Arundhati Roy: Ficción literaria para entender la política de la India contemporánea

¿Por qué denunciar el fanatismo sociorreligioso, la expropiación de la tierra o el conflicto cachemir a través de una novela? Según Roy, el poder de la ficción es el que hace que las emociones internas de un personaje sean más tangibles que lo que ocurre en la vida real. Por eso las ficciones siempre han servido para despertar la comprensión y la compasión a la hora de mirar la realidad. Al menos las que consiguen aportar diversas perspectivas al análisis de unos hechos, contra los relatos únicos.

por Lucía López Alonso

Imagen / portada del libro de Arundhati Roy. Fotografía: Lucía López A.


Hace unos meses, el 2019 empezó en India preparándose a golpe de campaña para el proceso electoral que tendría lugar entre abril y mayo de este año. Con esta cita en el horizonte, se vieron imágenes de manifestaciones multitudinarias y dos huelgas históricas en protesta por las políticas del Bharatiya Janata Party y su correspondiente Primer Ministro, Narendra Modi, que se pudieron interpretar como primeras señales de un posible cambio de gobierno que arrebatase el poder a la ultraderecha en el subcontinente. Para más expectación, durante el mes de febrero la prensa internacional se hizo eco de un suceso que parecía indiciar un repunte de la eterna tensión indo-paquistaní: el derribo de unos aviones que no respetaron la línea área del espacio de la otra nación.

A pesar de todo, una vez rematado el escrutinio de votos, la semana pasada se concluyó que en la democracia más grande del mundo el BJP de Modi ha vuelto a ganar. Un partido de ideología reaccionaria en lo político-social (nacionalismo étnico, privatización, defensa del sistema de castas…), corrupto en el ejercicio del poder de sus cuerpos de seguridad y en la gestión de sus administraciones, y además parcial en el plano religioso, ya que ha popularizado con sus proclamas el hinduismo político.

Desde que llegó al poder por primera vez a finales de la década de los 90, el BJP ha apostado por convertir India en una república hinduista, para lo que se necesitaría un cambio en la Constitución, ya que este Estado siempre ha sido aconfesional y, aún más, paradigma de inclusión. De convivencia milenaria entre la mayoría hindú y las minorías musulmana, cristiana, budista, jainista. En cambio, a partir de 2014, cuando tomó de nuevo posesión del gobierno, el BJP está propiciando prácticas tan terroríficas como el fenómeno de los linchamientos por supersticiones o razones de fe. La recuperación de un discurso eminentemente fascista por parte de las autoridades gubernamentales está alentando que se formen turbas de fanáticos en las calles que persiguen a cualquiera que sea sospechoso, por ejemplo, de comer carne de vaca (sagrada para el hinduismo). Tanto es así, que los sociólogos llaman a los seguidores de Modi sus “grupos de vigilantes de las vacas”. Y al fenómeno de la aparición de este extremismo político-religioso, “saffronisation” (por el color azafrán de las túnicas que visten).

Escritora y activista, la vocación de Arundhati Roy es la de ejercer de contrapoder, de resistencia al extremismo. Desde que fue, en la década de los noventa, mundialmente reconocida como una autora exitosa por su novela El dios de las pequeñas cosas, ha aprovechado ese altavoz para trabajar por la paz y pensar la izquierda, dentro de las coordenadas en las que vive: la India posmoderna. Habiendo pasado dos décadas publicando únicamente ensayos, como El álgebra de la justicia infinita (sobre el poder del capitalismo, que va terminando con la libertad con la que los pueblos originarios poseían la tierra), El final de la imaginación (sobre la fantasmagórica escalada nuclear) o Retórica bélica (sobre la globalización del militarismo y la carrera armamentística remprendida por EE.UU. como respuesta al casus belli de la amenaza terrorista), en 2017 Roy volvió a la ficción con una impactante novela, El Ministerio de la Felicidad Suprema.

Impactante porque su trama reúne (y mezcla de un modo complejo y nada frívolo) las diferentes problemáticas presentes en el endurecimiento del mundo actual: su dualidad, generadora de aporofobia y de discriminación racial; censura y espionaje; el patriarcado; la destrucción del medioambiente. Y, sobre todo, la guerra moderna, su contexto, sus asimetrías, y sus causas y consecuencias. Su rentabilidad y la vulneración de derechos que supone en la realidad de sus víctimas, incluso de aquellas consideradas colaterales. También cómo surge, desde el deseo del bien común, la justificación de la guerrilla como resistencia a una agresión inadmisible.

‘Hinduidad’

A través de las historias de dos personajes femeninos, Arundhati Roy -quien también se ha convertido en referente para la lucha feminista- relata secuencias de la convulsa historia de la India contemporánea. Desde 1984, cuando turbas de radicales masacraron a miles de sijs en Delhi, a 2001 y los atentados del 11S en Nueva York. La novela de Roy describe cómo los políticos indios se dejaron seducir por la alianza de EEUU e Israel contra Afganistán, mientras “el resto de habitantes de la ciudad no entendía qué tenía que ver esa pobre gente [refugiados afganos que llegaban al norte de India] con aquellos edificios altísimos de Estados Unidos”.

Y es que a los gobernantes del subcontinente, como cuenta la novela, “los aviones que se estrellaron” les parecieron un pretexto para desplegar sus políticas abiertamente  pro hinduistas, y empezar a reprimir a las minorías (sobre todo a la musulmana, desde entonces deliberadamente identificada con el fundamentalismo islámico). Y así llegó el oscuro episodio del pogromo de Guyarat (2002), del que en la ficción el personaje de Anyum (musulmana) es superviviente y en la realidad el propio Modi fue uno de los responsables de que ocurriera. “Los hombres vestidos de azafrán enfundaron las espadas, bajaron los tridentes y regresaron mansamente a su vida laboral, a acudir a la llamada de los timbres, a obedecer órdenes, a pegar a sus mujeres y a esperar a que llegara el momento oportuno para su siguiente incursión sangrienta”, narra Roy en El Ministerio de la Felicidad Suprema sobre los hechos que sucedieron a lo acontecido en los campos de internamiento del pogromo. Haciendo, con eso de “a pegar a sus mujeres”, un llamativo uso del sarcasmo, que roza el humor negro y es habitual en su estilo literario. Le vuelve a suceder, por ejemplo, cuando explica lo que la policía decidía hacer con los cuerpos de los homeless que aparecían muertos en algún rincón de Delhi: “A la mayor parte los trasladaban al crematorio de la ciudad. Si se les identificaba claramente como musulmanes los enterraban en tumbas sin nombre que desaparecían con el tiempo y contribuían al crecimiento del suelo”.

Delitos contra el hábitat

El Ministerio de la Felicidad Suprema describe con esa misma crudeza la descarada desigualdad social en una metrópoli como Delhi: “Criados vestidos con ropa cara de segunda mano (que antes pertenecía a sus patrones) deambulan paseados por unos perros mejor arreglados aún que ellos (···), con jerséis de lana en los que se leen cosas como ¡Superman! o ¡Guau! (···) Es el efecto de desborde, la teoría de que lo que rebosa por arriba, al caer, les llega a los de abajo”. Y a la vez, aborda el fenómeno de la expropiación de las tierras indígenas y la privatización de los bosques de India. Poniendo voz a una representación de los miles de granjeros y tribales que se han visto forzados al desplazamiento porque el gobierno ha entregado sus tierras a una empresa petroquímica, para su explotación. Consiguiendo que el lector se interrogue sobre esa frustración que lleva a un campesino a suicidarse. La angustia de depender de prestamistas. La de no tener ni para alimentar a su búfalo, por la subida de precios. La de que una excavadora extranjera derrumbe su hut, su casita.

Desarrollando este tema, otra realidad que abarca la novela es la de la guerrilla naxalita, la cual Roy conoció adentrándose en el bosque como reportera, para finalmente publicar el libro-crónica Caminando con los camaradas. Desde la intimidad de alguno de sus personajes, la trama de El Ministerio de la Felicidad Suprema termina dibujando “lo que sucedió cuando aparecieron las compañías mineras que codiciaban sus tierras y la guerra que comenzó a librar la guerrilla maoísta [los llamados naxalitas] contra las fuerzas de seguridad que pretendían despejar la zona”.

Diccionario de contienda

El otro gran personaje de la novela es Tilo, una mujer enamorada de un cachemir que pertenece a la insurgencia (que lucha por la liberación de Cachemira). Testigo de múltiples tragedias y habiendo sufrido demasiadas pérdidas, Tilo crea en una de sus libretas un elocuente “Alfabeto cachemir”, en el que anota el doloroso vocabulario del que se ve rodeada. A, B “bala/batallón/bomba trampa/búnker…”, C: “cementerio/cultura de las armas/cédula de identidad/cárcel/carta de amor/comunicado de prensa…”, o D: “detener y matar”.

Roy no sólo describe ese escenario de paramilitares y toques de queda, el peligro cotidiano que se respira en el Valle de Cachemira, sino que denuncia los intereses geopolíticos que han ocasionado que este conflicto lleve sin resolverse desde su comienzo, prácticamente tras la Partición de la India. Que en la actualidad las pistolas de perdigones sigan causando ceguera a los jóvenes cachemires, porque a la comunidad internacional le interesa que los gobiernos sigan comprando armas. Como a finales de los 80, cuando Cachemira pasó a ser zona oficialmente ocupada y, como relata la novela, “los aviones llenos de turistas se fueron y llegaron los aviones llenos de periodistas. Desaparecieron las parejas de recién casados que iban a pasar allí su luna de miel. Aparecieron los soldados”.

¿Por qué denunciar el fanatismo sociorreligioso, la expropiación de la tierra o el conflicto cachemir a través de una novela? Según Roy, el poder de la ficción es el que hace que las emociones internas de un personaje sean más tangibles que lo que ocurre en la vida real. Por eso las ficciones siempre han servido para despertar la comprensión y la compasión a la hora de mirar la realidad. Al menos las que consiguen aportar diversas perspectivas al análisis de unos hechos, contra los relatos únicos.

Porque no hay una sola verdad, sino la verdad de las más de mil doscientas millones de personas que pueblan la India de la sociedad contemporánea. De ellas, Roy ha consagrado su escritura a esos más de “ochocientos millones que han sido empobrecidos y desposeídos para favorecernos a los demás”. Acostumbrada a comparecer en los tribunales acusada de desacato a las autoridades indias por su literatura y activismo, escribe sin medias tintas. Pero concluye con humildad que nunca ha pretendido liderar a nadie: “La mayoría de lo que he escrito es para estar en solidaridad con muchos movimientos de resistencia. Pero yo no estoy en su vanguardia. No estoy recetando a la gente pobre cómo debe pensar. Estoy aprendiendo de sus argumentos”.

Lucía López Alonso

Historiadora del arte (UCM), avecindada en Vallecas, Madrid.