por Pablo Salas (texto y fotografías)
Vengo llegando de su funeral, uno más de los tantos muertos en falsos enfrentamientos. Me hace recordar mucho lo que vivimos bajo la dictadura. ¿Cuántos más deberán morir para que esto se acabe? Con la dictadura tuvimos un plebiscito que cambió el nombre del gobernador.
De los mapuche no sabía más de lo que todos los chilenos sabemos, que eran los indios que estaban aquí cuando llegaron los españoles y que fueron un pueblo guerrero, al que los españoles jamás doblegaron. Hasta aquí más o menos hay unanimidad.
Pero conversando del tema en la zona, te empiezan a meter temas absolutamente desconocidos, eso de la “pacificación de la Araucanía”, la repartición de las tierras, las reclamaciones de propiedades. No fueron los españoles, fue la reciente nación chilena la que, al igual que hoy, gobernada por los patrones, se repartió el país. Tal vez en términos legales es correcto, pero es absolutamente deshonesto con quienes no sabían leer ni escribir el idioma impuesto.
En los últimos años he pasado un par de veces por comunidades mapuche, pero no podría decir que los conozco. Sí puedo comentar que ellos no son distintos a mí ni a ti. Viven y tienen las mismas necesidades que la mayoría de los chilenos. De sobre manera comparten con nosotros las injusticias. El estado de derecho de ellos es bastante distinto al estado de impunidad de la élite. A los mapuche les anulan los juicios en que son declarados inocentes y los repiten hasta que les cae el máximo rigor de la ley, mientras que a los otros, sin juicios o juicios apurados, no les aparecen los delitos ni por casualidad: terminan sin condenas, y en la eventualidad de una, reciben penas remitidas, al extremo de reclusión en donde quieran.
Pero a los mapuche los culpan de todo. No sabemos cuántos delitos son para cobrar seguros, cuántos para reprimirlos, para hacer montajes o para mantener un estado de guerra en el cual algunos cobran el triple de sueldo por restituir el orden. Probablemente, como en todas partes, hay delincuentes, pero la impunidad vista ahora con tantos crímenes y delitos, no los hace peores. Los mapuche son reprimidos y encarcelados antes de estudiar el delito. Cualquier falta en la zona inmediatamente es atribuida a ellos. Esto no es estado de derecho.
El funeral fue de una ternura, conmoción, perplejidad y también de indignación por éste y otros tantos atropellos. Mucho respeto y también mucha resignación.
El ritual del funeral fue sorprendente. Llegaban en familias, a pie, en autos, camionetas, camiones, micros o a caballo, con banderas mapuche y banderas negras. Abuelos, padres y niños, las mujeres todas con ramos de flores del lugar y siempre aportando mucho más de lo que consumirían durante los días de permanencia en el velorio. Animales, harina, bebidas, que eran compartidos con todos.
Las visitas esperan a la entrada que la familia de la víctima las reciban. Se presentan y les dan las condolencias. La mayoría habla en mapudungún, algunos pocos lo hacen en castellano. Luego se abrazan y reciben los aportes.
Las camionetas llegaban con parrillas, ollas, teteras, bancas, troncos y plásticos para construir ramadas, una al lado de la otra, sin murallas, pero cada familia con su cocina. Todos trabajaban, las mujeres en la comida y los hombres en las construcciones de ramadas y en el centro ceremonial.
Como toda comunidad humana, con certeza tienen diferencias que en el duelo se olvidan y pasan a ser uno solo. Qué distintos a nosotros. Con suerte vamos al cementerio y hacemos una pasada a saludar.
La ceremonia de despedida es realizada con muchas gritos y bulla, que es la forma de aplaudir. Mientras más fuerte es la ovación, más grande es la admiración a la víctima. Bailes y discursos de Lonkos, jefes de familia. El que quiera decir algo tiene su espacio, sin límite de tiempo ni apuro alguno. Luego se trasladan a pie hasta el cementerio.
Qué difícil dilema tenemos nosotros los winkas, los invasores, los saqueadores y abusadores. Debemos darles todo el respeto que se merecen.
¿Cómo seguirá esta coyuntura? No creo que cambiar a Chadwick por Insulza, a Mayol por Huenchumilla, ni a Ubilla por Aleuy, pueda cambiar algo. Ha pasado mucho tiempo. Ya Violeta Parra nos golpeó con “Arauco tengo una pena” y después Víctor Jara con “Angelita Huenuman”.¿Cuántos asesinatos más necesitamos para detener tanta injusticia? Con cada asesinato sin castigo justo o con explicaciones burdas, se incrementa la violencia y las respuestas de los jóvenes weichafes. Ojalá no les pase como a nosotros cuando éramos jóvenes y luchamos por nuestros derechos, que fueron calmados con un plebiscito inútil.
Funeral de Camilo Catrillanca