Saliendo del Castillo Vampiro

Revista ROSA reproduce aquí la traducción de Alfonso Pizarro de un artículo del crítico radical inglés Mark Fisher (1968-2017) aparecido originalmente en OpenDemocracy en noviembre de 2013. Esta intervención -relativamente desconocida en Chile- generó una ácida polémica en la izquierda inglesa al momento de su publicación. Más allá de las particularidades del contexto y la especificidad de las disputas sobre las que intervino, sus afirmaciones resuenan en varios de los debates actualmente en curso en el seno de la izquierda chilena.

por Mark Fisher

Imagen / Philip Burne-Jones, Le Vampire. Fuente: Wikipedia.


Este verano, consideré seriamente retirarme de cualquier participación en política. Exhausto por el exceso de trabajo, incapaz de actividad productiva, me encontré a la deriva en las redes sociales sintiendo incrementarse mi depresión y agotamiento.

‘La izquierda’ de Twitter puede ser, a menudo, una zona miserable y desalentadora. A principios de este año, había tormentas twitteras de alto perfil, en las cuales figuras particulares, que se identifican con la izquierda, fueron ‘interpeladas’ y condenadas. Lo que estas figuras habían dicho fue objetable a veces; pero, sin embargo, el modo en que eran personalmente vilipendiadas y perseguidas dejó un residuo horrible: el hedor de la mala conciencia y del moralismo caza-brujas. La razón por la cual no expresé una opinión en público en ninguno de estos incidentes, me avergüenzo de decirlo, fue el temor. Los matones estaban en otra parte del patio. No quería atraer su atención hacia mí.

La violencia abierta de estos intercambios estaba acompañada por algo más dominante y, quizá por esa razón, más extenuante: una atmósfera de resentimiento fastidioso. El objeto más frecuente de este resentimiento es Owen Jones, y los ataques a Jones – la persona más responsable de elevar la conciencia de clase en el Reino Unido durante los años recientes – fueron una de las razones por las cuales yo estaba tan abatido. Si esto es lo que le ocurre a un izquierdista que, de hecho, está teniendo éxito en llevar la lucha de clases al centro de la vida británica ¿por qué alguien querría seguirlo a los medios de comunicación dominantes? ¿Acaso el único modo de evitar este abuso por goteo es permanecer en una posición de marginalidad impotente?

Una de las cosas que me sacó de este estupor depresivo fue ir a la Asamblea Popular [People’s Assembly] en Ipswich, cerca de donde vivo. La Asamblea Popular había sido recibida con las usuales expresiones desdeñosas y fastidiosas. Esto era, se nos dijo, un truco inútil, en el cual los izquierdistas mediáticos, incluyendo a Jones, estaban engrandeciéndose a sí mismos en lo que era otra demostración de la cultura cupular de las celebridades. Lo que de hecho ocurrió en la Asamblea de Ipswich fue muy diferente a esta caricatura. La primera mitad de la tarde -culminando en un vehemente discurso de Owen Jones- ciertamente fue dirigida por los oradores cupulares. Pero la segunda mitad del encuentro consideró a activistas de clase trabajadora de todas partes de Suffolk hablando entre sí, apoyándose entre sí, compartiendo experiencias y estrategias. Más allá de ser otro ejemplo de izquierdismo jerárquico, la Asamblea Popular fue un ejemplo de cómo lo vertical puede ser combinado con lo horizontal: el poder de los medios de comunicación y el carisma pudieron atraer a la sala a personas que no habían estado previamente en un encuentro político, en donde pudieron hablar y producir estrategias con activistas experimentados. La atmósfera fue antirracista y antisexista, pero refrescantemente libre de la paralizante sensibilidad de culpa y sospecha que cuelga sobre la izquierda de twitter como una niebla sofocante y agria.

Luego estaba Russell Brand. He sido hace tiempo admirador de Brand – uno de los pocos comediantes de renombre en la escena contemporánea que tiene un origen de clase. Durante los años recientes, ha habido un aburguesamiento gradual, pero implacable, de la comedia en televisión, con el absurdamente ultra-cuico papanatas [ultra-posh nincompoop] de Michael McIntyre y una lóbrega llovizna de insípidos oportunistas graduados dominando el escenario.

El día previo a que la ahora famosa entrevista de Brand con Jeremy Paxman fuese emitida por Newsnight, yo había visto la presentación de stand-up de Brand, El Complejo del Mesías, en Ipswich. La presentación fue desafiantemente proinmigrante, procomunista, antihomofóbica, saturada con inteligencia de clase trabajadora y sin miedo a mostrarla, y queer en un modo en que la cultura popular solía serlo (i.e. nada que ver con la piedad identitaria de cara avinagrada con la que nos encajaron los moralizantes de la ‘izquierda’ postestructuralista). Malcolm X, el Che, la política como desmantelamiento psicodélico de la realidad existente: esto fue el comunismo como algo cool, sexy y proletario, en vez de sermones que apuntan con el dedo.

La siguiente noche, estaba claro que la apariencia de Brand había producido un momento de división. Para algunos de nosotros, el desmontaje forense de Paxman fue intensamente conmovedor, milagroso; no podía recordar la última vez que se le haya dado el espacio a una persona de origen de clase trabajadora para destruir, usando inteligencia y razón, tan consumadamente a un ‘superior’ de clase. Esto no fue Johnny Rotten agarrando a garabatos a Bill Grundy – un acto de antagonismo que confirmaba, antes que desafiar, los estereotipos de clase. Brand había burlado a Paxman – y el uso del humor fue lo que separó a Brand de la adustez de tanto ‘izquierdismo’. Brand hace que la gente se sienta bien de sí misma; mientras que la izquierda moralizante se especializa en hacer sentir mal a la gente, y no está feliz hasta que sus cabezas están doblegadas por la culpa y aversión propias.

La izquierda moralizante se aseguró rápidamente de que la historia no fuera sobre la extraordinaria ruptura de Brand de las convenciones insípidas del ‘debate’ en los medios de comunicación dominantes, ni sobre su afirmación sobre que la revolución iba a ocurrir. (Esta última afirmación sólo pudo ser escuchada por la ‘izquierda’ narcisista pequeñoburguesa de oídos sordos, como que Brand estaba diciendo que él quería liderar la revolución – algo que sólo respondía al típico resentimiento de: ‘Yo no necesito de una celebridad resucitada dirigiéndome a mí’.) Para los moralizantes, la historia dominante iba a ser sobre la conducta personal de Brand – específicamente sobre su sexismo. En la atmósfera macartista febril fermentada por la izquierda moralizante, observaciones que podrían ser interpretadas como sexistas significaban que Brad es un sexista, lo que también significaba que él es un misógino. Desde antes ya cortado, terminado, condenado.

Es cierto que Brand, como cualquiera de nosotros, debería responder por su comportamiento y por el lenguaje que usa. Pero tal cuestionamiento debería tomar lugar en una atmósfera de camaradería y solidaridad, y probablemente no en público en primera instancia – a pesar de que cuando Brand fuera cuestionado sobre su sexismo por Mehdi Hasan, demostró exactamente el tipo de humildad buenhumorada que está enteramente carente en las caras inmutables de aquellos que lo habían juzgado. ‘No creo ser sexista, pero recuerdo a mi abuela, la persona más amorosa que he conocido, pero ella era racista, pero no creo que ella lo supiera. No sé si tengo alguna resaca cultural, sé que tengo un gran amor por la lingüística proletaria, tales como “mi amor” [darling] y “[bird]”, así que, si las mujeres creen que soy sexista, están en una mejor posición que yo para juzgarlo, así que trabajaré en ello.’

La intervención de Brand no fue una puja por liderazgo; fue una inspiración, un llamado a las armas. Yo, por lo pronto, me inspiré. A pesar de que algunos meses antes me habría quedado en silencio, mientras que los moralizantes de la ‘CuicoIzquierda’ [PoshLeft] sometían a Brand a sus tribunales arbitrarios y a asesinatos de personalidad – con ‘evidencia’ espigada usualmente por la prensa de derecha, siempre tan dispuesta a prestar una mano – esta vez yo estaba preparado para encargarme de ellos. La respuesta a Brand rápidamente se volvió tan significativa como el intercambio de Paxman mismo. Como Laura Oldfield Ford observó, este fue un momento clarificador. Y una de las cosas que a mí se me clarificó fue el modo en que, durante los años recientes, cuánto la autoestilizada ‘izquierda’ ha suprimido la cuestión de la clase.

La conciencia de clase es frágil y fugaz. La pequeñoburguesía que domina la academia y la industria cultural tiene todo tipo de desviaciones sutiles y cauciones que previenen incluso que el tema surja y, luego, si es que surge, lo hacen a uno pensar que es una impertinencia terrible, una ruptura con el protocolo, el plantearlo. He estado hablando en eventos anticapitalistas de izquierda durante años, pero rara vez he hablado – o se me ha solicitado hablar – sobre la clase en público.

Pero, una vez que la clase hubo reaparecido, fue imposible no verla en todos lados en respuesta al Brand affaire. Brand fue juzgado rápidamente y/o cuestionado en la izquierda por al menos tres personas provenientes de colegio privado. Otros nos dijeron que Brand no podía ser realmente de clase trabajadora, porque era un millonario. Es alarmante como muchos ‘izquierdistas’ parecían fundamentalmente estar de acuerdo con la deriva detrás de la cuestión de Paxman: ‘¿Qué le da a esta persona de clase trabajadora la autoridad para hablar?’ Es alarmante también, de hecho, angustiante, que ellos parecieran pensar que las personas de clase trabajadora deberían permanecer en la pobreza, oscuridad e impotencia salvo quisieran perder su ‘autenticidad’.

Alguien me pasó un post escrito en Facebook sobre Brand. No conozco al individuo que lo escribió, y no desearía nombrarle. Lo que es importante es que el post era sintomático de un conjunto de esnobismos y de actitudes condescendientes que pareciera estar bien exhibir al mismo tiempo uno se clasifica como de izquierda. Todo el tono era terriblemente prepotente, como si fuesen un profesor de colegio poniéndole nota al trabajo de un niño, o un psiquiatra evaluando a un paciente. Brand aparentemente es ‘claramente extremadamente inestable … está a un traspié en sus relaciones o en su vida profesional de colapsar de vuelta en la drogadicción o peor.’ A pesar de que la persona afirma que ‘realmente nos gusta [Brand]’, quizá nunca se les ocurrió que una de las razones por la que brand estuviera ‘inestable’ era justo este tipo de ‘evaluación’ ilimitada de la ‘izquierda’ burguesa. También hay un lado espeluznante, pero revelador, en donde el individuo se refiere casualmente a la ‘incompleta educación [y] estremecedores deslices de vocabulario característicos de un autodidacta’ – con lo cual, este individuo generosamente dice, ‘no tengo problema alguno’ – ¡qué bien por ellos! Este no es un burócrata colonial escribiendo sobre sus intentos de enseñarle a unos ‘nativos’ a hablar el lenguaje inglés durante el siglo diecinueve, o un profesor victoriano en alguna institución privada describiendo a un niño becario, es un ‘izquierdista’ escribiendo hace unas pocas semanas atrás.

¿A dónde ir desde aquí? Antes de todo, es necesario identificar las características de los discursos y los deseos que nos han conducido a este sombrío y desmoralizador paso, en donde la clase ha desaparecido, pero el moralismo está en todas partes, en donde la solidaridad es imposible, pero la culpa y el miedo sean omnipresentes – y no porque estemos aterrorizados por la derecha, más bien porque hemos permitido que modos burgueses de subjetividad contaminen nuestro movimiento. Creo que hay dos configuraciones libidino-discursivas que han ocasionado esta situación. Se hacen llamar izquierda, pero – como el episodio de Brand ha dejado en claro – en muchos sentidos hay un signo de que la izquierda – definida como un agente en la lucha de clases – ha casi desaparecido.

Dentro del Castillo de los Vampiros

La primera configuración es lo que he llegado a denominar como el Castillo de los Vampiros. El castillo de los Vampiros se especializa en la propagación de la culpa. Está conducido por un deseo sacerdotal de excomulgar y condenar, un deseo académico pedante de ser el primero en ser visto en descubrir un error, y un deseo hipster de ser uno de los que está a la moda. El peligro en atacar al Castillo de los Vampiros es que puede verse – y hará todo lo que puede para reforzar este pensamiento – como si uno también estuviera atacando a las luchas en contra del racismo, sexismo, heterosexismo. Pero, más allá de ser la única expresión legítima de tales luchas, el Castillo de los Vampiros es entendido mejor como una perversión liberal burguesa y apropiación de la energía de estos movimientos. El Castillo de los Vampiros nació en el momento cuando la lucha por no ser definido por categorías identitarias se convirtió en la búsqueda por tener ‘identidades’ reconocidas por un gran Otro burgués.

El privilegio que ciertamente disfruto como un hombre blanco consiste, en parte, en mi inconsciencia sobre mi etnicidad y género, y es una experiencia aleccionadora y reveladora que ocasionalmente lo vuelvan a uno consciente de estos puntos ciegos. Pero, antes que buscar un mundo en que todos logran la libertad de la clasificación identitaria, el Castillo de los Vampiros busca encorralar a las personas devuelta en campos de identidad, en donde uno está por siempre definido en los términos puestos por el poder dominante, lisiado por la autoconsciencia y aislado por la lógica del solipsismo que insiste en que no podemos entendernos los unos a los otros a menos que pertenezcamos al mismo grupo de identidad.

He notado un mecanismo de inversión mágica de proyección-negación fascinante, en donde la mera mención de clase es ahora automáticamente tratada como si significara que uno está intentando devaluar la importancia de la raza y del género. De hecho, el opuesto exacto es el caso, en tanto que el Castillo de los Vampiros usa un entendimiento últimamente liberal de la raza y del género para ofuscar a la clase. En todas las absurdas y traumáticas tormentas twitteras sobre privilegio durante principios de este año era evidente que la discusión sobre el privilegio de clase estaba totalmente ausente. La tarea, como siempre, sigue siendo la articulación de clase, género y raza – pero la movida fundacional del Castillo de los Vampiros es la des-articulación de la clase respecto de las otras categorías.

El problema a resolver puesto por el Castillo de los Vampiros es este: ¿cómo mantienes riqueza y poder inmensos mientras apareces como una víctima, un marginal y de la oposición? La solución ya estaba allí – en la Iglesia Cristiana. Así que el CV ha recurrido a todas las estrategias infernales, oscuras patologías e instrumentos de tortura psicológica que inventó la Cristiandad, y que Nietzsche describió en La Genealogía de la Moral. El sacerdocio de la mala conciencia, este nido de sembradores de culpa es exactamente lo que Nietzsche predijo cuando dijo que algo peor que la cristiandad venía en camino. Y ahora, aquí está …

El Castillo de los Vampiros se alimenta de la energía y ansiedades y vulnerabilidades de los estudiantes jóvenes, pero, sobre todo, vive convirtiendo en capital académico el sufrimiento de grupos particulares – mientras más ‘marginal’, mejor. Las figuras más alabadas en el Castillo de los Vampiros son aquellas que han descubierto un nuevo mercado en el sufrimiento – aquellas que pueden encontrar un grupo más oprimido y subyugado que cualquier anterior explotado se encontrarán promovidas por los rangos muy rápidamente.

La primera ley del Castillo de los Vampiros es: individualiza y privatiza todo.

Mientras que en teoría afirma estar en favor de la crítica estructural, en la práctica nunca se concentra en nada excepto en el comportamiento individual. Algunos de estos tipos de clase trabajadora no están terriblemente bien educados, y pueden ser muy groseros algunas veces. Recuerden: condenar individuos es siempre más importante que poner atención a las estructuras impersonales. La clase dominante actual propaga ideologías del individualismo, mientras que tiende a actuar como una clase. (Mucho de lo que llamamos ‘conspiraciones’ son la clase dominante mostrando solidaridad de clase.) El CV, como crédulo sirviente de la clase dominante, hace lo opuesto: colabora con la ‘solidaridad’ y la ‘colectividad’ sólo de la boca para afuera, mientras que actúa como si las categorías individualistas por el poder realmente tuvieran efecto. Porque son pequeñoburgueses hasta la médula, los miembros del Castillo Vampiro son profundamente competitivos, pero esto es reprimido por la actitud pasivo-agresiva típica de la burguesía. Lo que los mantiene juntos no es la solidaridad, sino que el miedo mutuo – el miedo de que serán el próximo en quedar fuera, expuesto, condenado.

La segunda ley del Castillo de los Vampiros es: haz que el pensamiento y la acción parezcan ser algo muy, muy difícil.

No debe haber ni ligereza ni ciertamente humor. El humor no es serio por definición ¿cierto? Pensar es un trabajo difícil para las personas con voces cuicas y de cejas fruncidas. Donde haya confianza, introduce escepticismo. Di: no seas precipitado, tenemos que pensar más profundamente sobre esto. Recuerda: tener convicciones también es opresivo, y puede conducirnos a los gulags.

La tercera ley del Castillo de los Vampiros es: propaga tanta culpa como puedas.

Mientras más culpa, mejor. Las personas deben sentirse mal: es un signo de que entienden la gravedad de las cosas. Está OK tener privilegios de clase si te sientes culpable por el privilegio y haces que otros en una posición de clase subordinada a la tuya también sientan culpa. Tú también haces algunos trabajos por los pobres ¿cierto?

La Cuarta ley del Castillo de los Vampiros es: esencializa.

Mientras que la fluidez de la identidad, pluralidad y multiplicidad siempre son clamadas a favor de los miembros del CV, en parte, para cubrir su propio origen asimilacionista-burgués o de rico, privilegiado – el enemigo siempre debe ser esencializado. Dado a que los deseos que animan al CV son, en gran parte, los deseos sacerdotales de excomulgar y condenar, tiene que haber una fuerte distinción entre el Bien y el Mal, esencializando a este último. Dense cuenta de las tácticas. X ha hecho una observación/ se ha comportado de un modo particular – estas observaciones/ este comportamiento puede ser interpretado como transfóbico / sexista etc. Hasta ahora, OK. Pero la siguiente movida es lo problemático. X luego es definido como transfóbico / sexista etc. Toda su identidad es definida por una observación poco sensata o por un desliz del comportamiento. Una vez que el CV ha congregado a su cacería de bruja, la víctima (usualmente de origen de clase trabajadora, y no educada en los protocolos pasivo-agresivos de la burguesía) puede ser acosada con confianza hasta que pierda los estribos, avanzando en así en asegurar su posición como paria/ lo último en ser consumido por el frenético festín.

La quinta ley del Castillo de los Vampiros: piensa como un liberal (porque eres uno).

El trabajo del CV, que es echarle carbón constantemente a la indignación reactiva, consiste en señalar incesantemente lo estruendosamente obvio: que el capital se comporta como el capital (¡no es muy amable!), los estados represivos del estado son represivos. ¡Debemos protestar!

Neo-anarquía en el Reino Unido

La segunda formación libidinal es el neoanarquismo. Por neoanarquistas definitivamente no quiero decir anarquistas o sindicalistas realmente involucrados en organización del lugar de trabajo, tales como la Solidarity Federation. Quiero decir, más bien, aquellos quienes se identifican como anarquistas, pero cuya participación en la política se extiende un poco más allá de las ocupaciones y protestas estudiantiles y de comentar en Twitter. Como los moradores del Castillo de los Vampiros, los neoanarquistas usualmente provienen de un origen pequeñoburgués, y eso si es que no vienen de un lugar con aún más privilegio de clase.

También son abrumadoramente jóvenes: en su veintitantos o, a lo más, a comienzos de los treinta, y lo que informa a la posición neoanarquista es un horizonte histórico estrecho. Los neoanarquistas no han experimentado nada salvo el realismo capitalista. Para cuando los neoanarquistas llegaron a tener conciencia política – y muchos de ellos sorprendentemente han alcanzado la conciencia política recientemente, dado el nivel de sus aires de arrogancia alcista que a veces demuestran – el Partido Laborista ya se había convertido en una cáscara blairista, implementando el neoliberalismo con una pequeña dosis de justicia social por el lado. Pero el problema con el neoanarquismo es que reflexiona sobre este momento histórico sin pensar, antes que ofrecer algún escape de este. Olvida, o quizá es genuinamente inconsciente de, el rol del Partido Laborista en la nacionalización de las industrias y servicios de gran importancia o de la fundación del Servicio Nacional de Salud. Los neoanarquistas afirmarán que ‘la política parlamentaria nunca ha cambiado nada’, o que ‘el Partido Laborista siempre fue inútil’ mientras que asisten a protestas por el SNS, o retwitean quejas sobre el desmantelamiento de lo que queda del estado de bienestar. Hay una regla implícita extraña aquí: está OK protestar en contra de lo que el parlamento ha hecho, pero no está bien ir al parlamento o a los medios masivos de comunicación para intentar fraguar el cambio desde allí. Los medios masivos de comunicación han de ser desdeñados, pero BBC Question Time ha de ser vigilado y ha de ser objeto de queja por Twitter. El purismo se funde en fatalismo; mejor no estar mancillado por la corrupción de los medios masivos, mejor ‘resistir’ inútilmente en vez de arriesgarse a ensuciarse las manos.

No sorprende, entonces, que tantos neoanarquistas den la impresión de estar deprimidos. Esta depresión está sin dudas reforzada por las ansiedades de la vida de posgrado, dado a que, tal como el Castillo de los Vampiros, el neoanarquismo encuentra su hogar natural en las universidades, y es propagado usualmente por aquellos estudiando para obtener cualificaciones de posgrado, o por aquellos que recién se graduaron de tales estudios.

¿Qué debe hacerse?

¿Por qué estas dos configuraciones han saltado a la primera plana? La primera razón es que, por parte del capital, se les ha permitido prosperar porque sirven a sus intereses. El capital contuvo a la clase trabajadora organizada mediante la descomposición de la conciencia de clase, subyugando brutalmente a los sindicatos mientras seducía a ‘las familias que trabajan duro’ para que se identificaran con sus propios intereses estrechamente definidos, en vez de los intereses de la clase más amplia; pero ¿por qué el capital estaría preocupado por una ‘izquierda’ que reemplaza la política de clase con un individualismo moralizante y que, lejos de construir solidaridad, esparce miedo e inseguridad?

La segunda razón es lo que Jodi Dean ha llamado capitalismo comunicativo. Podría haber sido posible ignorar al Castillo de los Vampiros y a los neoanarquistas si es que no fuera por el ciberespacio capitalista. La piadosa moralización del CV ha sido una característica de cierta ‘izquierda’ por muchos años – pero si uno no fuera un miembro de esta iglesia particular, sus sermones podrían ser evitados. Que haya redes sociales significa que este ya no es el caso, y que hay poca protección de las patologías psíquicas propagadas por estos discursos.

Entonces ¿qué podemos hacer ahora? Primero que todo, es imperativo rechazar el identitarianismo y reconocer que no hay identidades, sólo hay deseos, intereses e identificaciones. Parte de la importancia del proyecto Británico de Estudios Culturales – cómo fue revelado tan poderosamente y conmovedoramente por The Unfinished Conversation, la instalación de John Akomfrah (actualmente en Gran Bretaña) y en su película The Stuart Hall Project – fue haber resistido al esencialismo identitario. En vez de detener a las personas en cadenas de equivalencias previamente existentes, el punto fue tratar cualquier articulación como provisional y plástica. Nuevas articulaciones siempre pueden ser creadas. Nadie es esencialmente ninguna cosa. Tristemente, la derecha actúa más eficazmente que la izquierda con este entendimiento. La izquierda burguesa-identitaria sabe cómo propagar la culpa y cómo conducir una cacería de brujas, pero no sabe cómo tener conversos. Pero esto, después de todo, no es el punto. El objetivo no es popularizar una posición izquierdista, o de ganar gente para esta, sino que mantenerse en una posición de superioridad de élite, pero ahora con la superioridad de clase también redoblada por una superioridad moral. ‘¿Cómo te atreves a hablar? ¡Somos nosotros quienes hablamos por aquellos que sufren!’

Pero el rechazo del identitarianismo sólo puede ser logrado por la reafirmación de la clase. Una izquierda que no tiene a la clase en su núcleo sólo puede ser un grupo de presión liberal. La conciencia de clase siempre es doble: involucra un conocimiento espontáneo del modo en que la clase enmarca y da forma a toda experiencia, y un conocimiento de la posición particular que ocupamos en la estructura de clase. Debe ser recordado que el objetivo de nuestra lucha no es el reconocimiento por parte de la burguesía, incluso ni si quiera la destrucción de la burguesía misma. Es la estructura de clase – una estructura que hiere a todos, incluso a quienes sacan provecho material de esta – la que debe ser destruida. Los intereses de la clase trabajadora son los intereses de todos; los intereses de la burguesía son los intereses del capital, los cuales son los de nadie. Nuestra lucha debe ser hacia la construcción de un mundo sorprendente y nuevo, no hacia la preservación de identidades formadas y distorsionadas por el capital.

Si es que parece ser una tarea intimidante y desalentadora, lo es. Pero podemos partir por involucrarnos en muchas actividades prefigurativas ahora mismo. De hecho, tales actividades irían más allá de la pre-figuración – podrían comenzar un ciclo virtuoso, una profecía autocumplida en la cual los modos burgueses de subjetividad sean desmantelados y una nueva universalidad comienza a construirse a sí misma. Necesitamos aprender, o reaprender, cómo construir camaradería y solidaridad en vez de hacerle el trabajo al capital condenándonos y abusándonos unos a otros. Esto no significa, por supuesto, que debemos siempre estar de acuerdo – al contrario, debemos crear condiciones en donde el desacuerdo pueda tener lugar sin miedo a la exclusión y excomulgación.

Necesitamos pensar bien estratégicamente sobre cómo usar las redes sociales – y siempre recordando que, a pesar del igualitarismo reivindicado para las redes sociales por los ingenieros libidinosos del capital, esto es actualmente un territorio enemigo, dedicado a la reproducción del capital. Pero esto no significa que no podamos ocupar el terreno y comenzar a usarlo para los propósitos de producir conciencia de clase. Debemos quebrar el ‘debate’ montado por el capitalismo comunicativo, en el cual el capital está infinitamente engatusándonos para que participemos, y recordar que estamos involucrados en una lucha de clases. La meta no es ‘ser’ un activista, sino que ayudar a la clase trabajadora a activarse – y a transformarse – a sí misma. Afuera del Castillo de los Vampiros, cualquier cosa es posible.

 

*publicado en inglés en OpenDemocracy, el 24 de noviembre de 2013.

Mark Fisher

(1968-2017)

Fue un crítico radical e intelectual británico, profesor en el College Goldsmiths de la Universidad de Londres. Su trabajo tuvo como foco las formas contemporáneas de explotación capitalista y la crítica permanente a las derivas del progresismo y la izquierda contemporánea.