Mirar el vaso medio vacío: para una perspectiva desilusionada de la izquierda frente al proceso constituyente

El problema grave es que la situación de knock out técnico en que había quedado la derecha y el establishment transicional, ya está pasando. En sus sectores más lúcidos y menos fanáticos de pinochetismo, hay una dinámica elaboración política e ideológica, así como procesos de articulación de fuerzas, para reimpulsar el orden capitalista en Chile por varias décadas más. Es una articulación amplia, de tonos de acuerdo nacional (en serio), y que va desde lo menos nazi de la derecha hasta bien adentro del Frente Amplio y el PC. Mientras en nuestro bando abunda la retórica, al frente se construye un plan para la reforma contenida, y ese plan, fuera de toda duda, tendrá cada vez más apoyo del capital. Eso se hizo visible, en parte, en el apoyo por la derecha al retiro del 10%. Por eso, un balance político frío de lo que ocurre hoy en las fuerzas de la transición es de toda utilidad, en especial, de qué hará la izquierda ante fuerzas que se vuelven notoriamente superiores una vez ordenadas.

por Luis Thielemann H.

Imagen / Ejército Napoleónico cruzando el Río Niemen, J. Clark & M. Dubourg. Fuente: Wikimedia.


Hay algo urgente de resolver en una izquierda que observa una batalla política como la del 10% de las AFP, que participa en ella con fuerzas no solo parlamentarias, sino también en la calle y convocando masas a la pelea con una retórica hinchada de épica; y luego de obtener resultados desiguales, no realiza ningún balance de importancia sobre los hechos. Simplemente el silencio. Los noticieros sobre los aumentos de las ventas suenan como música de fondo para que el presidente de la asociación de AFPs se adjudique el triunfo ideológico: el ahorro individual se fortalece en las masas, que tienen un alivio, temporal, pero alivio al fin y al cabo. Así las cosas, la “cachetada de payaso” se convierte en la forma política favorita de la izquierda y el progresismo, y la épica falsa con que se revisten mediocres ofensivas, que no son más que espasmos, reacciones a los errores del poder. Que se entienda bien: no es que sea un problema que las mayorías trabajadoras recuperen parte de sus ahorros secuestrados y los usen en lo que se les venga en gana. Si bien la mejora de la vida de las clases trabajadoras es un objetivo a cumplir, no vale cualquier medio. En ese sentido, lo primero que podemos aprender del 10% es que era una pelea con medios de otros, y que lo único que se podía ganar era la experiencia misma de luchar y vencer. Pero eso requería la explicación más proletaria de todas, aquella que caracterizaba la maniobra como un asalto, una recuperación, de formas tramposas a los fondos del capital financiero. Nada de eso se produjo, con suerte se balbuceó algo relativo a una táctica legal para colar un fondo que desplazaría con el tiempo a las AFP. Eso se perdió en la primera etapa, y sobrevino la silente subordinación a lo que ya era un hecho político dentro de los muros ideológicos del neoliberalismo.

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Hay que detenerse un momento en esa retórica, que ya lleva mucho tiempo reemplazando la estrategia, o más bien escondiendo su ausencia, y que hace aún más difícil el balance político de lo que ha sido hasta ahora la izquierda en la lucha política local. Por todos lados, las definiciones serias respecto de fuerzas y movimientos, de maniobras y programas, se ven reducidas a la enunciación de infinitivos como “correr cercos”, “seguir”, “reimpulsar”, “prefigurar” o “desbordar”, por nombrar los más famosos y que nunca siquiera se piensa como pasan a ser participios. Es decir, no existe plan alguno para pasar del dicho al hecho. En todos se destaca la acción contenida en la palabra, y se convierte en objetivo. El medio se trasunta en el fin, y así se justifica de inmediato. Cada día se anuncia una situación casi permanente de correr cercos ideológicos, pero nunca de correrlos en la realidad. Hay una especie de conformidad con dejar clara la injusticia, aunque no deje de ser injusticia. Se habla una y otra vez de desbordar el proceso constituyente, pero no se explica nunca cómo, pues, al igual que ocurre con la palabra “estallido”, se habla todavía en el lenguaje del poder para referirse a lo que le escandaliza: la superación de sus fronteras de la política hacia un más allá no conocido, hacia praxis opacas, que refieren al desorden y a la vez, a ningún objetivo político.

Son consignas que en general denotan una distancia cognositiva -de no saber (con una soberbia que además impide aprender y saber)- cómo se produce política revolucionaria. Entre la comodidad en la pureza moral de la víctima de la derrota y la impunidad desalmada del pragmatismo sin estrategia, queda impedida de existir la elaboración política para el cambio social. Y esa frase expresa un límite, lejos estamos de discutir sobre comunismo o socialismo, de transiciones, sin caer en la ciencia ficción.

Pero la retórica en torno al conflicto por el 10% es ilustrativa de otro problema que se monta sobre el anterior. Cuando el conflicto se inclinó por la derrota del gobierno, pero con la derrota del punto del fondo propuesto por la izquierda, se habló de que se había podido “correr el cerco” de lo posible respecto de la reforma a las AFP. Este discurso, que se mantuvo en todo momento vaciado de una explicación política que superara la mera denuncia de la maldad de los dueños y operadores de las AFP, se opuso a otra imagen retórica presentada al comienzo del conflicto: que el mismo significaba “el principio del fin de las AFP”. El tránsito entre ambos, de presentar el comienzo de un plan para terminar con las AFP a celebrar el cambio de mentalidad respecto de las mismas, denota que nunca fue en serio, que nunca hubo un plan. Probablemente eso es obvio y de perogrullo, pero ya está bueno que se sincere, y que se deje de vender escaramuzas como armagedones. En el fondo es una retórica que mantiene la situación de derrota de la alternativa socialista, pues permite evadirse del problema de tener un plan para dejar de estar derrotado, es decir, para vencer.

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Esta ausencia de plan no es solo un error, una tara producto de la derrota de planes anteriores. Pareciera que es un estadio más allá de la derrota, sostenido por una generación que no vivió ese proceso, sino que se formó en la frustración de alternativas que le siguió. En vez de resolver el problema político que la frustraba, se volcó a resolver solo la frustración. Ganar elecciones para no imponer el socialismo, para así demostrar que se puede ganar, es lo que ha dominado en las izquierdas del siglo XXI. O bien y para las minorías, no hacer nunca más política porque -vaya sorpresa- puedes perder. La izquierda se siente cómoda, de forma transversal a todo tipo de clases y tonos de rojo, en esa derrota. Unos, porque así, cancelando la posibilidad comunista, pueden realizarse como moderados sin ser expulsados de la tribu. Otros, porque la derrota, si es resultado de una lealtad tan noble y absoluta como estúpida a una estrategia, exculpa del análisis frío de los errores de esa estrategia y, especialmente, de su puesta en práctica. El mito del “momento revolución”, ya sea para negar su ocurrencia y desanclar de anticapitalismo la política, o para reducir a él toda la política posible, termina por opacar los períodos más duraderos de la historia, aquellos en que no pasa nada, pero la realidad se construye a lentos martillazos de luchas de clases por modificaciones, aparentemente, menores. El pensamiento de izquierdas, atrapado entre el milenarismo revolucionario y el desalmado pragmatismo sinsentido, ha sido históricamente revulsivo a elaborar, seriamente, secularmente, una política revolucionaria. Una política que se tome en serio la necesidad de gran política de la crisis de supervivencia de la especie en el planeta bajo los mandatos del capitalismo. Todo eso, hoy, yace bajo el peso de una montaña de retórica, cuya única utilidad política es esconder que no se hace política de izquierdas.

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El problema grave es que la situación de knock out técnico en que había quedado la derecha y el establishment transicional, ya está pasando. En sus sectores más lúcidos y menos fanáticos de pinochetismo, hay una dinámica elaboración política e ideológica, así como procesos de articulación de fuerzas, para reimpulsar el orden capitalista en Chile por varias décadas más. Es una articulación amplia, de tonos de acuerdo nacional (en serio), y que va desde lo menos nazi de la derecha hasta bien adentro del Frente Amplio y el PC. Mientras en nuestro bando abunda la retórica, al frente se construye un plan para la reforma contenida, y ese plan, fuera de toda duda, tendrá cada vez más apoyo del capital. Eso se hizo visible, en parte, en el apoyo por la derecha al retiro del 10%. Por eso, un balance político frío de lo que ocurre hoy en las fuerzas de la transición es de toda utilidad, en especial, de qué hará la izquierda ante fuerzas que se vuelven notoriamente superiores una vez ordenadas.

Más temprano que tarde, habrá consenso y un afuera. Nada más. A ese plan, de no mediar acción propia (y aún es tiempo para ello), asistirán obligadamente nuestros partidos, los de izquierda, ya sea para legitimar por la izquierda o para marginarse como crítica. El consenso por venir es la forma política, de la “sociedad civil”, del cierre de los períodos de desorden como el actual, y, ya deberíamos saberlo, ninguna guerra social civilizada dura mucho tiempo. La crisis no esperará por la izquierda. Un escenario como ese destruye a la izquierda como tercera posición en un eje de clases, y la obliga a ser el bando progresista en el eje izquierda y derecha del simulacro político de la administración del capital. Es su neutralización en opinión de lo que hoy, a pesar de todo, es fuerza crítica.

¿Qué hacer cuando la articulación de las fuerzas del orden del capital parece más veloz que nuestra propia toma de consciencia de la situación, de nuestra urgente y muy atrasada politización? Dañino sería mantener en este proceso esa deshonesta costumbre de apostar al todo, sabiendo que se perderá en manos del poder, solo para acumular la frustración consecuente traducible en votos. Esta vez, no hay segunda oportunidad en que cobrarle al poder su injusticia, es una situación única e ineludible en mucho tiempo, y cualquier frivolidad puede costar mucho tiempo. Hay que ser sinceros con la fuerza propia. Hace un año la izquierda estaba en el piso, y después de octubre, hay algunas fichas que jugar, pero no hay cómo salir victoriosos del todo. No sin diluirse en lo que sea que ocupe el lugar “oposición unida”. Partir por un principio, entonces, y es que se debe insistir en que la izquierda debe ser parte de alianzas de oposición, pero no la oposición sin fisuras. Debe ser parte de grandes acuerdos, pero no renunciar a mantener sus banderas incómodas, con enorme desconfianza y sin esconder en la retórica (“constituciones mínimas”, por ejemplo) la impotencia política de ser minoría y estar apoyada en un todavía débil y fragmentado, movimiento popular. Hay que asumir que no se podrá vencer en esta coyuntura constituyente (no sin autoengaño), que no hay fuerzas suficientes para poner del lado de un bando post-neoliberal y de democracia avanzada, y actuar racionalmente en función de ello. Hay que tener un plan para perder. “Como principio, y en realidad, es más favorable a la clase obrera una derrota con lucha”, decía Tronti en 1965. Y esto no tiene nada que ver con la retórica, eso es cosa de publicistas y agitadores. Hay formas de explicar esto, de terminar sacando cuentas alegres, sin recurrir al derrotismo.

Se trata de producir una política que, por lo tanto, también eduque contra la mistificación acomodaticia de la izquierda, que habilite a las mayorías populares a elaborar táctica y estrategia para los tiempos normales de la lucha política, en la que éstas no se deben reducir ni a soldadesca ni a esclavos sin opinión, sino poder elevarse a ciudadanía soberana, a convertir eso en realidad transformadora y no en mera promesa utópica del liberalismo. Entender que no es posible algo así como una victoria total en el proceso constituyente para la izquierda, hoy, es abandonar ilusiones infundadas sobre mayorías imaginarias, sobre nuevas disposiciones políticas de los mismos políticos desalmados de siempre; es superar el riesgo de la frustración y prepararse para ganar lo más posible en la instancia. Pero sí se puede vencer con algunas banderas, a la vez que se procura que la derecha no logre producir mayorías. Eso es importante y debe ser asumido con total seriedad. Se necesita una política ágil que pueda moverse entre un programa público de máximos y mínimos, que además sean compartidos por la mayor cantidad posible de fuerzas de izquierda y organizaciones sociales. Y el objetivo de fondo en este proceso para quien está a la izquierda, sabiendo que no se puede esperar “el socialismo de un decreto real refrendado por dos ministros” (Gramsci), debe ser obtener mejores condiciones para luchar, una posibilidad institucional de composición de las clases populares que sea política y materialmente superior a la actual. Se debe apostar a que del proceso por venir salga una Constitución con una crisis en latencia, una “nueva normalidad constitucional” en contradicción, con las tensiones de clase contenidas sin solución en cada letra de su texto. El objetivo de la minoría de izquierda ante el proceso constituyente debe ser producir una nueva política, una nueva forma de la lucha por el presente y por los destinos de la sociedad, lucha civilizada entendida como guerra social en tregua. Es hacer praxis eso de “aquí nada termina, aquí cada día es continuar”.

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Historiador, académico y parte del Comité Editor de revista ROSA.

Un Comentario

  1. De todos los derechos a garantizar constitucionalmente el eje es la Educación, el conocimiento es el puente al desarrollo integral y a la soberanía, la economía debe proveernos las herramientas para una política educacional de excelencia. Una ciudadanía lúcida no precisa de pastores ni paraísos sociales, no necesita pactar cuando porta la evidencia de futuro y sustentabilidad arraigada en sí. La clave de lo que se denomina “izquierda” debiese ser un trabajo para la consolidación de la primera petición que se hizo en las calles : *Educación Pública Gratuita y de Calidad*, solo de ahí puede provenir la emancipación de lo que nos acota.

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