¿Quién es Eduardo Samaniego y por qué a la izquierda latinoamericana debería importarle su libertad?

El imperativo moral de que ningún ser humano es ilegal, implica necesariamente el libre flujo de personas y el derrumbe de las fronteras económicas, políticas y geográficas del mundo. La difuminación de las fronteras y la explosión del problema de las migraciones nos invita a re-pensar el sueño bolivariano a posteriori del fracaso del progresismo latinoamericano. ¿Por qué no soñar con que el socialismo del siglo XXI sea la constitución de un Estado único para todo el continente, incluyendo a los Estados Unidos? Las luchas de nuestra época son contra el capital transnacional, y no se aprecia una mejor arma para enfrentarlo que un Estado transnacional capaz de disciplinar al capital en el continente americano.

por Diego Polanco

Imagen / Eduardo Samaniego en una manifestación. Fuente: Pioneer Valley Workers Center.


Después de tres meses de encarcelamiento, la presión ejercida por las movilizaciones que demandan la libertad de Eduardo Samaniego han entregado sus primeros frutos. La defensa del activista por los derechos de los migrantes en los Estados Unidos logró, en la audiencia por su detención en calidad de indocumentado realizada el 17 de enero, aplazar la decisión sobre su posible deportación para el 25 del mismo mes. Mejor noticia es que en la misma audiencia su defensa consiguió también la transferencia desde el centro de detención en el Condado de Irwin en el Estado de Georgia a una institución de salud mental en Carolina del Sur.

“El gran crimen” de Samaniego fue no tener 27 dólares en efectivo para pagar un taxi mientras visitaba a su familia en Atlanta, Georgia. Su calidad de latinoamericano movilizó el racismo del taxista con quien tuvo el conflicto. Su estado de indocumentado le significó la cárcel por una falta menor. Su historial de activista por los derechos migrantes lo hizo objetivo de sistemáticas violaciones a sus derechos humanos. El encarcelamiento, negación de libertad bajo fianza y disciplinamiento carcelario son solo algunas de  las estrategias que ICE, la policía migratoria de los Estados Unidos, está utilizando para disciplinar a los activistas que, como Samaniego, son detenidos en calidad de indocumentados. Durante su confinamiento en Irwin, Samaniego fue sometido a confinamiento en solitario bajo observación las 24 horas del día, con prohibición de utilizar ropa y obligación de alimentarse con las manos. A su vez, fue privado de acceso a tratamiento para algunas de sus enfermedades, situación que deterioró rápidamente su salud física y mental. Es por esto que celebramos su traslado a un centro de detención en mejores condiciones como un triunfo de las organizaciones que defienden los derechos de los trabajadores y los inmigrantes en el imperio.

Además de pertenecer al grupo de millones de latinoamericanos que emigran a los Estados Unidos con el objetivo de desarrollar sus vidas en condiciones dignas de ser vividas, Eduardo también pertenece al grupo de activistas que al ser detenidos en calidad de indocumentados, son sujetos a acciones de disciplinamiento y maltrato con el propósito de amedrentarlos y, a través de ellos, amedrentar a sus comunidades. Afortunadamente el accionar de los aparatos represivos del Estado no siempre impone su agenda y la movilización de las comunidades por los derechos de los migrantes dan cuenta que si bien la lucha es adversa, no todo está perdido.

La globalización ha sometido la estructura de clases de los Estados Unidos a profundas transformaciones, donde dos fenómenos económicos interrelacionados destacan para entender la raíz política del encarcelamiento de Samaniego. Por un lado, la reestructuración neoliberal del capitalismo ha generado una polarización del empleo. Esto significa que en la economía estadounidense más plazas de trabajo se crean en puestos directivos y profesionales, así como en los sectores de servicios precarios, como la construcción y los servicios personales y de reproducción social. A su vez, la participación de las ocupaciones en estratos intermedios ha decrecido como porcentaje del empleo total. Por otro lado, el envejecimiento de la población estadounidense ha constituido un exceso de demanda de mano de obra. Esto es uno de los principales factores de la migración latinoamericana a los Estados Unidos. Al contrario de lo que el fanatismo neoliberal pretende establecer, las personas se movilizan hacia los territorios donde hay empleo. No producen desempleo en aquellos territorios a los que se movilizan.

La reestructuración ocupacional y el envejecimiento de la población se conjugan en una polarización racializada de la estructura de clases en el imperio. El déficit crónico de la mano de obra, que se hace patente particularmente en los estados fronterizos, y la inserción laboral precaria de los migrantes, configuran conflictos donde se intersecciona la clase y raza en una escala mucho mayor de los que ha enfrentado los Estados Unidos en el pasado. A diferencia de la opresión contra la raza negra, elemento constitutivo de la historia de dicho país, las razas subalternas dejarán de ser una minoría en el mediano plazo. Se espera que para el 2044, los blancos dejen de ser una mayoría demográfica absoluta, representando el 49,7% de la población total; dicha presencia se reduciría a un 43% en 2060. Por otro lado, los latinos hemos pasado de ser una absoluta minoría en los ‘70, con un 5% de la población total, a representar en la actualidad un 17% y con pronósticos de alcanzar el 30% en el corto plazo, convirtiéndonos en la segunda mayoría del país. Estas transformaciones ya tienen importantes repercusiones en las reconfiguraciones de la cultura y la vida cotidiana, especialmente en los estados fronterizos con México, donde el futuro de la sociedad estadounidense ya se se hace patente.

En este contexto, la experiencia de Samaniego y la de cientos luchadores sociales latinoamericanos en el imperio, dan luces de las formas autoritarias que emergen de la polarización racializada del conflicto de clases en los Estados Unidos. Su funcionalidad es mantener el patrón histórico de la reproducción racializada de la desigualdad social. Los modos de dominación y control raciales, implementados para debilitar las posiciones de fuerza alcanzadas por la comunidad afroamericana en su lucha por los derechos civiles no son suficientes para enfrentar este conflicto. Es en estas contradicciones donde emergen nuevas formas de represión, disciplinamiento y amedrentamiento. Ejemplo de ello son el brutal accionar de la policía migratoria, o la producción de mecanismos de cohesión social de la supremacía blanca en torno a propuestas como la construcción de un muro que divida las fronteras de Estados Unidos con América Latina.

Claramente, las migraciones y la polarización racializada de la estructura de clases no es un fenómeno exclusivo del continente americano. Europa enfrenta tensiones similares con África y el Medio Oriente. Basta recordar que en las dos selecciones francesas que se coronaron campeonas del campeonato mundial de fútbol, sus principales estrellas son de ascendencia argelina (Zinedine Zidane y Kylian Mbappe) y que su equipo titular es mayoritariamente de ascendencia africana. Sin embargo, la tensión que esto significa entre el imperialismo estadounidense y América Latina tiene particularidades que en mi opinión nos entregan elementos para repensar a gran escala el proyecto político de la izquierda. Y es que el conflicto de clases en los Estados Unidos ya no es, ni será jamás, un asunto ajeno a los latinoamericanos.

La diferencia fundamental del conflicto migratorio entre Estados Unidos y América Latina con el de Europa y África-Medio Oriente, pasa por las características que distinguen a los Estados nor-atlánticos. Mientras que los Estados europeos siguen una progresiva tendencia a la desintegración debido a la crisis de la zona Euro, los Estados Unidos mantienen sólida su identidad como nación y capacidad de integración de territorios altamente diversos en términos culturales y de diversidad étnica. No obstante, la identidad y el significado de los Estados Unidos como nación está en crisis y en entredicho. La crisis del neoliberalismo y el empobrecimiento relativo de las nuevas generaciones en relación a sus padres han abierto el espacio para el resurgimiento de la política socialista, lo cual se expresó, primero, con la irrupción de Bernie Sanders en el escenario político y, luego, con la creciente emergencia de liderazgos socialistas en espacios de representación en distintos niveles de gobierno, tanto local como nacional, donde destaca la elección de la militante de los Socialistas Democráticos de América de ascendencia latina, Alexandria Ocasio-Cortez.

Decía Hugo Chávez, en el espíritu de José Martí y Simón Bolívar, que el proyecto histórico de América Latina y el Caribe es un continente integrado como una sola nación. El imperativo moral de que ningún ser humano es ilegal, implica necesariamente el libre flujo de personas y el derrumbe de las fronteras económicas, políticas y geográficas del mundo. La difuminación de las fronteras y la explosión del problema de las migraciones nos invita a re-pensar el sueño bolivariano a posteriori del fracaso del progresismo latinoamericano. ¿Por qué no soñar con que el socialismo del siglo XXI sea la constitución de un Estado único para todo el continente, incluyendo a los Estados Unidos? Las luchas de nuestra época son contra el capital transnacional, y no se aprecia una mejor arma para enfrentarlo que un Estado transnacional capaz de disciplinar al capital en el continente americano. De cualquier modo, el primer paso para avanzar en esa dirección, o en cualquier otra de carácter democrático, es fortalecer las luchas de los migrantes en Estados Unidos, así como en cualquier parte del mundo. A su vez, estudiar y tender puentes entre las experiencias de lucha de los afro-americanos y los latinoamericanos también se vuelve fundamental, pues es en aquella alianza donde se puede constituir el núcleo de una mayoría transformadora en los Estados Unidos en el mediano plazo. No es casualidad que tanto Martin Luther King como Salvador Allende murieran en el mismo periodo de crisis social estadounidense, y  es deber de la izquierda entender con mayor cuidado los puntos de conexión entre ambos procesos de luchas sociales y sus fracasos históricos.

La libertad de Eduardo Samaniego aún está en juego. Su permanencia en los Estados Unidos para que pueda continuar sus estudios y desarrollar su vida junto a su familia y amigos en el país que lo ha visto crecer, es una de las miles de batallas cotidianas por la justicia social y la emancipación de los latinoamericanos que se pelean al interior de las fronteras del imperio. Es en las protestas a las afueras de las oficinas de ICE, en los pasillos de tribunales, en la organización de base de las comunidades en resistencia, pero principalmente en los emergentes conflictos y crisis humanitarias que se desarrollan en las frontera, donde se juega el futuro de los Estados Unidos. Es deber de la izquierda latinoamericana reflexionar cuál es su rol y proyecto político en un era donde las fronteras se difuminan, pero su existencia sigue golpeando a los que siempre han sido golpeados.

Diego Polanco
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Chileno, economista y estudiante del Doctorado en el Departament of Economics de la University of Massachusetts (USA).