Los muros de una ciudad que late

Por nuestros muros no circula ni el dinero ni el idioma de sus ganancias; circulan nuestros deseos. A través de ellos somos capaces de sobrepasar el soliloquio de la burbuja “¿Qué estás pensando?” al que ahora respondemos “Primero, estamos pensando, y segundo, si quieres saber, fíjate en las murallas”. Los muros nos permiten reconocernos en el actuar, el proceso a través del cual quedamos atados a una identidad subjetiva y existente en el mundo.

por Afshin Irani

Imagen / Foto: nando


“Creo que una confrontación con los dispositivos metropolitanos solo será posible cuando penetremos de un modo más articulado, más profundo los procesos de subjetivación que la metrópolis implica.”

– Giorgio Agamben

 

1. “No son 30 pesos, son 30 años” ha sido la consigna incombustible que articula una serie de acontecimientos inéditos en nuestras ciudades. Sin duda alguna, con 30 años nos referimos a ese proceso de transformación profundo del terror capitalista a lo largo del país en el que, por mucho tiempo, la utopía neoliberal ha gozado de la política sin contraparte fáctica, en la que pocas veces ciudadanos furiosos pudieron hacerle frente. Sin embargo, toda esa rabia acérrima, pero muchas veces subterránea, hoy logra llegar en forma de pueblo a la superficie, a las superficies.

La toma del espacio público ha sido fáctica y progresiva, y la ciudad da registro de ello, también, a través de sus muros. No hablo exclusivamente de los muros que nos ofrecen las redes sociales; es más, casi no tiene sentido hablar de las redes sociales. Por mucho tiempo, por muchas revueltas pasadas a lo largo del mundo, el mainstream de los mass media nos hizo creer que a través de twitter, instagram y facebook dábamos con esa fórmula magnífica y democrática donde era posible pensar que la vida social se organiza y hasta se agota. Hoy, en cambio, hemos visto cómo los espacios digitales han sido espacios cómodos para la restauración, en donde la batalla política por lo público se representa como contienda de nichos, en donde las mayorías se reducen y acomodan a meras posiciones, es decir, donde, por más que podamos dar cuenta de lo que los medios monopólicos no quieren mostrar, la revuelta es vulnerable a todas las enfermedades de la vida pública digital, especialmente a las totalidades ficticias que conocemos como “burbujas”.

A pesar de aquello, y no paulatinamente, chilenos y migrantes han sido capaces de expresar verdaderamente el lugar que ocupan dentro de sus ciudades. Comenzando por el desacato al mandato rentista del metro, la liberación de plazas, avenidas y espacios públicos y la impugnación de la sobrerrepresentación del capital financiero y transnacional. Todos estos actos de verdadera rebeldía vuelven a restablecer el conflicto entre capital y vida, entre el existir y el habitar, entre la producción de sujetos para la renta y la producción de sujetos libres. Sin ir más lejos, hace no mucho Horst Paulmann -cual estratega de esta batalla y gozando de una impunidad escandalosa- mencionaba entre líneas[1] que la vida en familia ya no podía ser si no era en centros comerciales. La continuidad entre estos días de represión excesiva de carabineros y la “normalidad” tan deseada por el presidente y sus ministros se expresa fundamentalmente en la domesticación, en la individualización de lo que pretende volverse pueblo (sujetos) y que hoy descubre su ciudad (espacios) a la fuerza.

 

2. Muros, rejas y pasillos hasta hace 2 o 3 semanas eran estrategias de exclusión, de separación y hasta de gobierno: la utopía de empresarios y policías, quienes, por un lado vehículizaban la individualización del deseo a través del consumo, y por otro, institucionalizaban el gobierno de la violencia estatal mediante su despliegue represivo en el espacio. Este proceso se hace cada vez más visible en la medida en que es impugnado por los pueblos. Como sugiere Henri Lefebvre[2], las formas de intercambio bajo las cuales sobrevive la ciudad capitalista requieren de una estética que faculta la formación del capital como una mirada soberana y represiva, que le da control y determinación sobre nuestra identidad: asalariados, insatisfechos y miedosos. ¡Pero basta ya de ellos! ¿Qué pasa con nosotros?

Primero, la transformación de la ciudad es nuestra transformación. A través de ella nos reconocemos cada vez más en el otro. Ver en nuestros muros improvisaciones de demandas, consignas, ilustraciones, sentimientos, declaraciones, sátiras, y hasta encuestas; nos permite ver en la superficie ese deseo subterráneo que el capital no logró satisfacer. Hoy, caminando por Santiago (y por cualquier otra ciudad de este país), sabemos en público lo que callábamos en privado. Hoy entendemos, como pocas veces, que esa sociedad fabril y consumista en la que nacimos no tiene que ser así. Hoy somos capaces de liberar el deseo y de entender su potencia.

En efecto, hoy la ciudad es nuestro espacio de creación colectivo que ya no se articula en razón del mandato capitalista ni católico. Es por eso que los cuicos e iglesias insisten en bajar a limpiar las murallas; usándolas nosotros, ellos pierden su poder. Sus muros son una telaraña de publicidad y clientelismo al que no están dispuestos a renunciar. Al mismo tiempo, nosotros, al reconocer estos procesos de subjetivación entendemos nuestra propia historia, reconocemos nuestras propias demandas. El “estallido” nos ha permitido entender que ningún eslogan de ningún banco, iglesia, universidad, afp, isapre, etc., te ofrece más libertad que las consignas plasmadas en muros, a través de cuales tus compañeros exigen derechos para ti y para todos.

Segundo, ¿Unilateral? ¿antojadiza? Eso es una falta de respeto a la revuelta. Justamente por su masividad y pluralidad, hoy reconocemos cada vez más a la ciudad como un espacio político y orgánico. Hoy la ciudad no tiene vida, tiene vidas, en las que también conviven sujetos conflictuados entre sí. El individualismo, ese “dispositivo” (que no es nada más que esa palabra que encontramos para la facultad operativa del capital) ya no es efectivo. Hoy, para bien y para mal, las cosas se subyugan a la rebelión. En ella, los muros son esa red social que ningún millonario va a promocionar mejor que el pueblo.

Por nuestros muros no circula ni el dinero ni el idioma de sus ganancias; circulan nuestros deseos. A través de ellos somos capaces de sobrepasar el soliloquio de la burbuja “¿Qué estás pensando?” al que ahora respondemos “Primero, estamos pensando, y segundo, si quieres saber, fíjate en las murallas”. Los muros nos permiten reconocernos en el actuar, el proceso a través del cual quedamos atados a una identidad subjetiva y existente en el mundo.

Finalmente, debo destacar que carecemos del conocimiento total de todos los sujetos que hoy buscamos la superación del neoliberalismo, de las demandas que nos permitirían hacerlo; no obstante, los muros vuelven menos opaca esa búsqueda. Entre ellos también hay discusión, pues hacen que ese silencio inaudito de la ciudad frente a la publicidad se vaya, y permiten que en esa apertura podamos pensar en caliente lo que la saturación del espectáculo siempre ofuscó.

 

3. A pesar que a través de los muros podemos pensar procesos de liberación, aún no podemos pensar en la libertad. Resulta inaudito plantearse un programa a través de los muros. Al menos yo lo pienso así. Sin embargo, el resultado de los múltiples conflictos frente a los cuales nos rebelamos dependen, en grandísima medida, de nuestra capacidad para actuar, de intervenir y de impugnar procesos de subjetivación neoliberal. Agamben[3] nos sugiere esto al nombrarlo como “punto de ingobernabilidad”, momento que es a la vez destituyente, ya que hace naufragar el poder capitalista y a la materialización de su figura de gobierno; pero también constituyente, en el sentido en que sienta las bases para una polis, o una sociedad democrática y de iguales.

Personalmente, agregaría al concepto de Agamben que, una vez más, llegamos tarde al preguntarnos por la relación entre espacio y política. Sin embargo, no por ello deja de ser una pregunta urgente: a pesar de que crisis del espacio burgués parece infinita, su “calidad” puede ser una idea muy seductora, incluso en tanto superación de ella misma.  Si es que de verdad no queremos volver nunca más a la ciudad neoliberal, es en este comienzo donde demarcamos nuestra línea de fuga. A partir de los muros damos registro de ese momento de ingobernabilidad.

 

[1] https://www.biobiochile.cl/noticias/2012/09/12/horst-paulmann-cencosud-la-vida-en-familia-se-hace-en-los-centros-comerciales.shtml

[2] Lefebvre, Henri. Espacio y Política, Ediciones Praxis taller de Arquitectura. 2018. p.112.

[3] Agamben, Giorgio. Metrópolis. Conferencia Pronunciada en el seminario “Metropoli/Moltitudine” organizado por la Uninomade (http://www.uninomade.org/) en Venecia el sábado 11 de Noviembre de 2006.

Afshin Irani
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Licenciado en filosofía y estudiante del Magíster en Estudios Culturales Latinoamericanos de la Universidad de Chile.