¿Se han revertido las reformas estructurales neoliberales impulsadas por Peña Nieto? ¿Se han revertido las de Calderón? ¿Se ha desmontado el estado neoliberal en México? ¿Se ha erosionado el derecho neoliberal? ¿Se han impulsado reformas progresivas significativas que impacten sustancialmente en la vida cotidiana de la gente de a pie? ¿Se ha eliminado la subcontratación laboral? ¿Se han recuperado los derechos sociales perdidos? ¿Se ha reformado el sistema educativo sustantivamente impulsando un proyecto educativo de fondo que no esté confeccionado por la visión educativa neoliberal y las necesidades del mercado? ¿Se han frenado los procesos mercantilizantes de la naturaleza como el extractivismo minero que destruye el tejido social de los pueblos y comunidades? Hacer todo lo anterior no es posible en un año. Entonces, ¿por qué sostener la falsa idea de que el neoliberalismo ya se fue? O peor aún, ¿por qué afirmar ideológicamente que vivimos en un Estado social?
por Manuel Vega Z.
Imagen / Alberto Fernández y AMLO en México, noviembre, 2019.
Lejos de nuestras pasiones electorales coyunturales (y qué alegría que se fue Macri y que se fue Peña Nieto; y así mismo se irá Piñera, se irá Duque y Bolsonaro), debemos comprender qué es el neoliberalismo para así poder superarlo. El neoliberalismo no es un gobierno en turno. Esa constatación impide creer que sacando a un grupo político del gobierno y poniendo a otro para administrar lo mismo con algunos matices diferentes, basta para mágicamente dar por muerto al neoliberalismo.
El neoliberalismo es la forma político-jurídica que ha adoptado el Estado y el derecho para constituir un andamiaje que proteja y vehiculice la reproducción social del capital al ritmo vertiginoso del pulso neoliberal. Se ha ido fraguando lenta pero violentamente a lo largo de al menos 40 años. Ha ido transformando paulatinamente al Estado capitalista con la privatización de lo que antes era público; ha ido neoliberalizando el derecho capitalista con reformas estructurales que significan la precarización aún mayor del trabajo y la pérdida de derechos sociales; se materializa en la privatización de la salud, de la vivienda, de la educación, en la carestía de la vida, en la uberización del trabajo, en el despojo de la tierra y en la mercantilización del agua, del viento, de cualquier tipo de energía y hasta de los afectos.
Estos procesos son paulatinos, son progresivos, son procesos de larga duración. Qué alegría que se vayan los neoliberales, pero la forma jurídico-política neoliberal que heredan los gobiernos progresistas es el caballo de troya en el que se encuentra anidado el neoliberalismo. Sacar a un grupo político de las instituciones del Estado no significa nada sino comienza al mismo tiempo un proceso de reversión –hasta donde eso sea posible– de la neoliberalización del Estado y del derecho (regulación garantista del trabajo bajo el capitalismo, legislación sobre seguridad social y pensiones, reforma fiscal con impuestos progresivos, nacionalización de sectores económicos estratégicos); y de transformación radical en las áreas donde no sea ya posible revertir (afectaciones irreparables al medio ambiente, puntos de no retorno en donde la crisis ecológica pone en riesgo incluso la habitabilidad planetaria futura); y de fortalecimiento de alternativas de desarrollo que vayan a contrapelo de la lógica del capitalismo en su fase neoliberal (en ese sentido, muchos pueblos del mundo están ensayando alternativas desde hace tiempo).
Dichos procesos son de larga duración, son procesos sociales materiales y no simples jornadas electorales periódicas. Sacar a un grupo político solo diciendo que ya no habrá más neoliberalismo y administrar el orden existente sin revertirlo y transformarlo, no es realmente atacar la matriz jurídico-económico-política que sostiene al neoliberalismo.
Luchar contra el neoliberalismo será un proceso de décadas como décadas ha tardado el neoliberalismo en moldear al Estado, al derecho, y hasta la estética y la subjetividad humana a su imagen y semejanza. Afirmar que un mero cambio de grupo político en el poder con otros cantos y otras consignas no significa per se la superación del neoliberalismo, no es una crítica dogmática o reaccionaria a los movimientos progresistas en América Latina.
Lo único que estoy diciendo, y lo sostengo a pesar de la posibilidad de quedar solo en medio del festejo, es que deben existir criterios materiales objetivos para evaluar cómo y hasta dónde se está construyendo realmente una alternativa político-económica antineoliberal. Es posible construir colectiva y democráticamente alternativas sociales y criterios de verificación material para evaluar en el mediano y en el largo plazo la lucha contra el neoliberalismo, en lugar de sólo invocar discursivamente la crítica al neoliberalismo como mera consigna político-electoral.
El Estado que nos dejaron es neoliberal, el derecho que nos dejaron es neoliberal, las relaciones laborales que hoy tenemos son neoliberales, el despojo de la tierra y la mercantilización del agua que hoy sufrimos son neoliberales. Luchar contra el neoliberalismo significa entonces transformar progresivamente las relaciones sociales productoras de valor –y entre ellas el Estado y el derecho como guardianes de la reproducción social del capital–, hacia un estadio materialmente antineoliberal, que sea verificable objetivamente y no sólo discursivamente.
¿Se han revertido las reformas estructurales neoliberales impulsadas por Peña Nieto? ¿Se han revertido las de Calderón? ¿Se ha desmontado el estado neoliberal en México? ¿Se ha erosionado el derecho neoliberal? ¿Se han impulsado reformas progresivas significativas que impacten sustancialmente en la vida cotidiana de la gente de a pie? ¿Se ha eliminado la subcontratación laboral? ¿Se han recuperado los derechos sociales perdidos? ¿Se ha reformado el sistema educativo sustantivamente impulsando un proyecto educativo de fondo que no esté confeccionado por la visión educativa neoliberal y las necesidades del mercado? ¿Se han frenado los procesos mercantilizantes de la naturaleza como el extractivismo minero que destruye el tejido social de los pueblos y comunidades?
Hacer todo lo anterior no es posible en un año. Entonces, ¿por qué sostener la falsa idea de que el neoliberalismo ya se fue? O peor aún, ¿por qué afirmar ideológicamente que vivimos en un Estado social? Declarar que hoy tenemos un Estado social en México, a un año de la gestión del nuevo gobierno, por el cual yo voté y no me arrepiento, es sólo expresión ideológica de un autoengaño, de una alienación panfletaria carente de autocrítica. El Estado social de derecho es plenamente capitalista, pero no es neoliberal; sino fordista-keynesiano. El punto es identificar, ¿dónde está el Estado social en México? ¿En un año se construye un Estado social? ¿Un país dependiente sometido a la división internacional del trabajo puede erigir en un año un Estado social? Sostengo que no, y no se puede esperar algo así a partir de la pura voluntad porque ello sería irreal, casi mágico.
¿Por qué engañar a la gente de los países periféricos con la promesa de que es posible en nuestras regiones la construcción de un Estado social, democrático y capitalista de derecho? Aquellas teorías del Estado de bienestar se gestaron en los centros de la acumulación mundial del capital. Fue la promesa civilizatoria de garantizar “una vida digna” dentro del capitalismo a través de derechos sociales para neutralizar la lucha de clases. Pero olvidaron que el capital tiene sus crisis cíclicas y hoy hasta en Europa y en Norte América se están resquebrajando los Estados de bienestar, volviendo a ser nítida la lucha de clases en todo el mundo. Nosotros, en la periferia, tenemos estados dependientes, formas estatales dominadas, sometidas sistemáticamente al subdesarrollo y a la división internacional del trabajo. Debemos pensar y orientar nuestra praxis desde el lugar en donde estamos situados, con una perspectiva al mismo tiempo internacionalista.
La forma Estado y la forma jurídica intrínsecamente capitalistas, hoy moldeadas al calor del neoliberalismo, han adquirido sus características definitorias actuales a lo largo de casi medio siglo. Eso no se cambia en un sexenio, ni mucho menos en un año, o en dos. Ni en tres. Y sería estúpido e ingenuo exigir que se borre el neoliberalismo de un plumazo, que se transformen las relaciones sociales de producción neoliberales al instante por la simple mudanza de un grupo político, lo cual no deja de ser, por otro lado, una victoria electoral y un aliento moralizante.
Lo que debemos preguntarnos sinceramente es si los discursos triunfalistas sobre la superación del neoliberalismo contribuyen de forma efectiva a la superación del mismo, o si construimos colectiva y democráticamente criterios materiales que ayuden a evaluar objetivamente la lucha antineoliberal, sabiendo, además, que será una lucha internacional e intergeneracional, no una simple consigna política en tiempos electorales. Las relaciones sociales de reproducción de la vida y no los meros discursos podrían ser un buen criterio material para orientar y analizar la lucha contra el neoliberalismo.
El Estado no es una cosa eterna e inamovible, sino un entramado de relaciones sociales concretas, históricamente determinado y vinculado a la universalización de la producción capitalista. Y en ese sentido revertir la neoliberalización del Estado y del derecho, y transformar las relaciones sociales de reproducción neoliberales, es una tarea estratégica fundamental. Con un horizonte epistemológico a desarrollar académicamente y a disputar políticamente. No es sólo una disputa de sentido, sino fundamentalmente una disputa de fuerzas materiales reales.
Resulta alentador escuchar a talentosas y experimentadas voces, como las de Armando Bartra y Elvira Concheiro, llamando a la crítica y a la autocrítica al interior de MORENA, ambos académicos y luchadores sociales con una larga trayectoria en los campos de batalla de la izquierda mexicana. Su diagnóstico es claro y contundente: hay una crisis en MORENA provocada por el oportunismo político y por la falta de movilización y estrategia en el partido una vez que se ha llegado al gobierno. Enrique Dussel también ha llamado ya la atención en este sentido. O se fortalecen las bases sociales y se construyen verdaderos cuadros políticos, o al cabo de cinco años aparecerá un Lenín Moreno mexicano.
Otros brillantes intelectuales orgánicos de MORENA, como el destacado constitucionalista Jaime Cárdenas Gracia y el politólogo Arnaldo Córdova, tienen trabajos fundamentales para la comprensión del neoliberalismo en México y de sus relaciones directas con la neoliberalización del Estado y del derecho mexicano. ¿Por qué entonces no leer a estos talentosos intelectuales orgánicos en lugar de sólo repetir dogmáticamente que en México el neoliberalismo ya se fue y que vivimos en un Estado social?
Vivimos en un Estado neoliberal, con un derecho neoliberal y eso no ha cambiado. El neoliberalismo no se ha ido y todavía está por destruirse. Si no logramos diferenciar entre forma política capitalista como relación social hegemónica que vehiculiza la reproducción social del capital, y el simple régimen político en turno administrando dicha forma política, no podremos adentrarnos en el corazón del capitalismo, y nuestra lucha contra el neoliberalismo será apenas superficial.
La dialéctica se hace manifiesta en América Latina, nuevos vientos comienzan a soplar, pero para que fuese un espiral revolucionario y no un círculo vicioso, es preciso avanzar más allá de los progresismos y los neoliberalismos, turnándose, a veces incluso confundiéndose, mientras la crisis planetaria, ecológica y civilizatoria se agudiza. La barbarie aguarda en el ocaso del siglo con el peso muerto de las generaciones vencidas, y si no se da un golpe de timón más allá de la resistencia por la resistencia de las luchas populares, si no se concibe con urgencia a la revolución anticapitalista como freno de mano, en palabras de Walter Benjamin, los matices entre progresismos y neoliberalismos se irán difuminando. Debe haber criterios materiales para concebir objetivamente si se está luchando contra el neoliberalismo; porque al neoliberalismo no se le supera por decreto ni en discurso de campaña.
Manuel Vega Zúñiga
Abogado y magíster en Derechos Humanos por la Universidad Autónoma de San Luis Potosí.