Necesitamos mantener la concepción de multiplicidad: la dominación capitalista no es lo mismo que la dominación de género o raza, y una no puede subsumirse en la otra. En lugar de una reducción por semejanza, este argumento requiere una articulación entre las subjetividades en lucha. Esta es la razón por la cual clase —una clase multitudinaria— nos parece el concepto apropiado en lugar de coalición. Pero esta es una noción de clase que no solo se compone de una multiplicidad, fundada en formas de cooperación social y en lo común, sino que también se articula mediante lazos internos de solidaridad e intersección entre luchas, cada una de las cuales reconoce que las otras son “un capítulo de su propia historia social y política”. Ese es su modo de articulación, su modo de ensamblaje.
por Michael Hardt y Antonio Negri (traducción de Juan Cristóbal Marinello)
Imagen / portada de “Empire”, edición koreana
Hace veinte años, cuando apareció por primera vez nuestro libro Imperio, los procesos económicos y culturales de la globalización ocupaban un lugar central: cualquiera podía ver que estaba emergiendo un nuevo tipo de orden mundial. Hoy la globalización es nuevamente un tema central, pero ahora los comentaristas de todo el espectro político están afanados en su autopsia. Los analistas defensores del establishment, especialmente en Europa y América del Norte, lamentan el declive del orden internacional liberal y la muerte de la Pax Americana. Nuevas fuerzas reaccionarias claman por el retorno de la soberanía nacional, socavando los tratados de comercio y presagiando guerras comerciales, denunciando a las instituciones supranacionales y las élites cosmopolitas, mientras avivan las llamas del racismo y la violencia contra los migrantes. Incluso en la izquierda, algunos pregonan una renovada soberanía nacional como arma defensiva contra la depredación del neoliberalismo, las transnacionales y las élites globales.
A pesar de tales pronósticos, en los que se mezclan ilusión y angustia, la globalización no está muerta y ni siquiera en declive, sino simplemente es menos legible. Es cierto que el orden global y las estructuras de mando global que lo componen están en crisis en todas partes, pero las diversas crisis actuales no impiden, paradójicamente, la continuación del dominio de las estructuras globales. El orden mundial emergente, como el propio capital, funciona a través de la crisis e incluso se alimenta de ellas. Funciona, en muchos sentidos, estropeándose.1 El hecho de que hoy en día los procesos de la globalización sean menos legibles hace que sea aún más importante investigar las tendencias de los últimos veinte años, tanto en la variada constitución de la gobernanza global, que incluye los poderes de los Estados nacionales pero se extiende mucho más allá, como en las estructuras globales de producción y reproducción capitalistas.
La interpretación de las estructuras primarias de gobierno y explotación en un contexto global es la clave para reconocer e impulsar las potenciales fuerzas de revuelta y liberación. El emergente orden global y las redes del capital constituyen sin duda una operación ofensiva, contra la cual debemos apoyar las acciones de resistencia; pero también deberían ser reconocidos como respuestas ante las amenazas y demandas impulsadas por una larga historia de internacionalismos revolucionarios y luchas de liberación. Así como el Imperio actual se formó en respuesta a las insurgencias de las multitudes desde abajo, también, potencialmente, podría caer debido ellas, siempre y cuando esas multitudes puedan convertir sus fuerzas en contrapoderes efectivos y trazar el camino hacia una forma alternativa de organización social. En muchos aspectos, los movimientos sociales y políticos de hoy apuntan hacia esta dirección.
1. ESFERAS DESINCRONIZADAS
Imaginen las crisis actuales del Imperio como si se produjesen al interior de dos esferas anidadas —las redes planetarias de producción y reproducción social, y la constitución de una gobernanza global— que están cada vez más desincronizadas. La esfera interna, el campo planetario de la producción y reproducción social, está constituida por redes de comunicación cada vez más complejas y densamente interconectadas, infraestructuras materiales e inmateriales, vías de transporte aéreo, naval y terrestre, cables transoceánicos y sistemas satelitales, redes sociales y financieras, y múltiples interacciones entre ecosistemas, humanos y de otras especies. Las formas tradicionales de producción local, como la agricultura y la minería, siguen existiendo dentro de esta esfera planetaria, pero son absorbidas progresivamente, dinamizadas y, en muchos casos, amenazadas por estos circuitos intercontinentales. Los trabajadores también son atraídos y restringidos por las redes planetarias de los mercados, las infraestructuras, las leyes y las fronteras. Los procesos de valorización y explotación se rigen por una cadena global de montaje extremadamente diferenciada, aunque, al mismo tiempo, integrada. Finalmente, las instituciones de reproducción social y los circuitos del metabolismo ecológico pueden permanecer locales, pero también dependen de sistemas dinámicos cada vez más grandes, y a menudo se ven amenazados por ellos.
Estos sistemas planetarios subsumen, tanto en términos reales como formales, diversas prácticas de producción y reproducción social, a través de diferentes espacios y temporalidades. El hecho de que esta esfera sea tan heterogénea, compuesta de fronteras y jerarquías proliferantes a varias escalas —dentro de cada metrópolis, Estado nación, región, continente—, no debería impedir que la reconozcamos como un todo coherente aunque muy variado: un único y denso conjunto planetario.2 Esta interconectividad se vuelve más clara, tal vez, cuando enfrentamos nuestra vulnerabilidad compartida: ante la devastación nuclear o el catastrófico cambio climático, toda la red de seres vivos y tecnologías se ve amenazada, dejando a nada ni nadie intacto.
Alrededor de esta esfera de producción y reproducción social, rodeándola, existe una segunda esfera, compuesta de sistemas políticos y legales entrelazados en diferentes niveles: gobiernos nacionales, tratados internacionales, instituciones supranacionales, redes empresariales, zonas económicas especiales y más. Esto no es un Estado global. A medida que las pretensiones de soberanía nacional se desvanecen, lo que emerge en su lugar son regímenes transnacionales de gobernanza. Estas estructuras superpuestas componen una constitución mixta, que analizaremos con más detalle a continuación. En la superficie de esta esfera, las riendas del gobierno están principalmente en manos de los dueños del mundo inferior: capitanes de industria, barones financieros, élites políticas y magnates de los medios.
A medida que avanza la contrarrevolución neoliberal, las dos esferas se han ido desarticulando cada vez más. Giran en torno a ejes separados y ocasionalmente chocan entre sí. Mientras que los proyectos reformistas del siglo XX, como el New Deal —o, a nivel internacional, el sistema de Bretton Woods bajo la hegemonía estadounidense—, buscaron un “liberalismo incrustado” para estabilizar las relaciones entre las dos esferas, fomentar el desarrollo capitalista y mantener las jerarquías en todos los niveles del sistema global; la contrarrevolución neoliberal ha creado una esfera de gobernanza sin una relación estructural estable con la esfera de la producción y reproducción social.3 La gobernanza imperial neoliberal no busca esa mediación y se esfuerza solo por gobernar y capturar valor desde la esfera interna. El hecho de que los circuitos productivos y reproductivos de la esfera interna sean cada vez más autónomos no impide que la esfera de la gobernanza neoliberal ejerza su mando: puede medir el valor producido allí a través de mecanismos monetarios y, mediante diversos instrumentos financieros y de deuda, extraer de ella el mayor valor posible en forma de renta. Aunque esto inevitablemente implica la proliferación de crisis económicas y financieras, éstas no son signos de un colapso inminente, sino mecanismos de gobierno.
Los avatares de la hegemonía estadounidense
Ahora bien, el hecho de que las dos esferas estén cada vez más desunidas es solo una parte de la historia. Necesitamos observar de cerca la composición de cada una, medir sus poderes y estimar sus perspectivas de futuro. Comenzamos dando un paso atrás para revisar cómo las estructuras del orden global han cambiado en los últimos veinte años, con un ojo puesto en si se han abierto posibles nuevos caminos para las multitudes que resisten y desafían estas estructuras.
A principios de la década de 1990, después del colapso de la Unión Soviética y mientras que las relaciones económicas, políticas y culturales se extendían de formas novedosas más allá del alcance de los poderes soberanos nacionales, el presidente de Estados Unidos proclamó el alba de un nuevo orden mundial. En ese momento, la mayoría de los partidarios y críticos dieron por sentado que Estados Unidos, después de haber salido “victorioso” de la Guerra Fría, como la única superpotencia restante, ejercería su incomparable poder duro y blando asumiendo una responsabilidad creciente, mientras ejercía un control cada vez más unilateral sobre los asuntos globales. Una década más tarde, cuando las victoriosas tropas estadounidenses irrumpieron en Bagdad, parecía que el nuevo orden mundial anunciado por Bush senior estaba siendo realizado por Bush junior. La ocupación estadounidense de Irak y Afganistán prometía “rehacer el Medio Oriente” mientras se creaban economías neoliberales puras a partir de las cenizas de la invasión. A medida que los neoconservadores flexionaban sus músculos, los críticos denunciaban un nuevo imperialismo estadounidense.
Desde el punto de vista actual, es obvio que el poder unilateral de Estados Unidos era ya limitado en ese entonces, y las ambiciones imperialistas de Washington fueron en vano. El imperialismo estadounidense no fue socavado por la virtud ilustrada de sus líderes o la republicana justicia de su espíritu nacional, sino simplemente por las insuficiencias de su fuerza económica, política y militar. Estados Unidos podía derrocar a los regímenes talibán y baazista (y, de hecho, causar una trágica destrucción), pero no pudo lograr la hegemonía estable que requiere un verdadero poder imperialista. Hoy, después de décadas de fracaso en Afganistán e Irak, librando la “guerra contra el terror”, pocos pueden tener mucha fe en los beneficios de un sistema global liderado por Estados Unidos o en su capacidad para crear un orden estable.4 Desde la elección de Trump, los comentaristas han cuestionado con frecuencia las posibilidades de supervivencia del orden liberal internacional, cuando, en realidad, la Pax Americana y el momento en que Estados Unidos podría haber asegurado unilateralmente un orden institucional global, sucedieron mucho antes de que Trump irrumpiese en el escenario.5
Esta nueva situación no solo se refiere a Estados Unidos: ningún Estado nación hoy es capaz de organizar y comandar el orden global de manera unilateral. Los que pronostican una disminución de la hegemonía global de Estados Unidos —Giovanni Arrighi fue uno de los primeros y más perspicaces—, generalmente proyectan otro Estado como sucesor en ese rol hegemónico: tal como el relevo de la hegemonía global pasó a principios del siglo XX de Gran Bretaña a Estados Unidos, consideran que también hoy, a medida que la estrella de Estados Unidos decae, debe elevarse la de otro Estado, con China como el principal candidato.6 Por el contrario, los comentaristas liberales se aferran a la creencia de que, a pesar del desorden internacional sembrado por Trump, la estrella de Estados Unidos todavía brilla por el mundo, y hablan de una disminución relativa de su poder militar, económico y político. Para ellos, sigue siendo el único contendiente por la hegemonía global.7 Hay algo de verdad en estos razonamientos, pero el punto más importante es que el papel de Estados Unidos, así como el de las potencias emergentes como China, debe entenderse no en términos de hegemonía unipolar, sino como parte de la intensa competencia entre los Estados nacionales en los peldaños de la constitución mixta del Imperio. El hecho de que ningún Estado nación pueda cumplir un papel hegemónico en el orden global emergente no es un diagnóstico de caos y desorden, sino que revela el surgimiento de una nueva estructura de poder global y, de hecho, una nueva forma de soberanía.
2. LA CONSTITUCIÓN MIXTA DEL IMPERIO
Cuando Polibio zarpó de Grecia en el siglo II a. C., encontró en el corazón del Imperio Romano una nueva estructura de poder. Los pensadores anteriores —Heródoto y Platón, en particular— sostenían que había tres formas básicas de gobierno, definidas geométricamente: el gobierno de uno, la monarquía; el gobierno de unos pocos, la aristocracia; y el gobierno de muchos, la democracia (a cada una también le correspondía una forma negativa: tiranía, oligarquía y oclocracia). Analizaron las virtudes relativas de cada constitución y entendieron la historia política en términos del paso de una a la otra. La novedad de Roma, según Polibio, fue su constitución mixta: no una alternancia entre las formas de gobierno, sino una combinación de las tres.8
Hace veinte años, denominamos “Imperio” al orden mundial emergente para indicar esta constitución mixta de la gobernanza global. Este Imperio no es un Estado global, ni crea una estructura de gobierno unificada y centralizada.9 Aunque los esquemas convencionales utilizados anteriormente para entender las divisiones globales —Primer y Tercer Mundo, centro y periferia, Este y Oeste, Norte y Sur— han perdido gran parte de su poder explicativo, la globalización actual no es un simple proceso de homogeneización; implica, en igual medida, procesos de homogeneización y heterogeneización. En lugar de crear un espacio liso, la aparición del Imperio ha implicado la proliferación de fronteras y jerarquías en cada escala geográfica, desde las metrópolis a los grandes continentes.
Aquí solo podemos esbozar algunos de los cambios más drásticos de la constitución imperial en los últimos veinte años. En el nivel monárquico, el desarrollo más sorprendente ha sido un vaciado del centro. En la década de 1990, aunque su estrella había disminuido, Estados Unidos aún ocupaba una posición central en espacios clave de poder. La bomba, el dólar y la red Washington, Wall Street y Hollywood/Silicon Valley, fueron capaces de ejercer la fuerza monárquica y, por lo tanto, mantener en este dominio algo similar al “gobierno de uno”. La superioridad estadounidense en el terreno del poder duro y blando sigue vigente, pero sobre bases cada vez más inestables y con límites más estrictos. Primero, el formidable arsenal militar de Estados Unidos —sus armas nucleares, drones, sistemas de vigilancia y sofisticados aparatos tecnológicos, junto con sus bases militares y ejércitos permanentes— sigue siendo significativamente superior (y más caro) que los de otras naciones. Pero la derrota de las fuerzas estadounidenses en Vietnam y sus fracasos en Afganistán e Irak han dejado claro que, a pesar de su siempre creciente potencial de destrucción, las capacidades monárquicas de la máquina militar estadounidense son hoy más débiles.
En segundo lugar, la monarquía del dólar, la hegemonía financiera y monetaria de Estados Unidos, aparecida hace veinte años, se ha debilitado progresivamente. Al igual que con el poder militar, también en este terreno el trono ya estaba en una posición inestable, remontándose al menos a la desvinculación del dólar respecto al patrón oro en 1971. Según Timothy Geithner, desde la década de 1990, el sistema financiero y monetario de Estados Unidos ha estado “desafiando la gravedad”.10 Estos fundamentos inestables del poder monetario y financiero de Estados Unidos fueron confirmados por la crisis financiera de 2008, que nuevamente puso en tela de juicio la capacidad de Estados Unidos para desempeñar un rol monárquico.11 Finalmente, la posición monárquica de Estados Unidos ha disminuido en el ámbito de la industria de la cultura y la tecnología digital. Las empresas estadounidenses aún predominan en los mercados mundiales, pero funcionan cada vez menos como un poder blando ejercido por Estados Unidos para la hegemonía global. Aunque con sede en Estados Unidos, estas empresas operan cada vez más a escala planetaria y contribuyen solo de manera ambigua a la imagen global del país. En estos tres espacios, entonces, Estados Unidos todavía domina con respecto a otros Estados nación, y los pilares de su poder monárquico aún se mantienen, pero cada vez muestran más grietas. Esto no quiere decir que algún pretendiente al trono pueda reclamar su lugar; por el contrario, existe un creciente vacío relativo a nivel monárquico.
En cambio, el nivel aristocrático del Imperio está viviendo tumultuosos desafíos impulsados por poderes ascendentes y descendentes. El “gobierno de unos pocos” sobre el sistema global se ejerce en tres terrenos principales, por las grandes empresas, los Estados nacionales dominantes y las instituciones supranacionales. Una intensa competencia caracteriza las relaciones entre los actores dentro de cada uno de estos terrenos y entre ellos: empresas contra Estados nacionales, por ejemplo, o Estados contra instituciones supranacionales. Las posiciones relativas dentro de las jerarquías globales en cada terreno han cambiado en los últimos veinte años. Mientras que las riquezas de China se han disparado, las del resto de los BRICS, que parecían seguirle, han flaqueado, al menos por el momento. En la cima de las valoraciones del mercado de valores, General Motors y General Electric han sido reemplazadas por Apple y Alibaba. Estas tendencias competitivas son extremadamente importantes y merecen un análisis detallado, pero nuestra principal preocupación aquí es reconocer que, a pesar de la cacofonía que surge de sus conflictos, las diversas fuerzas aristocráticas realmente están tocando la misma partitura. O, para cambiar metáfora, son como caballeros que, a pesar de las feroces batallas entre ellos, todos viven para servir un código caballeresco compartido y el orden social al que corresponde.
Lo más importante en este nivel aristocrático del Imperio es la medida en que, a pesar de las apariencias, sus contornos generales permanecen inalterados. Desde esta perspectiva, el tan anunciado regreso del Estado nación —junto con la retórica nacionalista, la amenaza de guerras comerciales y las políticas proteccionistas— no debe entenderse como una fractura del sistema global, sino más bien como maniobras tácticas en la competencia entre poderes aristocráticos. America first!, Prima l’Italia!, y Brexit! son los gritos lastimeros de quienes temen ser desplazados de sus puestos de privilegio en el sistema global. Al igual que los campesinos franceses conservadores que Marx retrató como movilizados por los recuerdos de la gloria napoleónica perdida (y que anhelaban hacer que Francia volviera a ser grande), los nacionalistas reaccionarios de hoy no apuntan tanto a la separación del orden global, sino a restablecer su legítima posición en los escalones de la jerarquía global. De manera similar, los conflictos entre los Estados nación dominantes y las infraestructuras supranacionales —piensen en la crítica de Trump al “globalismo” en su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas de 2018— conllevan una estrategia para asumir una posición más dominante en el sistema global, en vez de constituir una ataque contra dicho sistema. Las élites que lideran los Estados nación dominantes y las instituciones supranacionales están impulsadas por los dictados de una ideología neoliberal dedicada irrevocablemente a construir y mantener el orden capitalista global.12
Finalmente, el tercer y más amplio nivel de la constitución mixta, “el gobierno de muchos”, necesariamente el más caótico y menos legible, se compone de una amplia gama de fuerzas. Incluye toda la panoplia de Estados nación subordinados y empresas capitalistas, junto con las infraestructuras que las acompañan; medios de comunicación y redes sociales; organizaciones no gubernamentales que apoyan los proyectos de Estados y corporaciones, a menudo reparando el daño que han hecho; asociaciones religiosas que son en sí mismas una fuerza política; incluso milicias que combaten Estados, o afirman haber establecido Estados propios. Este nivel de la constitución mixta puede llamarse “democrático” solo en el sentido más degradado de ese término, ya que no incluye movimientos o fuerzas antisistémicas que podrían representar una amenaza seria para el funcionamiento del Imperio. En cambio, la inmensa gama de fuerzas que ubicamos aquí, incluso cuando resisten y desafían a los poderes monárquicos y aristocráticos, en última instancia sirven para apoyar la constitución imperial en su conjunto. Foucault fue un maestro en reconocer cómo figuras aparentemente resistentes u opositoras podrían en última instancia servir para reforzar el poder dominante, así como la figura del delincuente fortalece el régimen disciplinario.13 No queremos decir, por supuesto, que todos los esfuerzos de resistencia sean en vano e inevitablemente serán cooptados por el Imperio, sin dejar ninguna esperanza en una alternativa (Foucault tampoco quiso decir nada de eso); pronto volcaremos nuestra atención a los movimientos que prueban esto.
3. NUEVOS INTERNACIONALISMOS
Enfocarse en la globalización desde arriba proporciona una visión distorsionada, porque es en esencia una respuesta —y un intento de contener— las fuerzas de la globalización desde abajo. El internacionalismo revolucionario ha sido en toda la modernidad el principal motor de las formas y procesos de la globalización capitalista. Toda revolución moderna, desde Puerto Príncipe a Shangai, desde París a La Habana, fue internacionalista en un sentido profundo, al igual que las corrientes más inspiradoras de la política proletaria, los movimientos anticoloniales y feministas, y todas las formas de las luchas de liberación. La lectura desde abajo permitió a autores como Giovanni Arrighi y Fredric Jameson reconocer que el desarrollo de la globalización neoliberal a partir de la década de 1970 fue realmente una respuesta a la confluencia o acumulación de rebeliones obreras, luchas de liberación y movimientos revolucionarios en todo el mundo durante los años sesenta.14 Reconocer las estructuras de poder como respuesta no solo tiene una función analítica sino también política. Las fuerzas más poderosas capaces de desafiar y moverse más allá del dominio del Imperio asumirán necesariamente la forma de nuevos internacionalismos. Por ello es tan importante que nos esforcemos por identificar y cultivar los nuevos internacionalismos que emergen hoy.
Una forma de reconocer el internacionalismo en acción es rastrear el desarrollo de los ciclos internacionales de lucha: aunque cada lucha puede enfocarse intensamente en las condiciones locales y nacionales, a medida que la llama pasa de un lugar a otro, el movimiento adquiere una importancia global. Las insurrecciones de 2010-11, nacidas en Túnez y Egipto, iniciaron tal ciclo cuando los activistas —primero en otros países del norte de África y Medio Oriente, a continuación en España, Grecia y Estados Unidos, luego en Turquía, Brasil y Hong Kong— erigieron campamentos en las plazas de las ciudades y tradujeron las demandas de democracia a su propio lenguaje político. De manera similar, NiUnaMenos, la lucha feminista contra la violencia sexual y el patriarcado que comenzó en Argentina, resonando con las luchas por los derechos reproductivos de las mujeres polacas, fue traducida de forma innovadora a través de las Américas y, más allá del Atlántico, en Italia y España. Se está formando una nueva internacional feminista, basada en novedosas formas de huelga política.15
A una escala mucho más amplia, pero aún menos legible, la migración constituye una fuerza importante del internacionalismo y una insurrección en curso contra los regímenes fronterizos de los Estados nación y las jerarquías espaciales del sistema global. Las espectaculares peregrinaciones hacia y a través de Europa en el verano de 2015, a pie, en tren, por todos los medios de transporte posibles, y ahora trasladadas al traicionero cruce del Mediterráneo, han puesto en peligro los regímenes fronterizos de Europa. Del mismo modo, las extraordinarias caravanas de niños y familias centroamericanas que pasaron por México hacia la frontera con Estados Unidos en otoño de 2018 sirvieron para dar a conocer la crisis actual del régimen fronterizo estadounidense.16 Pero estos eventos altamente mediatizados son solo la punta de una variada gama de migraciones globales, no solo de sur a norte, sino que en todas las direcciones: de Nigeria a Sudáfrica, de Bolivia a Argentina, de Myanmar a Bangladesh y de la China rural a la urbana. Este es un tipo inusual de insurrección internacionalista, por supuesto, de cerca, apenas es reconocible como política. Es posible que la gran mayoría de los migrantes no puedan articular la naturaleza política de su huida, y mucho menos entender sus acciones como parte de una lucha internacionalista; de hecho, sus travesías son altamente individualizadas. Estructuras explícitamente organizadas como las caravanas son raras, incluso al interior de un único flujo migratorio, y mucho menos entre los diversos movimientos globales. No hay comité central, plataforma ni declaración de principios. Y, sin embargo, las líneas de fuga de los migrantes constituyen un poder internacionalista.
Ya sean impulsados por motivos sancionados oficialmente, como huir de la guerra o la persecución, o por razones deslegitimadas por las autoridades, como simplemente buscar aventuras, los migrantes afirman la libertad de movilidad, que puede servir como base para todas las demás libertades.17 Hay que retroceder para poder distinguir el diseño del mosaico, para apreciar la importancia política de las migraciones globales como una insurgencia continua. Tengan certeza de que las autoridades gobernantes reconocen esta amenaza: el poder de la insurgencia es confirmado por las crueles y costosas estrategias de contrainsurgencia lanzadas contra los migrantes, desde los campos de concentración respaldados por la UE en Libia hasta las políticas bárbaras en la frontera estadounidense. La insurgencia de los migrantes, simplemente atravesándolos, amenaza con hacer que los diversos muros que segmentan el sistema global se agrieten y derrumben.
4. EL CAPITAL GLOBAL Y LO COMÚN
El análisis de la constitución mixta de la gobernanza global debe complementarse con la investigación de la otra esfera, la de producción y reproducción, ya que, incluso cuando no están sincronizadas, cada esfera requiere del apoyo de la otra. Así como el capital nacional necesitaba que el Estado nación garantizase sus intereses colectivos y de largo plazo, también el capital global de hoy requiere una estructura compleja de gobernanza global. La esfera de las relaciones capitalistas, como la de la gobernanza, se compone de un conjunto de elementos extraordinariamente heterogéneos, conflictivos e inestables que actúan en diferentes escalas: empresas capitalistas que compiten entre sí; capitales nacionales, también a menudo en conflicto; diversas formas de trabajo asalariado, no asalariado y precario, así como elementos no capitalistas, que siempre han sido parte de las sociedades capitalistas. Al igual que con la otra esfera, señalar la heterogeneidad de los elementos no debe impedir que reconozcamos el diseño general.18
Aquí esbozamos brevemente algunas direcciones clave en el desarrollo del capital siguiendo algunas de las críticas académicas y militantes que han surgido en los últimos veinte años (de hecho, el cuestionamiento cada vez más extendido del dominio capitalista ha sido acompañado por el florecimiento de análisis marxistas y anticapitalistas). Además de revelar las nuevas y, en muchos casos, más severas formas de dominación y explotación capitalista, una exigencia esencial de la crítica de la economía política implica buscar semillas de resistencia y libertad dentro de los circuitos de producción y reproducción capitalista. Para lograr esto, nos enfocamos primero en las formas en que los movimientos contra la sociedad capitalista y su régimen disciplinario han funcionado como motores que impulsan el desarrollo capitalista. Esta es una historia de cooptación y captura, pero también, y más importante, un índice de la potencia de la revuelta: donde existe el poder de impulsar el capital, también existe el potencial de derrocarlo. Luego examinaremos las formas en que el capital, al perseguir su propio desarrollo, crea las armas que eventualmente pueden empuñarse contra él.19
Lo que más nos impresiona en los análisis de los recientes desarrollos del capitalismo es el papel central que juega lo común en sus diversas formas, desde los recursos naturales hasta los productos culturales, de los datos biométricos a la cooperación social. Lo común es cada vez más central para la producción y reproducción social capitalista —el valor que acumula el capital reside, cada vez más, en lo común— y, sin embargo, también designa un potencial para una autonomía social frente al capital, un potencial para la revuelta. Describamos brevemente tres terrenos emergentes clave dentro de los análisis del capital, en que lo común desempeña este rol central y paradójico: el extractivo, el biopolítico y el ecosistémico.
Una amplia gama de análisis recientes de la producción y reproducción capitalista se agrupa en torno al concepto de extracción, entendido en el sentido más amplio. Destacan no solo la expansión de las prácticas extractivistas tradicionales —gas, petróleo, minerales, agricultura de monocultivo— en las que el valor se extrae directamente de la tierra, sino también los modos de acumulación logrados mediante la privatización de la riqueza pública y las infraestructuras (sistemas de transporte y comunicaciones, patrimonio cultural), así como las nuevas formas de extracción en que los valores humanos y sociales —incluyendo el conocimiento, los datos, los cuidados, los circuitos de cooperación social— son apropiados y acumulados. “No solo cuando las operaciones del capital saquean la materialidad de la Tierra y la biosfera”, escriben Sandro Mezzadra y Brett Neilson, “sino también cuando se encuentran y recurren a formas y prácticas de cooperación y sociabilidad humana que son externas a ellos, podemos afirmar que se trata de extracción”.20
La metáfora de la minería de datos proporciona una lente útil para ver cómo las operaciones extractivas tradicionales han migrado a terrenos sociales. La acumulación mediante plataformas de redes sociales, por ejemplo, puede involucrar no solo la recopilación y el procesamiento de los datos proporcionados por los usuarios, sino también la creación de algoritmos para capitalizar la inteligencia, el conocimiento y las relaciones sociales que aportan.21 Plataformas como Uber y Airbnb han transformado de forma similar las prácticas de “compartir”: desde ofrecer un bien a otros para un uso común a un medio para extraer valor. Las finanzas también funcionan a través de su propio modo de extracción. En parte, por supuesto, los instrumentos financieros son herramientas de especulación y crean valores meramente “ficticios”, pero principalmente las relaciones financieras y de deuda son medios para extraer valores que se producen socialmente, fuera de la gestión directa del capital financiero. Al igual que otros autores, hemos identificado este desarrollo de los esquemas de acumulación capitalistas como el paso de la ganancia a la renta: mientras que el capital industrial genera ganancias en gran medida al administrar el proceso de producción y dictar formas de cooperación, las finanzas extraen rentas de la riqueza producida a través de formas de cooperación productiva externas a él y no bajo su administración directa.22
Estos análisis de la extracción resuenan fuertemente con lo que David Harvey llamó acertadamente acumulación por desposesión. Dichos procesos operan principalmente a través de nuevos cercamientos de bienes comunes y la extracción de riqueza, que puede residir en la tierra o en infraestructuras públicas.23 Finalmente, al mismo tiempo que condenamos la explotación y la destrucción social y ecológica que causa, enfatizamos que toda forma de extracción se basa en valores producidos externamente a su esfera directa de gestión. El extractivismo se aprovecha de las diversas formas de lo común: ecológica, social y biopolítica.24 Este proceso de depredación apunta hacia un potencial que reside al interior de lo común, al que volveremos más adelante.25
Un segundo conjunto de análisis resalta el papel de lo común en las relaciones biopolíticas, incluyendo las formas cognitivas de producción y generación de afectos y cuidados, que abarcan los ámbitos productivo y reproductivo. Los estudios del capitalismo cognitivo generalmente analizan el papel del conocimiento, la inteligencia y la ciencia en la producción contemporánea, haciendo hincapié en la medida en que el “intelecto general” —es decir, los conocimientos acumulados en la sociedad que se han vuelto comunes en cierto sentido— se ha convertido directamente en productor de valor.26 Otros se enfocan en el trabajo digital y la producción de valor a través de redes y plataformas digitales, que en algunos casos dependen del valor generado por la atención de los usuarios.27 Junto con la inteligencia y la atención, los afectos también se ponen cada vez más a trabajar en la sociedad capitalista, con frecuencia siguiendo las jerarquías de género consolidadas. Los trabajos que involucran una gran parte de la producción afectiva —enfermeros, trabajadores de atención domiciliaria, personal de apoyo administrativo, trabajadores domésticos asalariados, maestros de escuela primaria, meseros— son mal pagados, altamente precarios y, en consecuencia, realizados predominantemente por mujeres. La producción de afectos también es fundamental para el ámbito no remunerado de la reproducción social, incluyendo el trabajo doméstico, que sigue definiéndose en base a la división del trabajo por género.28
En estos análisis, reconocemos formas nuevas e intensificadas de explotación y dominación, junto con nuevas formas de control biopolítico, y la colonización y mercantilización de otros ámbitos de la existencia humana. Hoy, como muestran los estudios, las fuerzas productivas biopolíticas están encerradas dentro de las relaciones de propiedad privada, trabajando por un salario, o subordinadas y menospreciadas mientras el valor que producen es expropiado y acumulado. Pero aquí también reconocemos la naturaleza social de lo común, ya que la inteligencia, el conocimiento, la atención, el afecto y el cuidado son todas capacidades inmediatamente sociales, definidas por acciones colectivas e interdependencia. Grandes depósitos biopolíticos de lo común se construyen sobre estos recursos de conocimiento compartido, inteligencia colectiva, relaciones desmercantilizadas de afecto y cuidado y, en última instancia, circuitos de cooperación social; los cuales tienen el potencial de volverse autónomos con respecto al control capitalista.
Un tercer terreno de análisis aborda lo común aún más directamente, al investigar las innumerables formas en que el desarrollo capitalista destruye la tierra y sus ecosistemas. Los análisis del cambio climático, en particular, demuestran cuán íntimamente están vinculadas la historia del desarrollo capitalista y la extracción de combustibles fósiles. Muchos autores señalan que decir que las acciones humanas causan el cambio climático o que hemos entrado en la era del Antropoceno, como si la especie en su conjunto fuera igualmente responsable de las decisiones que crearon nuestra situación actual, esconde el hecho de que los verdaderos responsables son una clase relativamente pequeña de capitalistas en los países dominantes. Como queda claro en estas investigaciones, una condición previa necesaria para cualquier proyecto de preservar la salud del planeta a largo plazo es el desafío y la superación de la primacía del dominio capitalista.29 El hecho de que lo común esté en juego en este terreno es inmediatamente reconocible, ya que las áreas de la vida que una vez fueron compartidas (la tierra, los mares, la atmósfera) están cerradas o deterioradas. Aunque los pobres sufrirán antes y más por los efectos del cambio climático, eventualmente todos sucumbirán. Sin embargo, lo común es fundamental no solo para lo que hemos perdido, sino también para las alternativas que podamos construir. Las protestas indígenas contra la destrucción capitalista plantean claramente la necesidad de que los humanos establezcan una nueva relación con la tierra, caracterizada por la interdependencia y el cuidado, para que ésta sea común.30
Lo que destaca en todos estos análisis del capital contemporáneo es el poder de lo común en todas sus formas, desde la tierra y el agua hasta los circuitos metropolitanos de cooperación social, desde los conocimientos y la inteligencia compartidos hasta las relaciones afectivas y la reproducción social. El capital se ha convertido cada vez más en un aparato de captura que se aprovecha de lo común, extrayendo los valores allí producidos y creando innumerables formas de sufrimiento y destrucción en el proceso. Pero todos estos ámbitos de lo común, especialmente cuando se movilizan y se unen en relaciones de interdependencia, tienen el potencial para la autonomía; el potencial de crear relaciones sociales más allá del dominio capitalista.
5. CLASE – MULTITUD – CLASE PRIMA
La multiplicidad se está convirtiendo en el horizonte exclusivo de nuestra imaginación política. Los movimientos más inspiradores de las últimas décadas, de Cochabamba a Standing Rock, de Ferguson a Ciudad del Cabo, de El Cairo a Madrid, han sido animados por multitudes. La ausencia de líderes es la característica que a menudo se atribuye a estos levantamientos, especialmente por parte de los medios: y, de hecho, rechazan las formas tradicionales de liderazgo centralizado, intentando crear nuevas formas democráticas de expresión. Pero en lugar de describirlos como “sin líderes”, es más útil entenderlos como luchas de multitudes; útil, en parte, porque nos permite comprender tanto sus virtudes como los desafíos que enfrentan. Estos movimientos han logrado importantes resultados, y a menudo han aludido a un mundo alternativo y mejor. Pero en general han sido efímeros, muchos han sido derrotados, y algunos han visto sus conquistas brutalmente revertidas. Se necesita algo más; y, como los militantes de distintas tendencias les podrían contar, se requiere urgentemente un pensamiento creativo y original sobre la organización política. No tenemos interés en dar lecciones a estos movimientos sobre la necesidad de abandonar su multiplicidad y construir un sujeto político unificado, ya sea un comité con un liderazgo centralizado, un partido electoral o “un pueblo”. No es probable que un retorno a las formas tradicionales de organización tenga como resultado movimientos más duraderos o efectivos; en cualquier caso, estas han sido explícitamente repudiadas por la sensibilidad democrática de los propios activistas. Además, no creemos, para decirlo en términos abstractos, que solo “el uno” pueda decidir. La pregunta más importante para nosotros es: ¿cómo puede una multiplicidad actuar políticamente con el poder permanente para lograr una verdadera transformación social?
Puede ser útil retroceder veinte años y abordar nuestra situación contemporánea desde este punto de vista. Para explorar el potencial de los movimientos de hoy, rastreamos dos pasos históricos y teóricos: de la clase a la multitud y de la multitud a la clase. Esto podría parecer una acción pendular, un simple viaje de ida y vuelta; pero pretendemos que marque un avance teórico y político, ya que la “clase” de la partida no es la misma que la de llegada: el paso por la multitud transforma su significado. La fórmula general de organización que proponemos, entonces, es C – M – C′, clase-multitud-clase prima.31 Como en la fórmula de Marx, la importancia radica en la transformación experimentada en el centro del proceso. La clase prima debe ser una clase multitudinaria, una clase interseccional.
De la clase a la multitud
El movimiento de la clase a la multitud significa, en parte, el reconocimiento general durante las últimas décadas de que la clase trabajadora debe entenderse en términos de multiplicidad, tanto dentro como fuera de su dominio; un cambio que corresponde al vaciado de las pretensiones de representar a la clase obrera por parte de partidos tradicionales y sindicatos. Como formación empírica, por supuesto, la clase obrera nunca ha dejado de existir. Pero como su composición interna ha cambiado —con nuevas formas de trabajo, nuevas condiciones laborales y relaciones salariales— son necesarias nuevas investigaciones de la composición de clase. En particular, estas investigaciones deberían explorar el poder de la cooperación social y lo común. Además, las diferencias entre las poblaciones trabajadoras, que siempre han existido, ahora rechazan cada vez más la representación unitaria. Las diferencias entre los sectores laborales —por ejemplo, entre el trabajo asalariado y no asalariado, el empleo estable y precario, trabajadores documentados e indocumentados—, junto con las diferencias de género, raza y nacionalidad, que en cierta medida se corresponden con esas diferencias de estatus laboral, todas demandan expresión. Cualquier investigación sobre la composición de clase —y cualquier propuesta de proyectos políticos de clase— debe insertarse en el análisis interseccional. Esta no es una clase, se podría decir, si por clase entendemos un sujeto que está unificado internamente, o que puede ser representado como un todo unificado; es una multitud, una irreducible multiplicidad.
Al mismo tiempo, el paso de la clase a la multitud significa que las luchas de la clase trabajadora, y las luchas anticapitalistas en general, deben unirse en pie de igualdad con las luchas contra otros ejes de dominación: feminista, antirracista, decolonial, queer, anticapacitista y otros (los teóricos de la multiplicidad no están preocupados por conjuntos abiertos y listas interminables). En este sentido, el concepto de multitud está estrechamente relacionado—y, de hecho, profundamente en deuda— con el análisis y la práctica interseccional, que surge de la práctica teórica del feminismo negro. La interseccionalidad es, en el nivel más básico, una teoría política de la multiplicidad. Su objetivo es contrarrestar los marcos tradicionales del análisis político basados en un único eje, mediante el reconocimiento de la naturaleza entrelazada de las jerarquías de raza, clase, sexo, género y nacionalidad. Esto significa, primero, que ninguna estructura de dominación es primaria (o reducible) a las demás. En cambio, son relativamente autónomas, tienen igual significado y son mutuamente constitutivas. Segundo, así como las estructuras de dominación se caracterizan por la multiplicidad, también lo son las subjetividades que se relacionan con ellas. Esto no implica un rechazo de la identidad o una concepción acumulativa de muchas identidades; más bien, requiere repensar la subjetividad en clave de multiplicidad.32 El llamamiento a multitudes interseccionales no es simplemente la exhortación a una mayor inclusión sino que, como dice Jennifer Nash, a “un proyecto antisubordinación”, es decir, una estrategia combativa y revolucionaria en múltiples frentes simultáneos.33
Puede ser útil en este punto considerar el paso de la clase a la multitud a través del concepto de precariedad, en dos sentidos. El primer sentido de precariedad, desarrollado principalmente por teóricos y activistas europeos, se concibe primariamente en términos de salarios y relaciones laborales.34 La precariedad en este sentido marca un contraste con los contratos de trabajo estables que sirvieron como un ideal regulador en la economía fordista de mediados del siglo XX: un ideal regulatorio que existía como realidad solo para un número limitado de obreros industriales (generalmente varones) en los países dominantes. Los contratos laborales garantizados y las leyes que protegen los derechos de los trabajadores se han erosionado progresivamente, y los trabajadores se han visto obligados a aceptar contratos laborales informales de corta duración. Evidentemente, estas relaciones laborales siempre han estado marcadas por la raza y el género; pero todos los sectores de la fuerza de trabajo están siendo afectados por esta tendencia, aunque en formas y dimensiones diferentes. Esta precarización del trabajo es un arma poderosa en el gran arsenal del neoliberalismo.
El otro significado de precariedad, desarrollado más bien por autores estadounidenses, proporciona un complemento útil y sirve también como parte de una interpretación —y desafío— del neoliberalismo, pero desde una perspectiva mucho más amplia. La precariedad, escribe Judith Butler, “designa esa condición políticamente inducida en la que ciertas poblaciones sufren más que otras por el fracaso de las redes sociales y económicas de apoyo, viéndose mayormente expuestas a ultrajes, violencia y muerte”.35 La precariedad laboral es ciertamente parte de la mezcla, pero la noción de vida precaria tiene como objetivo comprender cómo los cambios legales, económicos y gubernamentales han aumentado la inseguridad de una amplia gama de poblaciones ya subordinadas: mujeres, personas trans, gays y lesbianas, personas de color, migrantes, discapacitados y otros. Por lo tanto, existe una noción de precariedad que habla el idioma de la clase trabajadora y otra que promueve una visión interseccional. Júntenlas y tendrán unos buenos cimientos para teorizar a la multitud.
No planteamos este movimiento de la clase a la multitud (o de la gente a la multitud) como un mandato político. Esto no es necesario, porque ya es un hecho consumado que se ha manifestado en los últimos veinte años en diferentes países y contextos sociales. Entendemos que muchos consideran el cambio histórico de la clase a la multitud como un declive y una pérdida, comenzando con el disminuido poder y afiliación de los sindicatos institucionales y los partidos de la clase trabajadora (y, de hecho, no toda multiplicidad es políticamente progresista; muchedumbres y turbas pueden perfectamente ser reaccionarias). Pero también debemos reconocer todo lo que se ha ganado en el proceso. A nivel de análisis, debería ser obvio que la multiplicidad de estructuras de dominación mutuamente constituyentes ofrece una lente superior para comprender nuestra realidad social, y esto requiere complementar nuestra breve investigación del gobierno capitalista con análisis similares de las estructuras institucionales de raza, género y jerarquías sexuales. Pero es incluso más crucial a nivel de la práctica: no habrá hoy un proyecto exitoso y duradero de política de clase que no sea también feminista, antirracista y queer.
Repensando la clase
Teorizar sobre la multiplicidad, o incluso reconocer las multiplicidades existentes, no es suficiente, especialmente si por multiplicidad se entiende simplemente fractura y separación. Para ser políticamente efectivo, se requiere organización. Y cuando se trata de multiplicidades, esa presión es aún más intensa. Responder a nuestra pregunta inicial —¿cómo puede una multiplicidad decidir y actuar políticamente?— simplemente diciendo que necesita organizarse, no es muy útil. El siguiente paso, entonces, requiere un retorno al concepto de clase —pero concebido ahora de manera diferente—, a fin de explorar más a fondo en qué puede convertirse una multitud y cómo puede actuar políticamente. Una objeción obvia a la propuesta de este segundo movimiento, de la multitud a la clase, es que deshace todas las ventajas logradas a través del movimiento anterior, desde una concepción política unificada basada en un único eje de dominación determinado por el capital, hacia una multiplicidad que también incluye el patriarcado, la supremacía blanca y otros ejes. Sin embargo, nuestra intención es desarrollar una concepción de clase que se refiera no solo a la clase trabajadora, sino que sea en sí misma una multiplicidad, una formación política que mantenga las ganancias de la multitud.
Puede ser útil, en primer lugar, observar simplemente a los autores que utilizan el concepto de clase más allá de la referencia a la clase trabajadora, para abordar la raza, la dominación de género y las luchas. Achille Mbembe, por ejemplo, analiza los mecanismos de control contemporáneos desplegados contra los africanos que emigran a Europa en términos de una “clase racial“:
Europa ha decidido no solo militarizar sus fronteras, sino extenderlas… [sus fronteras] están ubicadas ahora a lo largo de las rutas cambiantes y los caminos tortuosos recorridos por los candidatos a la migración, reubicándose para mantenerse al día con sus trayectorias… En realidad, es el cuerpo de los africanos, de todos los africanos tomados individualmente, y de todos los africanos como una clase racial que constituye hoy las fronteras de Europa. Este nuevo tipo de cuerpo humano no es solo el cuerpo de la piel y el cuerpo abyecto del racismo epidérmico, el de la segregación. También es el cuerpo fronterizo, que traza el límite entre aquellos que son “nosotros” y los que no lo son, y a quienes se puede maltratar impunemente.36
Mbembe considera que, en el nuevo régimen global de movilidad, los africanos se transformarán en “una clase racial estigmatizada”. Para él, el concepto de clase no es, o no es solo, una categoría socioeconómica. En cambio, sirve como un medio para pensar la diferencia racial colectiva que no se basa simplemente en el color de la piel; esta clase racial nace en las estructuras e instituciones racistas de Europa.
Las referencias de Mbembe hacen eco de feministas de la década de 1970 como Christine Delphy, quien empleó el concepto de “clase sexual” para comprender la dominación patriarcal y designar una base para la lucha feminista. A otras feministas que desafiaron su uso, Delphy respondió que el concepto de clase podía comprender mejor que cualquier otro cómo los sujetos sociales subordinados son creados por las relaciones de dominación. Desde esta perspectiva, escribe Delphy, “uno no puede considerar a cada grupo separado del otro, porque están unidos por una relación de dominación… Los grupos no están […] constituidos antes de relacionarse. Por el contrario, su relación es lo que los constituye como tal”.37 Por ende, las relaciones de dominación son anteriores y constitutivas de los sujetos sociales. En el uso que le da Delphy, nuevamente el concepto de clase no se refiere exclusivamente a un estatus económico, sino que implica un procedimiento analítico que puede aplicarse a cualquier eje de dominación.
A través de los análisis de Mbembe y Delphy, nos interesa resaltar, en primer lugar, el siguiente punto: que el concepto de clase se puede utilizar para comprender los efectos de la sujeción creada por las relaciones de dominación, no solo con respecto al capital sino también con respecto a la supremacía blanca y al patriarcado, en el interés no solo de la clase trabajadora sino también de la clase racial, la clase sexual y otras. En segundo lugar, es importante enfatizar que el concepto de clase se emplea aquí no solo como una descripción, sino como un llamamiento político a aquellos sometidos por las jerarquías patriarcales o raciales para que luchen juntos, como una clase.38 Finalmente, y este es el punto más difícil de asumir: reconocer una pluralidad de clases dominadas luchando de forma paralela es un paso adelante, pero no es suficiente. La noción de “clase multitudinaria” o “clase interseccional” que buscamos requiere un paso más: una articulación interna de estas subjetividades diferentes —clase trabajadora, clase racial, clase sexual— en lucha. Los análisis interseccionales comúnmente abordan la necesidad de articulación entre las subjetividades subordinadas en términos de solidaridad y coalición. A menudo, esto repite una estrategia acumulativa: clase trabajadora más feminista más antirracista más lucha LGBTQ, más… En otras palabras, incluso cuando el análisis interseccional rechaza nociones acumulativas de identidad, una lógica aditiva aún puede guiar los imaginarios activistas. Una debilidad de este enfoque es que los lazos de solidaridad son externos. Lo que se necesita son vínculos internos de solidaridad, es decir, un modo diferente de articulación, que vaya más allá de la concepción estándar de coalición.
Ilustraremos esta condición clave —las relaciones internas de solidaridad en esta clase multitudinaria— con tres ejemplos teóricos. Primero, Rosa Luxemburgo: después de la insurrección fallida de 1905 en Rusia, Luxemburgo criticó al proletariado alemán y a su partido por sus expresiones de simpatía y apoyo a sus primos rusos, teñidos de condescendencia o admiración. Luxemburgo, por supuesto, no abogaba por que los trabajadores alemanes se desvincularan de las luchas rusas o prestaran menos atención a ellas, sino que exactamente lo contrario. El problema para ella era que tales expresiones de “solidaridad de clase internacional” planteaban simplemente una relación externa: los revolucionarios alemanes debían reconocer, en cambio, que los acontecimientos rusos eran un problema propio e interno a su lucha: “un capítulo de su propia historia social y política”.39
Un segundo ejemplo teórico: Iris Young a principios de la década de 1980 desafió a los varones socialistas que profesaban solidaridad con el movimiento feminista. “En general”, escribió, “los socialistas no consideran la lucha contra la opresión de las mujeres como un aspecto central de la lucha contra el capitalismo en sí”.40 Es interesante destacar que Young no se dirigía a los varones socialistas misóginos y antifeministas, de los cuales había muchos, sino que a los comprensivos camaradas que ofrecían su solidaridad a las feministas, o que veían la lucha feminista como aliada pero separada de la suya. Al igual que Luxemburgo, Young alega que tal solidaridad no es suficiente. Exhorta a los varones socialistas, en efecto, a reconocer la lucha feminista contra el patriarcado como un capítulo de su propia historia social y política. No se puede ser realmente un anticapitalista sin ser también feminista porque, dado que son mutuamente constitutivos, el capital no puede ser derrotado sin también derrotar al patriarcado.
Un tercer ejemplo: Keeanga-Yamahtta Taylor propone un argumento similar al dirigirse a los activistas antirracistas en Estados Unidos que no se centran también en la dominación de clase. Con demasiada frecuencia, sostiene, hay una especie de segregación de las luchas, de modo que se supone que las luchas anticapitalistas son tarea de los blancos, mientras que las personas de color deben realizar luchas antirracistas. “Ninguna corriente socialista seria en los últimos cien años”, escribe Taylor, “ha exigido que los trabajadores negros/as o latinos/as pongan sus luchas en segundo plano mientras que otra lucha de clases se libra primero”. Esta suposición se basa en la idea equivocada de que la clase trabajadora es blanca y masculina y, por lo tanto, incapaz de abordar cuestiones de raza, clase y género. De hecho, la clase trabajadora estadounidense es femenina, inmigrante, negra, blanca, latina y más. Las problemáticas de los inmigrantes, de género y los antirracismos son cuestiones de la clase trabajadora”.41 No se trata de aceptar la participación de aliados o de expresar solidaridad; la lucha contra la supremacía blanca y contra el capital deben entenderse como internas entre sí.
Una objeción podría ser la siguiente: sí, todos necesitan luchar juntos porque todos son precarios en los dos sentidos discutidos anteriormente; pero tal proyección de semejanza no ayuda, porque los mecanismos de precariedad y dominación son diferentes. Necesitamos mantener la concepción de multiplicidad: la dominación capitalista no es lo mismo que la dominación de género o raza, y una no puede subsumirse en la otra. En lugar de una reducción por semejanza, este argumento requiere una articulación entre las subjetividades en lucha. Esta es la razón por la cual clase —una clase multitudinaria— nos parece el concepto apropiado en lugar de coalición. Pero esta es una noción de clase que no solo se compone de una multiplicidad, fundada en formas de cooperación social y en lo común, sino que también se articula mediante lazos internos de solidaridad e intersección entre luchas, cada una de las cuales reconoce que las otras son “un capítulo de su propia historia social y política”. Ese es su modo de articulación, su modo de ensamblaje. Es por eso que llamamos a esta noción transformada “clase prima”, de modo que en lugar de clase-multitud-clase, todo el movimiento que estamos tratando de esbozar es clase-multitud-clase prima: C – M – C′. Esto sirve al menos como una respuesta teórica inicial a nuestra pregunta anterior: ¿puede una multiplicidad actuar políticamente? Sí, puede hacerlo como clase prima, como una multiplicidad articulada internamente y orientada igualmente hacia la lucha contra el capital, el patriarcado, la supremacía blanca y otros ejes de dominación. Por supuesto, es simplemente una respuesta formal y conceptual, pero quizás puede ofrecer un marco para pensar y perseguir ese proyecto político.
6. ELOGIO DE LA ALTERGLOBALIZACIÓN
El 1 de enero de 1994, el día en que entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional inició una insurrección en Chiapas, México; el 30 de noviembre de 1999, los manifestantes en Seattle bloquearon las reuniones de la Organización Mundial del Comercio; el 25 de enero de 2001, se inauguró el Foro Social Mundial en Porto Alegre, Brasil, oponiéndose al Foro Económico Mundial en Davos, Suiza; y el 21 de julio de 2001, multitudes inundaron las calles de Génova para protestar contra la cumbre del G8. El ciclo internacional de luchas de alterglobalización que se desarrolló en las Américas y Europa tuvo numerosos defectos: su naturaleza nómada y la práctica de “saltar de cumbre en cumbre” en muchos casos eclipsaron el compromiso con una organización local y duradera; fueron criticados con frecuencia, especialmente por activistas al interior de los mismos movimientos, por no desarrollar en forma suficiente los elementos interseccionales que acabamos de describir; y la temporada de luchas resultó relativamente corta, en parte debido a sus propias debilidades organizacionales. Aunque hay que tener en cuenta, por supuesto, que los movimientos también fueron desarticulados por las severas políticas de seguridad instaladas después del 11 de septiembre; los activistas tuvieron que cambiar su enfoque de la alterglobalización a los movimientos contra la guerra.
La extraordinaria virtud de estas protestas fue su práctica teórica. Construyeron una visión crítica global y fueron capaces, a través de las manifestaciones organizadas, de hacer legible el significado político del terreno relativamente oscuro de las instituciones económicas globales. En lugar de un movimiento, entonces, podrían entenderse mejor como una vasta investigación colectiva y conjunta sobre la naturaleza del orden global emergente. Los activistas sabían que las grandes corporaciones y los Estados nacionales dominantes, Estados Unidos el primero entre ellos, tenían un enorme poder; pero también tenían la intuición de que el orden global era algo más, y que era aquí, a nivel global, donde debían entenderse las estructuras contemporáneas de dominación. Cada evento iluminó otro nodo de la red emergente de la estructura de poder global: la OMC, el Banco Mundial, el FMI, el G8, los acuerdos comerciales, etc. El ciclo de movimientos de alterglobalización fue, por lo tanto, un proyecto pedagógico masivo para quienes participaron en ellos, y para cualquier otra persona que estuviera dispuesta a aprender.
Desde entonces, aunque las posiciones relativas de los diversos poderes dentro de su constitución mixta han crecido y decaído, las fuerzas de dominación y control del orden global no han disminuido de ninguna manera, a pesar de los rebuznos de los ideólogos de la soberanía nacional. En cambio, simplemente se alejaron de la vista y se volvieron menos legibles, como si hubieran descubierto una poción de invisibilidad. Necesitamos hoy un ciclo internacional de luchas con la inteligencia para investigar las estructuras del orden mundial dominante. A veces, después de todo, el trabajo teórico realizado en los movimientos sociales nos enseña más que lo escrito en las bibliotecas. Revertir su invisibilidad es el primer paso para poder desafiar y finalmente derrocar las estructuras del Imperio.
*[El artículo fue publicado originalmente en inglés en la New Left Review, en diciembre de 2019.]
Notas
1 Para Deleuze y Guattari, la naturaleza esquizofrénica de la máquina capitalista se demuestra en parte por el hecho de que “funciona estropeándose”. Ver Anti-Oedipus, trad. Robert Hurley, Mark Seem y Helen Lane, Minneapolis, 1983, p. 31.
2 Sobre la proliferación de divisiones, jerarquías y límites en todo el espacio planetario, ver Sandro Mezzadra y Brett Neilson, Border as Method, or, the Multiplication of Labor, Durham NC, 2013.
3 Sobre “liberalismo incrustado” [embedded liberalism], ver John Gerard Ruggie, “International Regimes, Transactions and Change: Embedded Liberalism in the Postwar Economic Order”, International Organization, vol. 36, no. 2, 1982; véase también la actualización de David Singh Grewal, “Three Theses on the Current Crisis of International Liberalism”, Indiana Journal of Global Legal Studies, vol. 25, no. 2, 2018.
4 Edward Luce expresa lo que se ha convertido en un sentido común casi universal: “Es difícil exagerar el daño que la Guerra de Irak causó al poder blando de Estados Unidos y a la credibilidad de la misión democrática de Occidente”. The Retreat of Western Liberalism, Boston, 2017, p. 81.
5 Las páginas de Foreign Affairs ofrecen una amplia demostración de la angustia que sufren los principales defensores del orden internacional liberal en la era de Trump. Ver, por ejemplo, Joseph Nye, “Will the Liberal Order Survive? The History of an Idea’”, y Robin Niblett, “Liberalism in Retreat: The Demise of a Dream”, ambos en Foreign Affairs, vol. 96, no. 1, 2017; y John Ikenberry, “The Plot Against American Foreign Policy: Can the Liberal Order Survive?”, Foreign Affairs, vol. 96, no. 3, 2017.
6 Sobre la perspectiva de un paso de la hegemonía de Estados Unidos a China, ver Giovanni Arrighi, Adam Smith in Beijing, Londres y Nueva York, 2007.
7 Jake Sullivan sobresale en el coro: “Estados Unidos es el único país con el alcance y la resolución suficientes, y también algo más: una voluntad histórica de intercambiar beneficios a corto plazo por influencia a largo plazo”. Ver “The World After Trump: How the System Can Endure”, Foreign Affairs, vol. 97, no. 2, 2018, p. 19.
8 Polybius, The Rise of the Roman Empire, trad. Ian Scott-Kilvert, Londres, 1979, pp. 302–52.
9 Los teóricos han argumentado en diferentes puntos durante el siglo pasado que para garantizar la existencia continua del capital y su sistema global, es necesario algo así como un Estado global. Karl Polanyi, por ejemplo, escribiendo durante la Segunda Guerra Mundial, creía que la “única alternativa a esta condición desastrosa [resultante del castigo y la exclusión de los países derrotados después de la Primera Guerra Mundial] era el establecimiento de un orden internacional dotado de un poder organizado que trascendería la soberanía nacional. Tal curso, sin embargo, estaba completamente más allá del horizonte del tiempo”. The Great Transformation: The Political and Economic Origins of Our Time, Boston, 2001 [1944], p. 23. Polanyi y otros que proponen este argumento tienen razón en que alguna estructura de gobernanza global es necesaria, pero no comprenden que otras formas distintas de un Estado, como el Imperio, pueden sostener el sistema capitalista.
10 Timothy Geithner, Stress Test: Reflections on Financial Crises, Nueva York, 2014, p. 105.
11 “En el lapso de cinco años [de 2003 a 2008], tanto las élites de la política exterior y de la política económica de Estados Unidos, el Estado más poderoso del mundo, habían sufrido un fracaso humillante”. Adam Tooze, Crashed, Nueva York 2018 , pag. 3. No obstante, Tooze sostiene que es demasiado pronto para hablar de una desaparición del orden mundial de Estados Unidos, porque sus dos pilares principales, el poderío militar y el control financiero, siguen en pie. Lo que ha terminado es “cualquier pretensión por parte de la democracia estadounidense de proporcionar un modelo político”. Ver “Is This the End of the American Century?”, LRB, 4 Abril 2019, p. 7.
12 Quinn Slobodian, enfocándose en lo que llama la Escuela de Ginebra y su papel en la formación de la Organización Mundial del Comercio, enfatiza que la ideología neoliberal y el globalismo están completamente entrelazados. Globalists: The End of Empire and the Birth of Neoliberalism, Cambridge MA, 2018.
13 Ver Michel Foucault, Discipline and Punish, New York, 1977.
14 “También podemos ver la globalización”, escribe Jameson, “o esta tercera etapa del capitalismo, como el otro lado o cara de ese inmenso movimiento de descolonización y liberación que tuvo lugar en todo el mundo en la década de 1960”. “The Aesthetics of Singularity “, NLR 92, marzo–abril de 2015, p. 129.
15 Analizamos el ciclo de lucha de 2011 en Declaration, Nueva York, 2012. Sobre el renacimiento parcial del tricontinentalismo, ver Anne Garland Mahler, From the Tricontinental to the Global South, Durham NC, 2018, p. 240. Sobre NiUnaMenos iniciando un nuevo internacionalismo feminista, ver Verónica Gago, “La internacional feminista “, Página 12, 15 de febrero de 2019.
16 Ver Martina Tazzioli, Glenda Garelli y Nicholas De Genova, eds, “Rethinking Migration and Autonomy from Within the ‘Crises’”, South Atlantic Quarterly, vol. 117, no. 2, abril de 2018, págs. 239–65. Sobre las caravanas que viajan a través de México como una forma de rebelión contra los regímenes fronterizos, ver Amarela Varela, “No es una caravana de migrantes, sino un nuevo movimiento social que camina por una vida vivible”, El Diario, 4 de noviembre de 2018.
17 Ver Sandro Mezzadra, “The Right to Escape”, Ephemera, vol. 4, no. 3, Agosto 2004, pp. 267–75.
18 Jamie Peck y Nik Theodore enfatizan las heterogeneidades dentro del sistema capitalista global, destacando “el carácter necesariamente variado de los programas y proyectos de neoliberalización, cuyo desarrollo espacial desigual es constitutivo y no una etapa en la ruta hacia la integridad”. “Still Neoliberalism?”, South Atlantic Quarterly, vol. 118, no. 2 de abril de 2019, pág. 246. Véanse también Jamie Peck y Nik Theodore, “Variegated Capitalism”, Progress in Human Geography, vol. 31, no. 6, diciembre de 2007, págs. 731–72.
19 Luc Boltanski y Eve Chiapello son a menudo citados con respecto a la recuperación de las revueltas de la década de 1960 dentro del régimen capitalista: The New Spirit of Capitalism, trad. Gregory Elliott, Londres y Nueva York, 2006. Estamos más en deuda con la propuesta de Mario Tronti de que las revueltas de la clase trabajadora preceden y prefiguran los desarrollos del capital: ver Workers and Capital, trad. David Broder, Londres y Nueva York, 2019. Marx enfatizó repetidamente que las armas más poderosas para la rebelión son proporcionadas por el propio desarrollo capitalista. La revolución se producirá no a través de un retorno a las formas sociales pasadas, escribió, sino “sobre la base de los logros de la era capitalista: a saber, la cooperación y la posesión común de la tierra y los medios de producción producidos por el propio trabajo”: Capital, Volumen I, trad. Ben Fowkes, Londres, 1976, p. 929.
20 The Politics of Operations: Excavating Contemporary Capitalism, Durham NC, 2019, de Mezzadra y Neilson, es el análisis más completo que conocemos de la noción expandida de extracción, especialmente en relación con la logística y las finanzas. Véanse en particular las pp. 133–67; cita p. 138
21 Ver, por ejemplo, Matteo Pasquinelli, “Google’s PageRank Algorithm: A Diagram of Cognitive Capitalism and the Rentier of the Common Intellect”, en Konrad Becker y Felix Stalder, eds, Deep Search: The Politics of Search Beyond Google, New Jersey, 2009, pp. 152–62.
22 Ver, entre otros, Carlo Vercellone, “Wages, Rent and Profit”, disponible en línea en generationonline.org; y Hardt y Negri, Commonwealth, Cambridge MA, 2009.
23 Ver el capítulo 4 de David Harvey, The New Imperialism, Oxford, 2003, pp. 137–82.
24 Silvia Federici, haciendo hincapié en las formas en que lo común está en juego en los procesos de acumulación primitiva, señala que la violencia de la acumulación primitiva siempre ha incluido la violencia contra las mujeres. “Así como los cercamientos expropiaron al campesinado de la tierra comunal, la caza de brujas expropió a las mujeres de sus cuerpos, que fueron ‘liberados’ de cualquier elemento que les impidiera funcionar como máquinas para la producción de mano de obra. Porque la amenaza de la estaca erigió más barreras formidables alrededor de los cuerpos de las mujeres que las que se levantaron al cercar los bienes comunes”. Caliban and the Witch, Nueva York, 2004, p. 184.
25 Estas variadas relaciones extractivistas podrían concebirse en términos de la subsunción formal de la sociedad bajo el capital, a fin de comprender hasta qué punto la sociedad constituye un “exterior” con respecto al capital: las relaciones sociales y la cooperación social que generan valor se someten al control de la gestión capitalista, pero, sin embargo, son externos a ella, y por lo tanto se incluyen solo formalmente.
26 Ver Carlo Vercellone, “From Formal Subsumption to General Intellect: Elements for a Marxist Reading of the Thesis of Cognitive Capitalism”, Historical Materialism, vol. 15, no. 1, Enero 2007, pp. 13–36.
27 Ver Christian Fuchs, “Dallas Smythe Today—The Audience Commodity, the Digial Labour Debate, Marxist Political Economy and Critical Theory”, TripleC, vol. 10, no. 2, Mayo 2012, pp. 692–740.
28 Sobre las divisiones de género dentro del trabajo asalariado y sobre la reproducción social, ver Kathi Weeks, The Problem with Work, Durham NC, 2011.
29 Ver Andreas Malm, Fossil Capital, Londres y New York, 2016; Jason Moore, Capitalism in the Web of Life, Londres y New York, 2015; Naomi Klein, This Changes Everything, Londres, 2014; John Bellamy Foster, Brett Clark y Richard York, The Ecological Rift, Nueva York, 2010.
30 Los “protectores del agua” en las protestas de Standing Rock en Dakota de 2016 expresaron la necesidad de tales relaciones de interdependencia. Ver Arthur Manuel y el Gran Jefe Ronald Derrickson, The Reconciliation Manifesto, North Carolina, 2017; y Teresa Shewry, ed., “Environmental Activism Across the Pacific”, South Atlantic Quarterly, vol. 116, no. 1, enero de 2017.
31 Estamos en deuda con el análisis de Joshua Clover sobre la progresión histórica de disturbios, huelgas y disturbios primos en Riot, Strike, Riot, Londres y Nueva York, 2016, y entendemos esta discusión como parte de un diálogo continuo.
32 Se ha desarrollado una enorme bibliografía a medida que la interseccionalidad se ha convertido en un concepto clave para una variedad de campos académicos, así como de debates políticos. Véanse los textos fundamentales de Kimberlé Crenshaw, “Mapping the Margins”, Stanford Law Review, vol. 43, no. 6, 1991, y “Demarginalizing the Intersection of Race and Sex”, University of Chicago Legal Forum, no. 140, 1989. Con respecto a los debates actuales, ver el esclarecedor libro de Jennifer Nash, Black Feminism Reimagined: After Intersectionality, Durham NC, 2019.
33 Nash, Black Feminism Reimagined, p. 24.
34 Ver, por ejemplo, Patrick Cingolani, Révolutions précaires, París, 2014.
35 Judith Butler, Notes Toward a Performative Theory of Assembly, Cambridge MA, 2015, p. 33.
36 Achille Mbembe, “Vu d’Europe, l’Afrique n’est qu’un grand Bantoustan”, Jeune Afrique, no. 3024, Diciembre 2018, pp. 62–3.
37 Christine Delphy, L’ennemi principal, vol. 1, París, 1998, p. 29. Shulamith Firestone analiza de manera similar el sistema sexual de clases, considerando la clase sexual como paralela a la clase económica, pero incrustada más profundamente en las relaciones sociales: “así como para asegurar la eliminación de las clases económicas se requiere la revuelta de la clase baja (el proletariado) y, en la dictadura temporal, su toma de los medios de producción, para asegurar la eliminación de las clases sexuales se requiere la revuelta de la clase baja (las mujeres) y la toma del control de la reproducción”. The Dialectic of Sex, Nueva York, 1970, p. 11.
38 Lisa Disch interpreta el análisis de género de Delphy como una clase social no solo como una descripción, sino que “como una interpretación, un llamamiento. Delphy interpela a las personas sometidas al patriarcado que se identifiquen como ‘mujeres’, para que tomen su opresión no menos en serio que la de los ‘trabajadores’ y que participen en la lucha contra la opresión en sus propios términos”. “Christine Delphy’s Constructivist Materialism”, South Atlantic Quarterly, vol. 114, no. 4, octubre de 2015, pág. 834.
39 Rosa Luxemburg, The Mass Strike, Nueva York, 1971, p. 74
40 Iris Young, “Beyond the Unhappy Marriage: A Critique of the Dual Systems Theory”, en Lydia Sargent, ed., Women and Revolution: A Discussion of the Unhappy Marriage of Marxism and Feminism, Boston, 1981, pp. 43–69.
41 Keeanga-Yamahtta Taylor, From #BlackLivesMatter to Black Liberation, Chicago 2016, p. 216.