La progresiva mercantilización ha pervertido los incentivos para los investigadores — amenazando con una corrupción de la ciencia en su totalidad.
por Meagan Day (traducción de Martín Irani)
Imagen / Marcha por la ciencia en Zagreb, 2017. Fuente: Wikimedia.
La universidad ha existido desde antes del capitalismo, y ha resistido, algunas veces, lo dictado por el mercado capitalista, sin buscar la generación de ganancias, sino que verdad y conocimiento. Pero el capitalismo devora lo que puede, y en la medida que extiende su dominio, ocurre sorpresivamente que la universidad moderna se subordina paulatinamente a lo que Ellen Meikins Wood llama “los principios del mercado capitalista: sus imperativos de competencia, acumulación, maximización de ganancias, e incremento de la productividad del trabajo”[1].
En la academia, ese imperativo se manifiesta de formas visibles: publicar o perecer, financiamiento o hambruna.
Sin inversión pública, las universidades están obligadas a jugar bajo las reglas del sector privado, esto es, operar como un negocio. Los negocios, por supuesto, solo se preocupan de sus intereses — y la salud de dicho interés depende de la maximización de la ganancia, que a su vez depende de la evaluación constante y cuidadosa de sus gastos e ingresos. El resultado para la ciencia académica, de acuerdo con los investigadores Marc. A. Edwards y Siddhartha Roy en su artículo “Academic Research in the 21st Century: Maintaining Scientific Integrity in a Climate of Perverse Incentives and Hypercompetition”, ha sido la presentación de un nuevo régimen de métricas de desempeño que gobiernan casi todo lo que los científicos hacen y tiene impactos observables sobre sus prácticas de trabajo.
Estas métricas y referencias incluyen “número de publicaciones, citas, número de citas por publicación (por ejemplo, el índice h), factores de impacto de revistas, la cantidad de dinero disponible para la investigación, y el total de patentes”. Edwards y Roy observan que “estas métricas cuantitativas ahora dominan los criterios de contratación, ascenso y permanencia de académicos, reconocimiento y financiamiento”. Como un resultado, los científicos académicos están impulsados cada vez más por el deseo frenético de conseguir financiamiento, citas y publicación de sus investigaciones. Edwards y Roy destacan que “la producción científica en tanto medida de citas se ha duplicado cada nueve años desde la Segunda Guerra Mundial”.
Sin embargo, cantidad no se traduce en calidad. Por el contrario, Edwards y Roy rastrean el efecto de las métricas cuantitativas de desempeño sobre la calidad de la investigación científica y se encuentran con que tienen un efecto perjudicial: como resultado de los sistemas de recompensa que incentivan el volumen de publicaciones, los artículos de investigación se han vuelto más cortos y menos integrales, promoviendo “métodos pobres y un aumento en tasas de falsos descubrimientos”. En respuesta al creciente énfasis sobre las citas de trabajos en evaluaciones profesionales, la literatura de referencia se ha abultado para satisfacer las necesidades del oficio, con un número creciente de revisores solicitando que su propio trabajo sea citado como condición de la publicación.
Mientras tanto, el sistema que premia altos fondos de subvención con más oportunidades profesionales termina con los científicos gastando un tiempo desproporcionado en escribir propuestas y sobrevender los resultados positivos de sus investigaciones para captar la atención de sus patrocinadores. De la misma forma, cuando las universidades premian departamentos por tener altos rankings, estos son incentivados al trabajo de “ingeniería inversa, especulación y fraude de rankings” erosionando la integridad de las mismas instituciones científicas.
Las consecuencias sistémicas de una alta presión del mercado sobre la ciencia en la academia son potencialmente catastróficas. Como Edwards y Roy escriben, “la combinación de incentivos perversos y financiamiento reducido aumenta presiones que podrían llevar a comportamientos poco éticos. Si una masa crítica de científicos pierde su legitimidad, es posible que haya un punto de inflexión en el cual la empresa científica se vuelva por sí misma inherentemente corrupta y la confianza pública se pierda, corriendo el riesgo de una nueva edad oscura con consecuencias devastadoras para la humanidad”. Para mantener la credibilidad, los científicos deben mantener integridad — y la hipercompetencia está erosionando esa integridad, potencialmente socavando todo el esfuerzo.
Además, los científicos que están preocupados de obtener subsidios y citas pierden oportunidades para la contemplación prudente y la exploración profunda, que son necesarias para descubrir verdades complejas. Peter Higgs, el físico teórico que predijo la existencia de la partícula llamada el bosón de Higgs en 1964, dijo en The Guardian tras recibir el Premio Nobel en 2013 que él jamás hubiese podido hacer este hallazgo en el actual ambiente académico.
“Es difícil imaginar cómo hubiese podido tener suficiente paz y tranquilidad en las condiciones actuales para hacer lo que hice en 1964”, según Higgs. “Hoy no podría conseguir un trabajo académico. Es tan simple como eso. No creo que hubiese sido considerado lo suficientemente productivo”.
Más avanzado en su carrera, Higgs dijo que él se había convertido en “una vergüenza para el departamento cuando ellos realizaban ejercicios de evaluación de investigación. El departamento de Física de la Universidad de Edimburgo había enviado un mensaje diciendo, ‘Por favor entregue una lista de sus publicaciones recientes.’ … Yo había enviado como respuesta: ‘Nada’”. Higgs cuenta que la universidad le permitía quedarse a pesar de su productividad insuficiente sólo con la esperanza de que ganara un Premio Nobel, lo cual sería una bendición para la universidad en las condiciones actuales de hundirse o nadar.
Cuando los mandatos competitivos del capitalismo — Vender tu trabajo si eres trabajador, maximizar ganancias si eres jefe — imperan por sobre todo lo demás, las investigaciones alternativas se ven frustradas inevitablemente, sin importar qué tan nobles sean. Un propósito noble de la academia es, por ejemplo, proporcionar los recursos y la motivación para que la gente lleve adelante experimentos rigurosos que potenciarán el conocimiento colectivo sobre el mundo en el que vivimos. Pero esas aspiraciones sufren en la medida en que administraciones austeras bloquean el flujo del financiamiento fiscal para universidades e investigación, y las instituciones reaccionan cambiando sus modelos de financiamiento para mantenerse a flote.
Edwards y Roy observan que la hipercompetencia causada por la proliferación de las métricas de desempeño provocan que los científicos de la academia prioricen cantidad sobre calidad, los incentiva a cortar camino, y selecciona a los académicos más preocupados por construir una carrera que conocimiento científico. En breve, los mandatos del mercado (“competencia, acumulación y maximización de la ganancia y aumento de la productividad del trabajo”) dañan la integridad científica y la búsqueda colectiva del conocimiento.
Edwards y Roy recomiendan varias reformas, principalmente enfocadas en mitigar la relevancia de las métricas cuantitativas y prevenir malas conductas en la investigación. Pero con toda probabilidad, los problemas continuarán hasta que la raíz del problema sea abordada — esto es, hasta que el capitalismo ya no domine la universidad y la sociedad que la sostiene.
* Traducción de Martín Irani a partir del original publicado en Jacobin en septiembre del 2018.
[1] N. d. E.: Elen Meiksins Wood (2017). The Origins of Capitalism: A longer view, p. 7. Verso Books.