Editorial #6. El derecho a comenzar

Pero con esa consolidación se abre un nuevo momento. El año de la confluencia opositora que nos regaló el Apruebo terminó. Es cierto que el Chile de la Transición fue finalmente sepultado por casi cuatro quintos de la población. Por ello debemos felicitarnos. Pero también se debe asumir que estamos ante el final de un ciclo más largo de una coyuntura de revueltas. Y no es solo un ciclo el que se disipa; el fin de ese ciclo también desahucia las herramientas que fabricamos para poder forjarlo. La esperanzadora mayoría que hoy se articula da muchas y buenas razones para caminar sin las prótesis de costumbre. Todos nuestros sentidos deben volver a calibrarse porque la tierra que comenzamos a pisar no es la misma que veníamos pisando. El 25 de octubre nos ganamos el derecho y el deber de caminar por ese terreno desconocido de un Chile verdaderamente postdictatorial. Ya nadie más podrá usar de comodín el Plebiscito de 1988. El acontecimiento referencial es aquel que presenciamos con nuestros propios ojos. 

por Comité Editorial Revista ROSA Imagen / Nueva constitución ahora, 2019, Matías Fernández. Fuente: Wikimedia.


Las postales de alegría desbordante de la noche del 25 de octubre de 2020 quedarán en la memoria de cada esquina de los barrios populares del país. Un pueblo habituado a las derrotas y a la mano inclemente de la represión siente por primera vez en décadas la satisfacción de una victoria aplastante. Una victoria que fue fruto directo de su propia rebelión. Una victoria inexpropiable. Una victoria lograda, además, en una cancha conquistada con el empuje, el estilo y el desparpajo de los plebeyos.

Para llegar ahí debimos atravesar una revuelta protagonizada en buena medida por los más explotados y empobrecidos entre los nuestros, y que logró concitar una clara adhesión de mayoría. Fueron ellos quienes con su irreverencia abrieron rendidoras fisuras en las membranas del individualismo trágico en que parecíamos sumidos. Con miles de detenidos y centenares de mutilados, con inéditas acciones de violencia de masas, y una fuertísima respuesta represiva del gobierno, la élite política y los intelectuales orgánicos ligados al tándem Derecha-Concertación no tuvieron más opción que ceder a la idea de transformar la Constitución. La posibilidad misma del triunfo de ayer fue arrancada de las manos de quienes nos dominan. Para decirlo en propiedad, las mayorías movilizadas desde octubre y noviembre de 2019 son las que ayer expresaron nítidamente el alcance de su accionar. Pese a quien le pese, no parece haber dicotomía entre la revuelta de masas y la movilización electoral. Las polémicas respecto del acuerdo del 15 de noviembre parecen hoy disputas mezquinas ante el verdadero monumento que fabricaron los rebeldes con este copamiento del campo electoral, proyección inequívoca del copamiento emancipador de las calles.

Esta revuelta fue el resultado de frustraciones, descontentos e intensas jornadas de agitación y avance por y entre las grietas del modelo. Basta enumerar, basta comenzar a llamar imágenes. La movilización secundaria de 2001; la revolución pingüina de 2006; las luchas de la nueva generación de trabajadores que integran los portuarios, los precarizados de la minería, las forestales y el retail, y el combativo contingente del joven profesorado; el movimiento feminista, de larga forja y que hizo suyo el 2018 recomponiendo una historicidad de politización obligándonos a mirar la explotación, la violencia y la reproducción silente de las desigualdades; la movilización en las zonas de sacrificio ambiental como Freirina -con la combinación de lucha comunitaria y violencia de masas- y la lucha por el agua en espacios como Petorca; las jornadas de protesta de masas por la educación en 2011 y las huelgas docentes desde 2014. Todos esos acontecimientos, así como los centenares de luchas microscópicas desplegadas en las negociaciones sindicales, la organización barrial, el desacato a las jefaturas y el combate callejero en poblaciones, fueron los afluentes de ese año rebelde que partió el 18 de octubre de 2019 y que se montó sobre el itinerario constituyente definido el 15 de noviembre del mismo año. Hoy podemos decir que se trató de un proceso largo acelerado por los irreverentes saltos sobre el torniquete. Una vez más, como tantas veces en la historia de Chile, fue con los saltos de sus estudiantes que saltó todo este país. Y no fue otra cosa que ese empuje desafiante lo que en cuestión de semanas movió a la oligarquía a su propio precipicio. El aplastante triunfo del 25 de octubre vino a consolidar la presencia ineludible de esa fuerza. 

Pero con esa consolidación se abre un nuevo momento. El año de la confluencia opositora que nos regaló el Apruebo terminó. Es cierto que el Chile de la Transición fue finalmente sepultado por casi cuatro quintos de la población. Por ello debemos felicitarnos. Pero también se debe asumir que estamos ante el final de un ciclo más largo de una coyuntura de revueltas. Y no es solo un ciclo el que se disipa; el fin de ese ciclo también desahucia las herramientas que fabricamos para poder forjarlo. La esperanzadora mayoría que hoy se articula da muchas y buenas razones para caminar sin las prótesis de costumbre. Todos nuestros sentidos deben volver a calibrarse porque la tierra que comenzamos a pisar no es la misma que veníamos pisando. El 25 de octubre nos ganamos el derecho y el deber de caminar por ese terreno desconocido de un Chile verdaderamente postdictatorial. Ya nadie más podrá usar de comodín el Plebiscito de 1988. El acontecimiento referencial es aquel que presenciamos con nuestros propios ojos. 

En la etapa que abre el Plebiscito de 2020, donde los intereses de clase se han hecho evidentes, nuestros enemigos no trepidarán en defenderse con todas las herramientas a su disposición. Ellos también juegan y tampoco desconocen que esta geografía es extraña. Pero tienen a los viejos cartógrafos de su lado. Por ello, la comodidad de la indefinición ya no nos sirve si queremos ser la expresión política de ese descontento popular que demostró lo que puede cuando se mueve. Más que nunca urge la necesidad de articularse en torno a la conquista del futuro, y eso demanda un programa de mayorías donde la dignidad no sea una consigna, sino un piso desde donde empezar a recuperar el control de nuestras vidas. Hacer de la soberanía no un vocablo abstracto de la teoría política, sino uno práctico que dote de sentido a la existencia cotidiana. La revuelta y las movilizaciones han dejado claro que hay discusiones que no podemos abandonar: pensiones, medioambiente, derechos sexuales y reproductivos, derechos a la organización en el trabajo, derecho social a la salud y a la educación. El viejo susurro ya no es susurro: toca volver a pronunciar la pregunta por la propiedad. Y para eso aprendimos que pensar en serio la dignidad depende de nuestra capacidad para luchar y vencer en el inmediato futuro.

Expresar este programa sin titubeos es lo único que nos permitirá enfrentar el desafío de mirar y conquistar al abismo. Debemos unirnos sin desfigurarnos para enfrentar a la oligarquía en esta guerra abierta que será el itinerario constituyente. Desde la izquierda, ello implica reemplazar los vicios y reflejos que nos eran funcionales. Volver sobre nuestros atavismos equivale a hundirnos abrazados a un ancla. El moralismo de los ajusticiamientos morales, el ensimismamiento del parlamentarismo y el municipalismo, y la comodidad de apoyarse exclusivamente en una clase media profesional aterrorizada por la incertidumbre deben quedar atrás. Tenemos, en cambio, la inigualable oportunidad de defender principios y contenidos apoyados por esa amplia espalda social trabajadora y precarizada que se expresó en el plebiscito que celebramos. Tomarnos esta lucha en serio es nuestro mejor homenaje a Fabiola Campillay, Gustavo Gatica, Mario Acuña, Abel Acuña, Nicole Saavedra, Antonia Barra, y tantas otras que llevan ya un año mostrando estar dispuestas a todo por recuperar la vida.

Las movilizaciones y la revuelta, el trabajo silencioso y anónimo por construir aparatos políticos para la izquierda, y la expresión aplastante de las capas populares en el plebiscito, nos han entregado la posibilidad de subirnos al ring de la conquista de nuestros derechos. Y para pelear efectivamente necesitamos la voluntad de organizar el descontento de quienes se han politizado y han luchado por destituir este orden social impuesto a sangre y fuego. El conservadurismo más duro ensayará arañazos letales y el progresismo neoliberal intentará instalar su viejo gatopardismo, desplegando sus moralejas sobre la participación y el ciudadanismo. Contra ello, nuestra mejor arma es apostar por la inteligencia colectiva, esa inteligencia moldeada hoy por la contemporánea versión de la tesis de “todas las formas de lucha” (ganar la calle, ganar en las urnas) y recordarnos en cada momento, con disciplina y solidaridad, que nuestro papel en esta historia es hacer todo aquello que somos capaces para cumplir los que nos prometimos: que la dignidad se haga costumbre.

Comité Editorial Revista ROSA

Pablo Contreras K. Andrés Estefane J. Carolina Olmedo C. Cristóbal Portales M. Felipe Ramírez S. Nicolás Román G. Luis Thielemann H.