Este texto de Antonio Gramsci, publicado en Avanti el 13 de julio de 1916, solo existe en español en edición impresa, pero no en digital. Es por ello que lo reproducimos en esta edición de ROSA.
por Antonio Gramsci
Imagen / Gramsci a los 15 años, en 1906. Fuente: Wikipedia.
Nos acusan de ser viejos. Incluso se mofan de nosotros porque no mantenemos todas nuestras promesas, porque prometemos más de lo que podemos cumplir. En ciertos momentos, inmersos como estamos en esta vida tumultuosa que nos circunda, sensibles como somos a los reproches, a las expresiones rabiosamente burlonas de nuestros adversarios, también nosotros nos sentimos debilitados, nos parece por cierto que somos decrépitos, que no logramos hacer brotar de nuestros labios la palabra definitiva, la palabra que le de fuerza a nuestros órganos, que infunda vigor a los miembros encogidos y los restituya elásticos, para la lucha y la conquista fecunda.
Pero una breve reflexión elimina este pesimismo. Nos sentimos viejos porque el destino perverso nos ha hecho nacer en una vieja época. Es el aire que respiramos, las instituciones nos gobiernan, los hombres contra los que luchamos los que son viejos. Con cada golpe vigoroso que damos contra estos miserables, una tufarada de trastos viejos nos tapa las narices, cada vez que revolvemos esta materia en descomposición, nos da tanto asco que ineluctablemente nos sentimos nosotros mismos atacados. Como Lao-tse en la leyenda china, somos los niños viejos, gente que nace con ochenta años. Un cúmulo de tradiciones pesa sobre nosotros y debemos arquear más los riñones para sostenerlo. Leyes centenarias rigen nuestra actividad actual y el esfuerzo por superarlas debe sintetizar todos los esfuerzos de las generaciones pasadas, que no se preocuparon por combatir por nosotros, por abrirnos un camino menos lleno de abrojos, de obstáculos que uno a uno no son nada pero en su conjunto son formidables. Era necesaria la guerra para arrojarnos encima este blandito colchón de prejuicios, para convertir tantos hilos sutiles de seda en una red inextricable.
Pero la nuestra no es palabra de desánimo. Necesita, por el contrario, poner bien claro ante los ojos lúcidos el obstáculo complejo para destruirlo mejor con un golpe de maza. La visión de la vida social, que se nos presenta ya integral, renueva la fe y el propósito que en el pasado solo pocos podían tener. Nuestros mismos compañeros de lucha nos han llamado místicos de la revolución, y lo fuimos en el pasado, porque la nuestra era sólo intuición de la realidad, no representación plástica, viva, de lo que se debía derribar. Donde todos veían solamente “hechos” singulares, “posiciones” a conquistar para llegar finalmente a la cima, nosotros veíamos un muro compacto sobre el cual lanzar con un acto enérgico, voluntario, la masa de nuestra fuerzas.
O todo o nada, decíamos. Y la guerra nos dio la razón. O todo, o nada debe ser nuestro programa de mañana. El golpe de maza, no el resquebrajamiento paciente y metódico. La falange irresistible, no la lucha de topos de las fétidas trincheras. Somos los jóvenes viejos. Viejos por el enorme cúmulo de experiencias que en poco tiempo hemos acumulado, jóvenes por el vigor de los músculos, por el irresistible deseo de victoria que nos anima. Nuestra generación de viejos jóvenes es la que deberá realizar el socialismo. Nuestros adversarios se han agotado en el enorme esfuerzo sostenido para defender cada uno su parcela. Entonces, sobre ese tronco verdaderamente decrépito daremos el golpe final con nuestra maza, y por añadidura llegará nuestra hora por nuestra voluntad irresistible, sí, pero reflexiva.
Publicado en Avanti!, año XX, n°193, Torino, Italia, 13 de julio de 1916. Traducido por Patricia Carina Dip y publicado en “Crónicas de Turín”, Buenos Aires, Gorla, 2014.