Sobre el platonismo chileno

El problema parece estar cuando ese resentimiento transgrede el orden establecido mediante formas que desbordan y que ponen el foco en voces y personas que antes no tenían lugar, y que inevitablemente entran a la arena pública de manera contestataria y con posiciones muchas veces irreconciliables con el status quo. Esto es especialmente cierto cuando existen cercos mediáticos y políticos que solo se rompen mediante la presión social y no mediante el diálogo racional entre las partes, el que muchas veces es inexistente o derechamente impostado. Es que en el Chile actual existen múltiples y constantes vulneraciones a los derechos fundamentales de las personas, los que en la mayoría de las ocasiones están reforzados por una institucionalidad que por acción u omisión reproduce esas injusticias, incluso cuando permita o promueva conversaciones “civilizadas” sobre el tema.

por Enrique Riobó

Imagen / El Banquete de Platón (Symposium), de Anselm FeuerbachFuente.


Nos encontramos en un contexto donde la discusión sobre la tolerancia y la libertad de expresión resulta crecientemente importante, así como la búsqueda por mejorar y democratizar la discusión pública aparece como una necesidad inevitable, pero acompañada de una serie de cuestiones espinudas. Una de ellas podría pensarse como la búsqueda por cerrar la discusión mediante una suerte de invocación a determinada sacralidad que imponga los términos de lo aceptable.

Veo esto último como el principal problema con el llamado a defender y promover el diálogo que hace tan elocuentemente la columna “Como en tiempos de Platón” de Cristián Warken. Es que por su uso del recuerdo de la Grecia antigua resulta impropio considerarlo como una propuesta sincera que pueda aportar al enriquecimiento del debate público.

La primera y más importante razón para afirmar esto es que la evocación del rey filósofo como ideal político resulta irreconciliable con la realidad política chilena en al menos dos niveles. Uno tiene que ver con la historia reciente de nuestro país, lamentablemente marcada por el ejercicio del terrorismo de Estado. La vivencia de esa realidad resulta una evidencia demasiado transparente de que la “dirección filosófica de la política” resulta imposible, en la medida que la violencia revela el “límite de la sinrazón”[1].

Otro nivel dice relación con la absoluta diferencia entre los procesos históricos de la Grecia del siglo IV antes de Cristo, con respecto a los que vivimos en el Chile del 2021. Esto, por cierto, no implica negar la tensión evidente con una cierta dimensión de universalidad que la mayoría de las acciones humanas tienen, y de la cual los griegos han sido un ejemplo paradigmático dentro del mundo moderno. Pero una cosa es usar a Grecia para ilustrar un argumento, y otra muy distinta es que la apelación a Grecia -o a Platón, más en específico- sea el argumento, pues el ámbito helénico es tan vasto que se puede encontrar lo que se necesite para afirmar cualquier cosa que se quiera decir.

Y este caso no es la excepción, pues la apelación a Platón resulta totalmente prefigurada por una lógica civilizatoria que prescribe de la discusión pública legítima aquellas voces que no se ajusten a “buenos modales, urbanidad y ausencia de resentimientos”. Uno podría decir que estos efectivamente son criterios importantes para delimitar la posible discusión pública, pero el problema es que formulados como están -es decir, apelando a un Sócrates platónico como modelo- tienden a reproducir algo así como una aristocracia espiritual que históricamente ha estribado en supuestos racistas, patriarcales y clasistas para excluir y disciplinar a la sociedad.

Esto implica al menos dos cuestiones problemáticas. Una primera es que esa prescripción civilizatoria lleva consigo exclusiones a sectores sociales que por a, b o c motivo no se adecúan a estas formas de expresión. De hecho, las posiciones de Warken frente a las diversas expresiones de protesta social así lo demuestran, en la medida que ha puesto las formas violentas como un argumento para desconocer el fondo del problema, pues al menos yo desconozco una toma de posición irrestricta y pública en contra de algo tan gravísimo como la violencia estatal contemporánea contra la sociedad. Esta última me parece infinitamente más intolerable para la convivencia democrática que cualquiera de los puntos que trata la platónica columna que comentamos.

Pero al mismo tiempo, la prescripción propuesta es problemática porque la posibilidad de estar ausente de resentimientos no es una cuestión ligera. De hecho, me atrevería a pensar que es una imposibilidad, y que por lo mismo, su planteamiento como criterio delimitador del espacio público implica una selección previa de aquellos ámbitos donde el resentimiento es aceptable y donde no. Por ejemplo, su resentimiento contra los sofistas parece ser plenamente legítimo, de hecho, afirma la necesidad de cuidarse de ellos para cautelar el lugar central del filósofo en nuestro ordenamiento político.

El problema parece estar cuando ese resentimiento transgrede el orden establecido mediante formas que desbordan y que ponen el foco en voces y personas que antes no tenían lugar, y que inevitablemente entran a la arena pública de manera contestataria y con posiciones muchas veces irreconciliables con el status quo. Esto es especialmente cierto cuando existen cercos mediáticos y políticos que solo se rompen mediante la presión social y no mediante el diálogo racional entre las partes, el que muchas veces es inexistente o derechamente impostado. Es que en el Chile actual existen múltiples y constantes vulneraciones a los derechos fundamentales de las personas, los que en la mayoría de las ocasiones están reforzados por una institucionalidad que por acción u omisión reproduce esas injusticias, incluso cuando permita o promueva conversaciones “civilizadas” sobre el tema.

En última instancia, la cuestión de fondo es que la decepción que trasunta la columna de este representante de la -muy venida a menos- alta cultura criolla parece ser similar a aquella que aquejaba a Platón cuando deseaba quemar todos los escritos del materialista Demócrito: si no están de acuerdo conmigo, entonces no pueden hablar.

 

[1] Fielbaum, Alejandro. P. 466. https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=4541557

Enrique Riobó Pezoa
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Historiador y presidente de la Asociación de Investigadores en Artes y Humanidades. Miembro de Derechos en Común.