Si la izquierda pretende complejizar su mirada respecto a las problemáticas sociales introduciendo la perspectiva feminista (e interseccional), intentando una correcta adecuación de los dogmatismos a los fenómenos actuales, es necesario desprenderse de tres sesgos importantes que aparecen en los movimientos actuales: el maternalismo, la victimización y el punitivismo. Donde de alguno u otro modo, cada uno de estos sesgos genera una acción política dentro de los límites impuestos por el mismo sistema patriarcal, usando sus códigos y reproduciendo sus representaciones.
por María José Clunes S.
Imagen / Prostituta Japonesa, ca. 1880~1890s. Fuente: noel43
Plantear la reflexión sobre ‘prostitución’ en el marco de una nueva conmemoración del 1 de mayo en un medio de izquierda, da cuenta de la vivacidad de las problemáticas de género y clase, así como de los temas vinculados a raza y sexualidad en la actualidad, que llaman a una revisión de las ideas y valores de formación que hemos recibido, a los métodos empleados desde la izquierda para la caracterización del movimiento popular, al verse la coyuntura atravesada por tantos factores. Lo primero que salta a la vista al hacer esta revisión, son los silencios que hemos mantenido como sociedad de modo impertérrito -en este caso, hablamos principalmente de la sexualidad, pero también aplica para temas de memoria- que han conseguido trabar la reflexión. Nos hemos negado la pregunta. Tabúes y dogmas tan anclados en nuestras instituciones que redundan en una falta de acuerdos y la necesidad de explicar(se), algo tan evidente como el por qué la ‘prostitución’ tiene la connotación de trabajo.
Dicho esto, cabe destacar que denominar como ‘trabajo sexual’ a la ‘prostitución’ implica, indefectiblemente, una toma de posición que precisa con este último concepto, la mención a un objeto histórico, mientras que con el primero se nombra a un sujeto político. Áreas como las ciencias históricas o las ciencias jurídicas, suelen referirse al servicio que prestan las personas que intercambian sexo por dinero como ‘prostitución’ (del latín prostitutio: exhibir para la venta)[1] en tanto, tras una pretensión de objetividad, se toma distancia de la promoción de algún tipo de acción regulatoria de parte del Estado que diera a este servicio el estatus de trabajo, condición que llevaría implícita la denominación de ‘trabajo sexual’. Así el primer concepto que alude a la necesidad de cierta neutralidad valórica para referirse a un fenómeno histórico o jurídico, en un espacio coloquial, puede contener una carga moral y de estigma que cosifica a la persona. Del mismo modo nociones biempensantes como ‘situación de prostitución’, asimilable al concepto de persona en situación de discapacidad, que es costumbre usar en algunos informes de Derechos Humanos, también con cierta pretensión de neutralidad, derechamente contienen la prenoción de la mediación de un otro en tanto proxeneta o explotador, negando la posibilidad de la existencia de un tipo de trabajo sexual autónomo o cooperativo, organizado y autogestionado por las y los trabajadores
Al considerar a las trabajadoras y trabajadores sexuales como un sujeto político se denota que se está en presencia de un colectivo organizado, a que el apelativo de “trabajo sexual” y/o “trabajadoras/es sexuales”, hace eco de una exigencia que, desde 1975, hacen las personas que prestan servicios sexuales para ser llamadas de esta manera, mediante acciones de protesta y denuncias colectivas. Tal como se relata a continuación “en 1975, más de cien prostitutas se tomaron una iglesia en Lyon, Francia, con el fin de protestar contra de la represión policial, declarando públicamente que no se irían de allí hasta que se levantaran las sentencias de prisión contra sus miembros. Puede que el movimiento, por lo que entonces se llamaba los derechos de las prostitutas, haya surgido a partir de las demandas de libertad sexual, pero sus propias demandas eran de libertad ante la violencia policial” (Grant, 43) [2]. Este hito se torna fundamental para la acuñación de los conceptos de ‘trabajo sexual’ y ‘trabajadores sexuales’, que comienzan a ser promovidos en los ’70 por agrupaciones tales como Call Out Your Old Tired Ethics (COYOTE) en Estados Unidos y English Collective of Prostitutes, en Inglaterra. A partir de los ’80, comienza a regarse este concepto en Latinoamérica con el surgimiento de distintas organizaciones como: la Asociación de Trabajadoras Autónomas “22 de Junio” de El ORO (Ecuador, 1982); la Asociación de Meretrices Profesionales del Uruguay – AMEPU (Uruguay, 1986), la Asociación de prostitutas de Río de Janeiro (Brasil, 1987) (Morcillo, 10)[3]
El gesto de llamarse a sí mismas trabajadoras sexuales no se relaciona ni directa, ni necesariamente con una demanda al Estado por un tipo de regulación específica, no, es el término que consagra -reparación moral y expiación de culpas mediante- la reconciliación de la persona que presta servicios sexuales con su oficio y que por medio del uso de este concepto, reclama una mínima reparación para subsanar las “consecuencias de la ausencia de reconocimiento o del reconocimiento fallido” (Honneth, 130)[4]. En palabras de Carol Leigh[5] – “en 1979 o 1980, asistí a una conferencia en San Francisco organizada por Women Against Violence in Pornography and Media[6]. Había intentado presentarme como una suerte de embajadora en este grupo. Yo planeaba identificarme como prostituta, algo que nadie había hecho por aquel entonces en contextos públicos y políticos. Encontré la sala del taller sobre prostitución. Vi un papel impreso con el título del taller que incluía la frase “Industria del consumo sexual”, estas palabras sobresalían y me avergonzaron. ¿Cómo podía sentarme en pie de igualdad frente a otras mujeres mientras yo estaba siendo cosificada de esa manera, descripta solamente como algo para usar, oscureciendo mi rol como agente en esta transacción?”[7].
En este sentido, plantearse desde la perspectiva de las trabajadoras sexuales y su lucha por el reconocimiento, ya que mucho se “habla de ellas pero sin escucharlas” (Juliano, 83)[8], constituye hacer frente al estigma que pesa sobre esta actividad. Pues se pone sobre la mesa la intersección entre las nociones de género, clase, raza y sexualidad que atraviesan este y otros fenómenos sociales; imbricaciones que se tornan ineludibles para un análisis más acucioso de las correlaciones de poder y la caracterización de los movimientos políticos actuales cuya pluralidad constituye un dato de la causa.
La interseccionalidad como apuesta teórica y política del feminismo decolonial[9] es una perspectiva pujante y punzante actualmente para el feminismo liberal y encuentra –a mi juicio- en el trabajo sexual su encarnación más evidente. Basta pensar en un caso típico de una trabajadora autónoma de nacionalidad dominicana de pie en una esquina de la Plaza de Armas de Santiago de Chile a las 6 de la mañana esperando prestar un servicio sexual al obrero de la construcción que pasa por ahí. Se está frente a una mujer, trabajadora por cuenta propia, afrodescendiente, migrante, sexualmente disidente, que decide desarrollar un oficio que compone una práctica sexual reñida con la moral conservadora dominante. Género, clase, raza y sexualidad, representados y operando, en términos de determinaciones y significaciones, sobre aquel sujeto que trabaja en una esquina.
Sin embargo, constatar este cruce, no da garantías de que el análisis académico, que devela los componentes de la situación de subalternidad que habitan las personas trabajadoras sexuales, devenga en un reconocimiento de su estatus de trabajadoras/es asalariadas/os y esta omisión puede interpretarse a lo menos a partir de dos entradas:
La primera entrada tiene que ver con el hecho de que la aplicación de la matriz interseccional de género/clase/la raza/sexualidad puede encontrarse igualmente sesgada por los estigmas que pesan sobre el trabajo sexual. Por ejemplo, respecto al género, aunque parezca anodino aclarar esto, suele pensarse el ejercicio del trabajo sexual a partir de un paradigma binario que lo asocia a la dominación de las mujeres (cisgénero y heterosexuales) por parte de hombres (cisgénero y heterosexuales); esta falta de matices en la mirada, impide hilar fino y develar las múltiples relaciones posibles e imaginables que se pueden dar en el trabajo sexual considerando únicamente la variable de género (trabajadoras/es sexuales y clientes/as hombres, mujeres, trans, queer, etc.). En relación a esta misma perspectiva de género, se podría hacer una lectura más honda sobre aquellas subalternidades y hegemonías que se dan tanto en el trabajo sexual como fuera de él, donde lo femenino sigue estando supeditado a lo masculino y se reproducen las mismas desigualdades de poder. Porque efectivamente, el trabajo sexual está feminizado. La pregunta aquí es si es en el trabajo sexual solamente donde se debiera librar esta batalla por la igualdad de los géneros.
Siguiendo con el análisis de los componentes de esta matriz, ahora en términos de la clase, hay quienes ven la explotación y la precarización laboral como sinónimos de una vulnerabilidad que sería propia de las personas que se dedican al trabajo sexual, convirtiéndoles en rasgos específicos del trabajo sexual y -si bien es cierto que el manto de clandestinidad y/o criminalización en las que se desarrolla esta actividad propicia una mayor explotación y precarización- éstas no tienen por qué constituir la base para una ausencia de voluntad y consentimiento de parte de quienes se dedican al trabajo sexual que pudiera hacerles especialmente más vulnerables, al contrario, esta situación de explotación y precarización, junto con la toma de conciencia respecto a los derechos vulnerados, pueden ser vistas como una posibilidad cierta para el paso de la clase en sí a la clase para sí. Surgiendo nuevamente la siguiente interrogante ¿vamos a abolir la explotación cuando se acabe el trabajo sexual, acaso no vivimos todas/os en un régimen de explotación laboral –incluso algunas/os en una situación peor- en un contexto neoliberal?
Por último, en relación a la raza y a la sexualidad la lógica que opera es similar, pues la visión también es totalizante y unidireccional; en el primer caso, se asume frente a la/el trabajador/a sexual racializada/o que: i. por su exótica corporalidad es siempre un/a trabajador/a sexual y/o ii. es siempre una víctima de trata[10] –donde la persona afrodescendiente vuelve a ser vista como esclavizada, negando su propia voluntad (y decidida determinación, muchas veces) de ser trabajador/a sexual; al igual en cuanto a la sexualidad, al ser el trabajo sexual disidente con la normativa hegemónica, se asume que en ‘esas’ personas que se dedican al trabajo sexual opera un cuadro psicopatológico que tiene como piezas del engranaje el trauma y la perversión, ya que son personas que quebrantan la sacralidad de lo genital.
La otra entrada tiene que ver con algo que se esboza sutilmente en la trama de prejuicios descritos anteriormente, y tiene que ver con que la temprana alianza entre el movimiento feminista y las luchas contra el racismo, llevó a la comparación de la dominación colonial con la dominación patriarcal, estableciendo analogías entre las mujeres y los esclavos; esta mirada produjo estrechas alianzas entre las luchas abolicionistas y las luchas feministas del siglo XIX en EE.UU. y las trasposiciones de estas reivindicaciones en materias de derecho en campañas comunes por el sufragio de la población negra y de las mujeres pusieron en evidencia las similitudes de funcionamiento entre el racismo y el sexismo en términos de exclusión, que si bien pudieron ser muy potentes (y lo siguen siendo) en un sentido, terminan instalando subrepticiamente un sesgo victimizante que tiñe algunas acciones del feminismo radical actual.
Como consecuencia de estas caricaturas que instala el sentido común dominante respecto al trabajo sexual, el abolicionismo toma fuerza en países donde la organización de trabajadoras sexuales se ha ido fortaleciendo con un discurso político potente, como ocurre en Argentina o España, donde al interior del movimiento feminista se juega una interesante disputa respecto a la legitimidad de la regulación del trabajo sexual o bien si se trata de la reproducción del sistema patriarcal, haciéndole el juego al conservadurismo. Se instalan prácticas que niegan, invisibilizan y victimizan/criminalizan a las personas trabajadoras sexuales, y digo ‘victimizan/criminalizan’ porque es en pos de la ‘liberación de las mujeres oprimidas y explotadas sexualmente’ víctimas del patriarcado, que se avalan allanamientos, clausuras, desalojos, privaciones al derecho a la sindicalización, entre muchas otras prácticas represivas con color de lucha feminista. No por nada en este paso por el fin del mundo de Silvia Federici[11] y Judith Butler[12], fueron interpeladas a tomar posiciones sobre el trabajo sexual, cual si fueran oráculos, para ver qué horizontes debiera seguir “el” feminismo; así mismo Ángela Davis en su visita a España tuvo que precisar que si se refiere a algún tipo de feminismo abolicionista, su objetivo es y serán las cárceles y las fuerzas represivas, jamás el trabajo sexual[13].
Ahora bien, concediendo las claridades que otorga para el análisis la matriz interseccional y concibiendo los límites dados por la oposición al trabajo sexual como fenómeno, cabe indagar en los alcances del regulacionismo como posición. En primer lugar, señalar que la regulación en torno al trabajo sexual puede ser positiva o negativa[14], en el sentido de que perfectamente se puede regular el trabajo sexual en términos restrictivos, lo que constituye el llamado “prohibicionismo”. Por otro lado, existe una corriente pro derechos sociales y laborales, que recibe el nombre de “laboralización” dentro de la cual se considera toda clase de normativas que propenderían a un reconocimiento legal, económico y/o social, del trabajo sexual como trabajo. Por ejemplo, en Chile si bien impera un sistema de regulación del trabajo sexual prohibicionista que tiende al abolicionismo, con la limitación impuesta en el código sanitario a la consumación de los servicios sexuales en espacios cerrados, se oscila hacia un modelo regulacionista laboralista, en la medida en que se reconoce su existencia para dar acceso a un control de salud sexual especial (en respuesta al estereotipo de ser el foco de infección) o en la aplicación de criterios generales en materia laboral, cuando se trata de algún juicio entre una persona trabajadora sexual y su patrón/a.
Con este andamiaje legal, la salida de la regulación es polémica, ya que implica reclamar al Estado cierto cambio en las condiciones y se vuelve complejo imaginar un sistema que satisfaga la diversidad de formas en las que se realiza el trabajo sexual. En Chile, la organización de trabajadoras sexuales, Margen, heredera del extinto sindicato Ángela Lina, como parte del impulso que se han dado a sí mismas todas las organizaciones que componen la Red Latinoamericana de Mujeres Trabajadoras Sexuales, se han impuesto la labor de conseguir que en los países de América Latina se regule positivamente el trabajo sexual, teniendo a la base el consenso en torno a ideas como el trabajo sexual autónomo, sin intermediarios y cooperativo. Así, la sindicalización se entiende como instrumento clave de organización, en tanto detenta el estatus de trabajadoras a quienes lo componen; o el acceso a los derechos sociales que posee cualquier persona perteneciente a la clase trabajadora (que, en nuestro país y continente, son más bien mínimos, pero del todo negados en el caso de las/os trabajadoras/es sexuales). Esta agenda de incidencia para la regulación de derechos, mantiene en tensión la adopción de una estrategia sindicalista clásica y corporativista, presa de la burocracia y proclive a una dependencia estatal. La otra opción es promoción, bajo el mismo mote de Sindicato, de otros modos de organización más propios de las condiciones de ejercicio del trabajo sexual actuales, donde el dinamismo y la multiplicidad son el sello. Esta capacidad creativa e inventiva organizacional es algo consubstancial a quienes integran estas organizaciones, ya que cargan con la experiencia en la memoria colectiva de haber sido en algún momento las desfachatadas, las que se creyeron trabajadoras sexuales (putas para los otros) se organizaron y exigieron derechos corriendo los cercos de lo posible e imaginable.
Como crítica al regulacionismo, se debiera tener en cuenta algunos aspectos. En primer lugar, se deben explorar los fundamentos tras el respaldo a la lucha de las trabajadoras sexuales, cautelando “que sea pues la razón de sus argumentos y el desenlace de la libre voluntad de las y los trabajadores del sexo” (Illescas, 5) [15], puesto que pudiera estar operando el mito de que el trabajo sexual en sí es violencia, y la normativa vendría a proteger de este contexto inherentemente violento para las personas que están en él. Desde el punto de vista del discurso de las trabajadoras sexuales, habría que cuidar a qué se está refiriendo con la autonomía y la libertad de decisión ya que, si bien son condición para el ejercicio libre y consentido del trabajo sexual, también pueden estar encubriendo una concepción altamente individualizada respecto al uso del propio cuerpo que más bien responden a la lógica de la propiedad privada, altamente neoliberal y mercantil.
Para ir cerrando, sólo señalar que frente a este tema las aguas están divididas y hay mucho lobby de lado y lado, pues se entiende que es a nivel de las grandes esferas del poder es donde se zanja el estatuto de crimen o trabajo, del trabajo sexual. Personalmente recomiendo –debido a mi formación profesional, probablemente- una mirada crítica y contextualizada respecto al fenómeno del trabajo sexual, de modo de hacer el análisis de los poderes en juego en cada caso, la correlación de fuerzas de este momento histórico; pero particularmente que nuestras principales fuentes de información deben ser las propias trabajadoras sexuales como colectivo –cosa que debo a mi formación militante-; esto, porque con certeza que en el caso a caso, podremos encontrarnos con una que otra situación de violencia de género[16].
En este sentido, si la izquierda pretende complejizar su mirada respecto a las problemáticas sociales introduciendo la perspectiva feminista (e interseccional), intentando una correcta adecuación de los dogmatismos a los fenómenos actuales, es necesario desprenderse de tres sesgos importantes que aparecen en los movimientos actuales: el maternalismo, la victimización y el punitivismo. Donde de alguno u otro modo, cada uno de estos sesgos genera una acción política dentro de los límites impuestos por el mismo sistema patriarcal, usando sus códigos y reproduciendo sus representaciones.
Brevemente, el maternalismo, en las palabras de Marta Lamas[17], es el “paternalismo de las feministas abolicionistas, que pretenden ‘rescatar’ y ‘salvar’ a las mujeres, aun en contra de sus deseos y su voluntad” (Lamas, 2014, 8)[18]. Lo que habla de una actitud asistencialista –de base comunitaria- que ve objetos de protección y tutelaje, allí donde hay sujetos con plena capacidad de decisión y consentimiento. Por su parte la victimización, abordada también por Marta Lamas, quien al respecto señala que “precisamente entre los efectos de poder que Foucault busca en las creencias y prácticas sexuales hoy destacan el victimismo y el mujerismo que articulan el discurso sobre el acoso” (Lamas, 2018, 5)[19] donde lo más preocupante sería el avance de un puritanismo propio de la cultura norteamericana y un nuevo tipo de control social del cuerpo y las prácticas sexuales de las mujeres, que encierra un arma de doble filo, en la medida en que –principalmente la mujer- es quien ‘padece’, a quien ‘le suceden’ determinadas situaciones de violencia, donde se prioriza la agencia del victimario, con el peligroso resultado de convertir a la mujer en un agente pasivo, nulo, en estas dinámicas relacionales. Por último, el punitivismo que como enfoque “proviene de bases culturales que, desde la americanización y la tradición judeo-cristiana, reproduce los mandatos tradicionales de la sexualidad femenina sobre la pureza del cuerpo y la dignidad de la mujer” (Fernández de la Reguera 2019)[20] hace correr el grave riesgo de reinstalar medidas represivas propias de un conservadurismo acérrimo, frente al cual se han conseguido mínimas garantías de respeto a derechos (principalmente para las personas blancas y ‘de bien’) como para imponer nuevas formas de vigilancia y castigo. Nuevamente aquí y en las dos situaciones mencionadas, se intenta resolver el problema que nos hemos planteado al abrir los ojos a la obscenidad de la violencia machista y la burda desigualdad, con herramientas que nos entrega el mismo sistema que queremos combatir. El desafío está en la apuesta en nuestros espacios por afinar la reflexividad crítica y apostar a la creatividad militante por delante.
Notas.
[1] Para profundizar en este concepto, recomiendo revisar el “Apéndice: Acerca de prostituta, meretriz, puta y ramera” que Soledad Chávez realiza a modo de epílogo en la traducción del libro “Haciendo de Puta. La labor del Trabajo Sexual” de Melissa Gira Grant.
[2] Melissa Gira Grant (2016) “Haciendo de puta. La labor del trabajo sexual”, Pólvora Editorial.
[3] Morcillo, Santiago, & Varela, Cecilia. (2016). Trabajo sexual y feminismo, una filiación borrada: traducción de “inventing sex work” de Carol Leigh (alias Scarlot Harlot). La ventana. Revista de estudios de género, 5(44), 7-23. Recuperado en 24 de abril de 2019, de http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1405-94362016000200007&lng=es&tlng=es.
Al listado anterior, podríamos añadir la Asociación Pro derechos de la Mujer Ángela Lina, fundada en Chile, en 1993 y la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina que nace en Argentina en 1994, entre otras.
[4] Axel Honneth. (2006). El reconocimiento como ideología. Isegoría. 35, 129-150
[5] Artista y militante estadounidense a quien se señala como la responsable de la divulgación del concepto de ‘trabajo sexual’.
[6] Una curiosidad respecto al grupo Women Against Violence in Pornography and Media (que surge en San Francisco en 1977) es que, a raíz del debate respecto a la industria pornográfica, un grupo de feministas radicales conformó Women Against Pornography (Nueva York, 1978) que se declara abiertamente contra la pornografía y finalmente en contra de la prostitución.
[7] Morcillo, Santiago, & Varela, Cecilia. (2016). Trabajo sexual y feminismo, una filiación borrada: traducción de “inventing sex work” de Carol Leigh (alias Scarlot Harlot). La ventana. Revista de estudios de género, 5(44), 7-23. Recuperado en 24 de abril de 2019, de http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1405-94362016000200007&lng=es&tlng=es.
[8] Juliano, Dolores. (2005). El trabajo sexual en la mira: polémicas y estereotipos. Cadernos Pagu, (25), 79-106. https://dx.doi.org/10.1590/S0104-83332005000200004
[9] Desde una perspectiva latinoamericana y caribeña, a partir de una epistemología feminista del sur, nombres como Ochy Curiel, Yuderkys Espinosa permiten echar luz sobre las vicisitudes de la aplicación de esta matriz, y si bien muestran distancias respecto del trabajo sexual, su aporte en innegable en materia del pensamiento feminista latinoamericano.
[10] Notable vuelco de la comprensión de este concepto que en sus inicios sólo contemplaba como trata la de personas ‘blancas’,
[11] Frente a una mayor polarización del debate, quizás el posicionamiento de Federici fue más enfático en Argentina, aquí unas notas de algo de lo dicho en su paso por Chile: https://radiojgm.uchile.cl/silvia-federici-el-fascismo-es-el-capitalismo-que-deja-caer-la-mascara/ y https://www.eldesconcierto.cl/2018/11/09/federici-saca-chispas-asi-fue-la-historica-visita-de-la-feminista-italiana-por-la-universidad-de-santiago/
[12] Con un tono más maternalista, pero pro derechos también, Judith Butler se refirió aquí y en un conversatorio con el CUDS sobre la legitimidad del trabajo sexual y su consecuente valoración como trabajo https://www.eldesconcierto.cl/2019/04/11/judith-butler-solo-a-traves-de-la-huelga-el-gobierno-y-la-prensa-pueden-ver-claramente-cuanto-trabajo-hacen-las-mujeres/
[13] “El feminismo será antirracista o no será”, jueves 25 de octubre 2018, Casa Encendida de Madrid https://www.youtube.com/watch?time_continue=1&v=1zBDpGI9RTw
[14] Para un magnífico recorrido por la normativa chilena respecto al trabajo sexual, recomiendo el texto “Lupanares, burdeles y casas de tolerancia: tensiones entre las prácticas sociales y la reglamentación de la prostitución en Santiago de Chile: 1896-1940” de Ana Gálvez Comandini. Disponible en: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5159860
[15] Illescas, Jon E. (2007) La Prostitución y el Socialismo: por un debate sincero y abierto Disponible en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=50600
[16] Incluso con situaciones de trata para fines de explotación sexual, o con hechos de explotación sexual de Niños, Niñas y Adolescentes, ya que el silencio “permite de este modo que miles de hombres y mujeres permanezcan en una verdadera situación de neoesclavismo y trata de blancas al no estar regularizada esta profesión, y por tanto, al margen de todo control legal. Así, un trabajo que jamás desaparecerá y menos en la sociedad capitalista, se perpetua bajo el control de las mafias más salvajes, cruentas, inhumanas y paracapitalistas que ejercen un control “de facto” sobre estos seres humanos” (Illescas, 3) siendo este un importante motivo para regular, apuntar qué es trabajo sexual y qué es un delito propiamente tal.
[17] Antropóloga y directora de la revista Debate Feminista y profesora-investigadora del Programa Universitario de Estudios de Género de la UNAM, y que ha investigado largamente en trabajo sexual en México y América Latina.
[18] Lamas, Marta (2014). ¿Prostitución, trata o trabajo? Revista Nexos. México. Disponible en: https://www.nexos.com.mx/?p=22354
[19] Lamas, Marta (2018). Acoso: Denuncia o victimización. Revista Nexos. México. Disponible en: https://www.nexos.com.mx/?p=38311
[20] Fernández de la Reguera Ahedo, A. (2019). Lamas, M. (2018). Acoso. ¿Denuncia legítima o victimización?. Revista Interdisciplinaria de Estudios de Género de El Colegio de México, 5, 1-8. doi: http://dx.doi.org/10.24201/eg.v5i0.383
María José Clunes Squella
Licenciada en Sociología, Universidad de Chile; y Magíster en Afectividad y Sexualidad, Universidad de Santiago de Chile. Desde 2012 integra la organización de trabajadoras sexuales en Chile, Fundación Margen de Apoyo y Promoción de la Mujer.
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