Únicamente una propuesta política que supere las formulas del área chica para la administración de lo existente, y que señale un proyecto de sociedad distinta, puede estar a la altura histórica de poner fin a la transición ‘democrática’. Esta transición pactada está marcada por el arrebato de la soberanía popular en manos de la tecnocracia. Por lo tanto, solo terminará cuando podamos votar en las urnas, por primera vez desde 1970, un proyecto de sociedad que concilie a la democracia con los proyectos de país, y así, con las expectativas de las grandes mayorías nacionales, crónicamente marginadas del ejercicio democrático transicional.
por Benjamín Infante
Imagen / Cartel de Allende, Octubre 2019. Fuente: Flickr.
La figura de Allende vuelve cada cierto tiempo a nuestra memoria por una u otra excusa, el pasado sábado 11 de julio se conmemoraron 49 años de la nacionalización del cobre durante su gobierno. Y, antes de eso, el viernes 26 de junio se conmemoraron 112 años de su natalicio. Ambas fueron excusas poderosas para recordar, en términos etimológicos, volver a pasar por el corazón, la gesta de los mil días del gobierno de la Unidad Popular.
En cada una de estas excusas, ¿qué es lo que vuelve a nuestra memoria? Sería imposible especificar qué es lo que sucesivamente retorna, ya que en gran parte son sentimientos que se tornan imágenes de experiencias vividas. Como las sonrisas de los pobres caminando abrazados ese 04 de septiembre, el momento en que la democracia electoral se unió con los destinos del país y esas sonrisas honestas confirman que quizás por primera vez, los pobres tuvieron poder sobre el curso de la nación.
Es difícil expresar esos recuerdos, y puede aquí que el lector no me entienda, pero estos recuerdos son recordados aún por quienes no estuvimos presentes entre 1970 y 1973. Cuesta expresarlos, ya que inevitablemente entrañan una profunda emoción. Es extraño recordar una experiencia que no fue vivenciada y a la vez es irremediablemente cierto que la sentimos propia. Desde el psicoanálisis, está vastamente estudiada la ‘transmisión’ intergeneracional del trauma, dada la condición social de nuestra especie y el efecto que tiene en la memoria colectiva la vivencia de hechos violentos.
Estos traumas se pueden instalar profundamente en la memoria colectiva transmitiendo instintos aprendidos, expectativas y problemas relacionales generalizados. Los llamados millenials somos la tercera generación tras el quiebre abrupto de la democracia en nuestro país, en nosotros el trauma sigue vivo y el mito que retorna nos recuerda nuestra orfandad respecto a un Estado que no incluye a la población en las definiciones colectivas de la nación.
El trauma psicosocial tiene tres aspectos que lo definen: uno, su carácter contradictorio con el Estado e instituciones liberales; dos, su afectación sobre las relaciones sociales; y, tres, la necesidad de buscar las causas que lo explican[1]. De acuerdo a la experiencia comparada de la transmisión intergeneracional del trauma, en los casos del Holocausto judío[2], la tercera generación sintiéndose afectada por la experiencia negativa de la primera generación, puede abordar la necesidad de escudriñar sobre las causas del trauma psicosocial trasladando su aprendizaje a un presente marcado por la ocupación israelí del territorio palestino.
José Carlos Mariátegui, decía a propósito de la idea de que el Imperio Inca era socialista que “el mito es revolucionario”. En ese sentido, Allende es la síntesis de dos grandes constructos identitarios de nuestra historia nacional.
El primero, el mito de ser una nación resiliente que se levanta luego de cada cataclismo con más fuerza con la tarea inmensa de la reconstrucción. Somos los Sísifo empujando siempre para adelante la nación. Allende se empeñó toda su vida en el proyecto de construir el socialismo en nuestro país, sus tres campañas presidenciales antes de ser electo comenzaban un año antes de las votaciones y la de 1964 es particularmente notoria ya que se dedicó a viajar en tren por todo el territorio nacional, incluido nuestro querido Aysén sobre el cual tenía una especial preocupación como lo desarrolla Ariel Elgueta[3]. Allende empujó una y otra vez la roca cuesta arriba y cada vez que se cayó la volvió a acarrear, con la parsimonia que caracteriza el timbre metálico de sus últimas palabras.
El segundo mito, fundacional de nuestro relato patrio, es el mito de Arturo Prat Chacón. El abogado era un soñador, un idealista que frente al inmenso acorazado se lanza a la batalla contra todo cálculo de que fuera posible la victoria. La historia de la Esmeralda contra el Huáscar tiene una importancia vital en nuestra historia nacional y más aún en la identidad nacional. Desde el combate naval de Iquique, se comenzó a construir lo que hoy entendemos por ‘chilenidad’. Arturo Prat en contra del Huáscar es la historia de David contra Goliat, es Chile enfrentándose a la inclemencia de la naturaleza y Salvador Allende enfrentándose con su fusil en contra de los bombarderos y los tanques del ejército en el asalto a la Moneda.
Nuestro país se debate actualmente en las definiciones del modelo que va a reemplazar al neoliberal, lo que está en juego en términos históricos es la forma de producción y distribución de bienes y servicios en nuestro país, en otras palabras, el modo de producción.
Las formulas keynesianas están desahuciadas por sus mismos defensores, los 30 años de administración concertacionista, demuestran la radical falta de proyecto político de lo que se ha denominado ‘centro-izquierda’ en nuestro país. Por otro lado, las fórmulas que perpetúan el neoliberalismo con un rol más protagonista del Estado en la represión y control sobre las masas, junto a un aumento del gasto fiscal, no satisfacen, ni siquiera en discurso, las necesidades populares expresadas en la grave crisis capitalista que vivimos.
Únicamente una propuesta política que supere las formulas del área chica para la administración de lo existente, y que señale un proyecto de sociedad distinta, puede estar a la altura histórica de poner fin a la transición ‘democrática’. Esta transición pactada está marcada por el arrebato de la soberanía popular en manos de la tecnocracia. Por lo tanto, solo terminará cuando podamos votar en las urnas, por primera vez desde 1970, un proyecto de sociedad que concilie a la democracia con los proyectos de país, y así, con las expectativas de las grandes mayorías nacionales, crónicamente marginadas del ejercicio democrático transicional.
Allende es un mito que retorna cada vez que tiene la oportunidad, ya que nos golpea la puerta para que tomemos “la lección moral que castigará la felonía y la traición” de la burguesía de nuestro país. Para que nunca más en Chile sientan la impunidad de cometer crímenes de lesa humanidad y luego amordazar la voluntad popular al chantaje permanente de volverlos a realizar.
[1] Martín-Baró, I. La violencia política y la guerra como causas del trauma psicosocial en El Salvador. 1989.
[2] Chaitin, J. Facing the Holocaust in generations of families of survivors. 2000.
[3] Elgueta, Ariel. La obra del presidente Allende en la Patagonia central. Editorial LOM. 2018
Benjamín Infante
Profesor de Educación Media, Licenciado en Historia, y Coordinador de la Cooperativa de Unidad Social de Coyhaique.