#CaminoALaHuelga | Elina Chauvet, artista feminista contra la violencia: “El arte fue el psicólogo y el apoyo que nunca tuve”

La artista tras la instalación urbana Zapatos rojos, que ha recorrido el mundo denunciando el aumento del femicidio y la violencia contra las mujeres, conversó con ROSA acerca de los motivos personales y políticos que la llevaron a la producción de un arte comprometido con las luchas feministas de este siglo. También nos cuenta sobre cómo las artes visuales sirven a las comunidades afectadas por la violencia, abriendo nuevos espacios de reflexión, autocuidado y memoria para quienes sobreviven a cada muerte y desaparición.

 

por Carolina Olmedo Carrasco

Imágenes | Daniela Canales López


A inicios del mes de noviembre se realizó en varios puntos del país la instalación Zapatos rojos de la artista mexicana Elina Chauvet. La juarense fue invitada por el Ministerio de las Culturas en el marco de la Segunda Editafem de Mujeres Artistas. La irrupción de Chauvet en el espacio público a través de un objeto de uso común señala la ausencia en la ciudad de aquellas que han partido a causa de la violencia machista y el femicidio, y otorga a la ciudadanía de a pie un espacio de memoria y diálogo en torno a las historias de estas mujeres, muchas veces marcadas por la desprotección de las instituciones del Estado y la persistencia del orden patriarcal en las formas de reproducción de la vida. El momento cuando se realiza el trabajo para la creación de esta intervención consta de dos fases: un primer momento, de constitución de una comunidad de sentido, en el cual se solicita la donación de los zapatos y un grupo de personas se reúne a pintarlos; y un momento final, en que los zapatos son dispuestos en algún espacio público de significancia política, cuando la intervención se abre a quienes se aproximen con la invitación de dejar un mensaje escrito en alguno de los pares disponibles.

No es la primera vez que la instalación Zapatos rojos se realiza en Chile. En 2013, la intervención urbana llegó a Punta Arenas antes que Chauvet imaginara siquiera visitar el país, requerida con urgencia por una comunidad activa tras la agresión sufrida en la región por Carola Barría -cegada por su ex pareja-, así como por el femicidio de Ruth Velásquez a manos de su esposo, quien aprovechó su trabajo en una empresa de manejo de basuras para ocultar su cuerpo en un vertedero municipal. Dos agresiones de carácter femicida que instalaron tristemente a Magallanes en un protagonismo nacional en materia de violencia machista. A través de detalladas instrucciones de Chauvet vía Internet, las hermanas Patricia y Mónica Ojeda llevaron adelante la intervención que cubrió la Plaza de Armas Benjamín Muñoz Gamero con 400 pares de zapatos pintados por personas vinculadas a la agrupación Refugio, el camino de Ruth. La organización, impulsada por la familia y amistades de Ruth Velásquez, valoró la intervención como una forma de poner en el debate público un problema que sentían era absolutamente invisible en la esfera pública, pero que para sus vidas lo era todo. La necesidad de exigir el derecho a la protección, prevención y justicia para las víctimas de la violencia contra las mujeres en nuestro país, y al mismo tiempo compartir entre quienes han debido experimentar esta dolorosa situación. Construir un espacio seguro para mantener vivas sus memorias, muchas veces en contextos en que el resto de la sociedad está disponible a olvidar rápidamente.

Según nos cuenta Patricia Ojeda pintando zapatos junto a nosotras en la versión del encuentro realizada en el Centro GAM, preparando la instalación en la Plaza de la Ciudadanía en Santiago, la dinámica de participación no varió mucho respecto de la de Punta Arenas en términos de las manos pintoras, en su mayoría mujeres. En la capital, el trabajo de confección de la obra se vio apenas apoyado por la breve participación de unos pocos jóvenes del mundo del arte, conocedores del trabajo de Elina Chauvet, aunque no los suficientes para completar en su conteo los dedos de una mano. ¿Qué origina ese temor en los hombres a aproximarse a estos espacios? ¿Es la cuestión propia de confrontar las experiencias propias desde una mirada feminista que cuestiona el orden patriarcal, o es el verse identificado ante otros por este quehacer colectivo, manual, silente, “femenino” de pintar zapatos? “Tienen miedo”, afirma la artista al inicio de su conferencia en el Museo de Bellas Artes, donde el único varón es el operador de sonido del auditorio. En ROSA quisimos preguntarle por estos “separatismos espontáneos” que no son tan locales como quisiéramos, así como también sobre los aspectos biográficos implicados en su obra y el latente espacio de organización de mujeres que se forma en la realización de cada una de sus instalaciones, que han sido reproducidas alrededor del mundo para denunciar el aumento de la violencia machista y el femicidio. Instalaciones que en el contexto latinoamericano son realizadas en medio del auge del narcotráfico, la crisis económica, el empobrecimiento de amplias franjas de mujeres, el aumento de la violencia de Estado y la corrupción, más la supresión de derechos sexuales y reproductivos.

 

¿Cómo surge la idea inicial de la instalación, así como el rescate de los zapatos rojos como símbolo de protesta contra la violencia machista?

“El proyecto lo inicié en el 2009 y nace de la necesidad de hablar de los feminicidios en ciudad Juárez. La idea fue hablar de los feminicidios como la forma de violencia más extrema hacia las mujeres, así como tomarlo como referencia para hablar de todas las formas de violencia presentes en la sociedad. Visibilizar a las mujeres asesinadas y la violencia normalizada. Llevar a la calle, al espacio público, un tema incómodo y animar a las mujeres a no callar más y a no sentirse solas.”

En su conferencia magistral en el Museo de Bellas Artes, Elina destaca que aunque estudió arquitectura en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez y recibió formación por cuenta propia en algunas técnicas plásticas, es en este contexto a mediados de los noventa que se decide finalmente a ser artista “por necesidad”. En 1992, cuando daba sus primeros pasos en el mundo del arte y se radicaba en la ciudad de Sinaloa, su vida es remecida por el asesinato de su hermana a manos de su marido. A partir de ese hecho al que le seguirán otros cada vez más numerosos y violentos en la región, para Chauvet el arte se convirtió en una cruzada personal contra el olvido. La pintura y luego la performance se le mostraron como arma y trinchera, pero también como refugio frente a la indiferencia de las instituciones y los medios de comunicación tras el paso del tiempo, y la aparición de nuevos y peores casos de violencia. De esos momentos iniciales en su obra, comenta en la charla: “el arte se convirtió en el psicológo que no tuve, en el hombro para llorar. Me salvó”. Su trabajo se sumó entonces al de una generación completa de creadoras mexicanas que se volcaron a denunciar la violencia machista y el aumento de los femicidios en sus regiones, a la que pertenecen las artista forense Teresa Margolles y la fotógrafa Mayra Martell.

 

 

 

 

Tras su primera realización en Ciudad Juárez en 2009, emergida justamente de la militarización del país que acompañó a la denominada “guerra contra el narcotráfico”, Zapatos rojos significó también para la la artista el encuentro con las familias de las fallecidas por distintos tipos de violencia contra las mujeres en la región. En particular, Ciudad Juárez contabilizaba más de 1700 femicidios entre 1993 y este año, una cifra que aumenta progresivamente debido a fuerte presencia narcotraficante, militar y paramilitar en los estados fronterizos del norte. Estos son los reconocidos, porque las muertes de mujeres son aún más y no califican como “feminicidios” en la medida que no son investigadas por la policía para establecer su vínculo con cuestiones de odio y género.

La mayor parte de estas muertes se concentran en períodos de guerra estatal contra el narcotráfico: primero con Felipe Calderón (2006) y luego con Enrique Peña Nieto (2012). Para estas familias, desde sus realidades y las trayectorias de sus desaparecidas en que se perpetuaba la injusticia y la desprotección social, “Zapatos rojos se transformó también en una forma colectiva de negar la aceptación y silencio respecto de la desaparición de las nuestras, impuesta por la sociedad y su naturalización de la violencia. Las desapariciones de Juárez y el sufrimiento de sus familias se me asemejaron a mi propio dolor, entonces me pregunté. ¿Por qué las mujeres en México tenían que vivir esta violencia y, además, aceptarla como parte de sus vidas?”. Dicha percepción de injusticia se afianzó más aún en ella hacia fines de 2009, cuando debido al efecto mediático de sus instalaciones y las varias amenazas surgidas de éste, Elina se vio obligada a dejar su ciudad natal por seguridad.

 

 

 

 

 

 

Según nos explica, la idea de utilizar los zapatos también surge de este diálogo con familiares, que poco a poco constituían -ella incluida- un movimiento social que se extendería por todo el país: “El zapato sin duda es un objeto que a las familias les recuerda cotidianamente la ausencia de las suyas, por eso los zapatos son el eje principal de la instalación por todo lo que representan: visibilizan la ausencia, han sido testigos de todas las formas de violencia, han sido documentos de identificación de restos humanos donde las familias han reconocido a sus hijas”. Según nos cuenta la artista, Ciudad Juárez es una región con tradición zapatera y muchas de las desaparecidas trabajaban en dicho rubro para subsistir. “Muchas jóvenes en Juárez desaparecieron en el centro en una zona de zapaterías, trabajaban en zapaterías o habían ido a buscar trabajo ahí”. Sus zapatos permanecían como recuerdo acerca de lo que habían sido sus vidas, y también algunos pares las habían acompañado hasta el final, siendo el único objeto que sobrevivía a las inclemencias del desierto. En ese lugar, en que muchas veces abandonaron sus cuerpos, los zapatos fueron lo único que permitió a sus familias reconocerlas y traerlas a casa. “Siempre había zapatos en las escenas del crimen, por eso pensé en ellos como un objeto que señala sus huellas y ausencia, pero también que las ‘levantaba’ dignas en el espacio público una vez más, como vueltas a la vida en el contexto de la intervención”.

El rojo otorgó a los 33 pares de zapatos de esta primera instalación en Ciudad Juárez una notoriedad pública, permitiendo que por primera vez un sector relevante de la ciudadanía se autoconvocara para hablar sobre el problema de los femicidios a nivel general. “La instalación ayudó a que los medios de comunicación pudieran hablar sobre lo que estaba pasando, pues no podían hacerlo directamente sobre los secuestros y asesinatos, ya que también se encontraban bajo amenaza. Hablar de la instalación visibilizó frente a todo el país la situación que vivía la región, y posibilitó la presencia en la prensa de las familias, que entonces eran objeto también de hostigamiento y atentados homicidas. Yo misma tuve que irme de Juárez luego de las primeras apariciones del trabajo en público, un adiós hasta hoy sin retorno”. El color rojo con el que se pintan es explicado por Elina como una alusión al “color de la sangre” que ha distinguido a obras contemporáneas sobre la violencia en México, pero también como una referencia universal al amor: “utilizar los zapatos Rojos es una representación de la sangre, pero también una representación simbólica del amor, pues esta pieza nace de mi propio dolor por la pérdida de mi hermana y el amor hacia ella. A través de este amor, busco hacer una interpretación del amor de tantas madres, hermanas y familias que han sufrido y siguen sufriendo pérdidas. El dolor es inmenso, pero el amor nunca muere, y busco con esta instalación llevar esperanza de un futuro mejor a las generaciones siguientes”. Sobre este mismo tema, en su charla magistral agregó: “el rojo simboliza al amor en toda su expresión, entendido más allá del amor de pareja. El amor de las madres a sus hijas, de las abuelas a sus nietas, el mío por mi hermana, por ejemplo”.

 

Tras este inicio estético y también político ¿Cómo ha ido evolucionando la idea tras Zapatos rojos en los distintos contextos en que se ha llevado a cabo? Me sorprende su amplia adopción en países europeos como Italia y España, donde la violencia machista persiste solapada contra los derechos reproductivos, sexuales y laborales para las mujeres que, a pesar de todo, son mayores a los existentes en América Latina. ¿Notas diferencias sustanciales entre las diferentes versiones realizadas en estos diez años?

“La idea inicial se ha mantenido bastante íntegra con el paso de las versiones y el tiempo. El proceso para crear la instalación me tomó dos años, en los cuales como toda obra en proceso de creación fue ella misma la que me fue sugiriendo los cambios y sus necesidades. Es por ello que cuando inició su itinerancia por diferentes países alrededor del mundo ya estaba bien definida. Tengo un documento que entrego a quien lo solicita, que detalla las condiciones y el proceso para realizar la instalación. Es por ello que se mantiene bastante íntegra, y porque además asesoro y estoy pendiente a distancia durante el desarrollo de la mayoría de estas instalaciones. Así, aunque con leves diferencias, las distintas instalaciones han sido bastante similares en México, Europa y América Latina”.

Tal como en sus dos visitas a Chile, primero en denuncia de dos ataques femicidas y este año para acompañar una acción de memoria vinculada a las mujeres artistas, Zapatos rojos es una obra cuyo traslado se ve motivado por su demanda desde distintos espacios de lucha feminista. Se realiza además desde la asociatividad de Chauvet con otras artistas, agrupaciones e instituciones, quienes desarrollan materialmente la intervención a la vez que trasladan sus reflexiones -en general remitidas al espacio privado- al diálogo abierto con la sociedad en su conjunto. Elina comenta en su conferencia de Bellas Artes: “En las ocasiones en que los zapatos han viajado desde lejos, han generado gran expectativa e interés, como si se tratase de artistas en gira… El lazo generado al pintar juntas los zapatos es interesante y distinto cada vez. En el desarrollo de Zapatos rojos he encontrado muchas hermanas”.

En el espacio a preguntas, la artista enfatiza este crecimiento orgánico y no premeditado del trabajo en los diferentes lugares donde se ha realizado, mencionando que “se fue construyendo en la solicitud de la intervención que fue emergiendo en distintos espacios de mujeres en México y luego en el extranjero. En estos lugares los problemas por cierto no son los mismos que en América Latina, pero la demanda por la presencia de la instalación en distintos países ‘desarrollados’ da cuenta de que sigue habiendo violencia contra la mujer incluso en un contexto de desarrollo económico como el europeo. Allí el femicidio se da más en el contexto de la ‘violencia doméstica’ o de pareja, pero que replica en la esfera privada las lógicas de represión y violencia contra la mujeres que en México vemos ejercidas en lo público por el narcotráfico y el Estado militarizado. En ese sentido, creo que Zapatos Rojos se ha convertido en un movimiento social que visibiliza la desaparición/muerte de las mujeres en todo ámbito de opresión patriarcal. Es un ejercicio de memoria que las incluye a todas”.

¿Qué te llamó la atención en el contexto chileno, a la hora de plantear esta última visita a Chile y las distintas intervenciones que se realizaron a lo largo del país?

“Una cosa que me llamó la atención fue que en 2013 hice una instalación en Punta Arenas, cuando estaba recién despegando el proyecto, y de esa primera experiencia no paso nada más. Esto llamó mi atención, pues entonces en  otros países como Italia, España y Argentina habían sido muy empáticos con la obra, y aunque esperé que Chile se sumara al proyecto entonces no ocurrió. A través de redes sociales y a lo largo de esta visita he seguido a diferentes grupos feministas en Chile y he visto como la situación ha cambiado, que en su país aumentan las tasas de denuncia contra la violencia y la protesta por ello. Desde ahí la invitación a venir y levantar Zapatos Rojos en Chile por segunda vez, extendida por el nuevo Ministerio de las Culturas, Las Artes y el Patrimonio en el marco del Día de las Artes Visuales, me pareció maravillosa. Me permitió desarrollar la instalación en espacios establecidos y también espontáneos, autoconvocados. Del mismo modo, el sitio en el que instalamos la pieza final en Santiago -la plaza de la Ciudadanía, frente al Palacio de La Moneda- fue un lugar ideal para problematizar el tema del femicidio, tanto por la gran afluencia de público, como también por el simbolismo del lugar, asociado a la administración del poder”.

Entre las notas dejadas por las y los paseantes que visitaron la obra en el Paseo Bulnes, destacan los nombres de Claudia López y Macarena Valdés, la primera, una militante anarquista asesinada por la espalda por carabineros en plena democracia, mientras que la segunda fue una dirigenta medioambiental muerta en extrañas circunstancias, y cuyo deceso fue declarado suicidio de cara a la opinión pública por parte de las autoridades. ¿Qué tienen en común estas mujeres con Ruth Velásquez, asesinada por su marido en Magallanes? ¿Es la violencia de Estado una causa de muerte entre las dirigentas políticas y sociales, y por tanto debiera ser considerada femicida al ser un crimen de misoginia originado en su participación política? Es en la aparición de estas heterogéneas memorias e historias en el espacio público, en lo que estas acciones espontáneas nos dicen, que Zapatos rojos adquiere un sentido que logra exceder cualquier posible cooptación estética y discursiva. A fin de cuentas, y sin importar quien paga la factura de brochas y pintura, su emplazamiento frente a La Moneda no es sino un recordatorio acerca de la responsabilidad del Estado chileno en la precarización y desprotección de las mujeres a nivel general, desde sus trabajadoras subcontratadas hasta las muertas por la represión. Un contexto de lectura de obra en que la realidad de las mujeres y la lucha feminista -también dentro del nuevo Ministerio de las Culturas- descarta cualquier posible interpretación despolitizante.

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Historiadora feminista del arte y crítica cultural, integrante fundadora del Comité Editorial de Revista ROSA.

Daniela Canales López

Fotógrafa independiente. Vive y trabaja en Santiago de Chile.

Elina Chauvet

Artista visual, arquitecta por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez y activista social, especialmente conocida por su instalación Zapatos Rojos. Actualmente vive y trabaja en Ciudad de México.