Corra la suerte que corra, el reacomodo en La Moneda debe ser tomado como una advertencia contra las ilusiones de una oposición articulada desde y para el Congreso. Cifrar allí, en el destino de tal o cual proyecto de ley, los motivos de la esperanza o la frustración, sería hacer precisamente lo que la derecha espera. Es en esa cancha donde el Gobierno aspira a tener alguna capacidad política de contención.
por Francisco Figueroa C.
Imagen / Renovación Nacional, consejo general, 1988. Fuente: Wikimedia.
El gobierno de Piñera como lo conocíamos se acabó. El último cambio de gabinete no es otra cosa que la bancarrota del piñerismo y la repartición del poder de La Moneda entre las principales facciones de Chile Vamos. Lo insípido de la cuenta pública posterior ilustra a la perfección el momento. Fue el discurso de un presidente consecuente con el hecho de que de él ya nadie espera nada, ni siquiera su propio sector.
Pero la derrota del piñerismo no implica necesariamente la derrota del Gobierno. Puede que constituya una oportunidad. Está por verse, claro, si la incorporación en el gabinete de los capos partidarios logra contener la indisciplina parlamentaria del sector. Pero de lograrlo, el oficialismo podría, al menos temporalmente, privar a las oposiciones de las mayorías circunstanciales de las que ha sacado provecho para debilitar la iniciativa del Gobierno.
Corra la suerte que corra, el reacomodo en La Moneda debe ser tomado como una advertencia contra las ilusiones de una oposición articulada desde y para el Congreso. Cifrar allí, en el destino de tal o cual proyecto de ley, los motivos de la esperanza o la frustración, sería hacer precisamente lo que la derecha espera. Es en esa cancha donde el Gobierno aspira a tener alguna capacidad política de contención.
De cara a la sociedad, en cambio, el Gobierno y la derecha no tienen nada que ofrecer. De hecho, Piñera hace un ajuste en la distribución del poder de su coalición para no tener que redistribuir el poder en la sociedad. Es un ajuste que hace del equipo político de La Moneda el comando del “rechazo”, pero también y más significativamente (porque el plebiscito ya lo dan por perdido) el comando del último esfuerzo por contener la posibilidad de hacer realidad un nuevo pacto social.
De este modo, aunque la derecha no esté por cambiar la Constitución, lo cierto es que ya está en “modo constituyente”. Y lo está a la defensiva, con ortodoxos y autoritarios al volante, y derechistas “sociales” y “liberales” brillando en su irrelevancia. La rigidez e indolencia ante la crisis económica, además, ha disociado aún más a la derecha de sus bases de apoyo no empresariales. Así, el confinamiento de la derecha no es sólo político sino también social.
A la defensiva, parapetada en su extremo, apostando todas las fichas a la coerción, la derecha abandona la sociedad como campo de deliberación pública legítima. La del retiro del 10% de las AFP fue una oportunidad sorprendentemente desaprovechada por sus dirigentes. Pudieron reivindicar un propietarismo popular, ensayar alguna disputa de sentido y dirección de la desesperación sembrada por la pandemia, pero ni para la demagogia parecen tener ya imaginación.
Mirando los hechos, la derecha llega a la antesala del plebiscito constituyente con un cómplice activo de la dictadura a la cabeza de Interior. Con su principal disidente enviado a lidiar con la retaguardia militar del régimen. Y sumida en un discurso cada día más fatalista y autoritario. La imagen es decidora. E inquietante.