similar a los extraterrestres de They Live (1988), que pretenden llevar a cabo un plan de dominación total a escondidas. Están ocultos y en todos lados. Se trata de una interpretación fetichista de la modernidad capitalista. Usemos la voz de Bolívar Echeverría para dar claridad:

La vida social moderna se lleva a cabo como el cumplimiento de una necesidad impuesta sobre ella por el mundo de las mercancías capitalistas y la dinámica que le es inherente, la de la valorización del valor. Nada se produce, nada se consume, ninguna relación interindividual es posible en la sociedad de la época moderna si no es en virtud de su subordinación a la empresa histórica que asegura la explotación de un plusvalor en beneficio de la mercancía capitalista (Echeverría 274)[8].

No hay nada mágico ni existe un complot reptiliano: somos testigos del pleno funcionamiento del capitalismo, donde la acumulación de plusvalor es el fin de todas nuestras relaciones sociales. No existe algo detrás o debajo, las atrocidades acontecen a plena luz del día. Moloch no nos está engullendo, el trabajo abstracto es ya de por sí ese gasto de nervio, cerebro y músculo que termina siendo absorbido por la mercancía para adquirir su valor.

La visión fetichista de nuestra existencia social afirma que vivimos en dos planos, el sensorial y el suprasensorial. La producción científica y tecnológica tendría un doble estrato de presencia, propiciado por el rechazo, consciente o inconsciente, a concebirlas como productos del trabajo humano. Aunado a lo anterior, se conforman dos posturas contradictorias y, a su vez, coincidentes. Por un lado, la total incredulidad respecto al desarrollo de las fuerzas productivas, por otro, la entrega absoluta al nuevo dios de la modernidad. En el primer caso, el conocimiento científico resulta ser un sistema monstruoso plagado de doctores Frankenstein, Strangeloves y viciosos Mengeles. En el segundo, es el lugar adecuado para poner nuestra fe ciega en su progreso y eterna bondad, bajo la falsa promesa de una repartición justa de la riqueza en un futuro. Técnica y tecnología se convierten en el terrible Moloch o, en cambio, son el camino para llegar reino de los cielos.

 

¿La ciencia y la tecnología liberarán a los hombres?

Lo específico de los humanos es su carácter político, su politicidad. Político entendido como la capacidad y voluntad de decidir colectivamente sobre los asuntos humanos (Echeverría 78)[9]. Nos relacionamos para reproducir nuestra existencia y darle forma. Así pues, el conocimiento científico y la tecnología se producen socialmente, no de manera mágica y autónoma, separados de nosotros. Entonces, asumir que se comportan con independencia de nosotros es una suposición insostenible posibilitada por el fetichismo y la enajenación. La concepción de un conocimiento científico independiente al sujeto social, es consecuencia de separar a la ciencia de su carácter político. La separación es ilusoria, mas impacta en el terreno de lo concreto.

El desarrollo actual de la ciencia y la tecnología tienen la posibilidad de ayudar en los procesos emancipatorios. Temas como la soberanía alimentaria y energética son posibles de llevar a cabo, pero esto no llega a realizarse. ¿Por qué? Citando a Bolívar Echeverría, “la enajenación es la característica central del mundo moderno porque sólo en él la politicidad, la cualidad específica de la existencia humana, se encuentra clausurada en el sujeto social y cedida al objeto social” (Echeverría 274)[10]. Existe un impedimento para el sujeto social de determinar y darle forma a su propia socialidad. El proyecto que se está realizando, el de la modernidad capitalista, no está siendo conformado por la totalidad de los individuos sociales: estos, en tanto que representan fuerza de trabajo, han adquirido un carácter de coseidad, por lo que viven en función de la acumulación de plusvalor. Se nos ha sido enajenada la capacidad de lo político, de darnos forma. No obstante, la enajenación no elimina de manera total lo político, ni es un estado de completa parálisis. Se trata de un acontecer permanente, una mixtificación de la voluntad política que se subsume una y otra vez a la voluntad del capital.

En el capítulo XIII de El capital, Marx mostró que el desarrollo de las fuerzas productivas no es el enemigo a derrocar, sino su subordinación al modo de producción capitalista. Es bajo determinadas relaciones sociales de producción que su uso puede incluso llegar a atentar contra la vida. Concluimos, por lo tanto: que la ciencia, tecnología y técnica pueden ser un medio de dominación bajo relaciones sociales específicas. La continua usurpación de la capacidad política, su enajenación, actúa en función de valorizar el valor sin clemencia ni descanso, a costa de lo que sea. Dicha escisión entre lo político y los sujetos sociales, lleva a que se piense, por ejemplo, que el conocimiento científico no pertenece al reino de los hombres y que, más bien, se encuentra en otra esfera. No obstante, debido a que el conocimiento científico se produce socialmente, éste participa de lo político.

Entonces, cuando lo político se enajena, nos separamos, entre otras cosas, de la ciencia y la tecnología. Una vez distintos, se les atribuyen cualidades mágicas y monstruosas, sospechosas y turbias o bien, divinas e indudablemente maravillosas. Bajo una postura de desconfianza extrema, las vacunas sirven para la esterilizar a la población y el coronavirus fue creado por científicos con el propósito de aniquilar la especie humana. Si la actitud es de absoluta confianza, la divinización del conocimiento científico hace de él nuestro nuevo dios, uno objetivo que brinda certezas incuestionables. Ambas posturas son producto del fetichismo y la enajenación. ¿La escisión es irreparable o la técnica acompañará los procesos de lucha y resistencia? ¿Podemos des-fetichizar la ciencia?

 

¡¿Cómo que la ciencia no persigue la verdad?!

Amiga o enemiga, sagrada o demoniaca. Sea cual fuere el caso, ciencia, técnica y tecnología estarían aparentemente separadas de la sociedad, sin posibilidad de ser usadas para darnos forma a nosotros mismos a voluntad y consciencia. Posibles razones, no únicas, que reproducen estas perspectivas fetichistas: 1) Desinformación de cómo se produce el conocimiento científico; 2) División entre especialistas y sociedad civil; 3) Negar que hoy la producción científica y tecnológica es una mercancía.

Es momento de darle la palabra a Bijker. De acuerdo con él, la visión estándar que se tiene de la ciencia dentro de la opinión pública, es consecuencia del desconocimiento sobre cómo se produce el conocimiento hoy día. Permea la idea en la cual lo que se busca es obtener verdades últimas y principios indiscutibles. Esta creencia heredada podría quedar resumida de la siguiente manera:

Scientific knowledge is true knowledge. True knowledge consists of facts. Facts are neutral, objective, and clearly distinguishable from values, and are discovered in empirical research. In other words, we know something by measuring it. Such is the “standard image of science” (Bijker, Bal, Hendricks 24)[11].

La visión estándar que se tiene de la ciencia, afirma que su fin es la certeza. Donde ésta no existe, mañana la habrá. Sin embargo, tal visión ha sido superada en una buena parte de la comunidad. Encontrar resultados contradictorios respecto a lo que ya ha sido postulado, hoy no sorprende a nadie. La controversia no es la excepción, sino la norma (Bijker, Bal, Hendricks 26)[12]. Una visión reduccionista recriminaría que, entonces, la contradicción es consecuencia de errores, desconocimiento o mentiras. Lo mismo sucedió en este periodo pandémico. La OMS ha hecho públicas sus recomendaciones y estudios a una velocidad tal, que sus descubrimientos han entrado en contradicciones múltiples veces. Esto alimenta el clima de la polémica en una sociedad que espera recibir certezas y no resultados que se oponen a lo antes afirmado. Para la visión estándar de la ciencia, esto resulta inaudito e invita a sospechar las posibles intenciones de la comunidad.

En la actualidad, existe una visión constructivista de la ciencia dentro de la propia comunidad científica. Se reconoce que el conocimiento en dicho ámbito no se descubre al observar y después cuantificar resultados, sino que se construye y produce socialmente. Bijker se sirve de los mapas para la ilustrar esto. La relación entre naturaleza y conocimiento científico es equivalente a la correspondencia entre el mundo real y los mapas. Al momento de diseñarlo tomamos decisiones, lo que no negaría necesariamente la validez los dibujados previamente. La evidencia en la naturaleza que nos ha sido dada en un momento, puede ser insuficiente como para que se determine un saber al que queramos ceñirnos y, asimismo, el producto final seguiría estando relacionado con la realidad que representa. Que algo se construya, no quiere decir que sea falso.

La aproximación constructivista, a su vez, trabaja con una gran cantidad de expertos de otras áreas, no sólo de las denominadas “ciencias duras”. La democratización de la investigación científica la dota de un estado de apertura en la cual sus propios métodos pueden ser puestos a discusión. Claro está, no todos en el gremio comparten esta postura. En la actualidad la ciencia es una institución con protocolos, filtros, jerarquías, financiada por el gran capital de acuerdo a sus intereses y que puede favorecer al valor sobre el valor de uso. Por poner un par de ejemplos, en 2015 la Organización Mundial de la Salud reportó que el tocino y la salchicha resultaban cancerígenos para los humanos. Sin embargo, la American Cancer Society continúa apoyando el consumo de carnes procesadas. De igual manera, existen múltiples estudios que demuestran cómo el consumo de carne roja incrementa en un 51% la probabilidad de desarrollar diabetes. No obstante, la American Diabetes Association sigue recomendando su ingesta.

Los intereses de la gran industria en muchas ocasiones son respaldados por científicos y múltiples investigaciones que fueron financiadas por ésta misma. Para funcionar, la ciencia y la tecnología requieren de inversión, sea pública o privada. En la modernidad capitalista los estados han optado por una organización del tipo neoliberal. Por ende, este sector se alimenta en su mayoría de capitales privados. La financiarización busca imponer su hegemonía en la producción, a fin incrementar el plusvalor y centralizar la ganancia para los distintos monopolios y oligopolios. La inyección de capital en diversas actividades productivas, muchas veces actúa en función de incrementar la riqueza, no de mejorar las condiciones de vida actuales. Citando al filósofo italiano Maurizio Lazzarato, la búsqueda interminable de acumulación “trastorna la vida de los humanos y no humanos de una manera absurdamente acelerada y altera sus relaciones, creando las condiciones para la aparición de monstruos de todo tipo” (Lazzarato, 2020)[13].

Tomando en cuenta lo expuesto anteriormente respecto al fetichismo y la enajenación, no es que la ciencia, técnica y tecnología sean esencialmente destructivas, sino que se encuentran subsumidas por el capitalismo, el cual sí es violento y coercitivo. En consecuencia, su desarrollo estriba hacia la acumulación de plusvalor, posibilitado gracias a la financiarización del sector privado. Su separación del seno de la sociedad civil, divide el mundo entre expertos y no expertos, científicos y no científicos, conocimiento certero y creencias. La autoridad científica cuenta con un lugar de enunciación que está validado socialmente. Si un grupo de médicos me dicen que comer carne es lo mejor para mi salud, es muy probable que no dude en su palabra, seguro él sabe más que yo. Esta escisión marca una línea que nos lleva a contemplar en lugar de interactuar con la producción del conocimiento científico.

Antes de terminar este apartado, es momento de pensar qué son los investigadores. ¿Se trata de proletarios, pequeño-burgueses, demiurgos, descendientes de la Esfinge? Lo cierto es que producen y lo hacen a través del trabajo asalariado. El resultado es materializado en mercancía, sea en la forma de un paper académico, un chip que será implantado en el cerebro de un cerdo o la vacuna contra el coronavirus. Los productos de su trabajo poseen valor de cambio y serán llevados al mercado para ser vendidos, entrando a la vorágine de la circulación mercantil capitalista. Así pues, los investigadores son productores e incluso a ellos les llega a ser enajenado el resultado de su trabajo. Cuando se logre encontrar la cura contra el cáncer, ésta no pertenecerá a los productores primarios ni a la sociedad civil, sino a la farmacéutica que financió el estudio, misma que podrá determinar el precio a su antojo.

Podemos concluir que los investigadores son productores de mercancías, fetichizables y enajenables. Aunado a ello, los productos del trabajo científico pasan por un proceso de despolitización que los aparta de la esfera de lo humano, deviniendo en que sólo podamos acceder a ellos a través de la compra. Y, por último, estos estarían subordinados a la acumulación de valor, haciendo a un lado el valor de uso al desplazar el goce a un segundo orden: las condiciones materiales de la actualidad son adecuadas para la total superación del hambre, pero los vertederos se siguen llenando con los excedentes. El estado de escisión en el que vivimos respecto a la producción de ciencia, ha propiciado que la forma en la que nos acercamos a la vitrina del conocimiento científico, sea bajo el papel de espectadores. Profundicemos en este tema.

 

Confiemos en el cerdo de Elon Musk

Pues bien, Guy Debord llega al escenario. De acuerdo con La sociedad del espectáculo, la separación es principio y fin de una sociedad que vive bajo la espectacularidad. El espectáculo es un tipo de relación social donde se vive en la representación, sin posibilidad de acceder directamente a la realidad concreta. Para enmascarar el carácter crudo de su ejercicio, el capitalismo desarrolló una suerte de filtro que oculta información sobre cómo opera. Así pues, todo lo que nos rodea estaría mediatizado y representado por el capitalismo, como un intento de no permitirnos conocer su forma de real de producción. Esta distorsión generalizada de cómo vemos el mundo, naturaliza la separación entre sujeto social y politicidad. La vida mediatizada sólo puede relacionarse con su mundo a manera de pasiva espectadora. No le es posible participar directamente en el proceso para determinar y dar forma a su propia socialidad. Resultado de esto, el espectáculo se torna en realidad y se pierde la capacidad de transformar el mundo.

Mostrar el lado verdadero del capitalismo, abre la posibilidad de romper la barrera que nos separa del mundo real para reapropiarnos de él. El problema radica en que la separación se nos muestra e impone siempre de manera espectacular en cada uno de los aspectos de nuestra vida, al punto de aturdirnos. Nada, ni ciencia, técnica y tecnología, se salvan del espectáculo: “la realidad surge en el espectáculo, y el espectáculo es real” (Debord 10)[14]. Todo es apariencia que niega la vida de manera visible. La espectacularidad del mundo nos mueve a diversas formas de consumo, que no toman en cuenta el proceso social que las produjo.

A modo de ejemplo, pensemos en la presentación que realizó Apple en 1984 de la Macintosh 128K, primer ordenador personal con interfaz gráfica de usuario. El espectáculo fue perfecto, Steve Jobs se convirtió en la imagen por excelencia del carismático tech genius y el público estaba asombrado con el producto. Todos querían salir corriendo a comprar el epítome de la tecnología. Una realidad mágica y espectacular se desplegó. Nadie consideró ni un segundo las relaciones sociales que produjeron el aparato, ni mucho menos la explotación del trabajo que se llevaba a cabo en las líneas de ensamblaje. Tiempo después, el primer iPhone fue presentado en 2007. De nuevo, la audiencia estaba eufórica. ¿Quién iba a darse el momento para pensar en los minerales que estaban dentro? Como el cobalto extraído en República del Congo a través de explotación infantil.

Vivimos un momento de la historia bastante paradójico respecto a la visión que se tiene de la ciencia y la tecnología. Cuando los científicos nos exhortan a cambiar nuestros hábitos, los resultados de sus investigaciones siempre pueden ser puestos en duda. En cambio, si nos presentan el maravilloso y último Tesla, no hay nada que sospechar, incluso si su batería de litio es producto del ecocidio en Sudamérica. Lo espectacular nos despierta confianza e interés, la seriedad y la responsabilidad son molestas. El cerdo de Elon Musk representa la promesa de un futuro mejor, en el que podremos tener chips implantados en nuestros cerebros con los cuales podremos almacenar nuestros recuerdos y, a la par, ser testigos de cómo la conquista por el pan nunca logra ser consumada.

 

Marx, Bijker y Debord se sientan a la mesa

Como podemos ver, no es posible dar una única respuesta respecto a la visión que se tiene hoy día de la ciencia, la tecnología y la técnica. Existen una serie de procesos contradictorios a considerar que mantienen esa “y” copulativa. La ciencia es motivo de desconfianza para muchos y el lugar en el que otros tantos han depositado su fe; un medio para la dominación y nuestra herramienta en diversos procesos emancipatorios; espectacular y con la capacidad de ayudarnos a transformar el mundo. Es la autoridad desautorizada. No es posible definir de manera general el estado de la cuestión. Cierto es que, como hemos visto, ciencia, tecnología y técnica poseen un carácter político en tanto que son productos construidos socialmente. Dado que vivimos en la modernidad capitalista, es importante discernir su forma de reproducción social si queremos hacerle frente. Tal vez Lukács tenía razón cuando nos advirtió en Historia y conciencia de clase que todas las dificultades que acontecen en este periodo de la historia nos llevan, necesariamente, a considerar el problema de la estructura mercantil propia del modo de producción capitalista (Lukács 110)[15]. Quizá valga la pena tomar en cuenta el problema del fetichismo y la enajenación cuando se quiera estudiar la paradoja de la autoridad científica y esto, a su vez, nos ayude a comprender porque la sociedad civil desconfía de los termómetros infrarrojos.

 

Bibliografía

Debord, Guy. La sociedad del espectáculo. (Ediciones Naufragio).

Echeverría, Bolívar. “Modernidad y capitalismo (15 tesis)”. Las ilusiones de la modernidad. Ediciones del Equilibrista, México.

____, Echeverría, Bolívar. “Lukács y la revolución como salvación”. Las ilusiones de la modernidad. (México: Ediciones Era, 2018).

____, “Lo político en la política”. Valor de uso y utopía. (México: Siglo XXI, 2017).

____, “El problema de la nación desde ‘la crítica a la economía política’”. El discurso crítico de Marx. (México: Fondo de Cultura Económica, 2017).

Jünger, Ernest. Los titanes venideros. Ideario último. (Página Indómita).

Lazzarato, Maurizio. “¡Es el capitalismo, estúpido!”. El salto. www.elsaltodiario.com

Lukács, Georg. Historia y conciencia de clase. (La Habana: Editorial de Ciencias Sociales del Instituto del Libro)

Marx, Karl. El capital, crítica de la economía política, Tomo I/Vol. 1. (México: Siglo XXI, 2013).

____, El capital, crítica de la economía política, Tomo I/Vol. 2. (México: Siglo XXI, 2009).

____, Marx. El 18 brumario de Luis Bonaparte. (Madrid: Fundación Federico Engels, 2003).

____, Capítulo VI (inédito), resultados del proceso inmediato de producción. (México Siglo XXI).

Van Daal, Julius. La cólera de Ludd. (España: Pepitas de calabaza ed., 2015).

Wiebe E. Bijker, Roland Bal, Ruud Hendricks. The paradox of scientific authority: the role of scientific advice in democracies. (Massachusetts Institute of Technology, 2009).

Yaffe-Bellany, David and Michel Corkery. “Dumped Milk, Smashed Eggs. Plowed Vegetables: Food Waste of the Pandemic”. The New York Times. www.nytimes.com

Zapata Clavería, Miguel. “El coronavirus, la ciencia y las crisis de la confianza”. Revista Común. www.revistacomun.com

 

 

[1] Yaffe-Bellany, David and Michel Corkery. “Dumped Milk, Smashed Eggs. Plowed Vegetables: Food Waste of the Pandemic”. The New York Times. www.nytimes.com

[2] Lazzarato, Maurizio. “¡Es el capitalismo, estúpido!”. El salto. www.elsaltodiario.com

[3] Marx, Karl. El capital, crítica de la economía política, Tomo I/Vol. 2. (México: Siglo XXI, 2009), 401.

[4] Jünger, Ernest. Los titanes venideros. Ideario último. (Página Indómita), 33.

[5] Marx. El 18 brumario de Luis Bonaparte. (Madrid: Fundación Federico Engels, 2003), 13.

[6] Echeverría, Bolívar. “Lukács y la revolución como salvación”. Las ilusiones de la modernidad. (México: Ediciones Era, 2018), 105.

[7] Marx, Karl. El capital, crítica de la economía política, Tomo I/Vol. 1. (México: Siglo XXI, 2013), 103.

[8] Echeverría, Bolívar. “El problema de la nación desde ‘la crítica a la economía política’”. El discurso crítico de Marx. (México: Fondo de Cultura Económica, 2017), 274.

[9] Echeverría, Bolívar. “Lo político en la política”. Valor de uso y utopía. (México: Siglo XXI, 2017), 78.

[10] Echeverría, Bolívar. “El problema de la nación desde ‘la crítica a la economía política’”. El discurso crítico de Marx. (México: Fondo de Cultura Económica, 2017), 274.

[11] Wiebe E. Bijker, Roland Bal, Ruud Hendricks. The paradox of scientific authority: the role of scientific advice in democracies. (Massachusetts Institute of Technology, 2009), 24.

[12] Ibid., p. 26.

[13] Lazzarato, Maurizio. “¡Es el capitalismo, estúpido!”. El salto. www.elsaltodiario.com

[14] Debord, Guy. La sociedad del espectáculo. (Ediciones Naufragio), 10.

[15] Lukács. Historia y conciencia de clase. (La Habana: Editorial de Ciencias Sociales del Instituto del Libro), 110.

Victoria Añorve

Estudiante tesista de la Licenciatura en Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de Morelos, México. Ha impartido el taller El cine y la política: una visión desde la técnica y editado el periódico La Jornada de Morelos.