A un año de octubre: certezas, dudas y desafíos

Para estar a la altura de esas tareas, y contar con las herramientas -políticas, organizativas, analíticas- adecuadas, debemos aprender a caminar y mascar chicle a la vez, abandonando la comodidad que nos brinda la simplificación de la política partidaria en los extremos del electoralismo o el basismo. Nuestro proyecto debe ser dinámico, debe anclarse en las luchas sociales, retroalimentarse de una militancia activa en las organizaciones de masas, debe ser herramienta colectiva de síntesis de las experiencias y construcciones del mundo popular, expresión de la diversidad de los pueblos que habitan y luchan en nuestro país, debe aprovechar las trincheras institucionales para aplicar su programa, debe fomentar la autocrítica y lo colectivo, y abandonar la soberbia y la autocomplacencia que tantos quiebres y rupturas burocráticas ha generado en estos años.

por Felipe Ramírez


Dos imágenes marcaron mi 18 de octubre hace un año atrás: cientos si no miles de trabajadores repletando la Alameda caminando hacia sus casas tras el cierre del Metro, expresando de mil formas distintas su apoyo a las protestas, y el fuego de las barricadas que repletaron una caminata nocturna desde Plaza Ñuñoa hasta Vicuña Mackenna esa misma noche.

Esa explosión de rabia iniciada por un grupo de jóvenes estudiantes secundarios ante algo que desde el poder se veía como algo mínimo, una pequeña alza en el precio del metro, removió profundamente al país. En esas 24 horas la parcialidad de las luchas sociales de masas que habían caracterizado al menos los últimos 18 años -remontándonos a esas movilizaciones secundarias del 2001- había sido superada en los hechos por las masas en un cuestionamiento radical de las bases más íntimas del neoliberalismo.

En los meses siguientes fuimos testigos y protagonistas de jornadas históricas: el protagonismo de las organizaciones de masas, la participación de nuestros sindicatos en huelgas generales, la organización espontánea de decenas si no cientos de asambleas territoriales discutiendo sobre la movilización, las falencias del modelo, una nueva Constitución, una impugnación inédita del Chile transicional.

Pero contra toda ilusión que algunos pudieron albergar, la oligarquía nacional nunca estuvo dispuesta a entregar el poder así nada más, mucho menos a rendir sus privilegios, sin luchar. Carabineros fue utilizado abiertamente como una “guardia de korps” de los intereses del gran capital, tal como el Estado los utilizó durante años en la Araucanía para ahogar en violencia las demandas de las comunidades mapuche eternamente despojadas y oprimidas, con un saldo sangriento. También grupos neofascistas se desplegaron abiertamente en las calles al alero de los partidos de la derecha.

La violencia policial no fue suficiente para acallar las protestas, que llegaron a extenderse hasta los barrios más acomodados de la capital, por lo que fuimos testigos de un despliegue de militares como no habíamos visto desde la dictadura. Así de intensa fue la fuerza popular desplegada por la sociedad en su impugnación al orden impuesto.

Durante el año que ha transcurrido -pandemia mediante- los bloques enfrentados demostraron no ser monolíticos. En un país que ha vivido y sufrido décadas de despolitización, represión y limitación del debate a los límites del acuerdo entre la Concertación y la derecha, miles se suman por primera vez a la política, las fuerzas se rearticulan sobre nuevas y viejas lealtades y posiciones. Hitos como el acuerdo del 15 de noviembre o el mismo plebiscito del 25 de octubre han actuado como divisores al interior del campo popular, y al lado del poder vimos el inédito desmarque de un general respecto al discurso criminalizador del Presidente Piñera.

La intelectualidad ligada a los sectores sociales privilegiados o que se han beneficiado del modelo -académicos/as, políticos/as, periodistas, opinólogos/as- han revivido viejos discursos que buscan re-disciplinar y “poner en cintura” a las fuerzas sociales levantiscas. Buscan reinstaurar los límites transicionales, reestablecer la “confianza” republicana en las instituciones, aunque implique la impunidad para los crímenes realizados, con el objetivo de recuperar el sitial que ocupaban al mando del país, amenazado por el “populacho”.

Un año después del 18 de octubre tenemos más dudas que certezas con respecto al escenario que enfrentaremos hacia adelante. Los niveles de participación que se logren en el plebiscito y los porcentajes exactos que obtenga el Apruebo y el Rechazo, la articulación de las fuerzas opositoras en uno o más bloques políticos, la disputa de los puestos en la Convención Constitucional -sea o no mixta-, el papel que cumplirán las organizaciones sociales en el proceso de preparación de la nueva Constitución, la búsqueda de justicia para las víctimas de la represión, son sólo algunos de los desafíos que enfrentamos.

Pero si algo queda claro es que la lucha de clases nunca se fue, sólo se expresó de otras maneras. Chile no era el paraíso al que aludía Piñera sólo pocos días antes del estallido social. Al contrario, vivimos en un país que se mira al espejo por primera vez en años, obligado por las profundas contradicciones forjadas por décadas de neoliberalismo.

Ante eso tenemos en la izquierda el deber de no “dejarnos comer” por la coyuntura, sino que debemos situarla en una lectura de largo plazo que permita forjar una alternativa política capaz de enfrentar el período. La lucha de clases no se agota ni en el plebiscito ni en la formalidad del proceso constituyente, sino que se extiende en la disputa por la construcción de un socialismo sustentado en la realidad de nuestros pueblos.

Para estar a la altura de esas tareas, y contar con las herramientas -políticas, organizativas, analíticas- adecuadas, debemos aprender a caminar y mascar chicle a la vez, abandonando la comodidad que nos brinda la simplificación de la política partidaria en los extremos del electoralismo o el basismo. Nuestro proyecto debe ser dinámico, debe anclarse en las luchas sociales, retroalimentarse de una militancia activa en las organizaciones de masas, debe ser herramienta colectiva de síntesis de las experiencias y construcciones del mundo popular, expresión de la diversidad de los pueblos que habitan y luchan en nuestro país, debe aprovechar las trincheras institucionales para aplicar su programa, debe fomentar la autocrítica y lo colectivo, y abandonar la soberbia y la autocomplacencia que tantos quiebres y rupturas burocráticas ha generado en estos años.

Es cierto que hay días que nos hacen avanzar años, pero también es cierto que el 18 de octubre no surgió de la nada. Si el neoliberalismo forjó las contradicciones que alimentaron la rabia de Chile, las protestas y huelgas del 2001, del 2006 y del 2011 construyeron una generación de militantes que fue sustento de la revuelta que vivimos hoy. Ahora es el momento de transformarla en revolución.

 

18 de octubre 2020, Felipe Ramírez.
Presidente de la Asociación de Funcionarios de la Universidad de Chile, Servicios Centrales.

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Activista sindical, militante de Convergencia Social, e integrante del Comité Editorial de Revista ROSA. Periodista especialista en temas internacionales, y miembro del Grupo de Estudio sobre Seguridad, Defensa y RR.II. (GESDRI).