Si pienso que estos comentarios basados en el libro contribuyen al desfonde de semejante artificio, no es solo porque el volumen esté escrito en oposición a la frondosa mitología que alimenta el fantasma mencionado. Sino precisamente porque su trama hace transitar a Blest del problema de la unidad al de la autonomía, en medio de las turbulencias reales de la política y la lucha de clases.
por Camilo Santibáñez R.
Imagen / América en Movimiento.
La historiadora Paola Orellana acaba de publicar el libro Clotario Blest en la CUT. Por la democracia de los trabajadores (América en Movimiento 2018). Aunque están escritos a su alero, los siguientes apuntes no constituyen una reseña del mismo. Tampoco tratan de calibrar su valía historiográfica –pues espero haber cumplido ambas tareas en la presentación del volumen hace algunos días en el Archivo Nacional. El propósito de estas notas, en cambio, es meramente referir dos problemas consustanciales y de permanente actualidad: la unidad de la clase trabajadora y su autonomía política.
Si creo que machacar estos problemas tiene algún objeto –incluso en esta plana sumaria-, es porque la figura de Blest, tanto como la de la Central Única de Trabajadores bajo su presidencia, componen un mismo espectro en la memoria de un amplio sector de sindicalistas de izquierda; una suerte de epítome inmaculado que oficia de brújula en la recuperación del camino que las burocracias sindicales partidistas habrían traicionado y que tiene a los trabajadores en su alicaída situación actual.
Si pienso que estos comentarios basados en el libro contribuyen al desfonde de semejante artificio, no es solo porque el volumen esté escrito en oposición a la frondosa mitología que alimenta el fantasma mencionado. Sino precisamente porque su trama hace transitar a Blest del problema de la unidad al de la autonomía, en medio de las turbulencias reales de la política y la lucha de clases.
Citaré, respectivamente, dos ejemplos ilustrativos de dichos problemas.
El apartado que el libro dedica al Congreso Constituyente de la CUT, y particularmente la documentación en torno a la Comisión Nacional de Unidad Sindical (p. 40), comportan una abundante fuente de discusión en torno al asunto de la unidad. Meramente porque estoy familiarizado con su figura, haré uso de uno de los nombres del listado de pioneros que instituyeron dicha Comisión y que incluso compartió su “secretariado relacionador” con Blest: Wenceslao Moreno. Moreno había pasado de ser cosedor de sacos a estibador en Valparaíso, donde había conseguido convertirse en jefe de la Confederación de Trabajadores Marítimos de Chile gracias a la represión que González Videla había desatado sobre los dirigentes de izquierda. Fue radical, ibañista, alessandrista y demócratacristiano según los gobiernos, para terminar siendo el representante laboral de Pinochet en Estados Unidos. No hace falta que entre en consideraciones al respecto, salvo subrayar que el destello de la supuesta singularidad de Blest dificulta más que contribuye a observar la complejidad del período, del proceso y de sus implicancias, problematizando de paso el carácter, el sustento y los costos de la clamada unidad.
Recurro a un segundo episodio útil para denotar el carácter problemático de la autonomía. Es septiembre de 1958 y Blest escribe con las elecciones presidenciales a la vuelta de la esquina: “La Central Única debe mantener su total independencia frente a cualquier gobierno como también a los partidos políticos” (p. 115). Antes de que termine el mes, sin embargo, y frente al inminente triunfo de la derecha encabezada por Alessandri, Blest se corrigió a sí mismo señalando: “Indudablemente no podremos avanzar sin contar con el apoyo de los partidos que pertenecen a la clase de los trabajadores. Yo estaba en un error cuando mantenía un gremialismo químicamente puro” (p. 117). Para octubre, el mismo Blest insistió en que la CUT tenía que interceder en respaldo a Salvador Allende –inclusive contra los comunistas, que defendían que dicho respaldo concernía a los partidos y no a la Central (118); una disputa que finalmente perdió junto a los socialistas.
Como sabemos, las posiciones de Clotario Blest se radicalizaron tras el triunfo de Alessandri, a costo incluso de la antes tan enaltecida unidad de la clase trabajadora. Sin embargo, su actual recuperación sindicalista parece pasar de largo por estos episodios, pese a ser políticamente más relevantes que cualquiera otro.[1]
Desde luego, el asunto de la unidad y la autonomía contaban con varias décadas de altercados en el seno del movimiento obrero chileno para entonces. El mismo Clotario Blest provenía de un sindicalismo cristiano que había trabado duras discusiones con el “sindicalismo blanco” a principios de la década del veinte, dada la conducción que el Partido Conservador detentaba en él. Pese a que los historiadores han tendido a confundirlos con el anarquismo, los alegatos propiamente sindicalistas son bastante explícitos en la década previa, y haríamos bien en considerar el surgimiento de la IWW chilena –y prácticamente la totalidad del derrotero sindical posterior- en la misma línea.
Entre otras cosas porque el problema de la relación entre sindicalismo y partido es un asunto sumamente concreto para quienes asumen en la actualidad el posicionamiento político al que obliga siempre la lucha de clases. Y la utilidad de la historiografía estriba en no dar tregua a los hiatos que esquivan las incomodidades propias de las disputas reales y alientan las evasiones nostálgicas de la frustración.
El libro de Paola Orellana contribuye a dicha tarea porque extirpa a Blest del sitial de mártir en el que ha sido colocado. Si además logra impactar en dicha procesión, el libro habrá logrado su ambicioso cometido.
Notas
[1] Esta misma recuperación del Blest esencial y eminentemente autónomo se mantiene a una distancia conveniente del interrogante que encierra la profunda admiración que guardaba por un hombre de partido como Luis Emilio Recabarren.
Camilo Santibáñez R.
Historiador y docente del Departamento de Historia de la Universidad de Santiago de Chile.