Cómo una sociedad con un pacto democrático permite que ante un estado de excepción constitucional de primer grado se suspenda el Estado de derecho. Cómo una sociedad convive con ese fantasma desternillado del tormento. Cómo una sociedad vive con esos civiles de uniforme capaces de apremiar a la carne de su mismo pueblo. Cómo reducen a una mera vida desnuda la carne de los manifestantes: tortura sexual, desnudamientos, golpes, intimidación y padecimientos forzosos a manos de un agente del Estado.
por Nicolás Román
Imagen / Represión de protestas 21 de mayo. Fuente: Flickr.
Octubre rojo. Por ser izquierdista posiblemente hay una relación de facto o histórica con la tortura. Ese aprendizaje viene del siglo XX y de las últimas dictaduras militares en el Cono Sur, en especial, la chilena. Pau de Arara, submarino, submarino seco, parrilla, picana, violación, ejecución sumaria, fusilamiento, simulaciones de ejecución, por contar las reconocidas en el inventario del espanto, desconozco el archivo íntegro de los tormentos, pero han sido grabadas a fuego en las palmas de la izquierda.
La tortura es una disciplina, una fábrica de saberes. La tortura aleatoria es ineficaz, es un castigo, cuando no debe serlo porque es una herramienta, la tortura es la pesada herencia de la disidencia contra la dictadura, pero hoy eso cambió. La tortura volvió como la vuelta de lo reprimido de la democracia. La tortura, el secuestro, la intimidación, el desfile de cuerpos desnudos, los simulacros de fusilamiento, los encañonamientos por la espalda, el desnudamiento femenino, la violación, la amenaza de penetración con un fusil, los apremios y los tormentos. Indesmentible, innegable, denunciable, indignante. Este era el tono y el calibre de una democracia frágil, de un pacto social basado en la fractura entre ricos y pobres.
Si hay una sola tortura mientras hay Estado de derecho, ¿cuál fue el aprendizaje democrático de las Fuerzas Armadas y de la defensa del orden público?, ¿cuál es la formación de ese oficial que practica los tormentos?, ¿por qué ese sujeto, un civil con uniforme, se presta a los apremios de su equivalente? Indignación es la reacción mínima y visceral con nuestro pasado reciente que se avecina, no con la dictadura, sino con la democracia, treinta años de esterilidad que con tan solo una sacudida de su superficie recurre al odio sistemático vuelto goce por el sufrimiento y la condena de otra persona. Su goce es el odio por su pueblo y su odio contra sí mismos que no ven a un equivalente en el cuerpo del otro, se revuelcan en su baba tibia, cualquier metáfora animal de su condición es una denigración a la naturaleza, no son ni perros, ni chacales, ni buitres, no tienen la nobleza animal.
Lo hicieron mal. Lo hacen mal. Nos hacen mal. Son el mal. Tienen el mal en la sangre, ¿cuál es la supervisión democrática de esos civiles con uniforme?, ¿cómo se hace patria con esos sujetos? Si hubo tortura no es un accidente, es una acción premeditada, si hay apremios ilegítimos hay una formación, una pedagogía, una fábrica de saberes y prácticas, un conjunto de dispositivos de la tortura. Una enseñanza militar, su ejercicio y un devenir de su consciencia. ¿Qué es un falso positivo?, una baja encubierta disimulada como caída en un falso enfrentamiento: Operación Colombo. Qué es un falso positivo, heridos a bala calcinados en un supermercado, una bodega, una ferretería. Un cuerpo incinerado, eliminado. Un falso positivo es un encubrimiento de la evidencia de su falta, una acción criminal, la acción de una mafia, una práctica del crimen organizado. Esa organización y acción coordinada en contra de su pueblo, fuera de la ley, es la acción que ellos hacen.
Cómo una sociedad con un pacto democrático permite que ante un estado de excepción constitucional de primer grado se suspenda el Estado de derecho. Cómo una sociedad convive con ese fantasma desternillado del tormento. Cómo una sociedad vive con esos civiles de uniforme capaces de apremiar a la carne de su mismo pueblo. Cómo reducen a una mera vida desnuda la carne de los manifestantes: tortura sexual, desnudamientos, golpes, intimidación y padecimientos forzosos a manos de un agente del Estado.
Desaparecer: estar en un lugar que se desconoce. El pesado verbo de nuestra historia reciente, cuyo participio, desaparecido y desaparecida, nos indica esa consciencia que se nos fue en quien nos deja por fuerza del actuar fuera de la ley del Estado, ¿qué es un Estado de derecho? Aquel donde existe una norma, una convivencia, ¿qué pasa cuando el Estado viola esa condición, cuando el gobierno corre ese margen?, ¿qué ocurrió para rebasar ese límite de lo posible? Cacerolas contra balas, ¿quién corre ese límite?
La tortura y el estado de sitio deliberado obedecen a una voluntad, una consciencia, una premisa general antipueblo, antimasas, antimovilización. Sus acciones son docilizaciones, compiladas en una extensa bibliografía sobre la disciplina, la rigidez de la administración de los cuerpos populares y sus disidencias. Qué nos dice Segato sobre la violencia masculina[1], sobre el mandato de ser hombre. El cuerpo femenino como el primer territorio de conquista. Segato dice: disciplina y saqueo, expropiación, exacción, robo de la agencia y la dimensión subjetiva entretejida en el cuerpo. Eso es la tortura, esa es la disciplina, silencio y remediales de conjeturas en la medida de lo posible de un presente que se resquebraja, un pasado que nos oprime y un futuro parido al calor de los apremios y la revuelta.
No hay error, en su compartimiento no hay mal menor, no hay desviación ni protocolo puesto que la represión y el orden son el credo de sus municiones, de sus amenazas de violación, de su afirmación por la fuerza.
Entonces, ¿cuál es la violencia que se rechaza?, entonces, ¿quién perpetúa el saqueo?, entonces, ¿quién cruza los límites de la propiedad, incluso, cuando esta se asienta según su credo en la soberanía sobre nuestros propixs cuerpxs? Su pensamiento mafia no tiene respuesta para estas preguntas porque su soberanía es la que ejercen sobre nuestros deseos y nuestras vidas, porque sus aprendizajes no tienen duda, de que al descorrerse el frágil engranaje de la convivencia democrática –precaria–, van hacer caer un frío fierrazo en nuestras nucas, van a cargar con municiones y argumentos de salvataje y seguridad frente a la insubordinación a sus órdenes y declaraciones de stato quo.
Esa es la tortura, su condena enérgica, no tiene por qué trocarse por la denuncia de un saqueo; el crimen contra la propiedad inmueble no tiene por qué equilibrarse con las pautas de su violencia sexual, sus apremios y tormentos. Cualquier escaparate va ser restablecido, mientras ni los ojos ni las vidas de quienes no están van a volver, por ellos, se requiere: justicias, derechos y democracia[2]. Nunca se va cambiar la dignidad de esos caídos por una paz social malsana, nunca la renuncia a la protesta a cambio… a cambio de qué… a cambio de la contemplación de sus pedagogías y aprendizajes del horror.
Al final del día, me gustaría recordarles: son civiles con uniforme. No son una familia excluyente, charolada y encorsertada en sus botas. Son civiles y se les debe subordinar a esa potencia popular que busca acordar un nuevo pacto social en el ejercicio de sus derechos fundamentales, derechos humanos, para todos lo que es de todos[3]. No cambien nuestras protestas ni nuestros derechos por la condena de un par de peñascos, no cambien nuestras libertad por la denuncia de una cortina metálica descerrajada. Nuestra libertad fue puesta por el suelo en cada compañerx violentadx, apremiadx, desaparecidx y perseguidx.
No hay excusas ni permisos para la condena de los tormentos hechos en nombre del Estado. No se pide permiso para ejercer la custodia de los Derechos Humanos. La vida no es ese negocio donde una denuncia se cambia por otra, ese es su juego de las equivalencias abstractas del valor de cambio, ese es el juego de la equivalencia entre seguridad, propiedad y vida. Nuestra vida, la vida de un pueblo, es una vitalidad creativa e instituyente para destituir ese convivencia malsana y decretar el fin de la injusticia en una nueva conciliación de la paz y la libertad.
NOTAS
[1] Laura Rita Segato (2016), La guerra contra las mujeres, Madrid: Traficantes de Sueños.
[2] Francisco Ojeda “Chile y el fin del estado de excepción”. Rosa, una revista de izquierda, https://www.revistarosa.cl/2019/10/27/chile-estado-de-excepcion/
[3] Haydee Oberreuter y Emilia Schneider. “Derechos Humanos universales: para todos lo que es de todos”. The clinic. https://www.theclinic.cl/2019/10/29/columna-derechos-humanos-universales-para-todos-lo-que-es-de-todos/
Doctor en Estudios Latinoamericanos y parte del Comité Editor de revista ROSA.