Lo relevante de la propuesta de Wallerstein más allá de los volúmenes de El moderno sistema mundial es que políticamente él nunca dio concesiones a los logros del capitalismo por muy sofisticado que sea el desarrollo de las fuerzas productivas, ni tampoco creía que el capitalismo con sus plantaciones y fábricas fomentase la individualidad o creatividad de los sujetos en contraposición a las entidades comunitarias de los sistemas históricos anteriores tal como lo expuso en El capitalismo histórico. En esto él era incluso más crítico del capitalismo que muchos de los marxistas “ortodoxos” ya que Wallerstein siempre defendió la tesis de Marx de la pauperización absoluta, solo que tiene que medirse tomando en cuenta al sistema-mundo como un todo y no a los países por separado. […] A diferencia de otros intelectuales, Wallerstein no cree en la eternidad del capitalismo sino que tuvo su inicio, su período de desarrollo, y su fase de desaparición. Así el problema político actual para Wallerstein no es la oposición entre capitalismo y comunismo, sino qué sistema (o sistemas) sucederá(n) al actual, si uno incluso peor que el capitalismo o uno relativamente más democrático e igualitario.
por Luis Garrido Soto
Imagen / Wallerstein en Ecuador, 2011. Fuente: Wikipedia.
Ha fallecido uno de los más grandes científicos sociales del siglo XX y con él un gran legado aún por explorar y aprovechar. Immanuel Wallerstein es el padre fundador del llamado “análisis de sistemas-mundo” inaugurado en 1974 con su volumen I de El moderno sistema mundial. Previamente a esa obra, él dedicó una buena parte de su labor intelectual, durante la década de 1960, al continente africano lo cual le ha proporcionado una sensibilidad en torno a los problemas del subdesarrollo. Es notoria la influencia de Los condenados de la tierra de Frantz Fanon al respecto. Además, Wallerstein se dedicó a la incipiente elaboración (junto con Terence K. Hopkins) de un marco metodológico que fuera más allá del método comparado de las sociedades nacionales el cual ya lo encaminaba a la crítica de la “teoría de la modernización” muy en boga por aquel entonces. Lo interesante aquí, es que el artículo “The Comparative Study of National Societies” co-escrito por Wallerstein y Hopkins y publicado en 1967 (posteriormente traducido al español por Crisóstomo Pizarro y publicado por las Ediciones Universitarias de Valparaíso durante el gobierno de la Unidad Popular, dicho sea de paso) fue elaborado simultáneamente a Dependencia y desarrollo en América Latina por Cardoso y Faletto con lo cual podría aseverarse que el análisis de sistemas-mundo no es una mera versión “gringa” de la teoría de la dependencia (por el uso de términos tales como “centro” y “periferia”), sino algo más. Lo que se destaca finalmente de las observaciones críticas a los métodos de análisis de sociedades nacionales, esbozada en ese texto por Wallerstein y Hopkins, es que “ninguna sociedad conocida es ‘por completo’ una sociedad nacional, ni ―y esto nos compromete prospectivamente― tampoco es probable que lo sea alguna vez”.[1]
Siete años más tarde, al publicar el volumen I de El moderno sistema mundial, Wallerstein lleva dicha directiva a un rumbo aún más radical puesto que conlleva un cambio de paradigma no sólo en el sentido de que factores “externos” impactan en las diferentes trayectorias de desarrollo histórico constitutivas de cada Estado-nación por separado. Eso ya lo habían afirmado tanto Raúl Prebisch (y la teoría económica de la CEPAL) como los teóricos de la dependencia en América Latina antes que Wallerstein (en especial Ruy Mauro Marini, Theotonio Dos Santos, Andre Gunder Frank, entre otros). El postulado de Wallerstein es mucho más radical que el de aquellos. En vez de suponer que los contornos político-jurisdiccionales constituyan por sí mismos a los sistemas sociales, él sostiene que es al revés. El sistema-mundo moderno es una entidad económica “global” fundada en una división axial del trabajo que desborda ―de hecho, comprende― varias unidades jurisdiccionales “locales” cada una de las cuales controla diferentes porciones de esa misma división axial del trabajo. Los sistemas sociales totales, por tanto, se definen por su capacidad de reproducir sus necesidades a lo largo del tiempo y del espacio, los cuales podrían tener una única estructura política (imperio-mundo) o múltiples estructuras políticas (economía-mundo). En cuanto al análisis marxista, la ampliación geohistórica de la unidad de análisis que propuso Wallerstein complica el supuesto nexo entre el modo de producción y la formación social ya que “[s]i hay proletariado, hay capitalismo, y si no, no. Por supuesto. Evidentemente. Pero ¿es Inglaterra, o México, o las Indias Occidentales, la unidad de análisis apropiada? ¿Hay en cada uno de esos lugares un ‘modo de producción’ distinto? ¿O bien la unidad apropiada (para los siglos XVI-XVIII) es la economía-mundo europea, de la que formaban parte tanto Inglaterra como México? Y en tal caso, ¿cuál sería el ‘modo de producción’ de esa economía-mundo?”.[2] Esto ha propiciado grandes disputas teóricas entre los que sostienen la perspectiva del sistema-mundo y sus críticos marxistas de orientación más “ortodoxa”, bajo el rótulo de la dicotomía entre “circulacionismo” y “produccionismo”.
El sistema-mundo capitalista en este esquema se ha venido desarrollando por medio de ciclos de expansión y contracción económica (los llamados ciclos de Kondratiev), la sucesión de potencias hegemónicas (las Provincias Unidas en el siglo XVII, el Reino Unido en el siglo XIX, y Estados Unidos en el siglo XX) así como por múltiples estallidos de expansión geográfica desde el siglo XVI con la incorporación de las Américas hasta la mundialización completa del sistema-mundo a finales del siglo XIX. Es notoria también la influencia de Fernand Braudel no solo en lo que a la longue durée (“larga duración”) concierne, sino también en adoptar la formación continua aunque cíclica de monopolios como fenómeno recurrente en el marco del capitalismo histórico lo cual conlleva que mercado y capitalismo no son lo mismo (aunque estructuralmente están ligados). Los primeros dos volúmenes de El moderno sistema mundial se centraron principalmente en la dinámica económica del capitalismo como sistema-mundo, es decir su período formativo 1450-1640 (volumen I) así como su primera crisis cíclica 1600-1750 (volumen II). El volumen III, por un lado, critica las visiones dominantes sobre la Revolución Industrial que según Wallerstein es parte de un proceso de más larga data de concentración (cíclica) de la actividad industrial en Inglaterra, y por el otro, critica la visión “liberal-marxista” de la Revolución Francesa en el sentido de que se comprende dicho evento como una prefiguración de la herencia liberal o como si Robespierre fuese una especie de anticipación a Lenin. En cambio, Wallerstein interpreta la Revolución Francesa como una revolución antisistémica (anticapitalista) la cual ha dejado como legado 1) al “pueblo” como depositario de la soberanía y 2) la normalidad del cambio político. Esa es la importancia geocultural de la Revolución Francesa para el sistema-mundo como un todo y no tanto para Francia.
El volumen IV de El moderno sistema mundial, publicado en 2011, lidia con el establecimiento del liberalismo “centrista” como geocultura dominante de la economía-mundo durante la hegemonía británica entre 1789 y 1914. Es decir, la formación del Estado liberal, la lucha de clases en el Estado liberal, la formación del concepto de ciudadanía y, por último, la formación de las ciencias sociales como expresión del liberalismo. El hilo conductor, en pocas palabras, es que las ideologías surgieron en el sistema-mundo como una estrategia de lidiar con el problema del cambio social. De esta forma Wallerstein plantea, por un lado, que el conservadurismo, liberalismo, y el socialismo surgieron como diferentes respuestas a cómo dirigir, y a qué velocidad llevar a cabo, el cambio social buscado por grupos ideológicamente opuestos y, por el otro, que el liberalismo centrista ha podido domesticar a los extremos ideológicos entre el período 1789 y 1989. Uno de los aspectos interesantes que plantea al menos como hipótesis esa cuarta entrega ―que ya había sido adelantada en Después del liberalismo― es la cuestión de si el conservadurismo, el liberalismo, y el socialismo son tres ideologías o en realidad solo una. En esa misma línea, él sugiere cómo esas tres variantes del liberalismo centrista pueden reducirse a dos, mediante alianzas (por improbables que parezcan teóricamente), dependiendo de los enemigos ideológicos en cada coyuntura. Para Wallerstein los “totalitarismos” del siglo XX ―el nacional-socialismo y el stalinismo― serían la versión “diabólica” del liberalismo centrista fundada en la (improbable) alianza entre el conservadurismo y el socialismo. Algunos han criticado esta entrega por ser demasiado “cultural” o “político” en comparación a los volúmenes previos, pero expresa muy bien la coyuntura actual del sistema-mundo bastante proclive a plantear problemas sociales en términos de la “interseccionalidad” por decirlo de algún modo. Esa es la historia grosso modo que han relatado, hasta el momento, los cuatro volúmenes de El moderno sistema mundial y es bajo estos parámetros globales que el cambio social “moderno” debe entenderse antes que considerarse como algo dado “endógenamente” por cada sociedad nacional.
Lamentablemente Wallerstein no pudo completar su colosal obra dejando de lado los proyectados volúmenes V y VI de El moderno sistema mundial. El volumen V, tal como lo proyectaba, cubriría el período entre 1870 hasta 1968/89, es decir, desde la transición hegemónica desde Reino Unido a Estados Unidos (las dos guerras mundiales) hasta el desplazamiento del liberalismo centrista como geocultura dominante del capitalismo histórico (el cual rigió desde la Revolución Francesa hasta la caída de los llamados “países socialistas”). Habría sido interesante ver cómo Wallerstein hubiera abordado el período de “entreguerras”, lamentablemente un período mayormente dejado de lado por los analistas de sistemas-mundo. Wallerstein ha escrito bastante sobre los bolcheviques y su impacto en el sistema-mundo como parte de los movimientos antisistémicos de modo que lo realmente enigmático en dicho relato (aún por escribir) serían tanto el proceso de industrialización y de la “acumulación socialista” en la Unión Soviética como el papel del nacional-socialismo así como de la Shoah en el marco de las transformaciones geohistóricas de la economía-mundo capitalista. Claramente, el turbulento período de entreguerras y la II Guerra Mundial desembocaron en el orden de la Guerra Fría como contexto de la hegemonía estadounidense, caracterizado por el duopolio atómico. El volumen VI abordaría explícitamente la crisis estructural del sistema-mundo capitalista cubriendo desde, aproximadamente, 1945/89 hasta 2050. Según él, el capitalismo histórico tiene fecha de caducidad. Dentro de este volumen no solamente hubiera tenido que ser abordado la segunda gran oleada de descolonización en los continentes Africano y Asiático incluyendo la difusión de múltiples procesos de transición al socialismo en las (semi)periferias del sistema-mundo (incluyendo la UP) junto con el desplazamiento del liberalismo centrista como geocultura del sistema-mundo (del cual la crisis de la “vieja” izquierda es parte del mismo proceso), sino también los límites estructurales del capitalismo. En ese volumen, Wallerstein hubiera tenido que narrar geohistóricamente la fase B de estancamiento económico global desde 1967/73, el declive de la hegemonía estadounidense junto con el ascenso de Asia, y los límites estructurales del capitalismo que indican la imposibilidad de reproducir el capitalismo fomentando el actual proceso de bifurcación.
Lo relevante de la propuesta de Wallerstein más allá de los volúmenes de El moderno sistema mundial es que políticamente él nunca dio concesiones a los logros del capitalismo por muy sofisticado que sea el desarrollo de las fuerzas productivas, ni tampoco creía que el capitalismo con sus plantaciones y fábricas fomentase la individualidad o creatividad de los sujetos en contraposición a las entidades comunitarias de los sistemas históricos anteriores tal como lo expuso en El capitalismo histórico. En esto él era incluso más crítico del capitalismo que muchos de los marxistas “ortodoxos” ya que Wallerstein siempre defendió la tesis de Marx de la pauperización absoluta, solo que tiene que medirse tomando en cuenta al sistema-mundo como un todo y no a los países por separado. Además, Wallerstein nunca se compró el relato del “fin de la historia”. Nunca se convenció de que la caída de los socialismos de Estado implicó por definición el triunfo del capitalismo, sino más bien su “peligro de muerte”. Wallerstein ya desde la década de 1970 ha insistido en la inminente desaparición del capitalismo histórico y en su reemplazo por otro (u otros) sistema(s) histórico(s). Solo recientemente otros intelectuales marxistas también han comenzado a compartir ese probable diagnóstico; tan solo piénsese en los libros Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo de David Harvey y ¿Cómo terminará el capitalismo? de Wolfgang Streeck. A Wallerstein se le debe bastante al respecto. A diferencia de otros intelectuales, Wallerstein no cree en la eternidad del capitalismo sino que tuvo su inicio, su período de desarrollo, y su fase de desaparición. Así el problema político actual para Wallerstein no es la oposición entre capitalismo y comunismo, sino qué sistema (o sistemas) sucederá(n) al actual, si uno incluso peor que el capitalismo o uno relativamente más democrático e igualitario.
El capitalismo desaparecerá pero no porque fracase, sino por sus propios éxitos en términos de la acumulación incesante de capital, pero está llegando al límite de sus posibilidades. Aquí está la propuesta política más explícita de Wallerstein. En primer lugar, él aboga por des-enfatizar la toma del poder estatal para luego cambiar el mundo (la estrategia de “los dos pasos”) ya que si bien ha contribuido a modificar el escenario global de la acumulación capitalista también ha contribuido a su simultáneo fortalecimiento. En este marco la dicotomía entre “reforma” y “revolución” no tiene mucho sentido. Además, la política electoral es solo una táctica defensiva de los derechos sociales conquistados con el propósito de hacer menos dolora la transición para la clase trabajadora y desposeídos. Segundo, los intentos de transformación del sistema-mundo no pueden comprenderse ni entablarse políticamente solo considerando el corto plazo. Por un lado, múltiples escalas temporales (así como espaciales) también deben incorporarse en los proyectos antisistémicos y, por el otro, la lucha política es multidimensional, está localizada en múltiples instituciones y dado bajo condiciones sistémico-mundiales. La política antisistémica, por tanto, debe considerar las fluctuaciones cíclicas y las tendencias seculares del capitalismo histórico en su quehacer transformativo. Tercero, la política de izquierdas debe apuntar al doble objetivo de profundizar la democracia y al mismo tiempo des-mercantilizar los procesos sociales. Cuarto, la política antisistémica no solo debe ser multidimensional en el sentido de abordar diferentes ámbitos, sino que debe ser agrupar a los diferentes movimientos que han surgido en las diferentes áreas geo-económicas del sistema-mundo (centro, semiperiferia, y periferia) en orden de ser más efectivos globalmente sin caer en el vicio de establecer estructuras políticas antisistémicas no-democráticas. Estas son solo algunas ideas propuestas por Wallerstein y de seguro son criticables, pero es innegable su enorme contribución tanto a las ciencias sociales como para la política de izquierdas. Hasta siempre Immanuel Wallerstein.
Notas
[1] Immanuel Wallerstein y Terence Hopkins, El estudio comparado de las sociedades nacionales, Ediciones Universitarias de Valparaíso, 1971, Chile, p. 54.
[2] Immanuel Wallerstein, “El ascenso y la futura decadencia del sistema-mundo capitalista: conceptos para un análisis comparativo”, Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos: un análisis de sistemas-mundo, Akal ediciones, 2004, España, p. 93.
Luis Garrido Soto
Licenciado en Historia y estudiante del Doctorado en Sociología, SUNY - Binghamton.