La bandera negra viene a reemplazar a esa a la cual le cantamos el Himno Nacional todos los lunes de nuestra infancia, “mientras uno de nosotros”, como escribe Nona Fernández en Space invaders, la izaba allá delante y otro la sostenía entre sus brazos, y nosotros mirábamos protegidos “por su sombra oscura”. A esa banderita le cantamos con desgano mientras masticábamos chicle o conversábamos en la fila del Liceo cuando los años noventa neoliberales se colaban y arraigaban en nuestras vidas. Banderita mía, no te doy mi amor.
por Luis Valenzuela
Imagen / Días de indignación, Paulo Slachevsky. Fuente: Flickr
A veces se disfarsa la Bandera de Chile
un capuchón negro le enlutece el rostro
parece un verdugo de sus propios colores
nadie la identifica en el charco donde vive
si la han visto no la acuerdan
ni siquiera como el paletó a toda asta de Vallejo
Elvira Hernández, La bandera de Chile
Chile explotó y, está claro, no volverá a ser lo mismo. La crónica se ha escrito con las réplicas de los temblores que siguieron al fogonazo. Delante de este, entre la multitud, el pueblo levanta sus demandas y sus banderas. Estas últimas, tricolores, comparten y disputan el espacio tumultuoso con escasas banderas de partidos políticos, muchas de equipos de fútbol, varias con el celeste, verde y rojo predominantes de la bandera mapuche, y con no pocas banderas negras y una estrella blanca. Chile explotó y no volverá a ser lo mismo.
A comienzos de los años ochenta, en plena dictadura militar, en plena germinación neoliberal, Elvira Hernández publica La bandera de Chile. Hernández escribe una bandera “usada de mordaza / y por eso seguramente por eso / nadie dice nada”. Movediza, colorida y exhibicionista, se deja hacer flamear por quien lo quiera hacer. No dice nada y se deja homenajear. Es precaria si “Come moscas cuando tiene hambre” y resiste si “en boca cerrada no entran balas / se calla”. Es respetada y olvidada a la vez. Es reversible y su división es perfecta. Es extranjera en su país. “La Bandera de Chile fuerza ser más que una bandera”. De 48 largas horas es su día. Con su ojo estrellado, teme que le cambien el nombre. La bandera de Hernández, sin dudas, es contradictora, y desde ahí toma distancia de cualquier rasgo chovinista, por cierto, enluta su rostro, con un capuchón negro que acecha a sus propios colores.
La bandera negra viene a reemplazar a esa a la cual le cantamos el Himno Nacional todos los lunes de nuestra infancia, “mientras uno de nosotros”, como escribe Nona Fernández en Space invaders, la izaba allá delante y otro la sostenía entre sus brazos, y nosotros mirábamos protegidos “por su sombra oscura”. A esa banderita le cantamos con desgano mientras masticábamos chicle o conversábamos en la fila del Liceo cuando los años noventa neoliberales se colaban y arraigaban en nuestras vidas. Banderita mía, no te doy mi amor.
Chile explotó y no volverá a ser lo mismo. Entre la multitud, observo la bandera negra de Chile pintada en una pared de la Alameda o sacudida en Plaza Baquedano en medio de la marcha del millón de personas. Renegamos de cualquier color, cantaban Los prisioneros, como lo hace esta bandera negra que flamea por las redes sociales y en nuestros perfiles; que se mueve con el fuego de las barricadas y la violencia del estado y su policía; que se agita con el aliento y movimiento de quienes la sostienen.
Esa bandera tricolor, asumida como emblema patrio, coincidencia histórica mediante, el 18 de octubre de 1817, se tiñe de negro el mismo día, 202 años después. Esa bandera negra protesta y grita la muerte del país tal y como lo conocimos hasta el 17 de octubre de este año. La bandera de Chile negra hace eco de la penumbra de nuestro futuro. El ojo estrellado blanco en medio del negro no teme el cambio del color. El negro perdurará hasta que los cambios sean para todos y todas y la desigualdad se reduzca. Mientras esto no suceda, “La Bandera de Chile escapa a la calle / y jura volver hasta la muerte de su muerte”, por sus muertos/as, por sus heridos/as, por sus torturados/as. Chile explotó y no volverá a ser lo mismo. Ya no volveremos a ser los mismos.
Luis Valenzuela
Doctor en Literatura. Profesor y escritor.