Revisitando “Reforma o revolución”

Esta dicotomía se expresa en el ideario de la izquierda chilena en aquellos que estratégicamente no ven necesarias las reformas como forma de lucha política, específicamente, fuerzas por fuera del Frente Amplio y quienes piensan en las reformas como una herramienta política útil, pero como fin en sí mismo, o sea, como una herramienta que en sí es útil para la conquista, tanto de un abstracto valor democrático o como conquistas consecutivas hacia la socialización de los medios de producción. Claramente existen posiciones que ven con unidad estos momentos del desarrollo de la lucha de clases, pero a juicio nuestro, no ocupan posiciones hegemónicas dentro del campo de fuerzas y organizaciones políticas a nivel nacional. Es por ello que creemos útil releer “Reforma y revolución”, pero a la luz de la coyuntura actual.

por Matías Guerra

Imagen / revista ROSA.


A propósito de los 100 años de la muerte de Rosa Luxemburgo producto de la masacre contrarrevolucionaria vivida en Berlín creemos que es menester revisitar el legado crítico-práctico que ha dejado una de las revolucionarias más influyentes de la historia. Y como parte de la revisión de su legado creemos pertinente revisitar una de sus obras más polémicas, a saber, “Reforma o Revolución”. La polémica reside, a nuestro parecer, en que Rosa Luxemburgo logra superar la línea política implementada por el Partido Socialdemócrata alemán (SPD) mediante una ágil argumentación desenmascarando las antinomias del reformismo[1] personificado en Bernstein y Schutz. Y esta supuesta dicotomía, por más que se le intente hacer desaparecer, parece resistir a los embates de la historia y reaparece en la izquierda con distintas formas, pero expresando en esencia el mismo contenido. De hecho, todo el punto de Rosa Luxemburgo en “Reforma o Revolución” era superar esta dicotomía ya que separa dos momentos esenciales del movimiento propio de la lucha política de la clase obrera.

Ahora, por ejemplo, esta dicotomía se expresa en el ideario de la izquierda chilena en aquellos que estratégicamente no ven necesarias las reformas como forma de lucha política, específicamente, fuerzas por fuera del Frente Amplio y quienes piensan en las reformas como una herramienta política útil, pero como fin en sí mismo, o sea, como una herramienta que en sí es útil para la conquista, tanto de un abstracto valor democrático o como conquistas consecutivas hacia la socialización de los medios de producción. Claramente existen posiciones que ven en unidad estos momentos del desarrollo de la lucha de clases, pero a juicio nuestro no ocupan posiciones hegemónicas dentro del campo de fuerzas y organizaciones políticas a nivel nacional. Es por ello que creemos útil releer “Reforma y revolución”, pero a la luz de la coyuntura actual. Esto en ningún sentido significa adoptar argumentos que hace cien años eran válidos de manera dogmática, sino que un ejercicio crítico de ver que la historia del movimiento obrero no consiste en reinventar la rueda cada vez que aparezcan este tipo de preguntas o dicotomías en apariencia. El esfuerzo puesto a continuación se guiará en base a este espíritu.

Las antinomias del reformismo

Rosa Luxemburgo basa su argumentación en desmantelar la base que utiliza Bernstein para afirmar que las reformas son necesarias y suficientes como para transitar al socialismo. Frase célebre que da cuenta de esta dicotomía de los factores que componen el movimiento obrero, reforma y revolución, es cuando Bernstein dice que “la meta final, no importa cual sea, no significa nada; el movimiento lo es todo”. Por lo tanto, mediante esa centralidad del movimiento se puede afirmar que aquello que era un medio es ahora un fin en sí mismo. Sobre esto se cimenta el reformismo. El otro soporte argumentativo de Bernstein es afirmar que las observaciones de Marx y el marxismo acerca de las contradicciones inmanentes al capitalismo han sido superadas por el mismo desarrollo adaptativo del capitalismo a través de la historia. Esto se expresa concretamente para Bernstein de tres formas: 1) desaparición de las crisis generales como resultado del desarrollo del sistema de crédito, de las organizaciones patronales y la ampliación de los medios de comunicación, 2) ascenso de grandes capas del proletariado al nivel de la clase media, y 3) mejoramiento sostenido de la situación económica y política del proletariado gracias a su actividad sindical. La conclusión general para el trabajo práctico del reformismo es la conquista progresiva de reformas que amplíen el control social y el principio de cooperación dentro de las masas proletarias.

Para Luxemburgo lo realmente problemático es el primer punto, ya que desistir de la tendencia del capitalismo hacia las crisis cíclicas es deshacer un eje central del socialismo científico. Una falencia de la contrargumentación de Rosa Luxemburgo es que se basa específicamente en la teoría del colapso, que a nuestro parecer fue superada como manera efectiva de comprender el desarrollo de las contradicciones inmanentes del capitalismo[2]. De igual forma, aceptar al pie de la letra la línea argumentativa de Rosa Luxemburgo sería un sinsentido en la actualidad dadas las distintas condiciones bajo las cuales habitamos. Dado que es un tema que sobrepasa los objetivos del presente artículo nos someteremos a partir desde la esencia de su crítica: el vaciamiento del análisis reformista de cualquier contenido económico. Es decir, abstraer la crítica de las determinaciones específicas del capital para posicionar la crítica reformista de la sociedad en valores abstractos de democratización y justicia social.

Este vaciamiento de la crítica de la sociedad de su contenido económico se puede encontrar actualmente en los postulados de Laclau y Mouffe, que mirados desde la óptica de Luxemburgo, pueden ser considerados como los herederos de Bernstein y Schutz. Ellos mismos han puesto en evidencia su desprecio por el “economicismo” para dar paso a una interpretación desde el giro lingüístico, que pone énfasis en la construcción de identidades a partir de la discursividad. Hay que recalcar que parte importante de “Hegemonía y estrategia socialista” está dedicada a repasar el debate entre Luxemburgo y Bernstein en vistas de superar la dicotomía entre reforma o revolución. La supuesta tercera vía a esta problemática es la reconstrucción de “socialismo democrático”, que debe integrar los valores emancipadores del socialismo con la visión democrático-igualitarista y horizontal sin dejar de lado la dimensión “plural”. La forma por la cual se consigue esta construcción de un socialismo democrático es mediante la configuración de sujetos políticos que eleven como propios los principios rectores de un cambio radicalmente democrático. O sea, que lo social es la articulación puesta en movimiento, no un elemento dado por determinaciones concretas de antemano. Este argumento se parece bastante al de Bernstein ya que destaca la cuestión en el puro ser, en el movimiento, y no en el trasfondo de ese movimiento. La abstracción del contenido económico de la crítica de Laclau y Mouffe lleva a argüir que “la identidad de la misma fuerza articulante se constituye en el campo general de la discursividad”. Lo que constituye sujetos son las pasiones, ya no las relaciones de producción.

Salirse del análisis de las determinaciones específicas para caer en el juego de las valoraciones abstractas de cambio social tiende a desembocar simplemente en ineficacia política. Como lo expone de manera certera Kornblihtt, el progresismo y el neoliberalismo no son cosas distintas, sino que dos caras de la misma moneda. Y cuando uno deliberadamente deja de observar las determinaciones específicas de la forma y el contenido de la acumulación de capital, lo único que logra nuestra acción política es ajustarse a sus tendencias, y con ello, ser simples funcionarios sociales en las épocas de crisis o de expansión capitalista.[3]

 

Revolución sin reformas

Del otro lado de la falsa dicotomía se encuentran aquellos que encuentran en las reformas, de forma abstracta y ortodoxa, una suerte de sometimiento y claudicación a la democracia burguesa. Luxemburgo no debate directamente con esta forma política, pero sí da directrices suficientes en su contrargumento para poder superar esta otra cara de la dicotomía. El contrargumento de Luxemburgo descansa en dos aseveraciones: 1) Que la lucha por reformas prepara subjetivamente a la clase obrera para la lucha política por el poder y, consecuentemente, para la tarea de la realización del socialismo ya que es en la lucha donde la clase obrera se da cuenta de la imposibilidad de realizar un cambio fundamental por medio de las reformas, llegando a comprender que la toma del poder es inexcusable, y 2) que las conquistas en forma de reformas ayudan a facilitar la reproducción de la vida de la fuerza de trabajo, y por tanto, mayores beneficios para la reproducción de la clase obrera en tanto que clase. Por esta razón Luxemburgo insiste en que no se puede contraponer reforma a revolución, sino que forman parte de una unidad indisoluble del movimiento mismo de la lucha de clases. Y para no caer en un equívoco, es necesario resaltar que se llega a la situación de lucha de clases no como una observación del mero movimiento en apariencia, sino que de los patrones mismos del capital en tanto que relación social general. Las reformas para Rosa Luxemburgo son entonces un medio esencial para transformación revolucionaria de la sociedad.

En la actualidad también se puede observar la necesidad de las reformas por los motivos que señala Rosa Luxemburgo. Es en la lucha misma que la clase obrera se enfrenta en tanto que sujeto en contra al capital, por ejemplo, en las luchas por mejores salarios o relaciones laborales dignas. Y en esta lucha se llega a la realización de que los intereses de clase no se pueden materializar ni por medio del Estado, ya que es el representante de los intereses del capital social total[4], ni por ganancias sindicales aisladas, sino que la lucha es necesaria en tanto que clase obrera internacional tiene por necesidad superar la contradicción entre trabajo privado y socialización de los medios de producción. Asimismo, es claro que la ampliación de derechos sociales y mejoras en la calidad de vida facilitan la reproducción de la clase obrera, como por ejemplo, mejoras salariales o derechos reproductivos institucionalizados, lo que lleva a mayores espacios para la politización, como Marx señala, primero se piensa en reproducir la vida y luego en hacer política.

Un ejemplo de esto es la lucha por el aborto el año pasado que, gracias a un audaz movimiento feminista, logró sobrepasar las limitaciones artificiales de los bordes nacionales para lograr una articulación a nivel internacional. Las mujeres, en tanto que clase obrera[5], lograron una subjetivación política por medio de la lucha por el aborto, que se materializó en la legalización de facto del aborto, al descriminalizar el aborto en el sentido común. La lucha por la reforma por el aborto logró así un proceso de articulación y politización de la clase obrera a escalas internacionales, mayores que cualquier otro movimiento o expresión política en el último tiempo.

Lo que importa es la totalidad

La socialdemocracia no solo deja de lado a la revolución, sino que a la ciencia misma. Y aquellos que se declaran abstractamente revolucionarios dejan de lado el movimiento mismo de la lucha política de la clase obrera por medio de un análisis deficiente o simplemente caprichos personales. Por ende, la cuestión no pasa por ver solo el movimiento o solo el trasfondo, sino que la unidad de estos momentos en tanto que totalidad. En fin, de lo que se trata, no es ni ser reformista y acientífico, ni tampoco abstractamente revolucionario, sino que mediante el análisis científico de la realidad, en tanto que síntesis de múltiples determinaciones que deben ser conocidas para tener una acción política consciente, superar las apariencias y seguir el cauce del movimiento obrero independiente de juicios de valor individuales que nublan el análisis científico de la sociedad capitalista. Solo con la comprensión de la sociedad como una totalidad de relaciones sociales determinadas por un modo de producción específico, el capitalismo, podemos sortear estas ambivalencias teóricas que nos entrampan en una práctica política sin eficacia real para poder cambiar el mundo. Y es en este movimiento de la clase obrera por medio de las contradicciones inmanentes de la totalidad que podremos encontrar tanto la necesidad histórica de las reformas y de la revolución. Por lo tanto, y siguiendo el legado de Rosa Luxemburgo, quedarse en la dicotomía entre reforma o revolución es quedarse en las apariencias.

 

Notas

[1] Recalcar que no se usa el término “reformismo” de manera peyorativa como usualmente se ocupa, sino que para dar cuenta del movimiento político que ve en las reformas el medio esencial para alcanzar el socialismo.

[2] Véase por ejemplo Caligaris, G. (2018). Revisitando el debate marxista sobre el ‘derrumbe’ del capitalismo. Una crítica metodológica. Izquierdas, 39, 182-208.

[3] Véase Kornblihtt, J. (2018) No es el modelo, es el capital en la Argentina. Revista Rosa.

[4] Para profundizar esta idea véase Caligaris, G. (2012) Clases sociales, lucha de clases y Estado en el desarrollo de la crítica de la economía política. En G. Caligaris & A. Fitzsimons (Eds.), Relaciones económicas y políticas. Aportes para el estudio de su unidad con base en la obra de Karl Marx (pp. 72–91). Buenos Aires: Universidad de Buenos Aires, Facultad de Ciencias Económicas.

[5] Véase Bhattacharya, T. (2018) Reproducción social del trabajo y clase obrera global. Vientosur.

Matías Guerra Urzúa
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Estudiante de sociología de la Universidad de Chile, integrante del Centro de Investigación Político Social del Trabajo (CIPSTRA).