Quienes crean que nos acercamos al fin del neoliberalismo sólo en virtud del estallido del año pasado, olvidan los enormes intereses que se encuentra en juego actualmente, y el precio que estuvieron dispuestos a cobrar quienes han recibido los beneficios principales del modelo a partir de los años 70. Pero definir puntos políticos y programáticos comunes en la izquierda no es suficiente para evitar repetir experiencias pasadas de efímeras alianzas: es necesario construir confianzas sólidas y robustas, y ello implica una autocrítica conjunta y colectiva de los procesos vividos en los últimos años, ya sea como fuerzas de gobierno o de oposición. Mirando el estado actual de nuestras organizaciones, está claro que ni unos ni otros podemos solazarnos de haber hecho todo bien. Es hora de que construyamos puentes de acuerdo y superemos rencillas y desconfianzas. Nuestros pueblos lo demandan.
por Felipe Ramírez
Imagen / Simpatizantes del Frente Popular español. Fuente.
Un fantasma recorre la izquierda chilena: el fantasma de las alianzas… durante las últimas semanas todos los partidos o corrientes han intentado posicionarse respecto a este tema en la medida en que se comienza a acercar el plebiscito del 25 de octubre y se avizora una muy probable victoria de la opción “Apruebo” y la Convención Constitucional.
Las múltiples citas electorales que deberán enfrentarse en los próximos años tienen tensa a la izquierda, que se debate en sus diferentes polos y decenas de organizaciones con la urgencia de poder instalar a algunos de los suyos en algún cargo, de manera de “no quedarse abajo” de las instituciones transformándose por tanto en fuerzas “irrelevantes” o “testimoniales”.
Que si primarias de toda la oposición o sólo del Frente Amplio (FA) y Unidad por el Cambio (UPC), si hay que incorporar o no a Convergencia Progresista (CP) o al Partido Comunista (PC), que si el FA es infantil o pragmático, que si se quiere ser gobierno o testimonial, parecieran ser las preguntas centrales para muchos de los referentes organizativos en estas horas cruciales.
Entre los sectores que se ubican simbólicamente en la izquierda uno de los consensos que se ha instalado es que se necesita conformar una alianza estratégica que abarque al menos a las organizaciones y partidos que conforman “UPC” y el “FA”, de manera de poder hacer un contrapeso a la fuerza de la antigua Concertación reunida en “Convergencia Progresista”. Con este objetivo, se presionó sobre todo al interior de Convergencia Social (CS) por instalar esta orientación, en un intento por contener a aquellos que en el mismo Frente Amplio pugnaban por un acercamiento hacia la centroizquierda bajo la tradicional apuesta de que para ganar una elección se necesita atraer al “centro”.
Esta apuesta tendió a quedar “off side” en el momento en que el PC apareció públicamente llamando a realizar primarias de toda la oposición -sin que quedara claro si aquello aludía sólo a Convergencia Progresista o también a la Democracia Cristiana, que durante el gobierno de Piñera se ha ubicado permanentemente más como una fuerza con un apoyo crítico a La Moneda antes que de oposición-. En esta línea hubo varias recriminaciones que apuntaron a quienes buscaron un acercamiento a los comunistas de manera intensa criticando los acercamientos a CP, para quedar luego en el aire ante el acercamiento del PC a estos mismos partidos.
Ante este escenario, marcado ahora último por los dimes y diretes sobre la situación en Venezuela y los DD.HH. en el enésimo intento de cierto progresismo inorgánico y de fuerzas de centroizquierda con claro tejado de vidrio ante el tema en nuestro propio país por dejar fuera a la izquierda de cualquier debate político, es fundamental realizar una serie de aclaraciones, de manera de despejar la discusión política.
En buena medida por las ansiedades electorales la discusión ha tendido a confundir la construcción de alianzas en términos estratégicos, de mediano y largo plazo en la izquierda, con la conformación de pactos electorales, que por su misma definición son acuerdos más bien coyunturales o enmarcados en los plazos cortos del calendario electoral. Si bien es fácil confundir ambos, hay que tener claro que lo que enmarca ambos niveles es la estrategia política que las dota de coherencia y orientación.
En el caso de las organizaciones que reclaman la Ruptura Democrática como su estrategia, sin profundizar en el contenido de la misma -tema que requeriría un artículo por sí mismo-, hay que recordar que se compone al menos de dos elementos fundamentales: la inserción institucional y el protagonismo popular en el proceso de transformaciones, haciendo “saltar” los cerrojos institucionales de la Constitución de 1980 mediante la combinación de una fuerte movilización social con la cobertura institucional, de manera de modificar la correlación de fuerzas entre las clases sociales en el país, avanzando hacia un nuevo período en el que el campo popular -la clase trabajadora y capas sociales aliadas- cuente con las condiciones para superar el neoliberalismo impuesto por la dictadura civil-militar.
Someramente podemos decir que el momento político de octubre-noviembre de 2019 contó con varias de las condiciones establecidas en la “ruptura democrática”. Más allá de las valoraciones que se realicen sobre cómo decantó ese proceso hasta llegar a la actual coyuntura constituyente -pandemia mediante-, resulta importante para discutir el tema de las alianzas el analizar cuál es la correlación de fuerzas actual, que sirve de telón de fondo para el plebiscito y las distintas etapas que se vienen luego. Da la impresión de que amplios sectores están convencidos de que “ya se ganó” la superación del neoliberalismo gracias al fuerte levantamiento social que vivimos el año pasado, y que sin duda puso contra las cuerdas al conjunto de dispositivos de control que aseguraron por décadas a la oligarquía local la seguridad para multiplicar sus ganancias mientras el endeudamiento permitía que nuevos sectores sociales accedieran paulatinamente a bienes y servicios hasta ese momento lejanos.
Si bien todo indica que la opción “Apruebo” ganará en octubre, lo que no significa que se deba bajar la guardia si no que hay que impulsar con redoblada energía la campaña para contar con la mayor participación posible, y asegurar un contundente triunfo de la opción “Convención Constitucional”, es difícil asegurar que la misma seguridad exista a la hora de afirmar que quienes voten apruebo respalden un fin del neoliberalismo.
En particular la baja confianza que existe en los partidos políticos, incluidos los de izquierda, y sobre todo la debilidad de las organizaciones sociales ya sean de masas o de base, han impedido que a partir del mismo estallido se conformara una clara propuesta socialista que nutriera estas discusiones y las enmarcara en las urgencias más sentidas por las masas, impidiendo que las urgencias de los aparatos las reemplazaran como las prioridades a discutir. Sin un ánimo “oscuro” de “manipulación” de la movilización, se ha sido incapaz de acumular la fuerza social desplegada en instrumentos organizativos capaces de proyectarla más allá de la coyuntura misma del estallido, forjando claridades políticas más contundentes a partir de esas nuevas experiencias de lucha y resistencia que se han desarrollado estos meses.
Una correcta política de alianzas podría permitir, si no resolver estas debilidades, al menos establecer una base sobre la cual poder comenzar a revertirlas, en un trabajo que exige una reflexión colectiva contundente en los partidos y con las organizaciones sociales, y el establecimiento de agendas de trabajo a mediano plazo, superando el cortoplacismo que ha penado nuestras acciones.
En este sentido entonces, la conformación de una alianza sólida de izquierda -más sólida al menos de lo que ha sido la experiencia desde los 90 hasta ahora, que más bien muestra una incapacidad constante de construir estructuras políticas permanentes y confianzas sólidas para trabajar en períodos de tiempo largos- no puede estar condicionada por elecciones que se realizarán en plazos de uno o dos años, aunque si debe contemplarlas en su diseño.
Definido ello, se hace necesario entonces establecer los niveles de alianza. El consenso parece indicar que a una alianza de izquierda -definida por ahora como la confluencia del FA con UPC- se articula otra mayor, de carácter “antineoliberal”, que es donde se abre la duda sobre la participación de fuerzas como el Partido Socialista o el PPD, para qué hablar de la Democracia Cristiana.
El primer paso para despejar esta discusión tiene que ver con pensar qué se puede ganar en un escenario que, tal como se comentaba previamente, mantiene en duda todavía el carácter de “antineoliberal”, y es más, está definido por un claro intento de las distintas expresiones de la derecha por defender con uñas y dientes las principales definiciones de la Constitución del 80 ya sea afirmándose en un recalcitrante apoyo al Rechazo, impulsando maniobras para negar el acuerdo firmado en noviembre y negar la “hoja en blanco”, o plegándose oportunistamente al Apruebo pero con un claro anticomunismo que apunta no solo al PC si no al conjunto de la izquierda. El “Asunto Venezuela” es sólo uno de los proyectiles utilizados en esa pelea, la “agenda valórica” para alejar a bases populares de raigambre cristiana es otro, pero podría mencionarse más.
Si lo que pretendemos es evitar que todo termine en una reorganización conservadora, hay que pensar entonces en qué contenidos serían indispensables para que la futura Constitución represente la apertura de nuevas luchas, siendo en este sentido el inicio y no el cierre del proceso de transformaciones demandado en octubre pasado bajo el lema de “no son 30 pesos, son 30 años”.
Algo básico sería entonces recoger el conjunto de demandas que han articulado las expresiones principales de movilización durante las últimas décadas, y que fueron de hecho el espacio que forjó a buena parte de la actual izquierda. Asegurar entonces derechos sociales como salud, educación y pensiones, así como el medioambiente, resulta fundamental, así como asegurar los derechos básicos a sectores sociales históricamente oprimidos como mujeres y disidencias sexuales. Ambos aspectos implican eliminar del texto constitucional la supremacía de la propiedad privada por sobre el desarrollo social, y suprimir definiciones conservadoras que estructuran la actual Carta Magna en relación a la familia, la vida o el matrimonio.
Unido a la primera disposición relativa a la prevalencia de la propiedad privada -y que por ejemplo condiciona la educación pública al anteponer la “libertad de enseñanza”- debe asegurarse la capacidad del Estado de cumplir un papel activo en la economía productiva eliminando las disposiciones que consagran su rol subsidiario. De esta manera, se puede abrir la oportunidad para a futuro consagrar la capacidad de concentrar capital en él de manera de impulsar una transformación en el aparato productivo nacional que permita dejara tras la dependencia de la explotación de recursos naturales sin valor agregado.
Consagrar el carácter plurinacional del país reconociendo como tales a los pueblos indígenas, y abrir la cancha para que las organizaciones del mundo del trabajo y del territorio cumplan un rol en la vida del país -mediante negociaciones colectivas por rama o con capacidad de influir en la administración local del poder- son otros elementos indispensables. Definir puntos de acuerdo que apunten en esta dirección permitiría contar con una base sólida para conformar una alianza que no agrupe sólo a partidos de la izquierda, sino que permita un diálogo y una confluencia virtuosa con organizaciones sociales, de manera de establecer un arco político amplio para los desafíos que se abrirán a partir del 25 de octubre.
Quienes crean que nos acercamos al fin del neoliberalismo sólo en virtud del estallido del año pasado, olvidan los enormes intereses que se encuentra en juego actualmente, y el precio que estuvieron dispuestos a cobrar quienes han recibido los beneficios principales del modelo a partir de los años 70. Pero definir puntos políticos y programáticos comunes en la izquierda no es suficiente para evitar repetir experiencias pasadas de efímeras alianzas: es necesario construir confianzas sólidas y robustas, y ello implica una autocrítica conjunta y colectiva de los procesos vividos en los últimos años, ya sea como fuerzas de gobierno o de oposición. Mirando el estado actual de nuestras organizaciones, está claro que ni unos ni otros podemos solazarnos de haber hecho todo bien. Es hora de que construyamos puentes de acuerdo y superemos rencillas y desconfianzas. Nuestros pueblos lo demandan.
Activista sindical, militante de Convergencia Social, e integrante del Comité Editorial de Revista ROSA. Periodista especialista en temas internacionales, y miembro del Grupo de Estudio sobre Seguridad, Defensa y RR.II. (GESDRI).