Crisis de autoridad y procesamiento neoliberal

En cuentas, un relato bastante conocido: un modelo que se encuentra agotado producto de lo precario y burdo desarrollo primario extractivista, extremadamente dependiente de los ciclos económicos del cobre; y el profundo hastío de las clases populares con las clases dominantes, las cuales tienen un alto nivel de corrupción y un comportamiento de lumpen-burguesía-parasitaria en el estado y, sí mismo, el aumento sostenido y significativo del costo de la vida. Un país con precios de naciones europeas, pero con sueldos de países del tercer mundo, prácticamente. Estos ingredientes han desencadenado en un alto nivel de endeudamiento que se traduce en la precarización de la sociedad y, como consecuencia, la proletarización de los estratos medios. Todo esto sumado a una serie de promesas de campaña incumplidas por Sebastián Piñera en materia económica, entre ellas la supuesta recuperación y estabilidad de la economía nacional de manos de la generación de empleos en caso de ser electo presidente. En buenas cuentas, unos tiempos mejores que no llegaron.

por Diego Saavedra

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Uno de los elementos principales de la revuelta de octubre es la crítica a los pilares centrales del modelo neoliberal. Esto, según algunos, se traduce en que producto de la revuelta social se generó una especie de crisis de autoridad política jamás vista en los últimos años. Ahora, señalar que existe una crisis de autoridad política tiene consecuencias relevantes: implica decir que la clase dominante ha perdido el consentimiento general de la sociedad civil.

Cuando hablamos de consentimiento se hace referencia a la expresión o acto con que una persona permite o acepta algo. En dicho sentido, la crisis de autoridad implica la perdida de la expresión o acto en que la sociedad civil permite a la clase dominante organizar la producción material y espiritual de la vida; o en otras palabras “si la clase dominante ha perdido el consentimiento, o sea, ya no es dirigente, sino solo dominante, detentadora de la mera fuerza coactiva, ello significa que las grandes masas se han desprendido de las ideologías tradicionales, no creen ya en aquello en lo cual antes creían, etc.”(Gramsci 313)[1] Esta distinción que se presenta entre clase dominante y clase dirigente, requiere de una aclaración. Clase dominante es aquella clase social que se encuentra en una relación de dominación u opresión respecto de las clases dominadas, y clase dirigente aquella clase que guía el desarrollo intelectual y moral. Señalar que producto de la “crisis de autoridad” la clase dominante ha dejado de ser dirigente, implica decir que la clase dominante ha perdido la capacidad de ser la guía del desarrollo intelectual y moral de la sociedad civil. Es decir que ha perdido la hegemonía, lo que se traduce en un impedimento a la hora de construir consensos­­, como también la imposibilidad de poder ser la dirección intelectual y moral de su propio proyecto de sociedad. La imposibilidad de guiar en el modelo neoliberal.

Si aceptamos que existe una crisis de autoridad política que como consecuencia trae una pérdida de hegemonía de la clase dominante en la producción del consenso y dirección, debemos aceptar, en consecuencia, que la revuelta social de octubre ha producido una erosión en el proyecto de sociedad neoliberal, cuyo soporte jurídico es la constitución política. Sin embargo, señalar esto merece una explicación más profunda.

Si la hegemonía es producto de “los aparatos privados de producción de la hegemonía (Nelson Coutinho 49)[2], –dentro de los cuales podemos destacar, la escuela, la iglesia, los medios de comunicación, think tanks, entre otros– se debe distinguir entonces entre los tipos de aparatos privados que existen: los tradicionales y los orgánicos. Los primeros que son aquellos que tienen su origen en el capitalismo o en procesos sociales anteriores, y los segundos que implican nuevas formas de organización de los sectores populares que tienen como fundamento la producción de contrahegemonía o elementos identitarios. Entonces, retomando la cuestión principal, si se afirma que existe crisis de autoridad que en consecuencia se traduciría en una pérdida de hegemonía. Es dable indicar en dicha afirmación que, en contraposición a las clases dominantes, los sectores populares han logrado alcanzar tal grado de organización o la producción de elementos identitarios de tal envergadura –vale decir que han producido aparatos privados de producción orgánica de hegemonía propios– de modo que en sentido y alcance se encuentran en profunda confrontación con el carácter hegemónico del régimen. Es decir, en disputa con la dirección intelectual y moral que ostenta la clase dominante.

Lo señalado es difícil de ser traducido a la realidad nacional, es conocido el grado de desarticulación del campo social consecuencia de la dictadura cívico-militar y la posterior implementación del modelo neoliberal. Lo cierto es que las clases subalternas se encuentran desarticuladas, sin desmerecer los esfuerzos por reconstruir las instituciones populares y la unidad de clase, no se puede negar que el tejido social carece de articulación. Los sectores subalternos carecen de organizaciones sociales fuertes, como también de partidos políticos con la masividad de otras épocas. Entonces ¿Cómo se explica el estallido de octubre en el contexto de un modelo neoliberal que destruyo un tejido social y desarticuló las organizaciones subalternas? ¿Cómo es posible que millones de personas salieran a la calle para exigir un cambio?, y no cualquier cambio sino un cambio que va en sintonía con las demandas sociales impulsadas por los humildes esfuerzos de rearticulación.

Es difícil dar respuestas a dichas preguntas, pero, concretamente, la única respuesta posible es el cansancio, el agotamiento de una forma de vida. En eso hay que reconocer que la historia de Chile no parte el 18 de octubre. La famosa frase “no son 30 pesos, son 30 años” parece sintetizar el profundo malestar y descontento que se ha incubado en las clases subalternas. Consecuencia de casi medio siglo de políticas neoliberales que produjeron un individuo con total pérdida de soberanía al convertir su propia vida y la reproducción de la misma, en un tipo de mercancía. En cuentas, un relato bastante conocido: un modelo que se encuentra agotado producto de lo precario y burdo desarrollo primario extractivista, extremadamente dependiente de los ciclos económicos del cobre; y el profundo hastío de las clases populares con las clases dominantes, las cuales tienen un alto nivel de corrupción y un comportamiento de lumpen-burguesía-parasitaria en el estado y, sí mismo, el aumento sostenido y significativo del costo de la vida. Un país con precios de naciones europeas, pero con sueldos de países del tercer mundo, prácticamente. Estos ingredientes han desencadenado en un alto nivel de endeudamiento que se traduce en la precarización de la sociedad y, como consecuencia, la proletarización de los estratos medios. Todo esto sumado a una serie de promesas de campaña incumplidas por Sebastián Piñera en materia económica, entre ellas la supuesta recuperación y estabilidad de la economía nacional de manos de la generación de empleos en caso de ser electo presidente. En buenas cuentas, unos tiempos mejores que no llegaron.

En ese mismo sentido es necesario indicar que durante los últimos años se han generado una serie de crisis coyunturales que han movilizado a un variado segmento de la población. Lamentablemente muchas de ellas han sido objeto de procesamiento por parte del partido del orden (derecha-concertación). En todos estos conflictos, los sectores dominantes han realizado reajustes al modelo, a veces incluyendo algunas demandas sociales y en otras procesándolas institucionalmente –procesamiento que se realiza bajo los propios términos de la dominación­–. En cada reajuste realizado existe una promesa de incorporación del sentir del pueblo, por ende, cuando esa promesa es incumplida, el ajuste realizado no basta para mantener una estabilidad duradera. Es por ello que sin duda la revuelta de octubre no cabe dentro del término crisis coyuntural por la envergadura de la misma.

Es en dicho sentido que es posible identificarla como una crisis orgánica, pero no total, sino que es una de baja intensidad, ya que, si bien existe un cuestionamiento del estado porque existe una desconfianza legítima hacia él mismo, esta desconfianza no indica que sea una crisis del estado en su conjunto. Los servicios de salud, de educación, de protección social siguen funcionando, el poder judicial sigue resolviendo controversias jurídicas, el poder legislativo sigue produciendo leyes y el poder ejecutivo sigue administrando. En buenas cuentas, el estado en su conjunto sigue funcionando. Ahora, esto no quiere decir que no tenga problemas en su funcionamiento, sostengo que estamos en presencia de una crisis orgánica de baja intensidad, ya que los aparatos que sustentan ideológicamente el modelo no se encuentran operando o, más bien –si es que se siguen operando– lo hacen en una intensidad mínima. Ejemplo de ello es que cada vez menos intelectuales defiendan el modelo como un modelo actualmente exitoso, ya nadie dice que somos el famoso oasis de Latinoamérica, ni mucho menos “los jaguares”.

En ese mismo sentido, tampoco son defendibles las ideas que sustentan el modelo, como por ejemplo la noción del mérito o del sacrificio personal para alcanzar el éxito. A la fecha existe un gran número de titulados de la educación superior sin trabajo y bancarizados con deudas millonarias, a los que ya no se les pueden vender dicho cuento. Pero repito, esto no implica un fracaso del modelo neoliberal, pues el modelo sigue operando día a día en las compras del cyberday, las ventas en las tiendas del retail, empresas que en plena pandemia mundial han comenzado a modificar su modelo de negocios acorde a las exigencias tecnológicas de un contexto de encierro de la población global. Así también los subsidios estatales siguen enriqueciendo los bolsillos privados en clínicas y universidades privadas. Sobre todo, el día de hoy en plena crisis sanitaria, en el subsidio a las instituciones privadas de salud. El arrendamiento de espacio Riesco, o de hoteles para los contagiados es prueba de ello.

Si aceptamos entonces que la revuelta es una crisis orgánica de baja intensidad, debemos, en consecuencia, indicar que los aparatos privados de producción de hegemonía tradicionales de la clase dirigente han sido erosionados, y no solo eso, también hay que sostener que en parte los aparatos privados orgánicos de las clases subalternas han aportado en dicha erosión. En cuentas, que el consenso del partido del orden –derecha y concertación– ha sufrido un deterioro pero que, sin perjuicio de lo señalado, esta crisis no es total ya que carece de algo: la falta de una clase subalterna organizada con la fuerza necesaria para aumentar los decibeles de la crisis y transformarla en una crisis total del régimen. Vale decir, la actual crisis es carente del impulso necesario para transitar a una crisis orgánica total. Ese impulso carente es en consecuencia la falta de organización, estructura y la respectiva unidad de la clase subalterna.

Si la erosión de baja intensidad afecta en ultimo termino el consenso. Entonces, lo que se ha fracturado es el pacto del partido del orden. Es decir que, el pacto de la transición que fue sostenido por la derecha y la concertación, ha perdido el consentimiento del pueblo y, así mismo, han perdido la dirección del régimen, en tanto que en dicho pacto hay carencia del prestigio o la confianza necesaria que las grandes masas depositaban en ellos. Por ende, no pueden tener la conducción intelectual y moral del desarrollo de la vida social. Como es una crisis orgánica de baja intensidad. Su umbral no puede sobrepasar a una crisis orgánica total, pero, a su vez, es muy superior a una crisis coyuntural y, por ende, la respuesta estructural a la perdida de este consentimiento no es otra que el uso de la violencia estatal, en consecuencia, la aplicación de la violencia coercitiva. Con la falta de confianza o prestigio lo único que puede mantener el consentimiento es el uso de la disciplina en contra de los grupos que se encuentran en confrontación y que se niegan en otorgar el consentimiento. Esto explica el uso de la violencia de forma indiscriminada en contra de los manifestantes en el contexto de la revuelta social y, por consecuencia, la sanción corporal de la mutilación de los ojos.

Si es que chile despertó, y el despertar implica la erosión del consenso neoliberal, la forma de disciplinar a los dominados, es cerrando para siempre los ojos de los que despertaron. Es obligarlos a vivir en la oscuridad y penumbra. Es el sometimiento del dominado a la voluntad de la clase dominante, con el objeto de forzar su consentimiento.

Una de las dificultades que se presenta en esta crisis para los sectores subalternos es como la clase dominante puede darle una respuesta a la misma y procesarla bajo sus propios términos. La candidatura de Joaquín Lavín es un intento de procurar una respuesta dinámica al conflicto. Las últimas declaraciones del candidato indican el nuevo lenguaje que intenta ofrecer la dominación a los dominados, incorporando a su matriz ideológica el término “socialdemócrata”. No es baladí que el termino escogido por las clases dominantes sea la socialdemocracia, término que producto de la concertación de partidos por la democracia ha sido vaciado de su contenido ideológico. No olvidemos que la concertación con una mano decía ser socialdemócrata y con la otra profundizaba en modelo neoliberal. En consecuencia, la posibilidad de procesamiento de la dominación es un intento de incorporar ciertos elementos que puedan rehacer el consenso, en cuentas, “cambiarlo todo para que no cambie nada”.

Una posible forma de procesamiento de la crisis por parte de las clases dominantes es el cambio constitucional que puede convertirse en una especie de sacrificio no crítico, tal como en los escritos bíblicos en que los patriarcas Abraham y Noe, debían realizar un sacrificio para construir un nuevo pacto con Dios. En que uno debía sacrificar a su hijo Isaac y el otro a la humanidad en el diluvio universal.  Los grupos dominantes pueden estar dispuestos a realizar un sacrificio de ese tipo, como por ejemplo sacrificar el modelo político de la constitución de Pinochet para reajustar el consenso bajo los mismos términos.

Y aquí aparece de manifiesto el peligro: si el resultado de la nueva carta fundamental es una “constitución mínima” que no garantice derechos sociales ni mucho menos cambie el modelo de desarrollo, las fuerzas transformadoras habrán fracasado. Esto implicaría una frustración para la pretensión de constitucionalizar la salida del neoliberalismo y allí existe una alerta, en el reducido campo de posibilidades que tienen los sectores subalternos para terminar con el modelo neoliberal. Es en ese sentido, que tanto en la constitución como en el modelo neoliberal existe una relación, que vincula la política y la estructura económica. En palabras del italiano: “Las constituciones políticas están en necesaria dependencia respecto de la estructura económica, de las formas de producción y cambio […] La verdad es que no existen dos constituciones políticas iguales entre sí, del mismo modo que no existen dos estructuras económicas iguales(Gramsci 44)[3]. Entonces, si el modelo económico y la constitución políticas se encuentran en necesaria dependencia, el cambio de la constitución implica necesariamente un cambio en la estructura económica y, a su vez, un cambio en la estructura económica implica la consagración de dicho cambio en la constitución política. Es en este escenario posible que la salida al neoliberalismo puede fracasar, ya que, si las clases subalternas no logran plasmar otro modelo social, político y económico en dicho cuerpo normativo, será la clase dominante que puede procesar la crisis en sus propios términos y producir la consolidación del modelo neoliberal en una nueva carta magna. Pero en esta versión, con el elemento fundamental que la anterior constitución carecía, la legitimidad de origen, y como la clase dominante tiene los medios para darle una salida dinámica y rápida a la crisis. Su salida es una posibilidad de procesamiento concreta y real o, como dice el sardo, “La crisis consiste precisamente en que muere lo viejo sin que pueda nacer lo nuevo, y en ese interregno ocurren los más diversos fenómenos morbosos” (Gramsci 313)[4].

 

Bibliografía

Carlos Nelson Coutinho, Marxismo y política, Santiago de Chile, LOM Ediciones, 2011.

Antonio Gramsci, Antología, Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores, 2017.

Göran Therborn, La ideología del poder y el poder de la ideología, Madrid, Siglo XXI España Editores S.A, 1987.

Göran Therborn, ¿Cómo domina la clase dominante?, Madrid, Siglo XXI España Editores S.A, 1979.

 

Notas

[1] Antonio Gramsci, Antología (Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2017), 313

[2] Carlos Nelson Coutinho, Marxismo y Política (Santiago de Chile: LOM Ediciones, 2011), 49

[3] Antonio Gramsci, Antología (Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2017), 44

[4] Antonio Gramsci, Antología (Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2017), 313

Diego Saavedra
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Licenciado en Ciencias Jurídicas por la Universidad Andrés Bello y estudiante del Magíster en Derecho de la Universidad de Valparaíso.