Del #1 impreso de revista ROSA:
Considerando que cerca del 71% de las emisiones de carbono a la atmósfera desde 1988 pueden atribuirse a sólo 100 empresas (Griffin, 2017)1, lo que parece estar ausente de la acción política de la izquierda en torno al medio ambiente es una perspectiva más clara de los intereses de clase detrás de la crisis. Este es justamente el argumento que Matthew Huber, profesor asociado de geografía en la Universidad de Syracuse, Estados Unidos, y autor del libro Lifeblood: Oil, Freedom, and the Forces of Capital, hizo en un reciente artículo publicado en Catalyst, “Ecological Politics for the Working Class”, y prepara para su próximo libro, “Climate Antagonism: Class, Strategy and the Struggle for Planetary Survival”. En esta entrevista, ahondamos en la historia y dinámica de clases de la política ecológica de la izquierda, la estrategia para una izquierda con perspectiva de clases, y la oportunidad que abre la crisis para retomar con más fuerza que nunca las banderas de las transformaciones profundas.
por Pablo Contreras Kallens
Imagen / Matthew Huber.
ROSA: El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) acaba de publicar un nuevo informe sobre cambio climático y suelo2. La situación parece ser desesperanzadora. ¿Hay espacio para la reflexión estratégica en la izquierda en el contexto de esta crisis?
Bueno, espero [risas]. Al comienzo del artículo señalo que es bastante claro que las transformaciones que se deben llevar a cabo son masivas, revolucionarias. Y no estamos haciéndolo. Tenemos conocimiento del cambio climático desde hace décadas, pero este conocimiento no nos ha permitido realizar el tipo de acciones transformadoras que sabemos se necesitan. A medida que pasa el tiempo, la escala de las transformaciones requeridas se hace más masiva y aguda. Por eso la pregunta estratégica real que enfrentamos es cómo podemos ganar esta lucha, y yo creo que eso implica enfrentarse a intereses extremadamente poderosos que controlan esencialmente nuestro sector energético, junto a muchos otros sectores productivos a favor de los cuales el actual sistema energético, basado en combustibles fósiles, está hecho. Estratégicamente tenemos que entender el poder y cómo enfrentar ese nivel histórico de poder.
ROSA: Sobre esto, en tu artículo “Ecological Politics for the Working Class” mencionas que la acción política tanto de centro como de izquierda se ha hecho cargo de este desafío a través de lo que se conoce como el “estilo de vida ambientalista” [lifestyle environmentalism]. ¿Podrías explicar este concepto, especialmente su estrategia, y los intereses de clase que el movimiento representa? ¿Por qué crees que ha sido tan ubicuo?
En un sentido más básico, la forma en la que la mayoría de la gente habla del “estilo de vida ambientalista” es que podemos salvar el medioambiente o resolver el problema ambiental a través de de cambios individuales de estilo de vida, en su mayoría decisiones de consumo. En Internet se puede encontrar mucho de esto últimamente [risas]. En esencia, es la idea de que, si los individuos toman decisiones moralmente buenas, pueden influir a otros individuos, y esto puede difundirse lentamente a lo largo de la sociedad y con eso podremos crear los cambios que necesitamos.
Pero en un nivel más profundo, creo que el “estilo de vida ambientalista” expresa una ansiedad acerca del impacto que tienen los patrones modernos de consumo y los estilos de vida de la clase media, y esa ansiedad remite al papel que uno cumple como cómplice de las consecuencias que trae aparejado el consumo. Eso no solo lleva a las buenas decisiones que pueden tomar los individuos, sino también a la idea de que nuestro consumo es el problema, por lo que tiene que reducirse sustantivamente. Ahora, el problema es que ello crea una política de reducción de consumo, de menos, cuestión que es muy difícil que interpele a las masas o a la mayoría de la población en una economía profundamente neoliberal y en la que estamos viendo estancamiento de salarios, austeridad, cortes a los servicios sociales, recrudecimiento del problema de acumulación de deuda, etc. En esencia, la gente tiene dificultades para resolver sus necesidades básicas, no sólo en Estados Unidos, sino en todo el mundo, y especialmente fuera de Estados Unidos.
Esta idea culposa de que son los consumidores los que están causando esta crisis ambiental, y que las cosas podrían resolverse con gente apretando sus cinturones y limitando su consumo, difícilmente contribuirá a la construcción del tipo de movimiento masivo que se necesita para hacer frente a estos enormes y poderosos intereses.
ROSA: Es el “yo como consumidor”, una visión muy individualista…
Exacto y creo que ello tiene su raíz en la culpa que siente la gente acerca de su complicidad con un sistema. Preguntaste además sobre el sustrato de clase en esto. En el artículo trato de argumentar que el “estilo de vida ambientalista” tiene gran parte de su base en la “clase profesional”, o lo que Barbara y John Ehrenreichs llaman “la clase profesional-gerencial” [professional managerial class]. Esta clase está atrapada en una contradicción. Ser un profesional, al menos en la experiencia estadounidense, implica pasar por la educación superior y obtener credenciales con las que se puede obtener seguridad material y una “vida de clase media”, pero lo que sucede luego es que muchos de estos profesionales empiezan a estudiar y se dan cuenta de que la existencia segura en la clase media está conectada a estos problemas ambientales. Por eso, de nuevo, se vuelcan a esta culpa interna respecto al impacto de su estilo de vida, y luego asumen que son los consumidores de clase media los actores poderosos y privilegiados de la economía, y que son ellos los que deben ser combatidos. Esto termina por distraer la atención de que la gente que realmente controla el sistema energético y la economía es la gente que lucra con estos sistemas, y ellos son los verdaderos enemigos en esta lucha.
ROSA: En tu artículo además mencionas la ideología del “rebasamiento” [overshoot]. ¿Podrías hablar de eso también?
Ese concepto viene de un libro publicado en 1980 titulado Overshoot, y contiene básicamente esta forma común de pensar en los 70’s desde la idea de “límites del crecimiento”, la idea de que la humanidad había alcanzado un punto en el que estaba rebasando, como especie, la capacidad de carga del planeta Tierra3. Si se toma una mirada a largo plazo, creo que hacia 1969 es la primera vez que se obtiene una foto del planeta Tierra desde el espacio. Se empieza a manejar esta idea de la “nave espacial planeta Tierra”, y la idea de que la humanidad está en esta biósfera frágil. Básicamente, la idea es que la humanidad había rebasado su base material en la naturaleza, y que eso lleva necesariamente a una política de reducción y límites. Lo que argumento en el artículo es que esto no fue sólo desde la ecología, sino que toda la política de los 70’s estaba llegando a la misma conclusión, que el estado de bienestar fordista-keynesiano y su economía altamente sindicalizada había rebasado la base material razonable de su economía.
Hay una cita de Alan Greenspan4 diciendo que básicamente “tenían buenas ideas para tratar de solucionar la pobreza y todo eso, pero era muy ambicioso, y ahora sabemos que necesitamos reducciones de los ingresos, reducciones a los estándares de vida”, de nuevo, “apretarnos los cinturones”, para poder “adaptarnos” (otro término ecológico, al igual que rebasamiento) a nuevas realidades. Con eso se enfatiza la austeridad, un incremento de la competencia, sobre todo competencia global, de empresas y otros actores. Así, toda esta discusión en torno al rebasamiento recomienda una política de menos, limitando el poder de los sindicatos para demandar mayores salarios, limitando el poder de los gobiernos de gastar dinero en bienestar social, y por cierto limitando el consumo individual como una especie de proyecto ambiental de austeridad.
ROSA: Por otra parte, como una especie de equivalente de la política ecológica del “nuevo izquierdismo” [New Leftism], ese “escape de la política” que propuso la nueva izquierda de los 80’s y 90’s, está lo que llamas “ambientalismo de sustento” [livelihood environmentalism]. ¿Qué es esto y de dónde viene?
El “ambientalismo de sustento” a menudo se pone en contraste con el “estilo de vida ambientalista”. Es visto como algo distinto a esto del consumo de clase media, y tampoco se centra –por esto critican mucho al ambientalismo– en la preservación de los paisajes y la mega-fauna carismática, esos animales grandes y hermosos, y donde no importa realmente la gente. Por el contrario, se supone que el “ambientalismo de sustento” es un contrapeso de esta tendencia porque toma en cuenta comunidades reales y gente real que tienen una experiencia de vida directa en los ambientes por los que luchan. Tienen un interés material de clase en la preservación del ambiente.
Mi contrapunto es que este modo de ambientalismo también asume que las masas de gente que han sido sacadas de la tierra, alejadas de economías de subsistencia, y arrojadas en la economía del salario, forzadas a depender de mercancías para sobrevivir, no tienen un interés claro y directo en el ambiente como sustento; y que, de hecho, su consumo está conectado a todos estos impactos negativos de los que hablamos antes. Por eso, el impulso del ambientalismo de sustento es siempre tratar de encontrar campesinos o pueblos nativos que tienen una relación directa de sustento con el ambiente.
La otra forma popular de trabajo en este campo, sobre todo académico, es la “justicia ambiental”, que se centra en las comunidades que son afectadas desproporcionadamente por la contaminación, y están siendo literalmente envenenadas. Ahora, todas estas luchas de campesinos, de pueblos nativos, y de justicia ambiental son absolutamente cruciales, y tienen un sustento de clase en la clase trabajadora, y están luchando de forma directa por su sobrevivencia. Pero, de nuevo, esta forma de ambientalismo es incapaz de crear una idea de cómo sería una política ambiental para las masas de gente que, en el sentido marxiano clásico, han sido proletarizadas, arrojadas al mercado para que subsistan a partir del dinero y las mercancias, y que ve la supervivencia en estos términos más abstractos de dinero y mercancias. Entonces, la pregunta es cómo construir una política ambiental que sea capaz de hablarle también a esas masas.
ROSA: ¿Ha habido una evaluación de estas posiciones?
En el artículo cito un par de conocidos académicos y activistas del campo de la justicia ambiental, Benjamin Goldman5 y Laura Pulido6. Ambos reconocen que, en general, estas injusticias han persistido de manera bastante evidente. Estas luchas locales no han sido capaces de acumular en un movimiento que se enfrente a la carga de contaminación desproporcionada que experimentan estas comunidades. Goldman compara estas luchas ambientales a un mosquito en el lomo de un elefante. El uso del elefante es bastante consciente, considerando el momento en el que lo escribió, 1995, justo después de que los republicanos tomaron el control del Congreso sobre la base de la política reaccionaria del “Contrato con Estados Unidos” [Contract with America].
El desafío para la política de la justicia ambiental es que se ha hecho muy popular entre los académicos y mi crítica apunta a esos académicos que están poco menos que glorificando estas luchas, sin hacerse la pregunta estratégica de cómo ellas pueden ganar y terminar finalmente con estas injusticias ambientales. Y en ese punto estratégico, Pulido reevalúa el rol del Estado, que era considerado como una especie de futuro salvador que impondría estándares de contaminación y forzaría a la gente a limpiar la contaminación ambiental; en cambio, Pulido afirma que el Estado ha sido completamente capturado por los intereses empresariales y de los contaminantes. Su conclusión apunta a que obviamente el Estado no está funcionando, así que se debe pensar en otra cosa. Una opción es pensar en cómo nosotros, desde la izquierda, podemos construir más poder dentro y fuera del Estado para forzar a estas empresas a dejar de hacer lo que están haciendo a gran escala, no sólo con pequeñas victorias importantes en comunidades específicas donde se logra expulsar a alguna compañía. Ya lo hemos hecho antes, como con el Clean Air Act en los 70’s, que impuso estándares y regulaciones a escala industrial que aplicaban a todas las industrias y las castigaban muy fuertemente, forzándolas a detenerse.
ROSA: Recientemente, al menos en Estados Unidos, aunque también en el Reino Unido y otros lugares, esta discusión ha tomado la forma de un “Nuevo Trato Verde” [Green New Deal]. ¿Podrías explicar de qué se trata esta propuesta?
El Green New Deal (GND) ha estado dando vueltas por más de una década. Es básicamente la idea de que el New Deal fue una movilización gigante del Estado en la reconstrucción de la economía, tanto en el sentido material de contratar muchísima gente para construir infraestructura, como en la restructuración de las instituciones de la economía. Parte de la fama del New Deal viene de haberle dado mucho poder de negociación colectiva a los sindicatos. Así, en esencia, lo que dice el GND es que podemos aprender de ese ejemplo histórico para crear una versión verde del New Deal que construya la transformación energética que necesitamos, como la decarbonización de todo el sistema eléctrico. Más aún, la propuesta es que podemos hacer esto de forma similar al viejo New Deal, incluyendo una garantía de empleo federal que tendría como efecto darle más poder a los trabajadores al saber que si los jefes despiden gente, ellos podrían trabajan en el programa de empleo federal. En contraste con mucho del ambientalismo anterior, su objetivo es hacerse cargo de la enorme desigualdad a escala nacional, y resolver aquello al mismo tiempo que resolvemos la crisis ambiental. Así que, en esos términos, es bastante emocionante.
ROSA: Eso suena como una inversión gigantesca. La pregunta es cómo situar el GND en situaciones específicas. ¿Cómo se implementa o qué se debería hacer en economías más pequeñas y países más pobres, como Chile, o francamente como casi todo el mundo? ¿Tiene algún lugar el internacionalismo en esta política ecológica para la clase trabajadora?
Absolutamente. En otro artículo argumento que necesitamos algo así como “solidaridad planetaria”7, considerando que el internacionalismo está en el corazón del socialismo. La Internacional une a la especie humana. ¡Está ahí! Ahora, con la globalización, ha habido un resurgimiento de una especie de nacionalismo de izquierda y eso no sirve mucho, sobre todo para resolver la crisis climática. Si aprobamos el GND en Estados Unidos y decarbonizamos el país para el año 2030 (es una locura incluso imaginar que es posible), incluso si hiciéramos eso, no importaría. Desafortunadamente, el mayor obstaculizador de la acción climática global y de la imposición internacional de regulaciones ha sido Estados Unidos. Una y otra vez, incluso cuando estabamos esperanzados el 2009 en Copenhague, cuando había llegado Obama y se había ido Bush, incluso ahí Estados Unidos estaba bloqueando todo, obligando a que se debilitaran los acuerdos, haciéndolos completamente inofensivos y alejándolos del tipo de solidaridad planetaria que necesitamos.
Así que, y esto es sólo el comienzo de lo que precisamos, creo que necesitamos un Estados Unidos donde la izquierda esté en el poder, y encabezando un sistema legal que posibilite liderar a través del ejemplo y siendo al mismo tiempo una fuerza positiva que una a los países en esto. Lo otro que tiene que hacer Estados Unidos es desempeñar un papel importante en el financiamiento de la transición del Sur Global a la energía verde y renovable. Esto era parte del Acuerdo de Copenhague, el “Fondo Climático Verde” [Green Climate Fund], pero que ha estado totalmente desfinanciado y al que Estados Unidos apenas ha contribuido. Si se mira la responsabilidad histórica de las emisiones, las empresas son principalmente las que deberían estar pagando estos programas. Pero una vez que se pongan impuestos a las empresas, los países ricos van a tener que ser los que financien la transición a la energía verde en los países más pobres.
ROSA: Consideremos ahora la otra parte del escenario internacional. ¿Qué hay de los argumentos, atribuidos en gran parte a los intereses de capitales chinos e indios, que arguyen que gran parte del Sur Global no se ha industrializado aún, y no es justo que las economías desarrolladas limiten su desarrollo? ¿Qué opinas de esta relación entre política ecológica e imperialismo, sobre todo del imperialismo estadounidense?
Ahora mismo hay un sistema donde China podría verse como una especie de actor imperialista en el mundo. Y no creo que vaya a ser muy efectivo el argumento de que estos países no se pueden industrializar debido al cambio climático. La clave está en hacer posible que estos países eliminen la pobreza y mejoren los estándares de vida sin combustibles fósiles. Creo que eso es al menos técnicamente posible. China está invirtiendo muchísimo en energía renovable, aunque también están quemando cantidades masivas de carbón. Pero lo que afirmé antes es tan cierto en China como en Estados Unidos, en tanto son las dos mayores economías del mundo: tienen que liderar la acción en torno al problema climático, sobre todo tomando en cuenta que los poderes imperiales suelen tener el liderazgo también en términos tecnológicos y de transformaciones económicas. En esencia, si vamos a mantener este sistema capitalista global terrible, en términos climáticos el mejor escenario sería que China y Estados Unidos colaboren haciendo estas enormes inversiones y transformaciones tecnológicas, y en financiar estas transformaciones en el resto del mundo, sobre todo Estados Unidos.
ROSA: Demos un paso hacia atrás y miremos la estrategia de la izquierda en el mediano y largo plazo. Todos tenemos esta sensación persistente no saber bien qué seguir haciendo, considerando esta situación tan amenazante que se aproxima tan rápido. ¿Cuál crees que debería ser la acción de la izquierda en los pocos sectores de la sociedad donde aún tiene algo de poder? Por ejemplo, en Chile, eso sería a grandes rasgos la lucha educativa, el movimiento feminista, y un incipiente sindicalismo. En otras palabras, ¿cómo haces calzar la política ecológica con la acción política que los partidos de izquierda llevan realizando hasta ahora? ¿Tienen algún sentido demandar educación gratuita, aumentos salariales, salud, con una catástrofe inminente en el futuro?
Gran parte de la historia del ambientalismo se ha tratado de pedir apretarse los cinturones y ser moralmente buenos, reducir, consumir menos, y eso no ha tenido el atractivo suficiente como para construir un movimiento de masas. La idea de una política ecológica para la clase trabajadora es asumir que lo que necesitamos hacer para evitar esta catástrofe es construir una enorme mayoría popular de gente entusiasmada con lo que estás proponiendo. Por eso mismo, una política ecológica para la clase trabajadora podría plegarse a las demandas de las que hablas: educación gratis, salud gratis. Pero, además, me atrevería a decir: energía gratis, vivienda gratis, transporte gratis. Nadie piensa mucho en esto, pero si –como se ha empezado a decir aquí en Estados Unidos ahora que descubrimos que no deberíamos pagar por la salud– la salud es un derecho humano, ¿por qué no es la comida un derecho humano? ¿Por qué no son derechos humanos estas cosas que se necesitan para sobrevivir? ¿Por qué no se desmercantilizan estas cosas? Y con esto me refiero a ¿por qué no sacarlas del mercado y garantizar el acceso libre como una prestación básica para la sobrevivencia?
Esto es importante por dos razones. Primero, a la gran mayoría de la gente que, en un mundo neoliberal, se esfuerza para poder asegurar esas cosas básicas, le va a gustar mucho esas propuestas. Las van a apoyar mucho. Las propuestas van a ser populares. El ambientalismo lleva mucho tiempo proponiendo arreglos tecnocráticos y complejos para el medio ambiente, como impuestos a la emisión de carbono, o el comercio de derechos de emisión que son muy complicados y usualmente implican aumentar el costo de las cosas. Ese tipo de propuestas no son populares. No es fácil entusiasmar a la gran mayoría de la gente con esas propuestas. En cambio, las propuestas de desmercantilización son populares, dado que apuntan a mejorar su vida y su bienestar material.
Pero la segunda razón es que al hablar de desmercantilizar la comida, la energía, la vivienda, a lo que nos referimos es a quitar el control de estas industrias a los actores privados con fines de lucro, como empresas, propietarios y constructoras. Para mí esa es la parte más relevante, porque la causa central de esta crisis ecológica es el control con fines de lucro de estos sectores de la economía, que están centrados en las ganancias y por eso no son capaces de ver esta inminente crisis en el largo plazo. Al desmercantilizar estos sectores, se les puede poner bajo control público, y eso implica que su funcionamiento puede estar sujeto a criterios más democráticos. La pregunta relevante respecto a la producción de alimento ya no sería si acaso es o no lucrativo, sino si es sostenible o si es carbono-neutral. Cuando es de propiedad pública, la producción puede seguir criterios mucho más democráticos y diversos acerca de por qué producimos. Ahora, obviamente no se va a desmercantilizar toda la economía de un solo golpe; pero si se empieza a construir esta mayoría popular masiva sobre la base de demandas como desmercantilización de la salud, del transporte, y plegándolas a esta política ecológica, creo que se puede construir el tipo de poder capaz de enfrentarse a los intereses arraigados en ellos.
ROSA: En algunas tradiciones de la izquierda, las crisis se ven como oportunidades. ¿Crees que esta crisis climática puede ser vista por la izquierda como una oportunidad para sobrepasar los intereses más atrincherados?
Creo que los informes de la IPCC del otoño pasado dicen, básicamente, que tenemos 12 años para transformar completamente la economía. El lenguaje de ese informe, hecho por científicos, que por lo general son muy precavidos, es que esta es una crisis mayor y necesitamos actuar ahora. Esa sensación de crisis ha motivado energía, activismo y movimiento. Así que sí, creo que podría ser muy útil. Pero también tenemos que recordar que el New Deal original emergió de una crisis económica catastrófica, y esa enorme oportunidad podría haberse resuelto de muchas maneras diferentes. No deberíamos simplemente asumir que una crisis necesariamente va a tener una resolución buena, feliz y de izquierda. También podría llevar a un aumento del fascismo u otros peligros, como saben demasiado bien en Latinoamérica. Pero puede también ser una oportunidad.
Hay un think-tank estadounidense que ha actuado como los nerds de la política pública de izquierda, sobre todo respecto al GND, New Consensus, y hablan acerca de cómo vamos a tener un “momento Pearl Harbor”, el momento en que Estados Unidos fue atacado y forzado a entrar en la Segunda Guerra Mundial. Personalmente, pensaba que hace tiempo que está al debe una severa recesión y crisis económica. La gente de New Consensus cree que si podemos movilizarnos y presentar el GND como una respuesta a una crisis económica tal y como fue presentado el New Deal original, podría ser una oportunidad real para vencer. Pero vamos a estar enfrentando a las fuerzas neoliberales de la austeridad que, extrañamente, ven una crisis y dicen que es el momento para gastar menos y apretarnos aún más el cinturón. Fue increíble el 2008 cuando fue electo Obama y todos creíamos que sería el próximo Franklin Delano Roosevelt, que iba a traer consigo un aumento en el gasto público y un nuevo New Deal. Pero ya para el 2010 todos estaban diciendo que había que disminuir el gasto público, que los sindicatos de profesores eran malvados… La austeridad hizo efecto bastante rápido. Ese es el tipo de fuerzas con las que nos tendremos que enfrentar y vencer para poder ganar un GND si hay además una crisis económica. Porque la crisis ecológica ya está aquí.
Notas
1 Paul Griffin, The Carbon Majors Database. CDP Carbon Majors Report 2017 (Londres, CDP).
2 N.d.E.: Se puede encontrar en https://www.ipcc.ch/report/srccl/
3 William R. Catton, Jr., Overshoot. The Ecological Basis of Revolutionary Change (Urbana: University of Illinois Press, 1980).
4 N.d.E.: Alan Greenspan (1926) fue el jefe de la Reserva Federal de Estados Unidos, un equivalente a un banco central, desde 1987 al 2006.
5 Benjamin Goldman, “What is the future of environmental justice?” Antipode 28, N° 2 (1995): 122–141.
6 Laura Pulido, Ellen Kohl, and Nicole-Marie Cotton, “State Regulation and Environmental Justice: The Need for Strategy Reassessment,” Capitalism, Nature, Socialism 27, N° 2 (2016): 12–31.
7 Matthew Huber, “Five Principles of a Socialist Climate Politics”, The Trouble, https://www.the-trouble.com/content/2018/8/16/five-principals-of-a-socialist-climate-politics
Licenciado y magíster en filosofía por la Universidad de Chile y candidato a doctor en psicología cognitiva por Cornell University. Integrante del Comité Editorial de Revista ROSA.