Si la política se relaciona con la representación, si tiene que ver con quiénes somos, cómo aparecemos y tenemos protagonismo. La democracia es la disputa de los sentidos de la representación, otorgar una palabra a los sujetos cuya palabra está en el silencio. Justamente, las palabras de la homofobia, la misoginia y el racismo buscan imponer el silencio, buscan poner cerrojos a las disputas sociales contemporáneas como si estas no existieran.
por Nicolás Román.
Imagen / Graffitti, “el antifascismo es un paso de baile”, Omegna, Italia. Fuente: Wikipedia.
1.
Hace un año en Horcón con una pareja de amigos argentinos A. y E. después del año nuevo nos juntamos en la playa, conversamos sobre Argentina y Chile, los años sesenta, las posibilidades de la izquierda y qué cortapisas se le puede poner al avance de la derecha, sobre todo, en cuestiones cotidianas como la discriminación. En ese momento conversamos sobre la homofobia, pero en la misma dirección pensábamos en la misoginia y el racismo. Hace un año el sujeto implícito de esa conversación era Trump, camaleónicamente Piñera y Macri, pero no pensábamos de ninguna manera en Jair Bolsonaro, Juan Antonio Kast, Steve Bannon[1] o partidos como Vox en España, quizá no estaban, pero sinceramente sí existían. Nuestras opiniones tampoco eran sofisticadas, no hablamos sobre una teoría sobre el fascismo, sabíamos sí que el auge de nuevas derechas está relacionado con la descomposición de las relaciones capitalistas, la reformulación del orden mundial, la precarización expansiva de las relaciones sociales.
A. con sus canas, la voz raspada y con la mirada enfática me decía que no íbamos a cambiar la homofobia o el racismo, dijo algo así como, “si el tipo va ser una machito, un homofóbico, no lo va dejar de ser, va seguir pensando así (puede que incluso en esta parte A. moviera las manos para poner énfasis). Lo que podemos impedir es que este tipo no tenga el coraje, ni las ganas, (hoy podríamos agregar ni las oportunidades) de ponerse hacer política con esto”, puede que A. no dijera exactamente eso, pero este era el tema de la conversación.
Hace un año Kast era solo un candidato y no tenía un movimiento político, Bolsonaro no estaba en nuestro mapa. Tampoco teníamos certeza sobre el mayo feminista, ni tampoco de los desafíos de las convergencias de izquierda, las nuestras, en Chile. A. y E., sin ser pesimistas (tal vez eran optimistas reservados porque, claro, vivir el arco histórico de los sesenta hasta hoy implica reservarse el optimismo), tenían clara la necesidad de tener una izquierda feminista unida, sobre todo frente a la articulación de la derecha, la descomposición del progresismo y nuestra mutua incertidumbre.
Vuelvo a la idea de A. de negarle el coraje a este tipo que, en dos tiempos, piensa en los problemas económicos como consecuencia de la migración, el género como una ideología y defiende con ganas y sin frenos estas ideas. Frente a estos asuntos, la posición normal en la posdictadura chilena ha sido: todos contra la derecha, sobre la base de un efectismo electoral y una imaginación mínima sobre concesiones sociales. El problema de esta convocatoria es doble porque la derecha ha llegado a defender ciertas concesiones sociales, como la (beca) gratuidad universitaria en Chile[2] o la Asignación Universal por Hijo en Argentina, por ejemplo, y tenemos en la misma derecha, el extremismo que reivindica el legado de la dictadura sin pelos en la lengua en Chile y en Brasil. Por estos hechos, todos contra la derecha no tiene una identidad, ni una propuesta política, incluso, en el caso brasileño la convocatoria anti Bolsonaro: #Ele não, benefició al mismo Bolsonaro[3].
Esta oposición, para el caso chileno, todos contra, revitaliza la discusión en términos de dictadura o democracia, en un cerrojo inmovilizante que inhabilita la política. Este cierre de la discusión invita algunos, nuevamente, a hacer una política de todos contra la derecha, que provoca la victoria de ella. Este vacío de la política no tiene vitalidad, ni convoca nuevos actores sociales movilizados, incluso, estos mismos nuevos actores sociales rechazan este vacío. Un ejemplo de esto es el movimiento feminista que, por fuera de la política tradicional, empuja a la izquierda a repensar sus claves sobre una posición feminista para otorgar significados a la actividad política. Si la izquierda renuncia al feminismo, renuncia a hacer política también para volver a su vacío[4].
2.
Asimismo, la ausencia de derechos ha permitido la descomposición de nuestras relaciones sociales, este fascismo, es la cara ideológica de ese terreno, se vale del desmantelamiento de la sociedad para hacer una política restrictiva y securitaria, basada en una política de chivos expiatorios, que incentiva los antagonismos y prohíbe los derechos en función de naturalizaciones. La agenda de seguridad, tipo aula segura, dificulta la organización por derechos y facilita la expulsión de estudiantes, a la vez que niega el derecho a la educación. Así también, la restricción del derecho al aborto en tres causales subordinadas a la objeción de consciencia, restringe la ampliación de este derecho, de por sí limitado. Estas restricciones son de la derecha, su versión de la ultra, maximaliza estas prerrogativas, como combatir la delincuencia y el narcotráfico con el acceso a las armas para el caso brasileño, construir un muro para controlar la migración en el caso americano o deportar a los inmigrantes para subsanar la precarización de la vida y el empleo en el caso nacional sin comprender el racismo en Chile[5].
3.
La restricción de derechos y la subordinación de la política a las elecciones es un escenario complejo. La política de izquierda debería ir más allá –sobre todo en estos tiempos de convergencias– no proponer esta discusión para llegar a un balance con la derecha como una cuestión reactiva y promotora de equilibrios. Los equilibrios no existen ni en la política ni en el significado de las cosas que hacemos, todos los significados de nuestras disputas reflejan una tensión, como decía Voloshinov-Bajtin[6], el signo es una arena de la lucha de clases[7], por lo que significar nuestras actividades cotidianas tiene que ver con el sentido de nuestras prácticas. El uso de nuestras palabras y prácticas en la políticas están jalonadas por el sentido que devela nuestras posiciones.
Este nuevo fascismo no puede dejarnos en silencio, ni tampoco en una oposición moral, ni tampoco en la reedición de la dicotomía dictadura o democracia que busca empatar las discusiones políticas. –Todos contra la derecha no sirve– esta fórmula significa no articular palabras para nombrar nuevos conflictos, por lo tanto, si el Frente Amplio desde su ala izquierda quiere hacer política, necesita dotarse de contenidos y articulaciones capaces de inclinar el escenario político y orientar las fuerzas que lo componen a su favor.
Si la política se relaciona con la representación, si tiene que ver con quiénes somos, cómo aparecemos y tenemos protagonismo[8]. La democracia es la disputa de los sentidos de la representación, otorgar una palabra a los sujetos cuya palabra está en el silencio. Justamente, las palabras de la homofobia, la misoginia y el racismo buscan imponer el silencio, buscan poner cerrojos a las disputas sociales contemporáneas como si estas no existieran, por ejemplo, para ellos el género no existe, porque para ellos es natural el trabajo reproductivo no remunerado. Justamente el escenario actual de precarización general se nutre de estas soluciones incendiarias de promoción de antagonismos y el silenciamiento de la reivindicación de derechos en función de reestablecer órdenes autoritarios, porque donde hay participación y movilización se resquebraja poco a poco la distribución de los roles y las posibilidades de aparecer, decir y hacer política. Por lo tanto, cuando la derecha –que incuba su inclinación fascista– hace política, le debemos contestar con política, no con moral ni con oposiciones actualmente inhabilitantes. La política no busca el equilibrio ni el empate. Buscamos tener el derecho a aparecer, porque la democracia es con derechos[9].
Notas
[1] Para mas información ver, “How Steve Bannon’s far-right ‘Movement’ stalled in Europe”, publicado por The Guardian en: https://www.youtube.com/watch?v=SX2twSMMdHs
[2] Para mayor información, ver http://www.laizquierdadiario.cl/No-es-gratuidad-es-una-beca?id_rubrique=1201
[3] Para mayor información, ver Revista anfibia. Todo es fake, “Presidentes, estrellas top”, http://www.revistaanfibia.com/podcast/episodio-17-presidentes-estrellas-pop/
[4] Daniela López y Luna Follegati, “¿Qué feminismo? Construcción de izquierda y alternativa feminista”, El desconcierto, ver: http://www.eldesconcierto.cl/2018/05/04/que-feminismo-construccion-de-izquierda-y-alternativa-feminista/
[5] Claudia Zapara “Hablemos de racismo”, El mostrador, https://www.elmostrador.cl/noticias/opinion/2018/03/06/hablemos-de-racismo/
[6] Valentín Voloshinov. El marxismo y la filosofía del lenguaje: los principales problemas del método sociológico en la ciencia del lenguaje. Buenos Aires, Ediciones Godot, 2014.
[7] Elsa Drucaroff. La guerra de las culturas. Buenos Aires, Almagesto, 1996.
[8] Jacques Rancière. El reparto de lo sensible. Santiago, Lom ediciones, 2009.
[9] Enrique Riobo elabora los límites de la democracia en la transición en relación con los derechos humanos. Para mayor información, ver “A propósito del 10 de diciembre. ¿Qué significan los derechos humanos en chile hoy?”, Rosa, una revista de izquierda, https://www.revistarosa.cl/2018/12/16/a-proposito-del-10-de-diciembre-que-significan-los-derechos-humanos-en-chile-hoy/
Doctor en Estudios Latinoamericanos y parte del Comité Editor de revista ROSA.