Éticas del yo y la transformación social

Esta versión liberal de lo personal es político podría resolverse en una frase: me pasa, me afecta a mí, por ende, es político e implica la politización de la experiencia, pero la reducción de la política a la experiencia personal aislada. Esta personalización de lo político hace que lo político se reduzca a una versión de la propiedad individual. Un caso particular de esta experiencia de lo personal asociado con los colectivo son los problemas de la saluda mental como una nueva pandemia del capitalismo en su fase tardía, ¿acaso la salud mental no se relaciona con la precarización de todas las esferas de la vida social?, ¿acaso la salud mental no está deteriorada porque todas las actividades sociales están mercantilizadas y relacionadas con la extracción del valor, es decir, están alienadas, distorsionadas, separadas?, ¿acaso esa esfera de distorsión tampoco afecta al yo en la descomposición de las relaciones sociales?, ¿acaso no debemos resolver los espacios de lo social para elaborar un modo de liberar esa tensión y esa energía descompuesta para imaginar cómo vivir mejor?

por Nicolás Román

Imagen / “Migrant mother”, Dorothea Lange, 1936. Fuente.


“Lo verdadero es un momento de lo falso”

Guy Debord

 

El título de este artículo indica una deformación profesional en el lenguaje y el tratamiento de un interés válido pero no siempre certero sobre las reflexiones de la relación entre lo personal y lo social. Sin embargo, ahora más que nunca, en los tiempos cuando lo personal es político hay una fuerte difusión de prácticas individuales como semilleros de transformaciones sociales: no comprar “a” por comprar “b”, no consumir “c” por consumir “d”, no amar a “e” para amar a “f”. La reacción ante la pasividad mercantil se transformó en una reivindicación de la parcela personal como un campo de batalla por una conquista guiada por un programa de acciones -generalmente coordinada por redes sociales- que va desde de lo personal, gotita a gotita, hasta llegar a lo colectivo. En algunos casos, se promueven austeros regímenes de consumo, en otros se discute de persona a persona las transformaciones individuales y de la conducta para señalar transformaciones estructurales1, si es que aún creemos en ellas.

Los diferentes problemas sociales, económicos, políticos o afectivos, se envuelven en una maraña de posiciones, credos y guías prácticas para enfrentar la debacle de un mundo que se acaba. Frente a la catástrofe climática es posible compostar en la casa, frente a la crisis del plástico se debe elegir aquellos reciclables para luego caminar un par de cuadras y dejarlo en el contenedor correspondiente. También las empresas, como personas sociales, se atribuyen ese rol, consume aquí y no acá, deposita esto allí y no allá, una ducha un poco menos de agua y no un poco más. Todas esas reivindicaciones de las prácticas personales en ocasiones se traspasan a un campo antagonista o crítico, a veces de izquierda y otras veces no. La responsabilidad personal, incluso en la política, se vuelve una épica para que algunos egos individuales se lleven a la espalda las tareas históricas que desde sus fueros personales se asumen como las necesarias, una tarea sin duda napoleónica. Esas tareas de la fuerza social de antaño, modelo de la izquierda, son evadidas por los nuevos modos y formas de resolver esas contradicciones.

En el ámbito de la crisis climática, se reivindican los activismos personales, desde los más íntimos que resuelven la angustia frente a la culpabilidad desaforada iniciada por la revolución industrial en su fase consumista. Somos todos los humanos los culpables. De ningún modo, los modos de vida occidentales o aquellos ligados al capitalismo tardío son los responsables. Asimismo, esos humanos religiosamente culpables con su conducta píamente resignada tomarán todos esos envases plásticos y los devolverán a quién sabe dónde para que hagan quién sabe qué.

Esta versión liberal de lo personal es político podría resolverse en una frase: me pasa, me afecta a mí, por ende, es político e implica la politización de la experiencia, pero la reducción de la política a la experiencia personal aislada. Esta personalización de lo político hace que lo político se reduzca a una versión de la propiedad individual. Un caso particular de esta experiencia de lo personal asociado con los colectivo son los problemas de la saluda mental como una nueva pandemia del capitalismo en su fase tardía, ¿acaso la salud mental no se relaciona con la precarización de todas las esferas de la vida social?, ¿acaso la salud mental no está deteriorada porque todas las actividades sociales están mercantilizadas y relacionadas con la extracción del valor, es decir, están alienadas, distorsionadas, separadas?, ¿acaso esa esfera de distorsión tampoco afecta al yo en la descomposición de las relaciones sociales?, ¿acaso no debemos resolver los espacios de lo social para elaborar un modo de liberar esa tensión y esa energía descompuesta para imaginar cómo vivir mejor? Claramente, la precarización no se reduce a la atención de la salud mental, por poner un ejemplo. Cuando hablamos de salud mental no creo podamos reducir lo político a lo personal, por el contrario, al politizar esa dimensión de la experiencia se encuentra la raigambre social de esos problemas, qué mejor enunciación de la calle: no era depresión, era capitalismo. Sin embargo, la pregunta después, es cómo lidiamos con ambas, cómo acabamos con esta depresión capitalista. Probablemente, no le decimos a nuestra depresión: tenemos pena, se va pasar. De ningún modo, alienados, escindidos o separados, no nos vamos a encontrar con la solución. Lo personal es político, no porque esto es solamente lo que me pasa a mí, es aquello va más allá de mí y, por lo tanto, se vuelve político en esa dimensión. Asimismo, cuando lo personal y la política se juntan, se indica que las coacciones personales tienen una dimensión social e ideológica que traspasa a las administraciones de los cuerpos y sus prácticas ensimismadas.

Otra deriva de normalizar la conducta es la coincidencia de lo personal y lo político que se difunde cuando la esfera política busca reglamentar lo individual. Esa coincidencia entre lo colectivo y lo individual es cuando la política se roza con la rigidez, la moral y la pertenencia exclusiva a grupos políticos siempre y cuando se cumplan con una rúbrica de criterios exclusivos de aquellos miembros de la comunidad de destino. Fascismo y liberalismo se disputan la administración de los cuerpos con la fragmentación de los colectivos en parcelaciones de individuos, separados por el gusto, por el origen, la pertenencia, el consumo, la conducta, y en el peor de los casos la política: la política de las tribus, la política de las sectas, la política de las conductas, la política del gusto. Los riesgos consecuentes de crear comunidades homogéneas de acuerdo esos criterios es maximizar las posibilidades de un individuo que envuelve a la masa, pero no explorar su diversidad, ni la complejidad de lo colectivo.

La reducción de la política a una condición de sujeto, aunque sea un sujeto oprimido, implica una parcialización personal de lo social y mutila la capacidad transformadora de la fórmula de lo personal es político, la política pasa por la experiencia personal, pero no termina en ella. Depositar todo lo social en lo personal desde una perspectiva antagonista confunde y termina por responsabilizar y culpabilizar las conductas individuales sin enfrentar los condicionamientos sociales o estructurales de una producción subjetiva que no empieza en una persona, aunque sí termina por afectarla. La insistencia en un credo y prácticas de lo personal tienen un trasfondo moralizador y culpabilizador vuelto política, probablemente su rigidez vuelta hegemonía daría por resultado el fundamentalismo y la moralización de la política, lejos de la democracia radical prometida por una transformación del orden socialmente existente.

Distintos grupos y organizaciones se mueven hoy bajo la consigna de lo personal es político y el problema es que hay un vacío de contenido de activismos a los cuales se les blanquea la demanda del conflicto social. Hay grupos, un sinnúmero de grupos de afinidad, donde lo personal en lo político termina en la persona. Se individualiza la política y se fragmenta la acción social, sobre todo ahora, cuando la fragmentación es la forma de la dominación (rizomática) del capital. Sus pantallas, mediaciones y formas líquidas de control, por medio de su sensualidad vierten los mandatos conductuales que son difíciles de separar de un activismo influencer potenciado por el capital y su política. Esa forma de enfrentar al capital desde una opción alimentaria o una vestimenta o actividad particular hace que los árboles no permitan ver el bosque.

Lamentablemente, la política invadida por los personalismos y sus estrategias desvían y vacían los sentidos de las organizaciones que hace no mucho años se decían a sí mismas que pretendían convertir su acción en política de masas. Justamente, esa política de masas a veces cae en el lodo de los personalismos cuando se desdibuja lo que pensaban como social y las estrategias de su politización. La apertura política de la revuelta de octubre ha despuntado en participación cuya reflexión, coordinación y estrategia están en una transformación que no necesariamente es profunda si no hay un cuestionamiento de las herencias y filiaciones con las políticas, formas, deseos del liberalismo y el capital. Plataformas como la deconstrucción de la masculinidad, la distribución del trabajo reproductivo, el enfrentamiento con la emergencia climática no pasan sencillamente por modificar nuestras conductas y experiencias personales. Individualizar y personalizar las luchas sociales crea una política como si fuera una ópera cuyos personajes centrales y secundarios se alimentan de la gestualidad y la decoración. Por el contrario, antes que una ópera necesitamos una fuerza desestabilizadora, gozadora y popular.

 

1 Estructurales según la vieja monserga de las ciencias sociales, estructuras económicas o sociales, de la lengua, de la personalidad, etcétera, estructuras que hoy perfectamente se asocian al género, a la crisis climática si es que hay aun es posible pensar en esa dimensión e intervenir y hacer los esfuerzos para impugnar en esa dimensión estructural.

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Doctor en Estudios Latinoamericanos y parte del Comité Editor de revista ROSA.