Independiente de una reforma estructural a los partidos políticos, se vuelve necesario que desde ya estos se pongan a disposición para realizar cambios que apunten a una democratización de estos desde la interna, subsanando los vicios de la política transicional. Esto conlleva la realización periódica de procesos eleccionarios internos para definir vocerías y candidaturas, trasparencia, prioridad a líderes y lideresas sociales y decisiones que representen la discusión colectiva y que permita el acercamiento de quienes hoy sienten desafección por los espacios. Mirando lo macro, la disputa nace vacía de contenido si no se responde a un proyecto político a priori unitario que busque ser confrontacional y que sea acorde a la demanda ciudadana, además de perseguir efectos en el largo plazo y definir una visión de la sociedad, esto no tiene cabida en la política de las ofertas partidarias en tiempos de contiendas electorales.
por Ignacia Gutiérrez Aguilar
Imagen / No vote, luche, 25 de diciembre 2006, ledpup. Fuente.
Desde octubre del año pasado, hemos sido testigos y protagonistas de la revuelta social que estalla para denunciar la crisis institucional que se ha perpetuado por parte de la clase política durante los últimos treinta años. El estallido social deja de manifiesto la obsolescencia de la política de transición, la política de los consensos que ha desarticulado la organización social y territorial. A su vez, este proceso viene acompañado con el crecimiento de la despolitización, que, desde el retorno a la democracia se ha manifestado en la baja tendencial de participación por parte de la ciudadanía en los procesos eleccionarios, en el desinterés por participar de partidos políticos y la escaza representación que estos mismos tienen en la ciudadanía.
Tras la masiva participación electoral en el plebiscito que dio inicio a la discusión constituyente en nuestro país, vemos que el discurso “antipartidista” y la negativa para con los partidos políticos independiente de la tendencia ideológica que estos propugnen va en aumento. Es por lo que, situados en el escenario constituyente y ante la próxima disputa electoral que definirá la composición del órgano que redactará la nueva constitución, surge la necesidad de repensar el accionar y la composición de la izquierda tanto para el momento que vivimos como para los tiempos venideros.
La importancia de la organización social.
La organización social, ya sea de carácter territorial, o aquella que se reconoce por la reivindicación en particular de una demanda, ha cumplido un rol fundamental en el país a lo largo de la historia. Desde la organización social obrera hasta la organización social denunciante de las violaciones a los derechos humanos en la dictadura cívico militar, su composición siempre ha resultado ser convocante. Pese a las diferencias existentes en cuanto a orígenes, objetivos, proyectos de reivindicación y transformación se produce la posibilidad de articulación sin que el proyecto se monopolice por una minoría, permitiendo la participación e incidencia directa de quienes se sienten convocados. (Bordieu, 2002)[1]
Es por esto, que la izquierda partidista está llamada a cumplir un rol fundamental como canal comunicativo entre las instituciones burocráticas y como plataforma de acción para encauzar las demandas que se gestan en la organización social y que requieren materialización en políticas públicas.
Trabajar la política en todos los espacios.
Ante la descomposición generalizada de los espacios, se acrecienta la brecha histórica entre la esfera pública y privada de la vida, así, pareciese que la disputa y las discusiones políticas propiamente tales solo tienen cabida en la esfera pública y dirigidas hacia las instituciones, mientras en el espacio privado sigue sin estar clara la forma en la que impacta la política. Sin embargo, desde el 18 de octubre pareciese ser que se vuelve a la apropiación de los espacios comunitarios para conversar y hacer política. ¿Cómo recomponer un tejido social fracturado y resignificarlo con lo político?
Volvemos a encontrarnos con el necesario ideario feminista donde lo político impacta tanto en la calle, en las instituciones, en las plazas y en la casa. Un proceso constituyente participativo desde las bases con discusiones periódicas en el territorio que guíen el trabajo técnico de las y los constituyentes es la única fórmula para reeducarnos y re politizar la sociedad, repensando los espacios que, ultrajados por el neoliberalismo estuvieron alejados del contenido y de la discusión política durante años.
¿Qué rol juega el electoralismo?
La política partidista se ha caracterizado por la ansiedad electoral de cara a procesos democráticos, muchas veces los nombres militantes sobresalen a lo colectivo para posicionarse como candidaturas, esto ha llevado a que los partidos dejen de identificarse con proyectos o con lo colectivo, para identificarse con personalismos, donde son unos pocos quienes representan la construcción que se lleva a cabo colectivamente en el territorio, y lamentablemente la renovación de quienes representan a la colectividad se lleva a cabo después enfrentar varios periodos electorales.
El electoralismo sin duda es fundamental para concretar objetivos y proyectos políticos, sin embargo, sin cambios a la forma en la que se ha funcionado hasta hoy, solo es aporte al desinterés de la población votante en los procesos.
Independiente de una reforma estructural a los partidos políticos, se vuelve necesario que desde ya estos se pongan a disposición para realizar cambios que apunten a una democratización de estos desde la interna, subsanando los vicios de la política transicional. Esto conlleva la realización periódica de procesos eleccionarios internos para definir vocerías y candidaturas, trasparencia, prioridad a líderes y lideresas sociales y decisiones que representen la discusión colectiva y que permita el acercamiento de quienes hoy sienten desafección por los espacios. Mirando lo macro, la disputa nace vacía de contenido si no se responde a un proyecto político a priori unitario que busque ser confrontacional y que sea acorde a la demanda ciudadana, además de perseguir efectos en el largo plazo y definir una visión de la sociedad, esto no tiene cabida en la política de las ofertas partidarias en tiempos de contiendas electorales.
Proyectos políticos para el largo plazo y el fin de la política de consensos.
Por último, no es novedad que la política de los consensos propia de la transición no se ha encargado de políticas sustantivas o programas que toquen el fondo de la crisis institucional que se viene sosteniendo por años, la resolución de cuestiones puntuales emergentes cada cierto tiempo con programas de corto plazo no ha entregado la estabilidad suficiente a los proyectos que se levantan por las organizaciones sociales o demandas que de manera transversal a demandado la ciudadanía desde el estallido.
Apuntar a la transformación del modelo, requiere de ideas comunes que confronten de manera pública y democrática lo que ya existe, y que por lo demás busquen establecerse como proyectos políticos para el largo plazo. Esto requiere de una unificación de los movimientos que hoy se encuentran dispersados, esta asociación debe responder como mínimo a una coordinación de acciones para el quehacer político institucional, donde conviva la institucionalidad con la organización social, y donde la primera como fue mencionado, sea la plataforma para concretizar lo que nace en la organización ciudadana.
Notas
[1] Bordieu, P. (2002). “Contra la política de despolitización: Los objetivos del Movimiento Social Europeo.” http://www. lainsignia. org/2002/enero/cul_063. htm
Ignacia Gutiérrez Aguilar
Estudiante de Derecho de la Universidad de Chile.