Es evidente, no obstante, que si observamos la realidad solo para hallar los puntos en que ésta coincide sin tensiones con nuestras explicaciones, no sólo procedemos con incorrección formal en el pensamiento, sino que además se empobrece y osifican los hallazgos teóricos, de forma tal que no consiguen desplegarse dialécticamente como una realidad en permanente movimiento. La deriva de una actitud tal es la conversión de la teoría en un mero prejuicio o dogma, procediendo de igual forma que las pseudo teorías racistas, machistas, etc. Por ello es tan importante la recomendación de Lenin acerca de la necesidad de una teoría revolucionaria junto a una práctica revolucionaria, las cuales, por cierto, eventualmente pueden no coincidir.
por Luis Velarde Figueroa
Imagen / Charles Monnet, Noche del 4 de agosto de 1789 en la Asamblea Nacional Francesa. Fuente.
Nuestras discusiones sobre concepciones políticas entrañan argumentaciones sobre la agencia política, es decir, sobre el sujeto que debe hacerse cargo de una lucha determinada, sea ésta en relación con la clase, la etnia, el género, etc. En muchos casos esta determinidad, inherente a cualquier proyecto político, deriva en estructuras argumentativas que evalúan e incluso descalifican el contenido de los mensajes de ciertos emisores según su posición subjetiva, digamos, empírica. Lo que nos lleva a preguntarnos sobre el rigor lógico de nuestras discusiones, cuando vemos que el diálogo se encuentra viciado por falacias del tipo ad hominem. Así, por ejemplo, tendrían más validez las ideas de un obrero sobre la lucha de clases, o de una indígena sobre el indigenismo, o de una mujer sobre la lucha por la igualdad de género, etc. Desde luego, un empirismo como este es un despropósito ya que podemos encontrarnos con, por caso, individuos que pertenecen teóricamente a una agencia política y sin embargo, su conciencia se encuentra comprometida con la dominación: mujeres conservadoras y machistas, obreros desclasados y aspiracionales, mapuches desculturalizados, etc. Pero sigue siendo cierto que sólo los trabajadores podrán liberar a la clase trabajadora, sólo las mujeres deberán protagonizar el feminismo, sólo los indígenas pueden rescatar y luchar por el reconocimiento de su cultura.
Teniendo en consideración que la coordinación de todas las luchas emancipatorias deberá por fuerza conseguirse en el campo del entendimiento comunicativo, se hace necesario una reflexión sobre las condiciones del discurso, a partir de las cuales se pueda discrepar y consensual sin alienación, sin impedimentos cósicos, sólo a través del encuentro intersubjetivo. En este sentido proponemos este comentario sobre la distinción entre subjetividad lógica y subjetividad política, a fin de contribuir al encuentro de los frentes de lucha por la transformación de la sociedad, siempre bajo el presupuesto de que el entendimiento ideológico es la base de la articulación de luchas diferentes pero no excluyentes, como lo son la lucha de clases, de género, ecológica, étnica, etc.
La distinción de Lukács
Adorno criticaba la ciencia burguesa de la sociedad cuando en relación con el saber o las ideologías ésta se limita a sustituir “por su función social y el condicionamiento de los intereses el contenido de verdad, mientras que no entra en la propia crítica de éste, frente al cual se comporta con indiferencia” (Adorno 186).[1] En el fondo esta crítica se refiere al mismo problema con el que nos encontramos cuando hacemos prevalecer el análisis sobre el origen del mensaje, desentendiéndonos del meritorio examen de su razón por sí. Con toda propiedad podemos denominar esta manera de discutir no solamente falaz, sino que también empirista, puesto que lo que subyace es la idea según la cual la dación empírica de los agentes del discurso determina su contenido; pero incluso podemos decir que confluye un profundo idealismo también, puesto que supone que las teorías se corresponden sin solución de continuidad con la realidad de los emisores del discurso. Este problema tiene ya su historia dentro de la teoría de la revolución dentro del marxismo. En su clásico Historia y conciencia de clase, Lukács hizo una distinción que vale la pena recordar aunque sea sumariamente, ya que de aquí pueden desprenderse aportes a la discusión sin necesidad de inventar la pólvora. Lukács decía que la conciencia de clase no se define ni como las ideas o representaciones que tiene de la realidad el proletario en forma individual, ni tampoco consiste en el promedio de su pensamiento en un momento dado. Estas no serían más que maneras empiristas de entender lo que realmente es la conciencia de clase del proletariado.
De hecho, entendiendo que el pensamiento de cada uno no puede sino estar en gran medida condicionado por el contexto, el proletariado “como producto del capitalismo, tiene que estar necesariamente sometido a las formas de existencia del que lo ha engendrado”, el capitalismo, específicamente, en relación con “la cosificación” (Lukács 181).[2] No cabe, por tanto, ni la sorpresa, ni la desilusión frente a los comentarios de un trabajador en favor del capitalismo y de las ideologías burguesas. La conciencia de clase para Lukács tiene que ver más bien con una perspectiva desde la cual se observan los hechos sociales y a partir de la cual se plantean problemas y objetivos. En palabras de Lukács “la conciencia de clase no es la conciencia psicológica de proletarios individuales, ni la conciencia de su totalidad (en el sentido de la psicología de las masas), sino el sentido, hecho conciente, de la situación histórica de la clase” (Lukács 177).[3] En suma, la conciencia de clase, lejos de corresponder a las representaciones locales e inmediatas que tienen sujetos individuales que objetivamente pertenecen a la clase trabajadora, consiste en el sentido que dimana de la posición que tiene el trabajador en el proceso productivo y los intereses sociales y posibilidades objetivas que surgen de este enfoque. Desde luego, existe una compleja interacción entre la efectiva conciencia de la masa trabajadora y la posible conciencia según su situación objetiva, interacción relativa a la práctica política y económica de los sujetos efectivos, por cuanto los saberes que pueden surgir a partir de un enfoque no pueden sino mostrar su realidad en la lucha real de la clase, desde la cual ha de emerger una dialéctica de teoría y práctica, la necesaria autocrítica constante de la conciencia de clase.
De forma semejante, cabe entender, por extensión, el vínculo entre la posiciones de sujeto empírico, desde cuya corporalidad debe efectuarse la lucha política, y las posiciones teóricas, esto es, que vale la pena el examen del “contenido de verdad” de un discurso según el análisis que se puede realizar de la lógica o enfoque epistémico desde el cual se entienden los problemas, los objetos, los propósitos y las posibles políticas o medidas a adoptar. No basta con determinar el sujeto de la enunciación en tanto construcción discursiva, cuanto menos basta condicionar la validez de un discurso conforme al género, clase, etnia, etc. del emisor. No es de extrañar, como decíamos, que un obrero piense políticamente como derechista, ni que una mujer defienda las tradiciones patriarcales. En un plano meramente dialógico o de discusión teórica resulta de vital importancia superar este análisis empírico en pos de un análisis lógico o epistémico. Pero, ¿cómo entender el sujeto epistémico del discurso?
La distinción que hacía Lukács sin duda tiene su antecedente en las nociones de Marx acerca de las limitaciones ideológicas de los economistas burgueses que lo precedieron o que fueron sus contemporáneos. Marx pensaba que el posicionamiento de clase que hace el investigador o, más influyente, su horizonte histórico, podían determinar los objetos, tanto como los problemas de la ciencia, específicamente de la economía política. Un ejemplo son las limitaciones histórico-sociales de Aristóteles en su estudio de la economía y crematística, posicionadas desde la perspectiva de la circulación (Marx 172). De igual forma, es natural que quien tenga por objetivo la maximización de la ganancia capitalista considere nula o muy escasamente la explotación, la plusvalía e, incluso, la producción, haciendo objeto predilecto del análisis la pura circulación o el consumo, como sucede en el marginalismo. Asimismo es natural, por ejemplo, como destaca Marx, que “los espíritus que se ponían de parte del proletariado captaran la contradicción” (cit en Dussel 222)[4] entre la riqueza de las naciones y la pauperización de los trabajadores, incluso teorizada ya por Ricardo. Así pues, el sujeto entra en la dimensión misma de la ciencia por cuanto su situación objetiva puede hacer accesibles contenidos específicos de la realidad.
Es por ello que autores latinoamericanos en contra del colonialismo incubado también en el saber, han pugnado por la producción de un saber situado, lo cual por fuerza debe pasar por una atención hacia el sujeto del conocimiento. Así, componentes sociales e históricos dejan de ejercer una función exterior a la teoría, antes bien sucede como en el “a priori antropológico” de Roig[5], en el que el resultado del ejercicio de pensar nuestra realidad a través de las diversas disciplinas no es ajeno a su punto de partida, es decir, de la situación del sujeto de conocimiento. Con todo, no se trata de un relativismo subjetivo, en el sentido individual, única manera de entender la subjetividad para el pensamiento burgués, sino de una determinidad del ser social mismo, una subjetividad que dimana de su situación objetiva en cuanto agente social. Es claro, entonces, que esto implica una conciencia de las proyecciones políticas y sociales del discurso.
Corrección política y la subordinación teórica de la realidad
Pero esto no debe dar lugar de nuevo al criterio de corrección política sin más. Este criterio simplifica hasta el absurdo, y con perniciosas consecuencias, el análisis y la discusión. Si evaluamos un mensaje por su adherencia política al feminismo, al marxismo, a la lucha contra la colonización o el eurocentrismo, al indigenismo, etc., las discusiones se tornan declaraciones de pureza o fidelidad, de espíritu combativo, de retórica sobre la radicalidad. Los discursos así se desplazan hacia la búsqueda personal o colectiva de muestras de una pretendida consecuencia o moral que permita garantizar la validez del mensaje. Que el sujeto de la enunciación se identifique con el feminismo o el materialismo histórico no implica que tenga razón. La argumentación no puede consistir en demostrar la adherencia a una corriente de pensamiento emancipatoria, antes debe mostrar su contenido de verdad por cuanto efectivamente profundiza y aclara nuestra comprensión de la realidad social o natural; es en esta medida que el contenido de verdad queda dirigido por un posicionamiento subjetivo de perspectiva social. Cuando Marx, por ejemplo, hablaba de las mistificaciones que hacen los economistas burgueses acerca de la dinámica del capitalismo no quería decir que fueran mistificaciones por pertenecer a intelectuales burgueses o por defender posiciones liberales, sino que al revés, una vez demostradas las mistificaciones, éstas se explicaban por las limitaciones ideológicas de los investigadores.
De igual forma, la teoría debe permitir profundizar constantemente la realidad, no hipostasiarse en una verdad en sí misma bajo cuya óptica los hechos simplemente comprueban caso por caso su validez. Este sería otro modo en que se manifiesta el estrechamiento de la conciencia y un límite para el entendimiento discursivo. Se trata del conocido lecho de Procusto que funciona según un tipo de razonamiento que se dedica a comprobar pero no a falsear nuestras posiciones teóricas. Es evidente, no obstante, que si observamos la realidad solo para hallar los puntos en que ésta coincide sin tensiones con nuestras explicaciones, no sólo procedemos con incorrección formal en el pensamiento, sino que además se empobrece y osifican los hallazgos teóricos, de forma tal que no consiguen desplegarse dialécticamente como una realidad en permanente movimiento. La deriva de una actitud tal es la conversión de la teoría en un mero prejuicio o dogma, procediendo de igual forma que las pseudo teorías racistas, machistas, etc. Por ello es tan importante la recomendación de Lenin acerca de la necesidad de una teoría revolucionaria junto a una práctica revolucionaria, las cuales, por cierto, eventualmente pueden no coincidir.
Un ejemplo notable de la manipulación dogmática de eventos reales en favor de la mera confirmación de alguna postura, la encontramos en el análisis que Teun Van Dijk[6] hace de la cobertura tendenciosa de los medios de comunicación masiva cuando informan hechos destacando lo que podría ser un mero dato, incluso irrebatible, a saber, que quien ha perpetrado un delito pertenece a la población afrodescendiente. De esta manera, se promueven representaciones sociales racistas de aquello que sucede objetivamente. Por su parte, Žižek[7] ejemplifica esta operación al analizar los eventos de violencia acontecidos en en Nueva Orleans, Estados Unidos, luego del paso del huracán Katrina en 2005, cuando los informes de prensa, fácticamente correctos acerca de saqueos y violencia, se encontraban subrepticiamente motivados por el racismo. ¿Se trata únicamente de susceptibilidad? ¿Condenamos el crimental? Después de todo, ¿no se trata simplemente de informar un hecho? ¿Debiera existir acaso un tipo de restricción sobre la información basada en corrección política? Desde luego, un cinismo semejante sólo tiene cabida bajo el manto ideológico del liberalismo “progre”.
El asunto es otro. Tiene que ver con el procedimiento subjetivo con el que razonamos, uno que puede inducir el vicio de considerar los hechos como mera comprobación de nuestras ideas, independiente de su origen o su legitimidad en sí mismas. Si sólo observamos los datos con el afán acrítico de confirmar aquello que por voluntad, hábito, corrección política, fuerza retórica, moda, facilidad, etc. hemos concebido, entonces nos dejamos engañar por una conocida estructura argumental inválida conocida como falacia del consecuente. En el caso del racismo que ejemplificaban Van Dijk y Žižek se puede reconstruir el razonamiento falaz del siguiente modo: “si los negros son inferiores (A), entonces tienen un comportamiento irracional, violento (B); en las noticias se informa que efectivamente los negros realizan actos violentos (B), luego, efectivamente son inferiores (A)”. Esta estructura es conocida por su apariencia de razonamiento válido, cuando en verdad constituye una falacia, una inferencia incorrecta desde el punto de vista lógico formal. En efecto, el consecuente (B) solo puede servir para falsear el antecedente (A), cuando aquel no sea el caso, según el esquema denominado por tradición modus tollens. Pero más allá de la frecuencia con que aquella estructura argumental induce a pensar sin corrección lógica, el problema está determinado por una actitud acrítica que se limita a observar en la realidad aquello que favorece una postura ya adoptada sin someterla al escrutinio de un caso crucial de falsación, es decir, subordinando la realidad a la teoría.
Consecuencias
¿Cuál es, por tanto, la consecuencia práctica de las reflexiones vertidas aquí? Sostenemos que mientras el sujeto lógico que determina la orientación ideológica del discurso conforme a una perspectiva social ha de permitir la discusión y el entendimiento discursivo entre los diferentes movimientos sociales y corrientes revolucionarias, el sujeto político práctico está determinado por el agente efectivo de lucha. En este último caso, corresponde la máxima de Marx que perfectamente aplica al resto de los sujetos sociales, “la emancipación de la clase obrera debe ser obra de los obreros mismos”,[8] es decir, que solo pueden hacerse cargo real de llevar a cabo la liberación un sujeto político delimitado por condiciones sociales efectivas: los trabajadores, las mujeres, los homosexuales, los indígenas, etc. De no ser así, nos veremos enfrentados al riesgo del vanguardismo y su consecuente deriva burocrática o también al puro asistencialismo socialdemócrata.
En conclusión, el entendimiento intersubjetivo entre las posiciones ideológicas orientadas hacia la emancipación, contra la opresión social y la explotación capitalista, debe distinguir el sujeto lógico y el sujeto político efectivo. Pero la coordinación de las luchas sociales por la emancipación general, contra la opresión social de género, contra la explotación y alienación social capitalista, por el reconocimiento de los pueblos indígenas, por la convivencia con nuestro entorno natural, etc., no puede sino ser un diálogo fluido y sustancial que descanse en la argumentación. Para lo cual es indispensable superar los vicios del diálogo, las falacias y los sesgos de conciencia. En este sentido, debe reconocerse los efectos perniciosos del empirismo tanto como el idealismo, de la pura corrección política, de la subordinación dogmática de los hechos a la teoría, entre otros.
[1] Theodor Adorno, Dialéctica negativa (Madrid: Akal, 2014), p.186.
[2] Georg Lukács, Historia y conciencia de clase. Estudios de dialéctica marxista. (Buenos Aires: RyR, 2013) p. 181.
[3] Ibídem, p.177. Cursivas en el original.
[4] Enrique Dussel, Hacia un Marx desconocido. Un comentario a los Manuscritos del 61-63 (México D.F.: S. XXI, 1988), p. 222.
[5] Arturo Andrés Roig, “Teoría y crítica del pensamiento latinoamericano.” (En red: https://ensayistas.org/filosofos/argentina/roig/teoria/introduccion.htm)
[6] Teun Van Dijk. Discurso y poder (México: Gedisa, 2009), pp. 44 y 45.
[7] Slavoj Žižek. Sobre la violencia (Barcelona: Paidós, 2009), pp.115-123.
[8] Karl Marx. “Estatutos generales de la asociación internacional de los trabajadores”. Marxists Internet Archive, www.marxists.org
Luis Velarde Figueroa
Profesor de Castellano y magíster en Literatura Chilena y Latinoamericana.