CO-VIDE: A cada uno su lugar

En el silencio consensuado, comprendemos entonces que lo real no es mediatizable: es y sigue siendo el lugar donde estamos, de aquello que cada uno tiene que experimentar, temer e inventar, ahí donde está. La situación del confinamiento constituye justamente una experiencia aguda, un aprendizaje forzado de lo real del lugar. Está determinado en primer lugar por un anclaje geográfico y profesional, luego por un edificio, y por las personas cercanas a él. […] Está por detrás de toda representación, de la posibilidad misma de decir: lo real que nosotros encontramos en este tiempos no está entonces en palabras tales como Corona virus, pandemia, confinamiento, riesgo, guerra. Los reportajes, artículos, cifras, intentando cernirlo, ya lo perdieron, recubierto, recuperado. Devino el ingrediente de producción mediática y fantasmática. Lo real, él, sigue asaltándonos.

por Hélène Genet (traducción de Pablo Pinto)

Artículo original: CO-VIDE: Chacun sa place[1]

Imagen / Cuarentena en Ohio, EEUU. Fuente: Flickr.


¿Cómo pensar lo que nos pasa? ¿Cómo pensarlo psicoanalíticamente? En una situación sobre mediatizada, los llamados a decir alguna cosa no faltan: informaciones, cifras en abundancia, reportajes, polémicas, instrucciones, asignaciones. Los discursos se ensanchan, los expertos disertan, cada uno con sus herramientas intelectuales. Todo esto, sin embargo, es vano, excesivo. Quiero decir aquí: en exceso, en tendencia histérica (S2 como producto y plus-de-goce), en evitamiento de lo real (el objeto a por debajo). Como lo dice Pascal, “Por mucho que la razón grite, no puede poner las cosas en su punto”[2]. Es que el saber se levanta sobre la ignorancia, de la que comparte la misma consistencia pasional. En realidad, ninguno de estos discursos es suficiente, ninguno es adecuado. Somos y nos quedamos.

¿El psicoanalista tiene derecho a decir algo de este real colectivo de la pandemia y su corolario, el confinamiento? Aunque sea invitado a ello, incluso presionado, no es seguro.

¿De qué se trata esto? Una “guerra” dice impropiamente el político[3], encargado de movilizar un colectivo suficientemente atomizado, y por lo tanto, capaz de solidaridad y de compromiso. Evidentemente también ahí están los hechos (y como siempre) recuperados, reciclados en el gesto heroico de un poder en falta de autoridad. Sin duda, hay algo de un estado de guerra en el hospital, en la urgencia sanitaria, y en la confrontación a la muerte, a muertes en serie. Nuestro personal de salud está siendo requisado, nuestras capacidades de curar están sobrepasadas. Pero es necesario recordar que de este punto de vista, la guerra no resulta sólo de un virus: el fuego ardía en la destrucción metódica del servicio público, en los insensatos cortes presupuestarios, en la cínica explotación de la vocación de cuidados.

Sin embargo, detrás el confinamiento orquesta una calma sepulcral. Ahí, se trata de dividir los cuerpos, de construir barreras de impermeabilidad, de compartimentar un social ya netamente dividido. Para los que han sido dejados de lado, no es muy nuevo, solo es peor, es decir insostenible. Para una gran mayoría es una reclusión, que creemos compensar con nuestras providenciales herramientas de comunicación moderna. Temprano descubrimos que las pantallas redoblan la tarea: el teletrabajo vigilado, el frenesís mediático, el extravío en las redes sociales, la intoxicación video. Quisiéramos encontrarnos, compartir, pero cada uno desde su casa. Se realiza sobre todo la experiencia del malentendido a gran escala.

En el silencio consensuado, comprendemos entonces que lo real no es mediatizable: es y sigue siendo el lugar donde estamos, de aquello que cada uno tiene que experimentar, temer e inventar, ahí donde está. La situación del confinamiento constituye justamente una experiencia aguda, un aprendizaje forzado de lo real del lugar. Está determinado en primer lugar por un anclaje geográfico y profesional, luego por un edificio, y por las personas cercanas a él. Los cercanos no son los semejantes, para retomar la distinción de Lacan en la Ética, es un asunto de cuerpos ; aquellos que se encuentran ahí al lado de mi, estos con los que estoy encerrado, o bien estos que yo cuido. Lo real es un modo de captar, lo que hay que encajar, como tal inarticulable. Sin fisura, dice Lacan. Está por detrás de toda representación, de la posibilidad misma de decir: lo real que nosotros encontramos en este tiempos no está entonces en palabras tales como Corona virus, pandemia, confinamiento, riesgo, guerra. Los reportajes, artículos, cifras, intentando cernirlo, ya lo perdieron, recubierto, recuperado. Devino el ingrediente de producción mediática y fantasmática. Lo real, él, sigue asaltándonos.

¿Es entonces una experiencia común? Lo que estamos estamos viviendo, en términos de lugar, podría reducirse a tres situaciones: están los confinados; los que están sobre el puente, es decir, en el hospital; y están los intermediarios, quienes están en sus puestos de trabajo, que se exponen y luego vuelven a sus casas. Los primeros son reducidos a pequeñeces, a la olvidada cuestión del horario, a la invención vital de rituales: se trata de re adaptarse, de adaptarse simbólicamente. Los aplausos todas las tardes a 20:00 hrs. Pero para algunos una soledad mayor y quizás mortal; para otros riesgos de implosión familiar. El confinamiento revive lo fantasmático privado, las angustias fundamentales de parricidio y de incesto. Los segundos  están al contrario en el hacer puro, bajo tensión permanente, agotados, abandonados a la angustia de un real devorador que ocupó todo el lugar. No hay más espacio para pensar ni para imaginar. Los terceros, esencialmente mujeres, se encuentran en una absurda situación intermedia: exentas del confinamiento, es decir, ya sea exentas de lo real… el de la pandemia apoyada por el decreto presidencial, o de la ley misma. Por un lado, hay un riesgo de clivaje, y por el otro lado de contaminación. Indispensables para el funcionamiento del país, son al mismo tiempo los intermediarios de las decisiones por la propagación del virus. Están atrapados, tanto como los otros, pero de otra manera: ellos están atrapados en el riesgo y en la responsabilidad, solo porque es ahí donde estaban.

Es para todos, en efecto, una experiencia de re-localización, de retorno a lo real de un lugar que condiciona todas nuestras posibilidades (e imposibilidades) de acción. No hay nada más que hacer que tener este lugar. Pero al interior de cada categoría, lo real no es el mismo pues está articulado al fantasma de cada uno. No está ahí en primer lugar, está en tanto allana, entonces diversamente según la estructura subjetiva. Por eso cada uno tiene la necesidad de hablar de “su” real, de sus angustias, y que los psicoanalistas ahí deben responder presentes, reinventar el espacio de una palabra confiscada, un cuadro para articular este real. Para todo el mundo la reducción es del mismo orden, cada uno se encuentra acorralado en lo inédito, llevado a un cómo hacer que nada venga a encuadrar. Con la reducción geográfica, reducción temporal : estamos de un momento al otro en lo impredecible, nuestras capacidades de anticipación están arruinadas; mañana veremos. Entonces, hacemos como podemos, con pedazos de imaginario, con pedazos de razón, apoyos y justificaciones necesariamente irrisorias, y es esto mismo que es necesario encajar. La debacle de nuestros referentes y la revelación de su carácter de semejante. Y descubrimos con asombro que no lo controlamos mejor que como lo hacían nuestros lejanos antepasados bajo la peste o el cólera. Todo la ciencia llevada a un bricolaje, nuestras vidas suspendidas de máscaras cuya falta nos sorprende.

He aquí quizás lo que el psicoanálisis puede recordar. No está en condiciones de prevalerse de un pensamiento de la pandemia o del confinamiento. Es un trueno (¿en un cielo sereno?), que es precisamente lo heterogéneo a todo saber. Lo que sabe el psicoanalista es que él solo es supuesto saber: prueba de la impotencia, no se está ahí para charlar. El único saber sobre el cual se puede avanzar, es el del inconsciente: un saber sin discurso, que se prueba sin decir, un saber hacer quizás, con el agujero, con el vacío, que hoy se recuerda dolorosamente bajo el emblema de un virus. La prueba, es en Francia el éxito fulgurante de su acrónimo inglés : Covid.

 

[1] Nota del traductor: La fonética  francesa de Covid permite el juego de palabras co-vide, como “co-vacío”.

[2] Blaise Pascal, Pensamientos, (Madrid, Espasa-Calpe, 1940).

[3] Declaraciones de Emmanuel Macron en una emisión nacional de televisión, el 26 de marzo del 2020.

Pablo Pinto
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Psicólogo y magíster en psicología por la Universidad Denis Dedirot - Paris 7.

Hélène Genet

Profesora agregada en letras, psicopedagoga y psicoanalista.