La invisibilidad de los trabajos del cuidado determinan que durante el proceso de diseño se intente erigir una vivienda que pretende “funcionar” por sí misma; como si la simple incorporación de las tecnologías domésticas, o bien, de la correcta articulación espacial, fuera suficiente para que la salud y las necesidades biológicas se satisfagan; no advertimos que ese funcionamiento es posible debido a la estructura social que ha asignado el cuidado exclusivamente a las mujeres por el hecho de serlo. Lo común para el diseño es abocarse al objeto por sí mismo, actitud inherente al movimiento funcionalista, pero sobre todo funcional al patriarcado capitalista.
por Carolina Unda V.
Imagen / Niñas en conventillo en Santiago de Chile. Fotografía de Antonio Quintana. Fuente: Santiago nostálgico (Flickr).
La concepción funcionalista
La vivienda es una necesidad vital del ser humano, es un derecho fundamental y nuestro hábitat más íntimo y cotidiano. Desde el siglo XIX, cuando la vivienda se escinde del lugar de producción, simboliza el contenedor de nuestra intimidad, y evidencia, dentro de su interior, las necesidades biológicas que tiene la complejidad humana en el acto de habitar, pero también pone en manifiesto las interacciones entre los vínculos sociales. La vivienda, entonces, es la sede espacial de las relaciones y no solo un objeto arquitectónico que funciona como dispositivo bajo una visión mecánica.
Sin embargo, a través de la historia, la utilidad del espacio arquitectónico ha sido inherente al objeto mismo, y se ha difundido ampliamente que el arquetipo de la vivienda pretender como fin único satisfacer las necesidades humanas, partiendo de la idea de “universalidad”. Esta concepción nace de la vivienda moderna, la que fue el resultado de la fusión de dos corrientes del pensamiento que impactaron a la arquitectura y en la política del siglo XIX: el positivismo y el higienismo. Ambas han determinado en gran medida las pautas del diseño, con las que se ha proyectado vivienda en el mundo occidental y que han promovido, desde su concepción, una forma única de concebir al usuario.
El primero de ellos, el positivismo, tuvo el enorme acierto de crear correspondencia entre la máquina biológica y la máquina industrial, homologación que da cuenta del profundo cambio a partir de la industrialización. La incorporación de las nuevas tecnologías, los nuevos artefactos electrodomésticos que agilizaban el quehacer en el hogar, y que determinaban una escala acotada para determinados recintos, fueron moldeando los espacios del hogar a semejanza de lavadoras, refrigeradores y televisiones.
Por otro lado, el higienismo se alzó en pos de conservar a una parte significativa de la población a raíz de las distintas epidemias que habían comenzado a azotar Europa en el siglo XIX: “(…) La clase dirigente se comenzó a preocupar por sanear las ciudades y ésto comenzó a convertirse en una prioridad, pues la higiene guardaba tras su justificación médica la impronta del pensamiento burgués, que tan afecto era (y sigue siendo) a las técnicas de clasificación social (…) 1 (Cevedio 20). Algunas de las medidas sanitarias usadas eran la ventilación, iluminación, suministro de agua, entre otras. La vivienda higiénica quedó articulada con la satisfacción de las necesidades biológicas en función de las nuevas tecnologías, fusión, que se convirtió en el eje de las políticas públicas habitacionales y que ha perdurado a través tiempo.
Es así como, Le Corbusier, reconocido como el padre de la arquitectura moderna, en la primera mitad del siglo XX propone el concepto de “Máquina del habitar”, donde buscará sintetizar la máquina para vivir: “(…) Estudiar la casa, para el hombre corriente, universal, es recuperar las bases humanas, la escala humana, la necesidad-tipo, la función-tipo, la emoción-tipo (…). Todos los hombres tienen el mismo organismo, las mismas funciones. Todos los hombres tienen las mismas necesidades. La casa es un producto necesario al hombre (…)” 1 (Cevedio 45) Le Corbusier acá insinuará, entonces, que el usuario de esta vivienda es un varón; más que por su reiterado uso genérico de la palabra “hombre”, es la universalidad del sujeto referido la que se manifiesta como propiamente masculina.
Los criterios de diseño, entonces, intentan erigir una vivienda que pretender funcionar por sí sola, promoviendo una visión única del usuario que la usa, normando la escala en función de un solo cuerpo, y distribuyendo usos y recintos al interior de esta que estandarizan la cotidianeidad familiar.
La relación entre diseño y realidad se deshace, y se esconde que detrás de los muros de la vivienda sigue existiendo un sistema abierto que interactúa con un entorno, con un contexto político, histórico, económico, social y cultural, finalmente sigue existiendo entorno y una asignación de lugares en la sociedad según la edad, género, raza y poder . La vivienda, recrea a pequeña escala los roles y comportamientos que la sociedad se ha encargado de prescribir.
“…Tanto género como hábitat son productos, construidos social e históricamente. El espacio físico tiene un papel importante en la construcción de las relaciones desiguales entre los géneros, al mismo tiempo los diferentes roles desempeñados por el género masculino y femenino han influido en la configuración del espacio, en sus procesos de desarrollo y de cambios urbanos. Ésta afirmación parte de reconocer que hombres y mujeres perciben, acceden y usan el espacio de manera diferente…” 2 (Huaman 12)
Cabe entonces preguntarnos: ¿de qué forma las necesidades biológicas se convirtieron en el único criterio de diseño y cómo este criterio ha contribuido a generar la desigualdad entre los sexos?
Las relaciones desiguales entre los géneros se pueden evidenciar a través del trabajo cotidiano, bajo un concepto amplio de trabajo, el que debe abarcar no sólo la dimensión ”formal” o productiva, sino que también la “informal” o reproductivo (cuidado de terceros, aseo) ambas bajo el alero de la precarización hacia las mujeres. La segunda esencialmente por ser trabajo reproductivo impago, el que se aloja en los confines de la vivienda de cada familia. En Chile entre las parejas adultas insertas en el mercado laboral, las mujeres destinan casi el 70% al trabajo no remunerado y alrededor del 42% de las horas destinadas como pareja al trabajo remunerado, siendo consideradas aun así, como segundas perceptoras de ingresos. (Fuente: Instituto Nacional de Estadísticas (INE), Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo (ENUT), 2015)
Esta situación de luces, de que en la vivienda transcurre la representación material de la subordinación femenina, de su explotación y confinamiento, y que la estructura espacio-objetual, que la vivienda burguesa estipuló como un verdadero modelo hegemónico, será un sistema reproductor en esta opresión.
La política habitacional bajo el Estado subsidiario
La preocupación del Estado para brindar soluciones habitacionales en la historia de Chile comenzó a inicios del siglo XX. Sin embargo, tras el golpe de Estado, se dio un vuelco en las políticas de vivienda, ya que se comenzó a focalizar el gasto estatal exclusivamente en la población más pobre, y no en las mayorías sociales“ (…) El quiebre de la democracia en 1973, provocó un fuerte giro de timón, al disminuir la responsabilidades del Estado en estos temas, dando paso a una política subsidiaria que consideraba que el mercado generaría una mayor eficiencia en la distribución de los bienes.” 3 (Sugranyes 13)
Desde ese quiebre en adelante, la política de vivienda en Chile se ha mantenido hasta el dia de hoy. Durante los años 90’, se mantuvo el foco en la reducción del déficit cuantitativo de viviendas, y se alcanzó el periodo de mayor cantidad de producción de vivienda social en Chile, lo que dejó en segundo plano la calidad de las viviendas. La política de vivienda chilena ha consistido en un programa de subsidio directo a gran escala construido principalmente por el sector privado. A pesar de los cambios de Gobierno, la política de vivienda se ha mantenido muy similar desde su concepción a fines de los años setenta, la cual fue impulsada por una fuerte ideología neoliberal. Así, los gobiernos de la transición, optaron por complejizar el sistema de subsidios, minimizando abruptamente la responsabilidad del Estado e incluso del gobierno local, logrando exitosamente incorporar al mundo privado en una gestión pública que como hemos evidenciado es, deficiente, ya que supedita las necesidades fundamentales de la sociedad a los márgenes de del mercado. Por ende, cualquier variación que parta de la base de una política subsidiaria, difícilmente se alcanzara una solución equitativa para quien postula .
El rol del Estado se ha acotado esencialmente a la selección de los usuarios y a la generación de los cuadros normativos, en relación a las medidas de los muebles que contienen los recintos. Éstas bases administrativas garantizan algunos mínimos antropométricos de los usos, sin embargo, hay variadas funciones al interior de la vivienda que no contempla y que son parte rutinaria de quienes hoy más transcurren al interior de éste espacio.
Por otro lado, el proceso de selección (Registro social de hogares) construye estándares transversales de la población, sin una visión multidimensional de la sociedad. Además, desarticula el tejido social, ya que otorga el beneficio solo a través del monto de ahorro que alcanza un grupo de personas aleatorio (10 UF), a las que también se les aplica un incentivo al ahorro, lo que las somete a competir. En dicho proceso, las mujeres se encuentran en desventaja, ya que según datos expuestos por la Subsecretaría de Vivienda, un 63% de los postulantes son mujeres (250 mil). Sin embargo, las estadísticas de afiliación indican que los hombres postulantes sacan más viviendas que ellas, lo que significa que el sistema las discrimina negativamente.
La consolidación de este sistema de subsidios se ha cimentado sobre las bases de un Estado que financia y unas pocas empresas que producen sin riesgo: el MINVU otorga subsidios y asigna las viviendas a quienes han postulado; y las empresas construyen para que luego el Estado les devuelva el 30% del IVA de los costos de construcción. Así mismo, el MINVU financia los seguros sobre los préstamos que los bancos le otorgan a los postulantes, por lo que no hay riesgo, pero tampoco competencia, ya que son muy pocas las empresas que se radican en el rubro.
Respecto a su diseño, no hay una crítica ni una modificación a través del tiempo, no se critican los diseños del conjunto y menos aún de las viviendas No hay innovación en ellos, ni propuestas de crecimiento progresivo de la vivienda y de su entorno.
La vivienda como reproductora de la desigualdad de género.
Cabe entonces preguntarnos, si la vivienda social era un espacio que pretendía lograr la máxima comodidad en el menor espacio posible ¿qué significaba esto? ¿Quién determina qué es la máxima comodidad y cómo se obtiene?
La idea de mejoramiento no forma parte de la agenda de la vivienda social. Les pobladores siguen esperando y recibiendo “la casa que les toca”. Y aunque desde los 80’ la vivienda en Chile ha ido mutando, no ha mutado su configuración espacial. Se han hecho pequeñas modificaciones que no vienen a cambiar en lo sustancial la distribución. Las primeras viviendas realizadas eran de 45 m2 y con pésima calidad constructiva, ejemplo de ello fueron las icónicas “Casas de Nylon”. Hoy se ha alcanzado estándar mínimo de 60 m2 , mejorando algunos parámetros de constructibilidad. Sin embargo, la vivienda ha buscado agrandar aquellos espacios que son de uso menos habitual: los dormitorios, considerándose aquellos conjuntos habitacionales de mejor estándar, aquellos que poseen 3 dormitorios y en segundo lugar los livings – comedor, espacios que usan en su mayoría el resto de los habitantes del hogar para uso recreacional.
Para las mujeres que habitan el hogar a lo largo del día, la intimidad ha significado una condición inherente a su identidad, una forma de vivir en reclusión permanente y es que en la vivienda, aquellas mujeres que tienen doble jornada laboral y aquellas que mantienen su jornada completa en la casa, permanecen mayor cantidad de tiempo en la cocina o en el comedor, siendo el último generalmente destinado a otra labor de índole productiva (suelen alojarse talleres, salas de costura, computadores y espacios de escritorio para trabajar).
Las cocinas, por otro lado, son los espacios más intervenidos dentro de la vivienda, produciéndose aquí las primeras ampliaciones y modificaciones de uso, juntando la logia con la cocina, añadiendo espacios comedor, espacio de almacenaje, incorporando dispositivos de recreación como televisión, radio. A pesar de ésto, son los espacios más acotados de la vivienda y por lo tanto impiden la colaboración entre más individuos. Además, las condiciones de ventilación y luminosidad son las más desfavorables. A pesar de ser una zona húmeda, por lo general se encuentran con orientación sur o poniente, lo que incrementa las malas condiciones de habitabilidad. Otras tareas reproductivas que no tienen cabida en la vivienda social son los usos tales como el almacenaje de la ropa y loza, tendido y planchado de ropa, cuidado de terceros, entre otros, los que se acomodan en recintos semipúblicos como el living, los pasillos y terrazas .
El resto de los integrantes sale de la casa a estudiar o realizar labores productivas remuneradas y participan de los usos de la vivienda en la mañana o bien en la noche, horarios en los que se efectúan usos meramente biológicos, correspondiente a espacios privados y operativos, y tareas relativas al ocio, constituyéndose en espacios semipúblicos como lo son el living-comedor.
Para los varones y el resto de los integrantes subordinados a las tareas domésticas que realiza la dueña de casa, la intimidad es una reclusión momentánea, un pasaje transitorio que permite descansar de la constante interacción pública.
En el espectro de lo público, el trayecto realizado en la escala barrial que recorren las mujeres es mucho más intermitente que el de los hombres, ya que estas se dedican a abastecer el hogar y cuidar de terceros , lo que supone un recorrido mucho más largo en el trayecto al hogar, y que casi nunca, es destinado al ocio. Lo anterior determina que el proceso de diseño de todas maneras se encontrara involucrado a las reglas sociales determinadas a través de la historia, y por ende, el espacio que posteriormente se construye se concebirá desde ciertas convenciones sociales, de rutinas cotidianas que configuraran recintos específicos, que reproducirán, como lo es en éste caso, la reproducción de condiciones desiguales.
La invisibilidad de los trabajos del cuidado determinan que durante el proceso de diseño se intente erigir una vivienda que pretende “funcionar” por sí misma; como si la simple incorporación de las tecnologías domésticas, o bien, de la correcta articulación espacial, fuera suficiente para que la salud y las necesidades biológicas se satisfagan; no advertimos que ese funcionamiento es posible debido a la estructura social que ha asignado el cuidado exclusivamente a las mujeres por el hecho de serlo. Lo común para el diseño es abocarse al objeto por sí mismo, actitud inherente al movimiento funcionalista, pero sobre todo funcional al patriarcado capitalista.
En ese sentido, la política subsidiaria, que se apoya sobre el mercado, nunca lograra abordar la complejidad de la vida cotidiana, ya que constantemente se someterá a los lineamientos que le otorguen mayor rentabilidad del suelo y del espacio. Por ello, se necesita una política habitacional que avance en propuestas que logren dar soluciones residenciales a las grandes mayorías, que minimicen el tiempo que consume el trabajo dedicado a la reproducción de la vida, otorgando espacios que sean dinámicos en su conformación y que propicien la configuración de un hábitat que materialice y simbolice la igualdad de condiciones entre mujeres y hombres.
Bibliografía
Cevedio, M. (2003). Arquitectura y género. Espacio público/espacio privado. Icaria.
Huaman, M. (1999). La dimension del genero en las politicas y programas urbanos. Bolivia: Promestra.
Ana Sugranyes. (2005 ). La política habitacional en Chile, 1980-2000: un éxito liberal para dar techo. Ediciones Sur.
Carolina Unda V.
Arquitecta por la Universidad de Chile y senadora universitaria 2018-2020.