En un contexto mundial marcado por la guerra comercial con China, con conflictos armados “congelados” como en Ucrania o Siria, a un mes del inicio de las primarias presidenciales en EE.UU., cabe preguntarse ¿por qué golpear de esta forma a Irán? ¿por qué a través de ellos? ¿por qué ahora? Y sobre todo ¿qué va a pasar?
por Felipe Ramírez
Imagen / Vehículos destruídos en la “carretera de la muerte”, en la Guerra de Irak, abril de 1991. Fuente
El asesinato, por parte de Estados Unidos, de dos altos mandos militares en el aeropuerto internacional de Bagdad -el comandante Abu Mahdi al-Muhandis de las Fuerzas de Movilización Popular iraquíes, y el casi mítico general Qassem Soleimani de las Fuerzas Quds de los Cuerpos de Guardias de la Revolución Islámica (CGRI) iraní- es el último capítulo del creciente enfrentamiento entre Estados Unidos, y quienes desde el Medio Oriente intentan desarrollar proyectos políticos autónomos a los intereses norteamericanos.
El ataque se desarrolló en momentos en que, si bien la tensión entre ambos países era alta debido a diferentes incidentes ocurridos en los días previos en Irak, lo cierto es que era mucho menor a la que existía hace algunos meses, por ejemplo durante la crisis petrolera desatada cuando Irán decidió bloquear parcialmente el estrecho de Ormuz, afectando el tránsito de barcos petroleros desde las instalaciones de Arabia Saudí.
En un contexto mundial marcado por la guerra comercial con China, con conflictos armados “congelados” como en Ucrania o Siria, a un mes del inicio de las primarias presidenciales en EE.UU., cabe preguntarse ¿por qué golpear de esta forma a Irán? ¿por qué a través de ellos? ¿por qué ahora? Y sobre todo ¿qué va a pasar?
¿Por qué Irán?
Desde 1979 cuando se derroca a la monarquía iraní y se instala la República Islámica tras la revolución, Irán se transformó en uno de los actores más críticos de Washington en la región, reemplazando poco a poco al nacionalismo árabe socializante de Gamal Abdel Nasser o del Partido Baaz, o a la izquierda palestina.
La importancia de Irán, sin embargo, no reside tanto en su oposición ideológica a Estados Unidos y lo que representa, sino más bien en el papel central que cumple Medio Oriente como región en el esquema de poder geopolítico de ese país a nivel mundial, tanto debido a la red de exportación de petróleo como a la ubicación geográfica de la zona, que permite mantener vigilados tanto a Rusia como a China, y a cualquier otro actor internacional que pretenda disputar partes de sus cuotas de poder a nivel global.
Así, Washington no puede “darse el lujo” de permitir el desarrollo de proyectos político-económicos en la región que escapen a su control, mucho menos que pongan en cuestión la posición de sus países como economías periféricas en el esquema mundial. Para ello no basta ni la existencia de decenas de bases militares en el área, ni tampoco el contar con aliados incondicionales como Israel y Arabia Saudí: Estados Unidos debe involucrarse directamente, aunque con matices dependiendo del gobierno de turno.
Si el gobierno de Barack Obama intentó evitar la escalada de conflictos mediante la aprobación del acuerdo nuclear con Teherán, la administración de Donald Trump ha presionado desde el primer minuto para poner de rodillas a Irán mediante una agresiva estrategia, que ha incluido su denuncia del acuerdo, la implementación de draconianas sanciones y el bloqueo de su economía, y el hostigamiento a las fuerzas que conforman el denominado “Eje de la Resistencia”.
Así, las tensiones se fueron acumulando desde que Trump asumió la presidencia, llegando en los últimos días al punto más dramático. El asesinato de Soleimani ha puesto a la región entera al borde de un conflicto generalizado, al situar a los respectivos gobiernos de Medio Oriente involucrados en posiciones imposibles: o responden con medidas contundentes al asesinato de sus cuadros militares y a la violación de su soberanía, abriendo la puerta a una guerra abierta con Estados Unidos, o como pareciera esperar Washington, se rinden definitivamente al poder militar estadounidense.
Todo indica que, a pesar de la cautela expresada en los últimos días, se va rearticulando un eje regional que está dispuesto a enfrentarse militarmente a Estados Unidos y sus aliados (en particular las monarquías del Golfo Pérsico e Israel, con Egipto y Turquía en una posición ambigua).
¿Por qué ellos?
En primer lugar, a pesar de lo que uno podría pensar en un primer momento, la decisión de Trump de asesinar a ambos militares no pareciera haber sido impulsiva, sino profundamente meditada, tanto en los blancos como en el momento escogido para atacar.
Quienes murieron fueron dos de los principales dirigentes militares del “Eje de la resistencia”. Al-Muhandis era un histórico opositor de Saddam Hussein, participando en diferentes acciones militares que buscaron debilitar a su régimen durante los años 80. Después de la invasión de Irak en 2003 fue electo como diputado por el Partido Dawa y participó en la fundación del grupo armado Katai’b Hezbollah que tuvo una importante participación en la resistencia a la ocupación del país por Estados Unidos y sus aliados, debiendo huir a Irán al ser acusado por Estados Unidos de haber participado en los atentados en Kuwait en 1983.
En 2011 regresó al país para retomar sus responsabilidades como comandante del Hezbolá iraquí, transformándose desde 2014 en uno de los principales líderes de las al-Ḥashd ash-Sha’bi, las Fuerzas de Movilización Popular, coalición de distintas organizaciones armadas iraquíes (mayoritariamente chiíes, aunque cuenta con brigadas suníes, cristianas y yazidíes) que se articularon para derrotar al Estado Islámico tras el derrumbe del ejército iraquí financiado y entrenado por Estados Unidos.
El General Soleimani, por su parte, era un general de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Iraní tremendamente popular en su país, jefe de las “Fuerzas Quds” de esa rama de las Fuerzas Armadas persas, la unidad encargada de tareas de inteligencia y del despliegue en el exterior.
En esas tareas se perfiló como un importante articulador de los distintos integrantes del “Eje de la resistencia” en todo el Medio Oriente, ejerciendo a la vez como el intermediario del gobierno iraní con milicias en Irak o el partido Hezbolá de Líbano, o incluso con los gobiernos de Bagdad y Damasco, y como el enlace militar con las fuerzas armadas sirias en el marco de la colaboración entre ambos gobiernos en la guerra civil que afecta a ese país desde 2011.
Eliminarlos a ambos significó dar un duro golpe no sólo a los CGRI, sino también a las poderosas milicias iraquíes, dos factores centrales en la capacidad de respuesta de los sectores críticos con Estados Unidos en la región.
¿Por qué ahora?
En cuanto al momento, no era un secreto para nadie que Estados Unidos buscaba una oportunidad para intentar debilitar los vínculos regionales de Irán. Así, aprovechó que durante los últimos meses se habían desarrollado importantes protestas en ese país, en Irak y en Líbano por la situación económica pero que también habían puesto en la mira los vínculos de sus gobiernos con Teherán, para con este ataque “quitar de en medio” a quienes podían organizar una respuesta armada importante en una eventual guerra con EE.UU.
El contexto exacto del bombardeo aún es muy confuso. En un primer minuto se especuló con que el general Soleimani había llegado a Bagdad para reunirse con al-Muhandis y otros líderes de las FMP para tratar las crecientes tensiones con EE.UU. -que incluían el bombardeo de posiciones de Katai’b Hezbolá en el frente contra ISIS y el asalto de la Embajada de EE.UU. en Bagdad-, y las protestas que afectaban a Irak.
Sin embargo, el 5 de enero recién pasado el Primer Ministro iraquí Adil Abdul-Mahdi denunció que el oficial persa estaba en la capital para reunirse con él, debido a gestiones de mediación que Washington le había solicitado que realizara para rebajar la tensión entre Irán y Arabia Saudí, lo que en términos concretos significaría que se le tendió una trampa utilizando a los iraquíes inadvertidamente.
A pesar de lo que pudieran calcular en Washington los asesores de la derecha más dura que rodea a Trump, los ataques no debilitaron a los gobiernos de los países atacados, sino que permitió unificar a fuerzas políticas o sectores sociales hasta ese minuto enfrentados: en Irán millones de personas salieron a despedir al general Soleimani, mientras que en Irak sectores nacionalistas muy críticos con Teherán, como la alianza Saairun -que agrupa a los seguidores del clérigo chií Muqtada al-Sadr y al Partido Comunista-, han demandado el corte de todo vínculo con EE.UU. y respuestas contundentes, quedando en segundo plano las protestas populares que se desarrollaban por la precariedad de la vida y la corrupción en el país.
¿Qué puede pasar?
Muchos temen que los acontecimientos escalen rápidamente hacia una guerra abierta, e incluso algunos hablan de las posibilidades de una Tercera Guerra Mundial, sin embargo, es necesario ser cautos. Los hechos se suceden rápidamente y nadie puede anticipar qué vendrá en el futuro.
Por el momento, además de una rearticulación de las fuerzas políticas en Irak, el Parlamento de ese país aprobó el fin de las operaciones en su territorio de la Coalición liderada por EE.UU. para combatir al ISIS, junto con la clausura del espacio terrestre, aéreo y naval iraquí para todas las fuerzas militares extranjeras y la presentación de una queja formal ante el Consejo de Seguridad de la ONU.
Mientras tanto Muqtada al-Sadr llamó a sus partidarios a reorganizar el “Ejército del Mahdi”, la que fuera una de las principales fuerzas guerrilleras hasta el 2008 en la lucha contra la ocupación estadounidense de Irak, y a formar una gran legión internacional para luchar en todo Medio Oriente contra las tropas de EE.UU., ante lo cual la milicia “Nujaba” (Irak) anunció su paso a la clandestinidad y su disposición para integrarse en un esfuerzo internacional de ese tipo.
En la misma línea el líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah, aseguró en un discurso el domingo 5 que estos asesinatos marcaron el inicio de una nueva fase para toda la región, y exhortó a sus combatientes a atacar blancos militares estadounidenses -enfatizando en que no deben ser afectados civiles por ningún motivo- en toda la región.
Incluso el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) afirmó en un comunicado oficial que el ataque representa un giro cualitativo de la estrategia militar estadounidense, y que la lucha contra el imperialismo norteamericano y sus aliados amerita una respuesta coordinada, integral y continua por parte de las fuerzas patrióticas y de la resistencia.
De todas maneras, el que aún no haya habido ataques importantes contra ninguna de las decenas de bases de EE.UU. en Medio Oriente habla de que sus opositores se encuentran meditando cuál será la represalia correcta, más allá de sus incendiarios discursos. Ni los iraníes ni sus aliados -que a pesar de lo que diga la prensa y algunos analistas, distan mucho de ser meras “fuerzas subsidiarias” al servicio de Teherán- ignoran la ventaja militar de Washington, pero cuentan con la experiencia militar de la lucha contra el ISIS, así como una férrea formación ideológica de sus cuadros militares.
Es muy probable que esperen a que terminen los funerales de los asesinados antes de implementar alguna respuesta, que a la luz de la situación interna de sus países, y en particular Irán que sufre una aguda crisis económica debido a las sanciones y el bloqueo, será potente aunque proporcional, de manera de evitar una guerra abierta. Por el momento se han limitado a anunciar su abandono definitivo del acuerdo nuclear, en particular lo relativo a enriquecimiento de uranio.
En buena medida todo depende de lo que haga Trump a continuación. Por el momento su maniobra le ha traído algunos beneficios en materia electoral, pensando que este año se juega su reelección. Sin embargo, si comienza a aumentar el número de soldados estadounidenses caídos en combate, puede que la situación se revierta. Con ello en mano se ha dedicado a amenazar a todo el mundo mediante su cuenta de twitter, asegurando que cuentan con 52 objetivos iraníes listos para ser atacados, incluidos sitios de alta importancia cultural.
Pero más allá de la controvertida figura de Donald Trump, la verdad es que -siguiendo la elaboración teórica planteada por Samir Amin y otros- la agresividad demostrada por Estados Unidos obedece a una necesidad objetiva: cerrarle el paso a China y Rusia, y mantener el control hegemónico sobre Medio Oriente. Este elemento es estructural y consustancial a la naturaleza imperialista del capitalismo actual, más aún en una era del capital monopólico internacional que se caracteriza por el desmantelamiento gradual de los sistemas productivos nacionales, bloqueando cualquier intento de los pueblos y Estados periféricos por abandonar su condición subordinada.
Para lograr ese objetivo resulta indispensable no sólo derrotar a Irán, sino desmantelar a las fuerzas que en la región se instalan como adversarias a sus intereses: fuerzas nacionalistas, socialistas o nacional-populares que pugnan por la generación de proyectos de desarrollo estatales o regionales que pongan en primera línea los intereses de sus pueblos.
Resulta clave comprender el porqué de esta reacción agresiva del imperialismo en momentos en que el modelo neoliberal vive una crisis de legitimidad en los países periféricos, y enfrentamos una crisis medioambiental sin precedentes a escala planetaria, de manera de realizar una valoración adecuada de lo que sucede no sólo en Oriente Medio sino también en Latinoamérica. Si no, es fácil caer en lecturas superficiales o idealistas que no sólo nos impiden comprender los acontecimientos, sino identificar los elementos que caracterizan el período que se abre a escala global.
Activista sindical, militante de Convergencia Social, e integrante del Comité Editorial de Revista ROSA. Periodista especialista en temas internacionales, y miembro del Grupo de Estudio sobre Seguridad, Defensa y RR.II. (GESDRI).