Ningún acontecimiento extraordinario es necesario, pero tampoco imposible en su ocurrencia. A nosotros, los cientistas sociales, nos cabe poner entre paréntesis, al menos por un momento, los debates concernientes a la moralidad o legalidad de las acciones que constituyen el fenómeno, y centrarnos en vez en explicarlo, conjeturar sobre sus condiciones de posibilidad, o al menos mostrar su significado en relación con otras explicaciones posibles.
por Fabián Flores Silva
Imagen / Santiago, octubre 2019. Fuente
Lo extraordinario
Las multitudinarias protestas que hemos presenciado los últimos meses en Chile han adquirido la fisonomía de un evento político extraordinario, con gran potencial democrático y que opera como un inestable -por tanto, no exento de riesgos- acelerador de igualdad. Estas nacen en un contexto donde el sistema político ha ralentizado por acción u omisión los esfuerzos requeridos para reducir la desigualdad estructural y la sensación de abuso percibido por la ciudadanía, problemas alimentados en el seno de la modernización capitalista desde hace más de 30 años.
Es extraordinario, en varios sentidos: 1. expresa formas de acción colectiva, de “masas” (espontáneas) o propiamente “articuladas” (típicas de movimientos sociales, territoriales y gremios), pero que convergen en su simultaneidad temporal, enlazando demandas sumamente heterogéneas y generando un alto impacto sociopolítico. 2. las protestas, que han interrumpido la normalidad del estado de derecho, son además respuestas que rechazan la interrupción de la normalidad arrogada por el propio estado de derecho y su mandato de restablecer el orden, sea a través del estado de emergencia, toque de queda u otros modos de represión. 3. pero es un evento extraordinario también en un sentido político-filosófico: ¿Cuán probable era la ocurrencia de este acontecimiento, destructivo y creativo, si los indicadores nos hablaban de una ciudadanía desempoderada y desarticulada, altamente individualizada, enajenada entre las labores del cuidado en el hogar y las sobredemandantes exigencias del mundo del trabajo?1 La filósofa alemana Hannah Arendt puede iluminarnos sobre este punto.
Arendt entendía que la vida política es una condición de “emergencia”, es decir, aquella que no está garantizada por institucionalidad o ley alguna. Ella solo es posible en la existencia de una pluralidad de hombres y mujeres, quienes logran reconocerse entre sí como iguales, reclamar un espacio propiamente público, y así producir algo totalmente novedoso e inesperado, un fenómeno o evento cuyas consecuencias pueden escapar a las intenciones de quienes lo han producido colectivamente. De este modo, los sucesos del 18/O en adelante son genuinamente políticos, en un sentido Arendtiano, dado su carácter inesperado, creativo e impredecible. Esta novedad es aún extraordinaria porque emerge a partir de la acción de jóvenes, mujeres, adultos mayores, trabajadores y trabajadoras, excluidos o incluidos, quienes trascendieron las demandantes exigencias que el Estado y la sociedad neoliberal han puesto sobre los individuos, como responsables de sus destinos personales, de sus familias, de sus empleadores y del país, sin recibir a cambio garantías reales de protección y bienestar social. Esta forma singular acción concertada es ante todo manifestación de una capacidad autotrasformadora de la sociedad, aun cuando esta disponía de pocos espacios de oportunidad para hacerlo. Potencial que debe ser evaluado cuidadosamente, para no caer en discursos que proclaman desde ya este momento como punto de partida de la derrota del autoritarismo y la desigualdad.
Lo democrático
Ningún acontecimiento extraordinario es necesario, pero tampoco imposible en su ocurrencia. A nosotros, los cientistas sociales, nos cabe poner entre paréntesis, al menos por un momento, los debates concernientes a la moralidad o legalidad de las acciones que constituyen el fenómeno, y centrarnos en vez en explicarlo, conjeturar sobre sus condiciones de posibilidad, o al menos mostrar su significado en relación con otras explicaciones posibles. Sobre este último punto, es interesante decir que, para la politología, grosso modo, esta explosión se explica en parte por la crisis del sistema de partidos y en parte por los enclaves autoritarios de nuestra constitución vigente2, que en conjunto han propiciado la permisibilidad para la alta concentración de la riqueza, una baja distribución de poder en la sociedad, y la sordera de los gobiernos para escuchar demandas sectoriales y territoriales, y que hoy explotan de cara al sistema político. Estas explicaciones bien pueden ayudar a entender parte de los sentimientos morales de los actores ciudadanos y de las masas, especialmente la rabia y frustración acumulados por décadas. Pero son sentimientos que, paradójicamente, podrían también acentuar conductas autoritarias en la microescala social, y no necesariamente llevarnos hacia formas democráticas de expresión, como significativamente hemos apreciado durante las últimas semanas (basta pensar en la cantidad de cabildos autoconvocados en distintos territorios y bases sociales).
Que la sociedad subvierta condiciones como la baja capacidad articulación, la poca voluntad para cambiar el status quo, o redirija las energías pulsionales hacia propósitos de transformación, debe llevarnos a reconocer los límites de algunos supuestos democrático-liberales que subyacen al análisis de algunas corrientes politológicas. Exige reconocer que shocks (endógena o exógenamente generados) como los expresados por estas manifestaciones, ponen cota a la capacidad de la democracia representativa procedimental y también a la democracia deliberativa, de albergar y procesar diferencias profundas dentro de las sociedades democráticas. Tanto defensores de la democracia representativa procedimental, de base Schumpeteriana, centrada en la fe en la competencia partidaria y las elecciones como mejor método para representar adecuadamente las preferencias agregadas de la sociedad, como de la democracia deliberativa (Habermasiana) que apela, sobre bases normativas muy exigentes, al diálogo sobre condiciones ideales inexistentes, tienden a omitir o a catalogar fenómenos extraordinarios como el que estamos presenciando como “ruido” u “obstáculo” a las pretensiones de estabilizar institucionalmente la democracia.
Sin embargo, considerando el trabajo del filósofo norteamericano Sheldon Wolin, los esfuerzos por blindar o estabilizar la institucionalidad democrática más bien pueden minar las posibilidades de oxigenación y transformación democrática que fenómenos como este pueden darle a nuestro sistema. Siguiendo a Wolin, la democracia es un “momento político” transgresor, que asume proporciones desafiantes al sistema, que puede o no tener consecuencias desastrosas, pero que permite la reconstitucionalización de las reglas del juego (lo que él denomina lo “político”). Este “momento político” lo podemos apreciar en las formas que han ido adquiriendo las protestas, trasuntando entre afecciones negativas (“fuera corruptos”, “estamos cansados”, “no más abuso”, “no más estado policial”) y positivas (“la asamblea constituyente”, “queremos dignidad”), pero también al rastrear la inmensa capacidad creativa de los manifestantes, que muchos suponían, en una sociedad tan desigual como esta, no podrían poseer. La manifestación y representación de una heterogeneidad de demandas, recientes (como la de reforma a las pensiones) e históricas (como el reconocimiento de los pueblos originarios) se une también a un proceso donde voces de líderes y lideresas territoriales y del mundo social pueden nutrir de contenidos fundamentales, no solo de principios, sino de aspectos técnicos-jurídicos, al proceso constituyente que puede advenir como posibilidad de este momento que presenciamos.
El desafío
Lo acaecido desde el 18/O es algo que aún nos excede. Es un fenómeno abierto a múltiples posibilidades. Puede promover un proceso democratizante, o bien atraer reacciones peligrosamente autoritarias. Algunos creen que este es expresión de un momento constituyente3, uno donde las capacidades de las masas exceden las posibilidades de la democracia representativa y sus instituciones, inyectándole a estas un nuevo rumbo y modos de organización. Pero esto es solo parcialmente correcto, en tanto dicha conceptualización exige un sujeto social que interpela y direcciona todas sus energías hacia un propósito como la nueva constitución. No obstante, como se ha visto, estas movilizaciones expresan anhelos, razones y sentimientos que aún se expresan a través de manifestaciones que, en la nomenclatura psicoanalítica, son fundamental mas no exclusivamente pulsionales: este movimiento combina energías “eróticas”, orientadas a la reconstrucción civilizacional, a la refundación de una cultura y un orden político, uno al que aspiran sea menos represivo de las pretensiones individuales y colectivas de la sociedad (por ejemplo, algo tan simple como tener más tiempo para estar con la familia), con energías pulsionales “destructivas” que, precisamente, crearon el buffer que catalizó esta movilización (y es importante rescatar aquí cómo la acción juvenil y de ciertos sectores -tal vez los más desplazados- está cargada de una creativa y problemática “tanatopolítica”).
Las elites deberán poner todos sus esfuerzos en entender esta expresión pulsional y antagónica de la vida política y social, y colaborar en transformar lo que puede ser una “oposición partisana” en lo que Maquiavelo denomina un “agonismo saludable”. Para el Florentino, la existencia de una verdadera República exige que las elites dejen de subestimar a las masas, y que empoderen política y económicamente a sus ciudadanos, habilitando un sistema -constitucional, en lo posible- de contrapesos entre el pueblo y elites, de modo que ambas partes se disuadan de que la subordinación de la una a la otra no hará más que destruir las pretensiones de una democracia estable pero dinamizada por tal agonismo. El momento político que hoy presenciamos está en abierto, y el desafío no es cómo cerrarlo o estabilizarlo hasta ahogarlo, sino reorganizar nuestra vida constitucional y socialmente al punto que cuando se presenten nuevamente shocks como este, seamos capaces de procesarlos adecuadamente.
Referencias
Arendt. H. (2009) La condición humana. Barcelona: Paidós.
Freud, S. (1992). Obras completas, volumen 18. “Más allá del Principio del Placer”. Buenos Aires: Amorrortu Editores
Maquiavelo, N.(2009). Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Madrid: Alianza Editorial
Wolin, S. S. (1994). Fugitive democracy. Constellations, 1(1), 11–25.
Fabián Flores Silva
Sociólogo PUC y Doctor en Ciencia Política PUC.