La política de un feminismo para todes debe superar el revanchismo, el sectarismo y la caricatura de los aliades ante un fundamentalismo moralizante de parte del activismo feminista. Esas discusiones de las éticas y los comportamientos deben superar su horizonte de lo particular e individual para encaminarse hacia transformaciones transversales donde cobre relevancia nuevamente la polítización de la experiencia.
por Mabel Araya y Nicolás Román
Imagen / Panel de Who’s Holding the Baby? exhibición de The Hackney Flashers Collective, 1978.
I
El actual movimiento feminista, la sucesión de activismos de género y la creciente participación política de mujeres hace central la pregunta por el lugar de los varones en el horizonte de una transformación feminista de la sociedad. Esta transformación tiene que considerar a los varones, que son la mitad de la población, no basta con una militancia dividida por sexo si apelamos a la destrucción de los mandatos del patriarcado.
El papel de los aliades o deconstruides ha pasado de la caricatura a la acción, pero sin una perspectiva orgánica. La política de sus acciones se ha situado en una ética del comportamiento individual, contemplativa del devenir del curso de las luchas sociales. Estas posiciones de algunos varones, por un lado, han estado asociadas con los disentimientos de los mandatos de la masculinidad hegemónica y, por otro, con una inclusión, en ocasiones forzada, en organizaciones feministas donde algunos de ellos reclaman un protagonismo que muchas veces es más nocivo que productivo.
El rol de los varones en este contexto genera una polarización, una política de la secta y el rechazo mutuo entre activistas varones y mujeres. Este rechazo obedece a lógicas excluyentes alojadas en el binarismo propio del orden patriarcal y equipara simplistamente masculinidad con ser varón y femineidad con ser mujer. Este desacuerdo genera, por una parte, varones con una masculinidad culposa y resentida que están dispuestos al contrataque y al resentimiento al sentirse excluidos del seno feminista; mientras que del otro lado hay una respuesta de rechazo en contra de esos varones con ansias de participación a como dé lugar, sumado a un contexto de proliferación de espacios separatistas en las organizaciones feministas, separatismo que incluso a veces rechaza a disidencias y mujeres trans. La contraparte de la consciencia culposa de la masculinidad es la consciencia victimizante de la feminidad.
Para superar esta situación, aquellos varones que cuestionan los mandatos de la masculinidad hegemónica deben generar un disenso político de las estructuras de socialización e identificación viril. Sin embargo, ¿qué consecuencias tiene para el feminismo estas posiciones políticas?, ¿cómo elaborar un disenso colectivo de esos mandatos?
II
El desafío de este escenario es pensar el feminismo en sintonía con una transformación radical de todos los aspectos de nuestra vida social. En este contexto, los varones están involucrados y, por ende, deben convertirse en agentes, no solamente de la deconstrucción de su masculinidad, sino sujetos activos del disenso político de sus mandatos, su identificación y su socialización en el pensamiento sexista. Aunque, el diagnóstico es claro, dentro de una vulgata feminista hay un rechazo de la inclusión de varones en las acciones de mujeres y disidencias, mientras que los varones, identificados con el feminismo o no, no han hecho una propuesta sistemática sobre qué implica una transformación de la masculinidad en clave feminista.
El primer paso es disentir de los mandatos de la masculinidad hegemónica y la virilidad agresiva que resguarda y construye la dominación masculina gracias a la expropiación femenina. Esa enajenación ocurre cuando las mujeres son forzadas a la esfera doméstica, privadas de representación política y participación económica en igualdad de condiciones, en beneficio de los varones. Esa negación de las mujeres también ocurre en la sexualidad con la negación del deseo femenino a costa de la satisfacción de sus pares masculinos.
Este modelo de la dominación vampírica de la masculinidad es el primer escollo a superar en una reorganización de las relaciones de género, pero no es suficiente. Los mandatos de la masculinidad asociados con la superioridad, la jerarquía, la dominación y la expropiación son sinónimo de espacios cotidianos de nuestra socialización diseñada bajo una lógica de la competencia y el revanchismo: el trabajo, la educación, la familia y el tiempo libre basado en el consumo. Esta masculinidad no es exclusiva de los varones, ellos son los destinatarios de su mandatado social, cultural y económico; pero también las mujeres pueden actuar en consonancia con esas prácticas de jerarquía y exclusión. De todos modos, los varones o mujeres, aunque sea minoritariamente, identificades pasiva o activamente en esa lógica, sin saberlo, tienen en el feminismo una batería de herramientas para cuestionar y transformar sus condiciones de opresión.
Estas lógicas de la sociabilidad masculina están diseñadas para el sometimiento de su diferencia: las mujeres. Así también, todas las masculinidades disidentes que caen en el lugar de la diferencia son feminizadas, aunque pagan una cuota diferenciada por este desplazamiento, muy distante de los costos que tiene para las mujeres el mandato de la masculinidad. El machismo y su subjetividad implica la negación de las mujeres, y sus campañas agresivas se basan en la letalidad de los códigos internos de la fratria, esa peligrosa y violenta comunidad de varones socializados en el sometimiento de las mujeres.
A pesar de todo, la servidumbre a los mandatos de la masculinidad hegemónica, también cobra vidas y destruye existencias de varones, con la agresividad y sus revanchas pendencieras, el alcohol, la competencia irracional y el trabajo físico en faenas de riesgo. Estos padecimientos se deben analizar desde una perspectiva feminista por parte de quienes están presos de estas estructuras de sociabilidad, que corroen las interacciones del conjunto de los varones. El enfrentamiento con la competencia, la agresividad, la virilidad y los mandatos de la servidumbre voluntaria, deben ser criticados para promover y rescatar espacios de construcción de colaboración con el objetivo de la desarticulación del patriarcado, el sexismo y el capital.
III
La política de un feminismo para todes debe superar el revanchismo, el sectarismo y la caricatura de los aliades ante un fundamentalismo moralizante de parte del activismo feminista. Esas discusiones de las éticas y los comportamientos deben superar su horizonte de lo particular e individual para encaminarse hacia transformaciones transversales donde cobre relevancia nuevamente la polítización de la experiencia para que la consigna lo personal es político no pierda su significado.
Esto cobra aún más relevancia durante la pandemia, donde lo privado y el hogar es el único espacio de desarrollo social, espacio históricamente feminizado y, por lo tanto, responsabilizado a las mujeres.
La socialización del trabajo en toda su expresión es necesaria para quebrar con los mandatos patriarcales establecidos por su división sexual del trabajo. Si bien las mujeres han avanzado en la participación en el mercado del trabajo, queda aún mucho por lograr. Además, los varones no se han sentido interpelados a realizar tareas domésticas y de cuidados. Esta brecha se ha incrementado con la comprensión de la reproducción social como una tarea individual o de “las familias”, reforzada por políticas públicas patriarcales en las cuales las mujeres son las encargadas de la crianza y los cuidados, mientras que el rol masculino se mantiene asociado con el trabajo remunerado y el rol de proveedor del hogar.
Este contexto requiere un cuestionamiento situado en la dimensión radicalmente social y económica de la experiencia individual manifestada por el feminismo que no privatiza ni personaliza la política, sino que apela a la transformación de la experiencia social. No basta solo que los varones cuestionen sus relaciones y prácticas, si bien es el primer paso, es necesaria su organización para combatir estos mandatos estructurales de socialización en la violencia.
La versión millenial del activismo como estilo de vida no debe empañar el horizonte transformador del feminismo, por ende, la reorganización del reparto de lo sensible, la política, en clave feminista implica la reorganización radical de todas las tareas de nuestra vida social, la socialización del trabajo en el mercado y en el hogar.