“Pero la descripción de Daeninckx no se agota en las peripecias de aquellos que conocieron las múltiples formas de la idea de hogar. En el trayecto aparece el efecto emancipador del compromiso político, ese posicionamiento que explica el mundo y el lugar que a uno le cabe en él, esa decisión que disciplina la acción, reordena las energías y fija un rumbo para la existencia. Para muchos de los desterrados de la primera mitad del siglo XX ese compromiso se inspiró en la Unión Soviética, el paraíso rojo, el nodo inagotable de esa promesa de justicia que abrió el mundo a los desheredados de la fortuna. Para ellos, para los que lograron desembararzarse de la desconfianza aprendida, la vida volvió a ofrecerse plena en la pasión de la militancia”.
Por Andrés Estefane
imagen / portada de Missak, edición de LOM, 2019.
Didier Daeninckx. Missak. Santiago, LOM Ediciones, 2019. Traducción de Miguel Carmona Tabja (235 páginas)
Este año, en la antesala de la conmemoración de un nuevo aniversario de la Revolución Francesa, centenares de inmigrantes ocuparon el Panteón de París demandando al primer ministro de Francia, Édouard Philippe, una regularización excepcional para los “sin papel”. Los también llamados “chalecos negros”, en alusión a la mayoría subsahariana que componía el contingente, decidieron ocupar la emblemática tumba de los grandes hombres y mujeres de Francia para denunciar las condiciones de sobrevivencia de esos miles de extranjeros que con porfía y sufrimiento traen hoy de vuelta a la metrópolis europea las cuentas pendientes del colonialismo y la explotación capitalista. Esta simbólica postal, montada en la víspera de una celebración tensionada, colonizó en cuestión de segundos las atribuladas conciencias del progresismo bienpensante. Ahí estaban los herederos de injusticias pasadas advirtiendo que hoy las cosas no se están haciendo mejor que ayer. Estaban ahí de nuevo los inmigrantes, atrapados en una imagen doblemente impotente, expuestos en su precariedad y rendidos a la despolitización del peticionismo.
La inmigración no ha lucido siempre así, o no es necesariamente coincidente con la postal de vulnerabilidad y subordinación que hoy parece norma. Eso es lo que transmite el novelista Didier Daeninckx (1949) en Missak, pieza con la que reconstruye la tragedia política del destacamento de Francotiradores y Partisanos – Mano de Obra Inmigrante (FTP-MOI), que encabezó el militante comunista y poeta armenio Missak Manouchian en el marco de la resistencia francesa a la ocupación nazi. Integrado en su mayoría por extranjeros, “judíos de Polonia, de Hungría, de Checoslovaquia, de Rumania, armenios, italianos, españoles y tres franceses”, este destacamento cumplió diversas tareas de asedio a las fuerzas del Tercer Reich apostadas en París, apuntándose logros notables como la ejecución de Julius Ritter, general de las SS cercano a Adolf Hitler. Desarticulados tras dos operativos realizados en 1943 por la Brigada Especial No. 2 de la Francia colaboracionista, Manouchian y veintidós de sus compañeros murieron fusilados en febrero de 1944; la única mujer de la red, Olga Bancic, fue decapitada en Stuttgart meses más tarde. El componente trágico de la historia se expresa de forma nítida si se la lee en clave nacional –no franceses sacrificados por la libertad de Francia–, pero el problema escapa con creces al atractivo de ese reduccionismo chovinista.
No son escasas las narraciones capaces de iluminar los pliegues más espantosos de las rutas de la migración masiva. Daeninckx lo hace siguiendo la pista y cotidianidad de los contingentes humanos que transitaron por el Mediterráneo tras la Primera Guerra Mundial y que siguieron en movimiento hasta la segunda gran guerra. Los voces son múltiples, pero uno de los focos es el genocidio armenio y la memoria migrante de infantes y adolescentes cuyo sufrimiento no se agotó en la barbaridad turca. Testigos de masacres, deportaciones y una pobreza ubicua, muchos de ellos fueron después niños errantes que terminaron vendidos o fueron rescatados por organizaciones de caridad. Se agolpan aquí biografías nada heroicas que terminaron uniendo los paisajes anegados y humeantes de Ereván, Beirut, Marsella y París, cientos de apátridas que aprendieron la vida al calor de esos desplazamientos interminables que la cómoda visión del establecido no logrará jamás imaginar. Pero la descripción de Daeninckx no se agota en las peripecias de aquellos que conocieron las múltiples formas de la idea de hogar. En el trayecto aparece el efecto emancipador del compromiso político, ese posicionamiento que explica el mundo y el lugar que a uno le cabe en él, esa decisión que disciplina la acción, reordena las energías y fija un rumbo para la existencia. Para muchos de los desterrados de la primera mitad del siglo XX ese compromiso se inspiró en la Unión Soviética, el paraíso rojo, el nodo inagotable de esa promesa de justicia que abrió el mundo a los desheredados de la fortuna. Para ellos, para los que lograron desembarazarse de la desconfianza aprendida, la vida volvió a ofrecerse plena en la pasión de la militancia.
Esa es la historia de Missak Manuochian y de todos los que ajustaron cuentas con sus pasados organizando agrupaciones de ayuda y solidaridad internacionalista, publicando revistas y periódicos en diversas lenguas, convenciendo a los indecisos y a los marginados de que bien valía la pena regalar al menos una noche a la causa. Pero no es Manouchian el encargado de narrar esos ajetreos ni entregar sus antecedentes, sino Louis Dragère, un joven periodista de L’Humanité a quien en 1955 el Partido Comunista francés le encarga investigar la suerte del Groupe Manouchian ante la inminente inauguración de una calle como forma de homenaje póstumo en la Francia de la reconstrucción. Se trata de una tarea extraña, cuyas implicancias se hacen evidentes de forma inmediata. Es en medio de esa pesquisa (Dragère la apunta en todo su detalle y obsesión) que cobra forma otro de los nervios de la novela, el de la evaluación crítica de las lealtades y compromisos que sostienen la militancia, o lo que es igual, de las miserias burocráticas y temperamentales que horadan la confianza en el apelativo “camarada”. ¿Quién es aquel del que puede depender nuestra vida? ¿Cómo avanzar y no desquiciarse en medio de esa sala de espejos que es el trabajo político en común? ¿Cómo entender una derrota, o en este caso la muerte de todo un destacamento de partisanos, cuando las pistas traen ese sonido molesto de la palabra “traición”? ¿Qué hacer cuando la reconstrucción descarnada de una historia abofetea la fantasía de que cuando enfrentamos la barbarie nos hacemos inmunes a nuestras debilidades?
Pero Dragère no solo tiene sobre sí el peso de masticar esas inquietantes preguntas. Daeninckx lo aliviana haciendo lugar a su identificación y empatía con una generación que ni siquiera en la hora crítica que antecedió al patíbulo renunció a la esperanza en el futuro, a confiar en que la tarea sería continuada por otros, a morir afirmando que después de la guerra vendría una generación nueva y que esa generación sería feliz. Dragère, quien también es militante, se transforma así en un militante de nuevo tipo tras este enigmático encargo, que lo aproxima a las trastiendas oscuras de la lucha soviética contra las heterodoxias, a la rugosidad de un pasado que siempre es hostil cuando es verdadero, a las formas sutiles con que todos los actores de una tragedia se encargan de dejar una pista o una huella en la secreta esperanza de que un otro en el futuro reparará en esa particularidad, en ese giro aparentemente irrelevante donde palpita la fuerza amenazante de una historia distinta.
Andrés Estefane
Editor de Cuando íbamos a ser libres e integrante del comité editor de ROSA.